28/2/05

fragmento

...Recibe, Alicia, el cuento y deposítalo
donde el sueño de infancia
abraza a la memoria en lazo místico,
como ajada guirnalda
que ofrece a su regreso el peregrino
de una tierra lejana.

Lewis Carroll

lucifer

Una inmensas nubes de humo se elevaban sobre las ruinas de lo que había sido un jardín exquisito, destruído para infundar temor en aquella pareja de incrédulos que Dios había hecho con sus propias manos. Sentado en un trono magnífico, miraba a su ejército de ángeles reconstruyendo el paraíso, para agotar así su último recurso para salvar las almas de los hombres, que se le escapaban como el agua entre los dedos hacia algún lugar del infinito... No concebía la ingratitud de los humanos por
su creador, una indiferencia desmedida y hasta cruel, producto de una vanidad heredada por su padre que les impedía temer a lo desconocido. Su nueva estrategia era simple: buscar a Caín, hacer que se arrepintiera a cambio de la salvación de su alma, y obligarlo a llevar su mensaje por el mundo. Pero en el fondo, sabía que no funcionaría. Nadie iba a creerle a un asesino.

Se disponía a partir hacia el desierto en busca del hijo de Adán cuando recibió una sorpresiva visita. Lucifer avanzaba con luz propia, con el semblante orgulloso mirando con desprecio a los demás ángeles, considerándolos, y con razón, inferiores a él. Dios no conocía el miedo, pero sintió algo muy parecido cuando su primera obra se detuvo ante él y le clavó los ojos pidiendo sin hablar una explicación. Dios hizo como que había olvidado todo, y tomó la postura poderosa e imponente que le caracterizaba.

-Creí que tenías prohibido poner un pie de vuelta en el Edén, Lucifer.
-¿Este es el Edén? Disculpa, creí que era un basurero.

Desde luego, ambos sabían las razones del encuentro, aunque Dios no había tomado las cosas tan en serio, ahora sabía para dónde se estaban yendo sus almas perdidas. Al terminar el mundo y sus maravillas, seis días después de su laboriosa creación, Lucifer quedó satisfecho con el resultado, pero aun faltaba una idea suya por materializar.

-Faltan los hombres, y todo estará terminado.
-¡¿Hombres?! ¡Jamás! ¡Querrás que destruyan esta hermosura...!

A Dios no le pareció la idea de su brazo derecho, al menos al principio, y cuando lo descubrió modelando las figuras de los hombres, se enfureció, y lo echó del paraíso. Lucifer imploró su perdón, juró destruir los modelos, mas la voluntad de Dios era inexorable, y el ángel más hermoso del Edén fue expulsado para siempre, y se refugió en el mundo vulgar, lejos de su creador. Dios miró a los hombres de arcilla, inmóviles, regados por todo el suelo, dispuesto a exterminarlos, pero al examinarlos con detenimiento le parecieron tan perfectos que no se atrevió a desecharlos, al contrario, les dio vida y los arrojó al mundo. Después, basado en el mismo molde, formó a Adán.

Pasó el tiempo, y Lucifer había andado por largos caminos, dejando una marca de sufrimiento y de tristeza por donde quiera que pasara. No comprendía por qué Dios había sido tan duro con él, y un cúmulo de ideas descabelladas empezaron a surgir en su mente, para qué Dios creaba al ángel más perfecto si lo iba a apartar de su lado... Le costó trabajo descartarlas, y haciendo a un lado su orgullo, decidió regresar al Edén, a implorar de nuevo ante Dios la redención y la paz.

En su camino tuvo que cruzar un desierto inmenso, y al encontrarse rodeado por el océano de arena, le pareció ver a lo lejos un ángel de Dios, pero al acercarse y contemplarlo, vio con admiración que se trataba de un hombre, joven todavía, y con el alma destrozada. Era Caín, hijo de Adán, y tras escuchar su historia, Lucifer comprendió todo.

-Fuiste víctima de Dios, Caín, igual que yo. Ahora estás bajo mi protección.

Le ordenó que fuese al pueblo en el norte y ahí lo esperara. Colocó una marca en su hombro izquierdo, símbolo de su pacto, y sin más pausas fue en busca de Dios.

-Bien sabes para qué estoy aquí. No me iré hasta que me escuches.
-No tengo por qué escucharte. Tenías prohibido crear. Para eso soy yo Dios.

-Te engañas tú mismo... Sabes que estás perdiendo muchas almas.

El error básico de Dios había sido dotar de una inteligencia suprema a Lucifer, y hasta ese momento se percató.

-No vengo a hacerte reproches inútiles. He venido a proponerte un trato.

Con eso bastaba para capturar la atención de un Dios desesperado y curioso.

-Continúa...
-Haré que todas las almas vuelvan a ti, y pidan tu perdón y tu salvación a gritos, usando el temor al castigo. Es la único forma de hacer reaccionar a los hombres. Ya lo he planeado todo, y no te fallaré.

Dios se quedó pensativo.

-Qué quieres a cambio.

Lucifer sonrió con malicia.

-No es gran cosa. Un ejército de ángeles como el tuyo. Dominio total en el mundo material. Y la posesión temporal de las almas rebeldes hasta que se purifiquen.

Dios examinó la oferta con cuidado. Al final supo que no estaba en posición de negociar.

-Hecho.

[FIN]

el reloj del conejo blanco [primera parte]

[basado en el cuento de Lewis Carroll]

El enorme reloj de la estancia resonaba por toda la casa a las doce del mediodía, haciendo retumbar el tintero del Conde, encerrado en su estudio, mirando el cielo nublado y esperando, con cierto temor, el regreso de su hija. En el último mensaje enviado, el doctor le había dicho que no quedaba nada más por hacer, y que la etapa final en la recuperación de la niña tenía que ser en casa. El Conde no pudo contestarle atiempo para advertirle sobre los acontecimientos recientes, y ahora, aparte de tener que lidiar con la humillación social, tendría que explicarle todo a su hija. La casa retumbaba todavía con el reloj, cuando Nicole irrumpió como siempre en el estudio y anunció fastidiada la llegada del doctor.

