9/4/05

en la central

El camión llegó a Ciudad Obregón, Sonora, a las tres de la tarde. El aire acondicionado se había descompuesto y el chofer anunció que había un problema con la transmisión del vehículo, por lo que los pasajeros se verían obligados a soportar el extremo ybochornoso calor de aquel lugar durante dos horas y media, más o menos, mientras reparaban el problema. Ramiro bajó su cajetilla de cigarros, su libro -"El laberinto de la soledad", de Octavio Paz-, y su cartera. Se sentó en la sala de espera a hacer lo que todos hacían, luego de ir al baño a enjuagarse el rostro invadido por la somnolencia, y esperó. Abrió su libro, lo cerró, lo volvió a abrir, y decidió llamar por teléfono a Marisol para avisarle del retraso. Los teléfonos públicos de tarjetas estaban afuera de la central, del lado de la banqueta, y hasta allá tuvo que andar Ramiro cargando con sus cigarros, su libro y su cartera.

Una mujer alta y morena aporreaba uno e los teléfonos, al borde de la histeria. Ramiro la miró extrañado y atraído por su inaudita belleza, pero disimuló su admiración bajando la vista y buscando el número de teléfono de su casa. La mujer morena se quedó de pie. Parecía consternada, y no se movió para nada. Ramiro marcó cada número con cuidado, percibiendo los ojos de aquella desconocida sobre él. Siempre había tenido ese talento inhato para atrapar las miradas y los deseos de las mujeres que se le acercaran. "Son las feromonas", le dijo su amigo el poeta.

-¿Hola? ¿Marisol? (...) Soy yo (...) En Ciudad Obregón, el camión tuvo un problema (...) Pues como dos horas y media, dijo el chofer (...) Qué va, creo que iré a comer algo y a estirar las piernas (...) Sí, un calor endemoniado, ¿y los niños? (...) Qué bien. Diles que su papi ya va (...) Bueno, te quiero, nos vemos (...) Sí, yo te llamo. Bai'.

Ramiro colgó y supo quela mujer morena no había salido de su trance hipnótico.

-¿Algún problema, señorita?
-Por favor, llámame Silvia. Escuché que estás libre para comer.
-Sí, bueno, en realidad...
-Conozco un lugar espléndido cerca de aquí. ¿Vamos?
-...Está bien.

(...)

"¿Qué le pasa a esta loca?", pensó Ramiro cuando Silvia se agarró de su brazo en la entrada del restaurante y lo condujo hacia la mesa. Lo miraba a los ojos con esa expresión seductora que Ramiro no podía resistir. Era bellísima. Se mojaba los labios rosas con su lengua cada diez segundos, su vestido azul, entallado y con un gran escote, la hacía ver como si debajo de la tela no trajera nada más que la piel. Su tez morena, combinada con la fina capa de sudor que la cubría y el cabello negro suelto sobre los hombros, le daba un toque salvaje y atrevido. Ramiro ya no pudo quitarle los ojos de encima.

Cualquiera quelos hubiera visto allí, sentados y charlando, habría pensado que eran amigos de toda la vida.

-Mi departamento no está lejos. ¿Quieres ir?
-Pues no sé... Falta como una hora para que salga mi camión.
-Es tiempo suficiente. Vente.

Fueron. Comenzaron a besarse desde la entrada. Ramiro se deshizo de sus ropas como si le quemaran, y empujó a Silvia hasta la cama, olorosa a jazmín. Ella lo dejó tendido y se puso de pie, quitándose, con una lentitud inquietante, el vestido de una sola pieza. Debajo no llevaba más que una tanga diminuta que en pocos instantes se unió al resto de las prendas en el suelo. La explosión del orgasmo, contenido por más de media hora, dejó a Ramiro hundido en las tinieblas de un sueño profundo.

Despertó y Silvia ya no estaba. Había un recado en el espejo: "Cuando te vayas dejas la luz prendida. Y por favor, no vuelvas a buscarme". Se vistió con una rapidez impresionante, y se negó a creer que la noche había invadido ya el cielo. "No... no puede ser... ¡Mierda! ¿Y mi cartera?". Sus bolsillos estaban vacíos. Silvia se llevó, incluso, el libro de Octavio Paz.

Ramiro llegó al mismo teléfono que había usado por la tarde y marcó por cobrar a su casa.

-¿Marisol? No lo vas a creer... Me dejó el autobús. Estoy en la central de Ciudad Obregón (...) Sí, todavía (...) Bueno es que... me perdí y me asaltaron (...) Sí, ya sé, soy un imbécil. Mándame dinero, ¿no? Bueno. Te quiero. Bai'.

(FIN)

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