Desde allá arriba, Diego podía ver gran parte de la ciudad, cubierta por el brilla melancólico del crepúsculo. "¿Y si no viene?", pensó, mirando el reloj. Se puso de pie y se asomó al vacío. En la calle, la gente despreocupada caminaba sin notarlo. Al fin y al cabo, sería uno menos en aquella enorme ciudad. El viento era helado. Le dio de plazo hasta que la luz moribunda del sol se extinguiera por completo. Le encantaban las escenas dramáticas, fantaseó durante horas con la llegada de Minerva, con sus lágrimas de arrepentimiento manchándole la ternura del rostro, con su dulce voz diciéndole al oído "Aquí estoy, vine a salvarte". Ya tenía preparada la segunda nota, escrita en una servilleta, empuñada con firmeza en su mano izquierda. Había pensado mucho en los últimos meses, decidiendo al final que una herida sangrienta en su meñaca tal vez no cumpliera el cometido, aburriéndose por lo complicado que resultaría conseguir una soga y ahorcarse, horrorizado por el espectáculo que iba a ser su cuerpo balanceándose como una vulgar piñata a la espera de una paliza. También le gustó la sensación del cañón de una pistalo dentro de su boca, el metal frío e insensible acariciando su lengua blanda, pero adivinaba que no le alcanzaría el valor para jalar el gatillo. Optó por una alternativa mucho más romántica. Si Minerva no iba al finalizar el día, no tenía más que correr y saltar, gozando sus segundos finales con el vértigo de la caída libre y destrozando su cráneo contra el pavimento, en medio de los transeuntes. Así podría saberse más pronto de su muerte, no tendría que esperar a que alguien encontrara su cuerpo para difundir la nota de amor que torturaría para siempre la conciencia de la mujer que amaba.
Clavó sus ojos en la escalera que llevaba hasta la azotea del edificio. La luz ya no era más que un espectro distante. El tiempo no se había detenido. Las primeras estrellas se encendieron en el firmamento. "No vendrá", pensó Diego. No quedaba de otra. Reunió todo su valor, procurando no acordarse de nada, esperando todavía que en su carrera hacia el vacío, un grito desgarrando el aire llegara a sus oídos y lo frenara todo, salvándolo de sí mismo. Esperó todavía unos cuantos minutos, esperó hasta que la luna trazó un buen tramo en el cielo, esperó hasta que la noche murió y el alba irrumpió con lentitud de nuevo en la ciudad. Con un profundo suspiro, se puso de pie, se asomó otra vez al abismo, y lamentó su cobardía. Hizo pedazos la nota, dio media vuelta y regresó sobre sus pasos, alcanzando la escalera que lo llevaría de vuelta a la calle, de vuelta a su casa y de vuelta a sus planes, nunca concretadas, de tener un final romántico.
(FIN)
nota: lo publico así, aunque siento que no está del todo terminado... no tengo idea de qué es lo que le falta, así que agradecería sus comentarios. gracias.
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[Segunda parte]
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