Comenzó a llover. El doctor Prouse bajó del carruaje con el sombrero en la mano y no muy feliz de ver al Conde, aunque al estrechar su mano dibujó una amplia sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes amarillos. Luego bajó Alicia. Envuelta en un manto azul marino, su rubia cabellera cubría gran parte de su cara, de donde resaltaban los ojos grandes y penetrantes, los labios finos, las mejillas pálidas, y su padre no pudo esconder una mueca de desagrado. Parecía que, en vez de haberla curado, la hubiesen revivido, y a pesar de que su cuerpo comenzaba a mostrar los primeros indicios de una súbita adolescencia, había algo en ella que más bien recordaba a un espectro que a una señorita. El abrazo de bienvenida fue obligado por el padre, y la niña se retorció hasta lograr soltarse, y permaneció de pie, con la expresión fija en la nada, mientras la lluvia la mojaba.

-¿Cómo te sientes, Alicia?
-...
-¿No estás feliz de volver a casa...?

El Conde miró al doctor. El doctor suspiró desalentado ante el falso entusiasmo del Conde. Ordenó a Nicole que llevara a la pequeña a su habitación, y luego pasó a la estancia para beber té con el doctor. Prouse no pudo darle las eternas negativas al exasperado Conde, quien no se rindió hasta que el médico le dijo lo que quería escuchar.

-La niña no está bien todavía, pero ni mis colegas ni yo podemos hacernada más por ella. Si usted cree en Dios, rece. Si no, enciérrela en elático.

En la puerta, antes de despedirse del Conde, el doctor Prouse le entregó una caja cerrada con candado y una llave. Había un reloj de bolsillo adentro.

-Lo llevaba con ella cuando la recibí. Dice que es... Dice que es el reloj del conejo blanco. Por favor, evite mostrárselo.

Había entregado toda su fe y sus esperanzas a aquel doctor que ahora le regresaba a la hija igual de loca que como se había ido, o peor. Cuando llegó a la estancia, descubrió a Alicia frente al reloj de péndulo, hipnotizada con su tic-tac, y la niña clavó sus ojos en la caja que sostenía el Conde. Sin duda, la había reconocido, pero Alicia no habló, y el Conde sintió un inexplicable escalofrío que le recorrió la espalda.

-¡Nicole! ¿No te dije que llevaras a Alicia a su habitación?

Nicole llegó refunfuñando que la había dejado encerrada, y cuando intentó llevársela de la mano y Alicia se resistió, volvió a mirar alConde y el reloj empezó a resonar con un escándalo tremendo, dando campanadas sin cesar a la una y quince minutos. Dos horas después, el reloj continuaba con su estrepitosa alarma, y el Conde ordenó que se lo llevaran al relojero para que lo arreglara. Una semana más tarde, le devolvieron el mueble sin arreglar, y tuvieron que destruirlo con una hacha para que dejara de sonar.

Alicia no preguntó ni una sola vez por su madre o por sus hermanas. De hecho, no hablaba con nadie. Durante la cena, las velas de los candelabros se apagaban una y otra vez, y el Conde se lo atribuía a corrientes de viento inexistentes, y la niña se negaba a probar bocado y a deshacerse del sucio manto azul que la cubría como a una virgen. Por consejo del doctor Prouse, el Conde había mandado quitar todos los espejos de la mansión, pero en el momento menos esperado encontraban a Alicia contemplándose como hechizada ante espejos de todos los tamaños, muchos de los cuales jamás habían visto, y cuando trataban de quitárselos, los cristales se hacían añicos. Nadie se explicaba cómo la niña había podido traer tantos sombreros en su escaso equipaje, que adornaban su recámara y parecían multiplicarse conforma iban pasando los días. La ventana estaba siempre abierta, y su cama invadida por una docena de gatos perezosos salidos de la nada. Una mañana, las paredes aparecieron tapizadas con la imagen de una sola baraja: la reina de corazones, y el Conde confirmó sus temores.

-Alicia no está loca. Está poseída.

Cuando llegó el cura de la iglesia, nadie pudo encontrar a la niña. La buscaron en cada rincón de la casa, pero ella no estaba, ni la reina de corazones en las paredes, ni los gatos, ni los sombreros, ni los espejos. Más tarde, el Conde notó que también el reloj de bolsillo que guardaba bajo llave había desaparecido.

[CONTINÚA]

-------------------
[Segunda parte]

cortina rosa

Los labios que la besaban sabían a gloria, y las manos que acariciaban su piel eran varoniles y expertas, y se metieron sigilosas debajo de su bata de dormir, y comenzaron a quitarle los calzones mientras ellasonreía y murmuraba "sigue, no te detengas". El escándalo de la puerta la despertó. Ernesto llegaba, ebrio e inoportuno como siempre, cantando canciones mezcladas de acuerdo a lo que se le iba ocurriendo, y Aurora abrió los ojos, espantada y sudando la excitación de su sueño. Su marido ni siquiera alcanzó a llegar a la cama, y se desplomó a mitad de las escaleras. La habitación tenía un aire de perturbación, la ventana del balcón estaba abierta de par en par, y el viento que se colaba daba la impresiónde que alguien había huído precipitado de allí. Lo que la dejó pensando no fue todo eso, sino su ropa interior hasta las rodillas, y la sensación en la piel de unas manos duras.

Ya iba a ser mediodía cuando Ernesto apenas salía para la oficina. Aurora ya estaba cansada de reclamos, de sermones, de pedir explicaciones o disculpas, todo sin resultado, y había preparado el desayuno y planchado la ropa de su esposo sin decir una palabra. Hasta aceptó el beso obligado de despedida,fastidiada por haberse casado con un hombre como aquel. Ya lo sospechaba, y en los tres meses que llevaban juntos lo había comprobado: Ernesto era homosexual. Se había casado con una mujer para conservar una buena imagen social, y tal vez porque a él mismo le aterraba su preferencia, pero todo apuntaba a una sola explicación. No se preocupaba por tocarla, pasando por alto sus provocaciones. Su celular estaba lleno de teléfonos de otros hombres, su maletín de recados comprometedores y de membresías de clubes gay. Y Aurora no era fea, para nada, si hasta sentía cómo el jardinero la miraba deseando su cuerpo joven hecho de gimnasio paseándose en shorts diminutos por el patio, o tomando el sol en la piscina vestina apenas con un pequeño y triste bikini. Se quitaba la ropa y se miraba en el espejo por todos lados, y no podía aceptar otra explicación.

-Él es el maricón.

