18/3/05

lo que nunca fue

Al fin decidió regresar mis llamadas y concretamos un encuentro, como siempre, en su casa, una esquina de la calle Libra, donde había un árbol y una piedra que presenció mi primera perforación. Sólo recuerdo que salió acompañada de sus perros. Lucky me ladraba, incapaz de reconocerme, mientras la melosa Frida brincaba y ladraba por el gusto de tener a alguien más que le dijera qué bonita perrita. El barandal nos separaba, frenando mis impulsos de tomar sus manos otra vez, de besarla con la misma pasión de hace apenas unos meses, de decirle vuelve conmigo, por favor, te lo ruego, y de escuchar claro, volvamos y amémonos como nunca nos amamos.
Hablabamos de trivialidades, por temor a tocar los temas que sólo a nosotros dos nos incumbían, y ella me miraba con curiosidad, y yo la miraba con tristeza. El teléfono sonaba. Ella entró y un instante después venía con el aparato en la mano, hablando con un desconocido. Me dijo "Ten", aunque la llamada no era para mí. No soy muy adepto a hacer locuras de ese tipo, pero con ella mis impulsos no tenían para dónde hacerse, y sus palabras eran órdenes a mis oídos.
-¿Bueno?
-¿Con Virginio Urbina?
-...Sí, diga...
-Oiga, le hablo para saber cuando va a venir, porque ayer lo estuve esperando como quedamos...
-...Ah, sí, disculpe usted, es que no tuve chance, pero voy mañana...
-¿Mañana? ¿A la misma hora?
-...Sí, sí, no se apure... Mañana me echo una vuelta.
Ella sólo sonreía. Para mí, era un deber complacerle sus caprichos de Niña. Estuvimos hablando un rato más. Mis intentos por tocarla siquiera eran desesperados. Ella apartaba sus manos, apartaba el rostro, y me decía con la mirada "No, ya no hay nada", sin tocarse el corazón. Un carro llegó y se estacionó frente a nosotros. Él bajó y me miró como quien mira a un intruso en sus territorios. Tras un breve hola, un largo beso que se alargó para siempre en mi memoria. Ella me presentó con él como "un amigo", nos estrechamos las manos como dos eternos y mortales rivales. Él algo le dijo sobre ir a la casa de no sé quién.
-Sí, bueno... Yo ya me iba.
No conseguí disimular la perturbación que me provocaba aquel desafortunado encuentro. Quien crea en el destino, habría tomado la escena como una señal inequívoca. Di media vuelta y me fui, pero seguí sintiendo la mirada de él sobre mi nuca, y cuando llegué a la otra esquina miré hacia atrás, temiendo convertirme en estatua de sal, pero ellos ya se iban, y ninguno me miraba.

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