7/3/05

noé (primera parte)

Almacenaba el vino de mayor calidad en barriles ocultos en las bodegas, y se encerraba junto a ellos todas las noches, a beber hasta quedar inconsciente. Jafet, su hijo menor, se dirigía al almacén antes del amanecer y arrastraba a su padre hasta la habitación, le echaba una sábana encima y lo dejaba roncando su ebriedad. Desde que tenía memoria, las cosas eran así. Cuando la madre servía el desayuno, los tres hermanos procuraban no hablar sobre su padre, organizando los negocios familiares y cada uno dándole órdenes expresas a su mujer. Jafet y Nmera en verdad se habían casado enamorados, mas la cruel postura de los dos hermanos mayores hacia sus esposas lo hicieron desistir de sus tratos amables y sus palabras tiernas.

Las costumbres los obligaban a respetar a su progenitos, a pesar de que los años le habían causado algún mal. Agradecían los buenos años juveniles de Noé, cuando tuvo fuerzas e inteligencia para recorrer el mundo buscando animales exóticos para criarlos. Había comenzado con un criadero de gallinas y cedos, y fue aumentándolo hasta tener tigres, zebras, gorilas, leones, caballos, jirafas y hasta elefantes. Los hacían reproducirse y luego vendrían a las crías por verdaderas fortunas a sus clientes, en su mayoría reyes excéntricos o nobles sin compañía. Los tres hijos manejaban el negocio como unos profesionales y dejaban a su padre perderse en las delicias de su excelente vino, mientras nadie se enterara. Pero no podrían ocultarlo por siempre.

La noche estaba oscura, con la luna invisible por culpa de las numerosas nubes. Noé andaba a tientas por el patio, tratando de orientarse para llegar al almacén, cuando le pareció que una estrella atravesaba la pared de nubes y zurcaba el cielo como una bola de fuego. Su miedo se multiplicó cuando una llama incandescente se estrelló en el patio y de entre las flamas salió un ángel. Noé apenas si sospechaba la existencia de tan fantásticos seres. Su rostro era fino y hermoso como el de una mujer, con los rizos dorados cayendo más allá de los hombros. Su piel era tersa y blanca, y sus rasgos femeninos se truncaban en la falta de senos, pues ni siquiera su desnudez delataba su sexo: no llevaba nada entre las piernas, como los eunucos.

-¿A dónde ibas, Noé?

La voz del ángel pareció salir de todos lados, menos de su boca, pues Noé estaba seguro que no había movido los labios. No logró contestarle, tirado en el lodo y expuesto a los ojos de un Dios que pensaba muerto, o distante, pero sabía que para el ángel no era un impedimento el silencio de Noé. Bastaba pensar en su respuesta, y el ángel la sabría. Sin embargo, tampoco pudo enfocar su pensamiento. "Me voy a ir al infierno". Nada más se le ocurría.

-Sin duda, pero hasta que te mueras. Hoy, Dios ha salvado tu vida.

Le explicó una complicada relación de genealogías y alianzas con sus antepasados que lo liberaban de cualquier represalia que Dios pudiera tomar contra la humanidad. Le reveló que Dios planeaba dejar caer todo el agua de los cielos a la tierra y acabar con los humanos infames y criminales, y sólo unos pocos se salvarían, incluídos en esa prestigiada lista iban Noé y su familia. El hombre se horrorizó ante el irremediable futuro.

-¿Qué... qué debo hacer?
-Usa tu imaginación.

Y así como llegó, el ángel se fue y tomó su lugar en el firmamento, dejando la noche tan oscura como antes de su llegada.

(...)

Los hijos lo veían empecinado en la extenuante labor de construir un arca inmensa en la que pudieran salvar hasta a sus preciados animales. Los vecinos, intrigados, dirigían sus primeras palabras a Noé, interrogándolo.

-Voy a construir un barco para salvarme del diluvio.
Tenía que soportar las explosivas carcajadas de quien escuchara sus respuestas inverosímiles. La mujer de Noé no podía explicarse aquel milagro. En realidad, su marido jamás había sido hábil con la carpintería, y si no era capaz de construir una mesa con sus sillas, le resultaba excesiva su obsesión por el arca. No había duda. Eran delirios de un viejo borracho. No había de qué preocuparse.

Era poco su avance, y sentía que el tiempo se le acababa. Noé no tuvo más remedio que pedir ayuda a los carpinteros del pueblo, pero las consecuencias de haber visto a un ángel eran peores de lo que creía. No conseguía ocultarles sus verdaderos motivos, y todas las recomendaciones que les hacía se diluían en el aire. Las advertencias desesperadas fueron tornándose en agresivas amenazas poco a poco, cuando el implacable constructor perdió la paciencia ante la estupidez e incredulidad de las personas, y se lanzó a gritar en la plaza pública con toda la fuerza de su garganta que el mundo se iba a acabar. Los días estaban soleados, calurosos y secos. Los vecinos hartos del escándalo de Noé por tal disparate, y el resto del pueblo ofendido por sus insultos. El jefe de la aldea lo mandó encerrar a un calabozo, ante la deshonra que provocaba a sus hijos. En los seis meses que pasó en prisión, no cayó ni una sola gota de agua. Apenas puso un pie en la calle, un aguacero torrencial se desbordó del cielo.

[CONTINÚA]

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[Segunda parte]

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