A la noche siguiente, recordó el sueño tan realista que había tenido, y se quedó despierta hasta muy tarde. Justo cuando la somnolencia la dominaba, escuchó que la ventana se abría poco a poco, y cerró losojos para fingirse dormida. El hombre que había entrado destapó su cuerpo y comenzó a tocarlo, desde las pantorrillas, recorriendo los muslos, las caderas, el vientre, los senos, el cuello, y coronó su labor con un beso en los labios que Aurora correspondió. El hombre se asustó al verla despierta, y se disponía a irse, pero ella lo detuvo por el brazo, sin poder verle la cara por la oscuridad.

-Por favor... quédate.

El hombre vaciló un instante, pero al final regresó y desnudó a Aurora, y ella lo desnudó a él, y se dio vuelo con un cuerpo cuya existencia se limitaba a complacerla. Retozaron ciegos y alegres durante un buen rato, y Aurora explotó en placer dos segundos antes de que Ernesto llegara con su tradicional escándalo. Cuando recuperó las sensaciones de su cuerpo, su amante se había ido, dejándole el vacío de no ser lo que quisiera ser, en el abismo de la realidad. Ernesto la encontró desnuda sobre la cama, ruborizada y dispuesta a proseguir con su pasión. Sólo atinó a decir:

-Dormiré en la sala

(...)

Todas las noches, Aurora se preguntaba quién podría ser su amante nocturno. Tenía que ser un hombre joven para tener la vitalidad de cuatro o cinco sesiones por encuentro, dependiendo de la hora en que Ernesto llegara, y a juzgar por las propiedades físicas de su cuerpo, algún fisicoculturista muy bien dotado, o una estrella porno a domicilio. Se dio cuenta de que lo más atrayente de su relación no era el sexo en sí, sino el misterio de hacerle el amor a un desconocido. Ni siquiera tocaba su cara, para no formarse en la mente una idea de su rostro.

Estaban jugueteando en la cama sin pronunciar palabra cuando al amante se le ocurrió prender la luz del cuarto.

-Quiero ver tu cuerpo desnudo...

Aurora vio a su vez, con la claridad del foco, la cara de Esteban Parra, su joven vecino, el soltero más codiciado de la colonia.

-¿Tú?
-¿A quién esperabas? ¿A tu jardinero...?

Llegaron hasta el final aquella vez, pero Esteban no se dio cuenta del desencanto que Aurora había sufrido, y cuando volvió la noche siguiente, encontró la ventana cerrada, y una cortina rosa obstruyendo la vista. Aurora lo escuchó llegar, pero ya no le veía el caso, ahora que el rostro de su amante se había revelado. Hizo un gesto cualquiera, para no darle importancia al hombre de la ventana, y el jardinero continuó besando el cuello de Aurora.

(FIN)

23/2/05

el amor

"...le dijo que el amor era un sentimiento contra natura, que condenaba a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa"

García Márquez, Del amor y otros demonios

narcotizarse

Eran las once de la noche. Ya eran pocos los carros que desfilaban por la avenida, y menos las personas que caminaban. Fay miró el reloj del centro comercial, y supo que faltaba una hora para que cumpliera doce años. Se hubiera quedado a dormir en la casa de el Nieto si la madre de él no fuera tan preocupona, que necesitaba que le llamaran por teléfono sus papás para confirmar el permiso. No tenía con quién quedarse, así que tuvo que volver a su casa. Las luces estaban apagadas, pero su hermano Tito lo vio llegar desde el fondo de la calle, y se separó de su grupo de amigos para ir al encuentro del pequeño revoltoso.

-¿Qué horas son estas de llegar, güey?

Fay no contestó. Tito lo tomó de los cabellos y lo aventó hacia adentro de la casa, pese a los reclamos, y lo encerró. Su padre yacía en el sofá, roncando de ebrio, con los botes vacíos de cerveza rodeándolo. Una luz roja pintaba las paredes, y Fay no pudo evitar a Marcela, su hermana mayor. Había huído hacía un año, la noche en que confesó su amor por el vago de Adrián, y su embarazo de tres meses. Su padrastro se enteró dónde estaban y secuestro con una torpeza ejemplar a su nieto, pero la policía lo agarró y lo encerraron un buen rato. Recordaba cómo Marcela le tapaba los oídos cada vez que sus padres se gritaban entre sí, y la forma en que mantenía el ánimo aun después de las golpizas de su padrastro, golpizas derivadas de violaciones frustradas.

Apenas durmió. En la mañana los demás miembros de la "familia" seguían dormidos: el padre, como muerto, se mantenía en la misma posición que seis horas antes; la madre, llegada en un punto cualquiera de la madrugada, se había echado semidesnuda y sin desmaquillarse sobre el colchón. Tito ni siquiera había ido a dormir a la casa. Fay se cambíó de ropa, tomó su mochila y salió rumbo a la escuela.

Jamás supo cómo Toño se enteró, pero desde que Fay llegó todos comenzaron a reírse, señalándolo. Su único amigo, el Nieto, no tuvo el valor de decirle.

-¿Y 'ora por qué se ríen estos culeros?
-Pus no sé Fay...

La campana sonó, anunciando el recreo. Fay se fue a la cancha de fútbol, lo único que él veía con buenos ojos de la escuela, y se preparó para anotar todos los goles de su equipo, como siempre. Desde el enorme árbol junto a los baños se acercaba Toño, seguido por un séquito de lambiscones cobardes. Fay estaba decidido a no pegarle más. El director le había advertido que una pelea más, y te me vas. Intentó controlarse, pese a la sangre que le hervía en la cabeza... La verdad, en esta ocasión Toño se ganó los chingazos.

-Órale Feyo, ¿cómo le fue a tu jefa anoche...?
-Cómo le fue de qué.

Hacer oídos sordos a sus provocaciones... Así le había enseñado Marcela...

-Me imagino que bien... Dice mi carnal que hasta propina le dió...

Risas. Risas auténticas de burla frente a una verdad humillante. Fay trató de hacer como que todo era mentira, pero no pudo. Ellos lo sabían... Se habían enterado.

-No te hagas pendejo. Mi carnal me dijo que se la cogió ayer, y que le pegó un mamadón que...

Fay se lanzó contra la cara de Toño y se la destruyó a puñetazos limpios. Los niños presentes rodeaban a ambos contendientes, y les lanzaban tierra y piedras para ayudas a su favorito. Una maestra los separó en el momento oportuno, cuando la hemorragia de Toño comenzaba a marearlo. El director cumplió su amenaza, y suspendió a Fay. Bonito cumpleaños.

