16/4/05

amnesia voluntaria (3 de 3)

Ya pasó un año desde aquel día. Si hubiese descubierto antes cómo reprimir los recuerdos a mi antojo, tal vez esto no habría pasado, aún podría vivir en la feliz ignorancia, huyendo de la justicia, pensando que todos están locos porque creen que maté a mi novia. Pero no. Apenas vi su departamento, las imágenes perdidas comenzaron a vibrar en mi memoria y no se me ocurrió detenerlas. Ni siquiera sospeché que era una trampa. Desde entonces he practicado, viendo de qué soy capaz, y esta será la última noche que reviva este recuerdo. Mañana, cuando me pregunten por qué estoy en la cárcel, les diré la verdad: que no me acuerdo, y que nunca me acordaré.

La nocheen que maté a Nabil, había estado con Brenda largo rato. Llegué a casa a las diez. La puerta estaba entreabierta, las luces prendidas, y apenas entré, la vi con la pistola en la mano, llorando en el sofá, mirando al suelo mientras me esperaba.

-Llamé a la oficina y me dijeron quesaliste a las cuatro. ¿Dónde carajo estuviste?

Ya iba siendo hora de no esquivar más la verdad. Sí, es cierto que yo la busqué tres meses después de divorciarnos, cuando Brenda ya se estaba poniendo pesada con lo del compromiso, y es cierto que le prometí que jamás volvería a engañarla para convencerla de rehacer a nuestra familia. No había pasado ni medio año cuando ya todo estaba otra vez por los suelos, Nabil ya se hacía la mártir otra vez, Brenda otra vez presionando con sus ideas homicidas para separarme, alimentándose de una mentira inventada por ella misma... y no, yo no quería adentrarme más en ese vaivén inmoral de la bigamia, quería de vuelta los años gloriosos del amor sin fronteras, sin límites, cuando Nabil sólo existía para mí y yo sólo vivía por ella. Así que le diría la veradad: Que había vuelto a ver a Brenda durante el último mes, pero que ya me había decidido a cortar el triángulo y a quedarme con mi familia. Ella no me dejó. Ni siquiera me escuchó. Me apuntó con la pistola que yo mismo había comprado cuando se metieron a robar a la casa, diciéndome que yo era una sabandija del inframundo, que la había engañado todo el tiempo, que ella no quería una vida así, por qué la hago sufrir tanto, por qué no puedo amarla como antes, a ella que ha soportado tanto dolor, el cáncer de su padre, el tumor cerebral de su madre, el aborto del que sería nuestro segundo hijo, no valgo la pena, Sandrita no merece unos papás como nosotros... Siempre las lágrimas la hacen estornudar, y entre su nerviosismo y su perturbación, se distrae y yo le quito la pistola. Ahora soy yo quien le apunta, procurando parecer inofensivo...

-Bien, Nabil... Vamos a tranquilizarnos...
-¡Jódete, imbécil! Hoy nuestra hija se queda huérfana... ¡Ya lo decidí!

"Perdió la razón", pensé. Era de esperarse, su historial psiquiátrico no era un augurio de buena salud mental... Aún así, no me atreví a dispararle cuando se metió en la cocina y alcanzó un cuchillo. Me encaró. Ahora lucíamos como un par de gladiadores luchando por la muerte del otro. Yo no iba a dispararle. Pero es difícil controlar las reacciones naturales del cuerpo cuando alguien le abre a uno una herida profunda en la parte inferior izquierda del abdomen cuando menos la veías venir, no puedes controlar el terrible ardor de la carne abierta, ni la sorpresa de ver que quien tanto amas quiere matarte, ni la cara haciendo una mueca de sorpresa, ni el dedo jalando el gatillo del arma, ni el brazo derecho que se mueve por instinto hacia el atacante... Su cuerpo exánime quedó tendido en el suelo, y no volvería a levantarse. El brillo de sus ojos lúgubres no volvería a reflejarse en mi sonrisa, sus manos jamás desnudarían otra vez mi cuerpo, ni sus palabras llegarían a mis oídos, ni sus besos a mis labios. Cuando Sandrita dijera "mamá", nadie respondería a su llamado. Incluso el dolor de mi herida sangrante se apagó en ese instante, justo cuando no había más qué hacer.

Asustado, llamé a Lalo, y le dije lo que acababa de pasar. "No te muevas de ahí", me dijo, pero yo no soportaba contemplar el cuerpo desangrado de Nabil. Eché algo de ropa en una maleta, tratando de no despertar a Sandrita. Le besé al frente y le dije adiós. El egoísmo llevaba mi pensamiento del "acabo de matar al amor de mi vida" a un egoísta "iré a la cárcel". Llamé a Brenda para encargarle a mi hija, sin darle mayor explicación. A bordo de mi coche, manejé hasta que me topé por casualidad con un rave en la playa, abrumado por la insoportable herida. Quizá me dio justo en el alma, porque me dolía más por dentro. Pero confiaba en el bendito efecto de la heroína, abundante en este tipo de eventos, para sacarme de la realidad e instalarme en el cómodo palacio de la ilusión.

Dos semanas después, el recuerdo resurgió a mitad de la noche, más fuerte que nunca, provocándome una fiebre casi fatal. Por suerte, logré reprimirlo por primera vez, pero me confundí mucho y tuve que volver a Tijuana para saber qué había pasado. Brenda creyó que había matado a Nabil por ella... pero qué va. Cuando llegué a la casa de Nabil, no vi las patrullas escondidas en la esquina. Ya arrestado, me hicieron saber que Ana María Bravo había llamado a la policía advirtiéndoles que iba para allá, y me dieron un papel con un recado suyo: "Para que sepas que onmigo no se juega, cabrón", y un beso rojo pintado sobre las letras.

Pero ya estuve practicando, y mañana lo único que recordaré será mi nombre, y que yo mismo me borré la memoria mientras dormía. Quizá me vuelva loco y quiera saber otra vez qué pasó, pero no sé cuál es peor castigo: vivir una vida sin recuerdos o soportar estos recuerdos toda la vida.

(FIN)

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[Parte uno]

[Parte dos]

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