23/2/05

narcotizarse

Eran las once de la noche. Ya eran pocos los carros que desfilaban por la avenida, y menos las personas que caminaban. Fay miró el reloj del centro comercial, y supo que faltaba una hora para que cumpliera doce años. Se hubiera quedado a dormir en la casa de el Nieto si la madre de él no fuera tan preocupona, que necesitaba que le llamaran por teléfono sus papás para confirmar el permiso. No tenía con quién quedarse, así que tuvo que volver a su casa. Las luces estaban apagadas, pero su hermano Tito lo vio llegar desde el fondo de la calle, y se separó de su grupo de amigos para ir al encuentro del pequeño revoltoso.

-¿Qué horas son estas de llegar, güey?

Fay no contestó. Tito lo tomó de los cabellos y lo aventó hacia adentro de la casa, pese a los reclamos, y lo encerró. Su padre yacía en el sofá, roncando de ebrio, con los botes vacíos de cerveza rodeándolo. Una luz roja pintaba las paredes, y Fay no pudo evitar a Marcela, su hermana mayor. Había huído hacía un año, la noche en que confesó su amor por el vago de Adrián, y su embarazo de tres meses. Su padrastro se enteró dónde estaban y secuestro con una torpeza ejemplar a su nieto, pero la policía lo agarró y lo encerraron un buen rato. Recordaba cómo Marcela le tapaba los oídos cada vez que sus padres se gritaban entre sí, y la forma en que mantenía el ánimo aun después de las golpizas de su padrastro, golpizas derivadas de violaciones frustradas.

Apenas durmió. En la mañana los demás miembros de la "familia" seguían dormidos: el padre, como muerto, se mantenía en la misma posición que seis horas antes; la madre, llegada en un punto cualquiera de la madrugada, se había echado semidesnuda y sin desmaquillarse sobre el colchón. Tito ni siquiera había ido a dormir a la casa. Fay se cambíó de ropa, tomó su mochila y salió rumbo a la escuela.

Jamás supo cómo Toño se enteró, pero desde que Fay llegó todos comenzaron a reírse, señalándolo. Su único amigo, el Nieto, no tuvo el valor de decirle.

-¿Y 'ora por qué se ríen estos culeros?
-Pus no sé Fay...

La campana sonó, anunciando el recreo. Fay se fue a la cancha de fútbol, lo único que él veía con buenos ojos de la escuela, y se preparó para anotar todos los goles de su equipo, como siempre. Desde el enorme árbol junto a los baños se acercaba Toño, seguido por un séquito de lambiscones cobardes. Fay estaba decidido a no pegarle más. El director le había advertido que una pelea más, y te me vas. Intentó controlarse, pese a la sangre que le hervía en la cabeza... La verdad, en esta ocasión Toño se ganó los chingazos.

-Órale Feyo, ¿cómo le fue a tu jefa anoche...?
-Cómo le fue de qué.

Hacer oídos sordos a sus provocaciones... Así le había enseñado Marcela...

-Me imagino que bien... Dice mi carnal que hasta propina le dió...

Risas. Risas auténticas de burla frente a una verdad humillante. Fay trató de hacer como que todo era mentira, pero no pudo. Ellos lo sabían... Se habían enterado.

-No te hagas pendejo. Mi carnal me dijo que se la cogió ayer, y que le pegó un mamadón que...

Fay se lanzó contra la cara de Toño y se la destruyó a puñetazos limpios. Los niños presentes rodeaban a ambos contendientes, y les lanzaban tierra y piedras para ayudas a su favorito. Una maestra los separó en el momento oportuno, cuando la hemorragia de Toño comenzaba a marearlo. El director cumplió su amenaza, y suspendió a Fay. Bonito cumpleaños.

Estaba decidido a no volver a la escuela ahora que todos se habían enterado de que su madre era puta. Tampoco quería volver a su casa, un verdadero infierno de todos contra todos. Vagando por la tarde entre las calles de su colonia, encontró al Sebas, uno de los amigos de Tito, de los más jóvenes.

-¿Qué te pasó Feyo?

Al Sebas parecieron interesarle los problemas de Fay, y conmovido por escuchar que su misma historia la volvía a vivir otra persona, lo invitó a la reunión de aquella noche.

-Va a haber de todo, Feyo: pisto, coca, mota... ¿Te gusta la mota?

En realidad, Fay tan sólo había fumado tabaco algunas veces en la escuela, y bebido un par de cervezas en distintas ocasiones. Pasó la tarde con Sebas, convenciéndose de que la mejor manera de olvidarse de que su vida era una mierda era narcotizarse. Algo lo impulsó a regresar a su casa, algo triste, pero ya en la puerta escuchó gritos y platos rompiéndose. Retrocedió, primero despacio, luego corriendo, hasta llegar a la casa donde ya empezaba la fiesta. El Sebas lo reconoció.

-¡Feyo! Que bien que viniste... Te vas a divertir... Pásale, y tómate algo.

(...)

Marcela regresaba del trabajo, y vio en el pabellón de la avenida a un vago, tirado bajo un árbol, borracho y tal vez drogado, que le llamó la atención. Su rostro se parecía un poco al de su medio hermano, al que, cuatro años antes, había abandonado, y recordó cuando le tapaba los oídos durante las peleas, y cuando lo consolaba después de sus regaños, y se preguntó que habría sido de él.

(FIN)

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