Estaba decidido a no volver a la escuela ahora que todos se habían enterado de que su madre era puta. Tampoco quería volver a su casa, un verdadero infierno de todos contra todos. Vagando por la tarde entre las calles de su colonia, encontró al Sebas, uno de los amigos de Tito, de los más jóvenes.

-¿Qué te pasó Feyo?

Al Sebas parecieron interesarle los problemas de Fay, y conmovido por escuchar que su misma historia la volvía a vivir otra persona, lo invitó a la reunión de aquella noche.

-Va a haber de todo, Feyo: pisto, coca, mota... ¿Te gusta la mota?

En realidad, Fay tan sólo había fumado tabaco algunas veces en la escuela, y bebido un par de cervezas en distintas ocasiones. Pasó la tarde con Sebas, convenciéndose de que la mejor manera de olvidarse de que su vida era una mierda era narcotizarse. Algo lo impulsó a regresar a su casa, algo triste, pero ya en la puerta escuchó gritos y platos rompiéndose. Retrocedió, primero despacio, luego corriendo, hasta llegar a la casa donde ya empezaba la fiesta. El Sebas lo reconoció.

-¡Feyo! Que bien que viniste... Te vas a divertir... Pásale, y tómate algo.

(...)

Marcela regresaba del trabajo, y vio en el pabellón de la avenida a un vago, tirado bajo un árbol, borracho y tal vez drogado, que le llamó la atención. Su rostro se parecía un poco al de su medio hermano, al que, cuatro años antes, había abandonado, y recordó cuando le tapaba los oídos durante las peleas, y cuando lo consolaba después de sus regaños, y se preguntó que habría sido de él.

(FIN)

destrucción

"La fuerza creadora de la naturaleza supera el instinto destructor del hombre"

Julio Verne

21/2/05

episodio zoofílico

Desde muy niño tuve el talento de hacerme invisible. Por alguna razón, las personas no sentían mi presencia detrás de ellos, o mi mirada acechándolos, o mis oídos atentos a sus palabras secretas. Conservé esta habilidad hasta siempre, y así pude ver a mi esposa la noche del cuarto cumpleaños de nuestro hijo refugiada en nuestra recámara, llorando frente al espejo del tocador mientras contemplaba su gruesa figura. Fido reposaba complacido entre sus piernas, con su aspecto feroz de pastor alemán que escondía el temperamente de un cachorro de labrador, incapaz de dañar a una mosca el muy cabrón, y Norma no le prestaba atención, sucedo en verdad inaudito. No me atrevía a interrumpir su meditación íntima ni cuando me percaté de que sus manos curiosas comenzaban a revolver el contenido de mis cajones, ni siquiera cuando encontró lo que yo con tanto esfuerzo había escondido. Sorprendida, dejó el arma donde estaba y cerró el cajón, y fue a sentarse en la cama para hablarle al perro, como tenía por estúpida costumbre. Tuve que sacarla de su mundo de fantasía, mi hijo tenía un pastel que partir. Me miró como si viera a un criminal, y yo traté de conservar mi naturalidad.

-¿Te molestó lo que dijo tu hermana?
-Sabes que su comentario estaba fuera de lugar. Fido es un buen perrito...
-Tenemos que bajar.

¡Al carajo con el perro de mierda! Ya me tenía harto su obsesión por aquel animal, al que cuidaba más que al hijo, gastando miles de pesos en comida, en estética, en medicinas y en chingadera y media que yo y nadie más que yo pagaba. El perro más parecía el jefe de la casa que yo, y aquel que diga que exagero, no opinará lo mismo al enterarse de mi repugnante descubrimiento. Días después de la piñata de mi hijo, salí temprano del trabajo, y a diferencia de otras ocasiones me fui directo a casa, entré en silencio para sorprender a Norma y que llego y la encuentro desnuda, a gatas y con el pinche perro puto de mierda encima, babeándole la espalda, y la mujer fascinada ladrando... ¡ladrando de placer! El asco y la repulsión que aquella escena me provocó me hicieron salir de la casa y largarme de borrachoa cogerme una puta, y no volví a la casa hasta la mañana siguiente, y para colmo, la imbécil de Norma me recibió indignada, con el perro chupándole las patas hediondas.

Sólo estaba esperando una excusa, una sola, para chingarme al pendejo del Fido. Pero había algo mal con Norma, ya no buscaba razones para discutir conmigo ni me comparaba con el perro. No me quedó otra alternativa, tuve que provocar una pelea, echándole en cara por quincuagésima vez que atendía mejor al Fido que a mí, por desgracia, la furia que conseguí expulsar fue suficiente para que el episodio zoofílico entre mi mujer y el pinche perro se me escapara del subconsciente. Norma pareció indignarse, dándose las ínfulas de mujer decente, incapaz de una atrocidad así.

-No me digas que no es cierto ¡porque te ví dejándote coger por el pinche perro de mierda!

Norma se quedó en silencio, eligiendo entre aceptar o no la verdad.

-No me dejaste otra. Al menos Fido hace algo por complacerme...

Aquello fue la mierda de las mierdas, le solté un chingazo en el hocico que todavía le ha de doler, y saqué el revolver del cajón, le quité el seguro y bajé al patio. El perro, al verme, me gruñió el hijo de su chingada madre, y le volé la cabeza en mil pedazos, y sus sesos se desparramaron por los suelos. Norma gritó desde la ventana como si le hubieran matado al marido o al hijo.

-¡Voy a llamar a la policía, loco psicótico!
-Tú que llamas a la policía y yo que difundo una foto tuya cogiendo con el perro, pinche pervertida.

La tuve amenazada un buen rato con esa foto inexistente, hasta que al pendejo de mí se me ocurrió mandarle una sentencia por escrito cuando me corrió de la casa a patadas, y con esa evidencia me encerraron por chantaje emocional, pero no estoy dispuesto a volver a la cárcel hasta que me condenen por asesinar a una coge-perros.

(FIN)

novusvitae

Este es un cuento que saqué de la revista Conozca Más en un concurso de Ciencia Ficciòn, y me gustó en su tiempo... A ver qué les parece:

Lázaro corre sin control por la ciudad en ruinas. Todo a su alrededor está destruido. Los edificios omerciales, las grandes torres, los parques, las casas... todo cae a pedazos, batallando por mantenerse en pie después del fuego y las ondas sísmicas. La guerra se había llevado todo. Sólo bastó que alguien empezara, luego los demás lo siguieron. Armas devastadoras, producto del hecho de no saber cuándo detenerse. Nucleares, bacteriológicas, químicas... qué importa. Finalmente consiguieron su cometido. Toda la vida en el planeta era historia. Toda menos Lázaro.

