3/3/05

olvidándome de mí

Me llamo Patricio Ortiz. La mayoría de mis conocidos me dicen Pato, y yo los dejo, a pesar de que me cagan los diminutivos. Estoy condenado a mirar la vida a través de unos cristales empañados por culpa de la miopía. Dejé la escuela después de cambiarme cuatro veces de carrera. Soy de Tijuana, pero vivo desde hace doce años en Mazatlán. Hace dos meses cumplí veintidós. No tengo novia, ni planes de tenerla. Trabajo en la caja de un supermercado escondido en el culo de la ciudad. Vivo en una casa prestada, porque mi madre no soportaba encontrar en mi cuarto los cuerpos desnudos de mis múltiples amantes todos los domingos en la mañana, y me corrió. Mi papá se compadeció de mí cuando me encontró dispuesto a dormir en un parque, y me consiguió la casa. Soy adicto, a la coca y al metal. Me gustan las mujeres más bien robustas y morenas. Nunca uso calcetines, me salen ronchas en los pies. Jamás digo mentiras. Odio al pendejo de mi hermano. Tuve un pequeño romance con una maestra de preparatoria que me llevó a la cárcel una semana, aunque de eso ya ni me acordaba. No tengo talento alguno, y me dedico a pasar los días, con poco dinero y con muchos excesos. Una amiga que estudia psicología me aconsejó escribir esta chingadera, y pues aquí me tienen, iluminado por una lámpara y con ciertas dificultades para trazar las letras en el papel.

Sucedió que llevaba casi un mes sin lavar mis escasas ropas, y fui a la casa de mi papá a que me prestara su lavadora. Su mujer me recibió entre sorprendida y reservada, invitándome a irme de su casa con una sutileza desastrosa. Primero, eché en la lavadora la ropa interior, lo más importante, y la máquina hizo el resto. Por esos días, yo me había percatado ya de lo patética que era mi rutina habitual: trabajo, casa, dormir, fiesta, droga, coger, dormir, y así todos los días. Nunca me pasaba nada nuevo, y veía que mis amigos conseguían trabajos mejores o se iban de viaje, y yo, desde hacía una eternidad, en el mismo lugar y con el mismo dinero. No sé si percatarme de que era un fracasado me puso triste o feliz, no me di cuenta, pero no me importó, y seguí como estaba. Lo que sí me daba miedo era que un día amaneciera muerto en la casa, por cualquier razón, y que me dejaran allí hasta que las ratas comenzaran a comerme, víctima de un olvido crónico y pestilente... Me sentía débil, la vista se me nublaba, no escuchaba ni mis pensamientos y las cosas que tomaba se me resbalaban de las manos.

Una luz en la lavadora se encendió para indicarme que era el momento de añadir el jabón, y pasó por primera vez. Intenté tomar la bolsa de plástico con mi mano derecha, y sentí que cuatro de mis dedos la atravesaban como a una cortina de humo, sin poder agarrarla. Me quedé paralizado, y al instante me convencí de que sólo había sido mi imaginación. Terminé de lavar, me despedí de la familia de mi papá y salí de la casa en el momento justo en el que él iba llegando. Bajó del coche y caminó hacia la casa, pasándome por un lado sin mirarme siquiera. Antes de que entrara, lo llamé y él, medio distraído, volteó hacia mí, y sonrió como el que saluda a un desconocido.

-¡Hijo! No te había visto.

Y así, sin más, entró a su casa y cerró la puerta detrás. En otras circunstancias yo me habría puesto furioso y le hubiera roto las ventanas a pedradas, pero no, ni siquiera me importó, nada más se me hizo raro que no me viera y me fui... caminando, por cierto, ya que ni los camiones ni los taxis me hacían caso.

Desde entonces la gente me mira como si no me mirara, o como si yo no estuviera, y sólo se percatan de mi presencia cuando me hago notar. Lo curioso es que no me interesa, aunque mi amiga psicóloga diga que me nota cabizbajo y melancólico... Será que me resulta extraño comenzar a atravesar las cosas, primero los vasos, luego las ventanas cerradas, luego los postes en la calle. Ayer atravesé una puerta. Esta mañana, al mirarme en el espejo, me sentí raro, y me pareció ver a través de mí... Hace semana y media que mi padre no viene a visitarme... Es como si me desvaneciera poco a poco en el aire y en las memorias de todos los que me conocieron. Casi siento que estoy olvidándome de mí, de cómo era antes.

Lo bueno del caso es que mi peor miedo no se volverá realidad. Un día saldrá el sol y el mundo ya no me tendrá, pero no porque me haya muerto de una sobredosis o algo así, sino porque me desvanecí para siempre. Será mejor... Quizá ni yo mismo me de cuenta.

[FIN]

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