18/2/05

mi caldo preferido

Los gritos agonizantes de Sara no lo dejaban dormir, a pesar de que cerraba las puertas y dormía en la habitación más alejada y la saturaba con sedantes y subía todo el volumen a los audífonos incapacez de arrullarlo si cantaban "se nos muere el amor". Nunca le había gustado Arjona, pero Sara lo adoraba y en toda la casa no había un disco que no fuera del mentado cantante, y ni sus empalagosas letras lograban conmoverlo y hacerle pensar que su esposa quizá necesitaba sólo algo de atención en sus últimos días de vida. Leonardo se cansaba de pasear a las dos de la mañana, y se quedaba dormido en la sala, soñando con los gritos de la mujer, como si no fueran ya una tortura a lo largo del día. Todas las mañanas, apenas abría los ojos, no podía evitar que un pensamiento tan cruel como auténtico cruzara su mente."Ojalá que se muera hoy". Ojalá...

Diferentes doctores desfilaban por la casa en los últimos meses. Había comenzado como una jaqueca normal, dos años antes, tres meses después de haberse casado. El dolor de cabeza se hizo cada vez más recurrente, Leonardo llegó a pensar que era una ridícula excusa para evitar el sexo, cada noche menos romántico y más fugaz. Tiempo después, Sara comenzó a escuchar sonidos en su cabeza, como si alguien le murmurara palabras ininteligibles que, según ella, la amenazaban, y le ordenaban que se hiriera la palma de la mano con navajas y que rompiera los espejos con la frente. Leonardo comenzó trayendo psicólogos, ya bastante perturbado por las paredes manchadas de sangre y las cicatricez de Sara, y el diagnóstico era que su enfermedad era un trastorno neuronal severo. Llegaron tantos doctores diferentes que Leonardo tuvo que numerarlos a todos y usar claves para distinguir uno de otro.

La enfermedad, desconocida hasta entonces, pudo controlarse unos meses con una lista interminable de medicamentos, que dejaron a Leonardo en la bancarrota y a Sara ida y sin saber lo que pasaba a su alrededor. Leonardo no lo soportaba, era como un cuerpo sin vida, limitado al simple hecho de existir y nada más, sin poder hablar, sin reír, sin reconocer nada ni a nadie. Poco a poco, a medida que el cuerpo iba resistiendo más a los efectos de las drogas, y las dosis tuvieron que aumentarse, Sara fue recobrando su lucidez. Sabía que estaba volviéndose loca, y le echaba la culpa a todo el mundo, en especial al marido inepto que la había desposado. A pesar de todo, el estado de Sara era un avance, y Leonardo tuvo una última esperanza, hasta que llegó la amnesia crónica para ella, y el inicio de un nuevo suplicio para él. Volvieron las jaquecas, esta vez mucho más agudas y dolorosas. Comenzó a gritar del dolor, a revolcarse en la cama sin querer tomar las medicinas. El marido la sabía deseosa de morir. Su vida se había convertudo en un infierno, según ella, y lo mejor, según él, sería cumplir su último deseo.
Una rara mañana despertó tranquila, intuyendo tal vez los planes de Leonardo. La enfermera entró para inyectarle el desayuno, pero Sara la detuvo.

-Quiero comer.
Leonardo recibió la noticia como una señal. Él mismo preparó el caldo, él mismo lo llevó a la recámara y él mismo se lo dio de comer. Sara miró con desconfianza la cuchara.

-Es caldo. Pruébalo.
La mujer estaba decidida a hacerle infeliz por última vez.

-Huele raro. Come tú primero.
-No me gusta este caldo... Anda, come. Es tu preferido.
-Mentira. Mi caldo preferido te gustaba.
-Estás confundida...
-¡No me digas loca! ¡Si estoy loca es por tu causa!
-¡No digas barbaridades...! Anda, come...

Leonardo intentó meter la cuchara en la boca de Sara, pero ella no despegó los labios y sacó de quicio a su marido.
-¡Vete a la mierda entonces!

El caldo y la cuchara se quedaron al alcance de Sara, sobre la mesa. Leonardo, horas más tarde, recapacitó, y concibió la vaga idea de un milagro que le devolviese la salud a su mujer. Pero cuando regresó al cuarto ya era tarde. Sara ni siquiera había usado la cuchara para beber hasta la última gota de caldo, y ahora su cuerpo reposaba, inmóvil para siempre, encima de la cama impregnada de olor a muerte.

[FIN]

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