12/4/05

amnesia voluntaria (1 de 3)

Un suave rumor, como el sonido del mar, me despierta de súbito. Esto no huele a mi casa. La cama está demasiado grande, las sábanas son nuevas. Abro los ojos. Por la enorme ventana, justo frente a la cama, entra la luz débil y blanquecina del amanecer, atravesando las cortinas transparentes. Puedo ver la playa, aunque sé que es imposible, al otro lado del marco. Miro alrededor. Esto no es mi casa. Estoy desnudo, y muy cansado. Mi cuerpo está frío. Me duele la parte inferior izquiera del abdomen, y me percato de que tengo un parche allí, cubriendo una herida profunda que comienza a sanar. Oigo que alguien silba una melodía familiar. Mi ropa yace en el suelo alfombrado. De un salto me levanto y me pongo los pantalones. Sigo este sonido silbante, que me conduce hacia el baño junto a la recámara. La puerta está abierta. Hay pinturas en todas las paredes, pinturas que no conozco. En la tina, una mujer silba con los ojos cerrados. Es hermosa. Quizá percibe mi presencia, o escucha mis pasos, porque de pronto fija su mirada en mí.

-Ya te levantaste... Buenos días. Ven. Métete conmigo. ¿Ya te sientes mejor?

Pienso en la dificultad de tal hazaña, pues aunque esta mujer desconocida que me trata con la mayor confianza posible no posee un cuerpo demasiado voluminoso, el mío junto al suyo sin duda nos dificultaría la labor de acomodarnos en ese pequeño espacio sin que uno de los dos quede en una posición incómoda. No he perdido la calma, eso se nota, pero me pregunto cuál será la mejor manera de indagar qué estoy haciendo aquí sin oírme como un imbécil. Sí, me siento un poco perdido, lo acepto, pero aún sé que me llamo Alberto Flores y que vivo en el centro de Tijuana, que en mi departamento apenas quepo yo y que la única ventana da al patio común y no a las playas del Pacífico. Estoy seguro que esto no es el producto de una tremenda borrachera porque no siento resaca alguna, así que no hay de otra.

-¿Qué estoy haciendo aquí?

Apenas puedo creer que lo pregunté. La mujer de la tina me mira divertida, su sonrisa es la ternura hecha labios, y me remuerde la conciencia. Nabil no estará muy contenta cuando se entere con quién pasé la noche, pero antes, yo mismo debo saberlo.

-¿De qué hablas, Alberto? Anda. Ven...
-No, no, no... Primero dime qué hago aquí. Y quién eres tú.

Ella sale de la tina, alarmada, y así, desnuda y chorreando agua, me toca la frente y las mejillas.

-Ya no tienes fiebre... ¿Qué te pasa? No empieces con bromas. Bien sabes que no me gustan.
-No es broma. Por favor, dime dónde estoy y quién eres tú.

Ella hace un gesto de resignación. Luego sonríe.

-Vas... Te seguiré el juego: Estás en la casa de playa de mis padres, en Rosarito, y yo soy la mujer de tu vida, Ana María Bravo. Ahora, vamos a la tina...
-Para, para... ¿de qué hablas? ¿Desde cuándo estoy aquí?
-¡Ya, Alberto! Tienes dos semanas viviendo conmigo, como si no lo supieras, desde que nos conocimos en el rave. No me digas que no te acuerdas de nada, porque...
-¿Rave? ¿Cuál rave? Explícame bien porque estoy confundido...
-Vaya... No pensé que la fiebre de anoche te fuera a afectar tanto. Creí que había sido por el maravilloso sexo previo, y no por la infección de la herida que te hizo esa perra...
-Basta de bromas. Me largo a mi casa.

Ana María, que así me dijo esta mujer que se llamaba, me persigue así, desnuda, hasta el cuarto donde desperté hace apenas unos minutos, y mientras termino de vestirme me dice que no esté jugando, primero divertida, luego alterada, por último furiosa, no vas a dejarme aquí sola, adónde crees que vas, etcétera. Descubro una maleta con ropa mía detrás de la puerta, y en el tocador están las llaves de mi coche, y quitándome a esta loca de enfrente, salgo de la casa. Encuentro mi coche, ella se envolvió en una toalla y me sigue todavía, gritando. Cuando arranco el motor, ella baja la voz y pronuncia una sentencia sorpresiva.

-No puedes volver a Tijuana. Te estará buscando la policía.

La miro y nos quedamos inmóviles dos segundos. Meto la reversa.

-Como tú digas. Chao.

(...)

No parece que pasaron dos semanas. Todo está igual. Hay un recado que Lalo pasó por debajo de la puerta, nada más dice: "Llámame". Nabil no contesta el teléfono, le dejo un mensaje en el contestador. Ha de estar muy enojada. Llamo a Lalo.

-¿Lalo? Soy yo...
-Voy para allá.

Y cuelga. Dos minutos más tarde, alguien toca la puerta. No puede ser Lalo, vive al otro lado de la ciudad. Es otra mujer, a la que tampoco conozco. Me atrapa en un abrazo, me besa, me tumba en la cama, radiante de felicidad.

-Ya la mataste, ¿verdad?
-¿Qué? ¿A quién?
-A Nabil... Sí, fuiste tú. ¡Gracias! Ahora sí estaremos juntos... Nadie nos separará.

(CONTINÚA)

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[Parte dos]

[Parte tres]

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