Medio enloquecido, se detiene. Sus ojos, muy abiertos, irritados y llorosos. Resopla. Se recarga, sin darse cuenta, en la pared. Su mano se topa con algo afilado. Un pedazo de metal de los tantos que cayeron al suelo desde las alturas, cuando algo demoledor convirtió las maravillas en añicos. El hombre observa la improvisada arma con mirada idiota. Como un poseso, rebana en grandes y repetidas tajadas su muñeca izquierda. No detiene el salvaje acto hasta que su mano cercenada cae al suelo en medio de un charco de sangre. Grita, tropieza y, finalmente, cae al suelo, boca arriba, sobre un montón de escombros. El sangrado se ha detenido. Su nueva mano empieza a formarse. Recuerda involuntariamente... la memoria regresa atrás. El laboratorio. Era completamente feliz metido ahí dentro, rodeado de tubos de ensayo, matraces y químicos mezclados. Horas y horas de investigación buscando el sagrado grial: la inmortalidad. En teoría, es posible. Las células se oxidan, se ‘desgastan’. La regeneración de los motores biológicos necesarios cesa... los motivos son muchos. Lo que él buscaba era una manera de acelerar las células para reconstruirse a sí mismo de manera indefinida. ‘Afinar’ el mecanismo humano. Perfeccionar la fábrica...

Éxito. Sí señor... obviamente él fue el primero en probarlo. Funcionó. Por Dios, vaya que funcionó. Su cuerpo se regeneraba a una velocidad pasmosa. Cualquier corte, cualquier herida, era reparada en segundos. ¿Comer? ¿Dormir? Pronto descubrió que no necesitaba nada, simplemente vivía. Su cuerpo era su propia fuente de energía, reconstruyéndose, nutriéndose a sí mismo innumerables veces, autorreciclándose sin fin. Luego, la luz. El ruido, la explosión. Abrió los ojos y quitó los escombros que habían caído sobre él. Descubrió con horror que había perdido una pierna, pero vio con más horror aún que el muñón pegajoso que crecía en su lugar. El muñón que sería una pierna completa y funcional en cuestión de horas. El mundo había muerto. El mundo lo había pasado por alto encerrado en su santuario científico, mientras afuera, la guerra estallaba. Y finalmente, llegó a su fin llevándose todo al diablo. ¿Cuántas veces había intentado suicidarse? Su cuerpo perfecto, carcelero inagotable de su propia alma, se negaba a morir. No podía morir. Había intentado todo... todo en un mundo sin vida más que la suya, perfecta. El calor, el frío, el agua, la gravedad... su cuerpo respondía y se recomponía siempre. Creaba miembros, reparaba heridas, se nutría de sí mismo, aumentaba o disminuía sus funciones, todo con la premisa de vivir. Ni la radiación había podido matarlo. Sus ropas, hechas jirones, estaban llenas de sangre seca. Pero su cuerpo no tenía una sola cicatriz.

Tenía una última esperanza. Sabía de algo tan absolutamente destructivo que quizá le mataría. Miró el sol, en lo alto. Con el tiempo el astro moriría, moriría y se llevaría todo el sistema con él, en su calor abrasador. Sonrió. Sólo debía esperar. Se quedó ahí, tirado, sintiendo el cosquilleo de su nueva mano, mirando el cielo. ¿Qué es un par de miles de millones de años? Pan comido.


Tatiana Ortiz Loyola Modilevsky

abel y caín [segunda parte]

La cicatriz en el pecho de Abel le recordaba a Caún sus más bajos instintos, y un año después todavía no conseguía explicarse por qué había intentado matar a su hermano, tan sólo recordaba en la oscuridad de sus noches el olor de las sangres confundiéndose y agitando el fuego, y su mano criminal paralizada, y los inaudibles quejidos de dolor de su hermano suplicando por ayuda, con el cuello torcido en un ángulo imposible para capturar los ojos de Caín y acusarlo, voy a morir, moriré y será culpa tuya. El remordimiento lo habría atormentado si Abel hubiera muerto, y se hubiera muerto si el hijo mayor de Set no hubiera creído en las palabras de un viejo que mendigaba por el mercado.

-Los hijos de Adán se están matando.

Sin quererlo, Dios había pronunciado una premonición eterna que maldeciría a la humanidad venidera. Dios vestido de mendigo estuvo presente en la recuperación de Abel, su único seguidor hasta ese día, día en que lo curó con sus manos limpias en el nombre del Señor, y la noticia se difundió por el pueblo y por los pueblos vecinos, quienes venían a escuchar quién era Dios y para qué servía, pero sobre todo, a ver cómo ese mendigo, poseedor de un don divino, daba salud a los enfermos y vista a los ciegos, cómo incendiaba árboles con la mirada y cómo condenaba al castigo a los pecadores.

Eva y Adán lo reconocieron enseguida, y huyeron del pueblo con sus hijos.

(...)

A todos les costó trabajo abrirse camino de nueva cuenta en un lugar desconocido y mucho menos hospitalario que el anterior. Un comerciante creyó ver en Caín un buen mozo, y le ofreció a Adán la mano de su hija para su primogénito. Adán ya había aprendido que hacer parientes nuevos y crear lazos entre las familias era bastante conveniente en un mundo como el que Dios había hecho, y no lo dudó un segundo.

Las cosas no estaban resultando nada bien para Abel. Los pastores no eran vistos con buenos ojos en aquel pueblo, y pasó de ser el muchacho mimado a la vergüenza familiar. Sus ovejas eran víctimas de unos coyotes nocturnos que las devoraban insaciables, y un hongo atacó su cuello causándole una espantosa infección. Todo aquello, pensaba Abel, no habría sucedido si Caín no hubiese intentado matarlo. Según el mendigo, Dios castigaba la venganza, pero por el momento, Dios estaba lejos, intentando impresionar a otro pueblo. Abel invitó a su hermano a pasear por el valle, un día antes de su boda. Caín, que no aguantaba más el peso de su conciencia, no pudo negarse, a pesar del extraño comportamiento de Abel.

