21/2/05

abel y caín [segunda parte]

La cicatriz en el pecho de Abel le recordaba a Caún sus más bajos instintos, y un año después todavía no conseguía explicarse por qué había intentado matar a su hermano, tan sólo recordaba en la oscuridad de sus noches el olor de las sangres confundiéndose y agitando el fuego, y su mano criminal paralizada, y los inaudibles quejidos de dolor de su hermano suplicando por ayuda, con el cuello torcido en un ángulo imposible para capturar los ojos de Caín y acusarlo, voy a morir, moriré y será culpa tuya. El remordimiento lo habría atormentado si Abel hubiera muerto, y se hubiera muerto si el hijo mayor de Set no hubiera creído en las palabras de un viejo que mendigaba por el mercado.

-Los hijos de Adán se están matando.

Sin quererlo, Dios había pronunciado una premonición eterna que maldeciría a la humanidad venidera. Dios vestido de mendigo estuvo presente en la recuperación de Abel, su único seguidor hasta ese día, día en que lo curó con sus manos limpias en el nombre del Señor, y la noticia se difundió por el pueblo y por los pueblos vecinos, quienes venían a escuchar quién era Dios y para qué servía, pero sobre todo, a ver cómo ese mendigo, poseedor de un don divino, daba salud a los enfermos y vista a los ciegos, cómo incendiaba árboles con la mirada y cómo condenaba al castigo a los pecadores.

Eva y Adán lo reconocieron enseguida, y huyeron del pueblo con sus hijos.

(...)

A todos les costó trabajo abrirse camino de nueva cuenta en un lugar desconocido y mucho menos hospitalario que el anterior. Un comerciante creyó ver en Caín un buen mozo, y le ofreció a Adán la mano de su hija para su primogénito. Adán ya había aprendido que hacer parientes nuevos y crear lazos entre las familias era bastante conveniente en un mundo como el que Dios había hecho, y no lo dudó un segundo.

Las cosas no estaban resultando nada bien para Abel. Los pastores no eran vistos con buenos ojos en aquel pueblo, y pasó de ser el muchacho mimado a la vergüenza familiar. Sus ovejas eran víctimas de unos coyotes nocturnos que las devoraban insaciables, y un hongo atacó su cuello causándole una espantosa infección. Todo aquello, pensaba Abel, no habría sucedido si Caín no hubiese intentado matarlo. Según el mendigo, Dios castigaba la venganza, pero por el momento, Dios estaba lejos, intentando impresionar a otro pueblo. Abel invitó a su hermano a pasear por el valle, un día antes de su boda. Caín, que no aguantaba más el peso de su conciencia, no pudo negarse, a pesar del extraño comportamiento de Abel.

Anduvieron hasta llegar a un paraje bastante alejado y casi desértico. Abel hablaba sobre asuntos triviales, pero había decidido desahogar sus penas con Caín.

-Todos me miran como si hubiera matado a alguien...

Caín iba distraído, pero este comentario llamó su atención. Volteó para encontrar a Abel, quien se dirigía hacia él sosteniendo una roca de gran tamaño que lanzó directo a su frente. Caín cayó de espaldas por el impacto, y la sangre caliente brotó cubriéndole los ojos y encendiendo su furia. Abel se disponía a destrozarle el cuerpo a pedradas, pero no contaba con la fuerza superior de su hermano y su euforia al sacarlo de control. Abel recibió varios puñetazos antes de darle un golpe a Caín, y éste no tuvo más remedio que sujetarlo por el cuello y estrangularlo. Los brazos de Abel se debatían desesperados en el aire buscando una salvación, pero las manos de Caín eran como dos tenazas de metal que estrujaron la vida de su hermano menor. Cuando Abel quedó inherte y exhaló un último suspiro, el pánico invadió la mente del nuevo asesino.

No... No volvería al pueblo a recibir el castigo que les daban a los criminales, ni a ser señalado por sus padres como el peor de los hijos, ni a tener que sufrir la humillación de perder a su esposa un día antes de la boda. Prefirió desaparecer, internarse en el calor del desierto hasta que su nombre y su crimen fueran olvidados, incapaz de matarse porque le gustaba vivir. Lloró su desgracia dándole la espalda al cuerpo de Abel, que estaba tendido boca arriba como si esperara a los buitres que devorarían hasta el último pedazo de carne. Nadie, excepto sus padres, se preguntaría nunca qué había sido de aquel andrajoso pastor lleno de granos, mientras que todos indagarían el paradero del apuesto joven que iba a desposar a la hija del comerciante. Eva, excenta del instinto maternal, ni siquiera pensó en donde podrían estar sus hijos.

-Tal vez regresaron con Dios.

Adán asintió, mientras comenzaba a desvestirla.

[FIN]

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[Primera parte]

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