Anduvieron hasta llegar a un paraje bastante alejado y casi desértico. Abel hablaba sobre asuntos triviales, pero había decidido desahogar sus penas con Caín.

-Todos me miran como si hubiera matado a alguien...

Caín iba distraído, pero este comentario llamó su atención. Volteó para encontrar a Abel, quien se dirigía hacia él sosteniendo una roca de gran tamaño que lanzó directo a su frente. Caín cayó de espaldas por el impacto, y la sangre caliente brotó cubriéndole los ojos y encendiendo su furia. Abel se disponía a destrozarle el cuerpo a pedradas, pero no contaba con la fuerza superior de su hermano y su euforia al sacarlo de control. Abel recibió varios puñetazos antes de darle un golpe a Caín, y éste no tuvo más remedio que sujetarlo por el cuello y estrangularlo. Los brazos de Abel se debatían desesperados en el aire buscando una salvación, pero las manos de Caín eran como dos tenazas de metal que estrujaron la vida de su hermano menor. Cuando Abel quedó inherte y exhaló un último suspiro, el pánico invadió la mente del nuevo asesino.

No... No volvería al pueblo a recibir el castigo que les daban a los criminales, ni a ser señalado por sus padres como el peor de los hijos, ni a tener que sufrir la humillación de perder a su esposa un día antes de la boda. Prefirió desaparecer, internarse en el calor del desierto hasta que su nombre y su crimen fueran olvidados, incapaz de matarse porque le gustaba vivir. Lloró su desgracia dándole la espalda al cuerpo de Abel, que estaba tendido boca arriba como si esperara a los buitres que devorarían hasta el último pedazo de carne. Nadie, excepto sus padres, se preguntaría nunca qué había sido de aquel andrajoso pastor lleno de granos, mientras que todos indagarían el paradero del apuesto joven que iba a desposar a la hija del comerciante. Eva, excenta del instinto maternal, ni siquiera pensó en donde podrían estar sus hijos.

-Tal vez regresaron con Dios.

Adán asintió, mientras comenzaba a desvestirla.

[FIN]

-------------------
[Primera parte]

18/2/05

jornadas repentinas

Explorar...
Explorar tu risa,
explorar tus miedos,
conquistar tus ojos,
descubrir tu encanto,
escaparnos juntos
y perder el juicio,
esperando vernos
cuando no queramos,
elogiar las formas
de la desazón,
y perder el tiempo,
atrayendo efectos...
Explorar tu risa,
explorar tus miedos,
explorar...

abel y caín [primera parte]

Habían andado durante días enteros por el valle desolado que fue el Edén, buscando qué comer, sedientos y desnudos, creyéndose solos en una inmensidad de mundo. El vientre de Eva comenzó a hincharse, y la mujer, alarmada, pensó que como castigo Dios la haría estallar por dentro, pero Adán la tranquilizó, diciéndole que en ese caso, él también recibiría el mismo castigo.

-Tal vez a ti te perdonó. Tú eras su consentido.

Encontraron al fin el cauce de un río mugroso y raquítico, y se alimentaron de peces crudos y bebieron el agua contaminada. Adán enfermó, y su cuerpo ardía en una fiebre atroz cuando llegó Set, un viejo pescador, y se los llevó a ambos a su cabaña, en un pueblo cercano. Set y su familia escucharon el relato de los jóvenes, y los creyeron trastornados, pero nada dijeron. Eran dos pobres desamparados, sucios y sin nada, la mujer encinta y el hombre enfermo, y la compasiva naturaleza de la mujer de Set la orilló a vestirlos y a alimentarlos como era debido.

Entre Adán y Set construyeron una rústica cabaña donde la joven pareja se instalaría. Cuando Adán recuperó su salud y empezó a entender el sistema del mundo social, se sintió muy agradecido con su mentor, y al dar a luz Eva, Adán no dio crédito a sus ojos.

-¿Cómo lo llamarás?
-Le pondré tu nombre. Set.

Pero al pescador no le agradó la idea y lo disuadió.
-Mejor llámalo Caín.
-Caín será.

(...)

La tierra junto a la cabaña de sus padres era áspera y seca, y Caín obró verdaderos milagros para hacerla dar frutos. Desde chico había sido un joven testarudo y orgulloso, pero al menos honesto y dedicado, no como Abel, sin ningún oficio, viviendo de lo que sus padres le daban bajo el pretexto de ser enfermizo y fotofóbico. Caín le consiguió dos ovejas para que comenzara su rebaño, y aunque Abel al principio no concibió la idea de ser pastor, la ternura que le inspiraban los animales lo animaron.

Fue unos años más tarde que Dios se aburrió de estar sentado en su magnífico trono, y se vistió con unos harapos apestosos y bajó al encuentro de los hijos de Adán y Eva. Abel lo encontró mendigando a las afueras del pueblo, y se disponía a llevarlo a la casa para alimentarlo, pero Dios se rehusó, pensando en que Eva y Adán podrían reconocerlo.

-Mejor tráeme la comida aquí.

Abel fue a su casa y pidió comida para llevársela al mendigo, y Adán lo reprendió.
-No tienes por qué andarle llevando nada a un pordiosero. Que venga hasta aquí, si quiere.

Furioso ante la negativa de su padre, Abel robó algunos frutos de la huerta de Caín, arrancando las plantas de raíz y arruinándole la tierra a su hermano. Dios comenzó a hablar de un ser poderoso, creador del mundo y de la vida, al que debía adorar y temer, y Abel se fascinó ante la idea del paraíso, pues la muerte le aterrorizaba.

(...)

Caín no encontraba su cuchillo, y creyó que algún animal salvaje había arrancado las hortalizas. Fue en busca de Abel, para preguntarle, y lo encontró frente a un altar de piedra construido por él mismo, con sus mejores ovejas alrededor. Había encendido una hoguera en un lado del altar, y sobre la plancha de piedra, una de las mejores crías yacía degollada, y la sangre se expandía derramándose y manchando el suelo, avivando las llamas.

-¿Qué estás haciendo?
-Una ofrenda para Dios.
-Esto más bien parece una carnicería...

No conseguía apartar los ojos de aquel líquido viscoso y oscuro, ni de su propio cuchillo ensangrentado, y se sentía confundido... Abel se había dejado seducir por las ideas del viejo mendigo que nadie más que él había visto, y ahora sacrificaba su única propiedad esperando una salvación inexistente. Sus padres les habían dicho que Dios los había abandonado... No tenía caso matar a los inocentes animales para después dejar que su carne se convirtiera en humo que se perdía en el firmamento.

Abel tomó una segunda oveja, luego de rezar y golpearse el pecho, arrepintiéndose de pecados que él no había cometido, pero Caín intentó detenerlo.

-¿Estás loco o qué? ¿Piensas matarlas a todas...?
-¿Y qué si lo hago? No quiero morir yo... Quiero agradar a Dios, y ser eterno...

Caín detuvo la mano de su hermano en el aire, le quitó el cuchillo y lo clavó en el pecho de Abel. Lasangre brotó desmedida, y Abel quedó tendido en el altar, confundiendo su propia sangre con la del animal muerto.

[CONTINÚA]

-------------------
[Segunda parte]

mi caldo preferido

Los gritos agonizantes de Sara no lo dejaban dormir, a pesar de que cerraba las puertas y dormía en la habitación más alejada y la saturaba con sedantes y subía todo el volumen a los audífonos incapacez de arrullarlo si cantaban "se nos muere el amor". Nunca le había gustado Arjona, pero Sara lo adoraba y en toda la casa no había un disco que no fuera del mentado cantante, y ni sus empalagosas letras lograban conmoverlo y hacerle pensar que su esposa quizá necesitaba sólo algo de atención en sus últimos días de vida. Leonardo se cansaba de pasear a las dos de la mañana, y se quedaba dormido en la sala, soñando con los gritos de la mujer, como si no fueran ya una tortura a lo largo del día. Todas las mañanas, apenas abría los ojos, no podía evitar que un pensamiento tan cruel como auténtico cruzara su mente."Ojalá que se muera hoy". Ojalá...

Diferentes doctores desfilaban por la casa en los últimos meses. Había comenzado como una jaqueca normal, dos años antes, tres meses después de haberse casado. El dolor de cabeza se hizo cada vez más recurrente, Leonardo llegó a pensar que era una ridícula excusa para evitar el sexo, cada noche menos romántico y más fugaz. Tiempo después, Sara comenzó a escuchar sonidos en su cabeza, como si alguien le murmurara palabras ininteligibles que, según ella, la amenazaban, y le ordenaban que se hiriera la palma de la mano con navajas y que rompiera los espejos con la frente. Leonardo comenzó trayendo psicólogos, ya bastante perturbado por las paredes manchadas de sangre y las cicatricez de Sara, y el diagnóstico era que su enfermedad era un trastorno neuronal severo. Llegaron tantos doctores diferentes que Leonardo tuvo que numerarlos a todos y usar claves para distinguir uno de otro.

La enfermedad, desconocida hasta entonces, pudo controlarse unos meses con una lista interminable de medicamentos, que dejaron a Leonardo en la bancarrota y a Sara ida y sin saber lo que pasaba a su alrededor. Leonardo no lo soportaba, era como un cuerpo sin vida, limitado al simple hecho de existir y nada más, sin poder hablar, sin reír, sin reconocer nada ni a nadie. Poco a poco, a medida que el cuerpo iba resistiendo más a los efectos de las drogas, y las dosis tuvieron que aumentarse, Sara fue recobrando su lucidez. Sabía que estaba volviéndose loca, y le echaba la culpa a todo el mundo, en especial al marido inepto que la había desposado. A pesar de todo, el estado de Sara era un avance, y Leonardo tuvo una última esperanza, hasta que llegó la amnesia crónica para ella, y el inicio de un nuevo suplicio para él. Volvieron las jaquecas, esta vez mucho más agudas y dolorosas. Comenzó a gritar del dolor, a revolcarse en la cama sin querer tomar las medicinas. El marido la sabía deseosa de morir. Su vida se había convertudo en un infierno, según ella, y lo mejor, según él, sería cumplir su último deseo.
Una rara mañana despertó tranquila, intuyendo tal vez los planes de Leonardo. La enfermera entró para inyectarle el desayuno, pero Sara la detuvo.

-Quiero comer.
Leonardo recibió la noticia como una señal. Él mismo preparó el caldo, él mismo lo llevó a la recámara y él mismo se lo dio de comer. Sara miró con desconfianza la cuchara.

-Es caldo. Pruébalo.
La mujer estaba decidida a hacerle infeliz por última vez.

-Huele raro. Come tú primero.
-No me gusta este caldo... Anda, come. Es tu preferido.
-Mentira. Mi caldo preferido te gustaba.
-Estás confundida...
-¡No me digas loca! ¡Si estoy loca es por tu causa!
-¡No digas barbaridades...! Anda, come...

Leonardo intentó meter la cuchara en la boca de Sara, pero ella no despegó los labios y sacó de quicio a su marido.
-¡Vete a la mierda entonces!

El caldo y la cuchara se quedaron al alcance de Sara, sobre la mesa. Leonardo, horas más tarde, recapacitó, y concibió la vaga idea de un milagro que le devolviese la salud a su mujer. Pero cuando regresó al cuarto ya era tarde. Sara ni siquiera había usado la cuchara para beber hasta la última gota de caldo, y ahora su cuerpo reposaba, inmóvil para siempre, encima de la cama impregnada de olor a muerte.

[FIN]

maldita felicidad

"No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad"
Gabriel García Márquez

16/2/05

mi pariente poeta...

¿Que si me duele?
Un poco; te confieso
que me heriste a traición;
mas por fortuna,
tras el rapto de ira
vino una dulce resignación...

En la herida que me hiciste
pon el dedo.
¿Que si me duele?
Sí, me duele un poco,
mas no mata el dolor...
No tengas miedo.

Luis G. Urbina

fotografías

-¿Qué se siente?
-¿Qué se siente qué?
-Ver.

Era más sabia que yo. Era más alta, y más vieja. Los albañiles no estaban, y la construcción, ya con aires de abandono, era para nosotros solos. La luz era perfecta para fotografiar su figura, y sus ojos, ojos con brillo falso por el cielo tosco y cenizo.

-Déjate llevar.

Quité del suelo todo para que no tropezara, y lo arrinconé contra la pared. Pero treinta y dos años de vivir prescindiendo de la vista habían logrado que sus oídos captaran, tan solo con el eco de su risa, la distancia entre ella y las paredes. A veces me parecía que miraba el lente de la cámara siguiéndola, buscando sus perfiles. A veces pensaba que miraba mis ojos, y yo tenía que voltear a otro lado. Me acerqué demasiado a su cuerpo mientras bailaba la dulce tonada de la libertad, y sus piernas chocaron contra mis rodillas, y tuve que detenerla para que no cayera. Nuestras caras quedaron a un palmo de distancia, y sentí su aliento en mi boca, y ví sus ojos vacíos de toda luz muy cerca, y ella buscó no sé con qué mis labios y los atrapó en un beso suave, temeroso, a pesar de que trece años nos separaban... Pero eso era lo menos importante.

-Ana.
-¿Qué?

Separé mi rostro, y la ayudé a levantarse. Ana había confiado en mí. Yo confiaba en ella... No podía hacerle eso. Laura me encontró entre sus tinieblas, y me pidió disculpas, no sabá qué le había pasado, y algo dije yo que volvimos a reir. Le presté la cámara, y le pedí que tomara fotos, que usara su instinto, o lo que fuera que usase para percibir el mundo, y tomara fotos. Parecía encontrar en la cámara la vista que le había sido negada, y reía mientras se asomaba a los huecos de las ventanas y fotografiaba la calle, mientras yo la miraba a ella, y pensaba en qué se sentirá no ver.

(...)

-Me dijiste que lo de Héctor y tú había terminado.

Ana me miró como si la estúpida no supiera de lo que estaba hablando, y su enfado de tenerme en su casa sin avisar era notable, pero no había podido controlarme. Ahora era tarde.

-¿Qué insinúas?
-¿Insinuar? ¡No insinúo nada! ¡Mira! ¡Mira con tus pinches ojos!

Sacaba las fotos recién reveladas en escala de grises, algunas eran de Laura, otras de puntos aleatorios de la construcción abandonada, y otras de Ana con Héctor en diferentes poses, caminando por la calle como dos románticos enamorados sin culpas, viviendo un amor puro, libre de calumnias.

-Estuviste con esa puta ciega otra vez, ¿no?
-Laura no tiene nada qué ver en esta discusión...
-¿Ah, no? ¡Por Dios, Diego, es una señora!
-¡Pero no hay nada!

Los gritos hacen que su perro ladre desde la ventana.

-¿Y esperas que te crea...? Si la traes loca, Diego, por favor...
-¡Ella no me importa, Ana...! Confié en ti...

Al parecer, mi comentario la ha desarmado. Claro que la perdonaré, me prometerá que ahora sí se acabó con Héctor, y preparo el modo en que se lo diré, no debe parecer que ya lo esperaba, no, lo pensaré un poco, dejaré correr algunas lágrimas suyas, y por fin, un "claro, mi amor, te perdono"...

-Pensaba decírtelo, Diego... lo de Héctor.

Ese fue un golpe bajo. No sé qué decir... Es obvio que "te perdono" no encaja en el contexto.

-Es una lástima que haya tenido que ser así... perdón.

No llora. Ahora sí encaja, al menos en su contexto, la frase preparada.

-Te perdono...

Pues ya qué.

(FIN)

manchas de sangre (cont.)

Lidia se levantó, apagó las velas y se sentó frente a Alejandro, sobre sus piernas, y parecía que medía con envidiable prudencia cada beso, cada caricia y cada mirada buscando la total locura desu amante. Le arrancó los botones a su camisa, se quitó su blusa, se deshizo de los zapatos, Alejandro la cargó hasta la cama, donde las prendas restantes -medias, pantalón, falda, calzones- fueron perdiéndose ante la intensa luz artificial de las luces citadinas. El calor de sus cuerpos empapó de sudor las sábanas, el olor de su pelo sofocó los sentidos de Alejandro, sus músculos tensos dilataron las preocupaciones de Lidia, y llegaron al punto sin retorno, al límite del éxtasis, donde el corazón se detiene una fracción de segundo y se vuelve a nacer.

(...)

Alejandro, desnudo, de pie frente a la ventana, fumaba y miraba de reojo a Lidia, quien dormía boca abajo sobre la almohada. "No tengo que matarla hoy", pensó. Pero pronto descartó la idea.Tiró las últimas cenizas del cigarro en la maceta, y caminó con pasos cortos hasta la cama. Quitó las sábanas y contempló el hermoso cuerpo de Lidia, su piel suave, su cabello revuelto, su espalda larga yperfecta. Besó su cuello, acarició su vientre, y tomó la almohada en la que reposaba su cabeza, y al hacerlo descubrió los ojos abiertos de Lidia, y su mano escondida sosteniendo un afilado cuchillo. Ambos se miraron, vulnerables sus cuerpos y sus almas ante la presencia del otro.

-¿Qué ibas a hacer, Alejandro?
-Lo mismo que tú.

No apartaban la mirada. No sentían vergüenza. Sonrieron, como auténticos cómplices, y Alejandro regresó a la cama, soltando la almohada, y llenó de besos el cuerpo de Lidia. Ella recibía cada beso con placer, pero su mano se negaba a soltar el cuchillo. No tenía idea de que las manchas de sangre serían difíciles de quitar de las sábanas.

(FIN)

-------------------
[Primera parte]

15/2/05

manchas de sangre

lo había estado planeando durante más de seis años. llegó a un punto de madurez en que creyó que sería una locura, que iba contra todas las leyes de la moral y de la sociedad, que no funcionaría, que era algo indebido, que se iría al infierno... pero su época racional había pasado, y nadie puede huir de sus propios instintos. alejandro encendió velas, preparó las maletas, abrió las ventanas y quitó los tapetes, aunque su ideal era no dejar manchas de sangre, ni de violencia. vendría un juicio, una investigación, pero eso ya no le preocupaba. había decidido que su cómplice fuera su víctima, sería mejor así, y ahora ella se dirigía a una trampa mortal. la amaba demasiado. por eso iba a matarla.

lidia tocó la puerta, se alisó la falda, se arregló el cabello y preparó su sonrisa nerviosa como si se tratara de su primera cita. mientras se dirigía a abrir, alejandro repasaba su plan en la mente, y la euforia invadía sus sentidos. detrás del marco, lidia le sonrió, y él la invitó a pasar. se quedaron frente a frente, inmóviles, y de repente alejandro se eschó sobre lidia en un esenfrenado arrebato de pasión espontánea. lidia tiró la bolsa. alejandro la tomó de los cabellos, y juntos cayeron al suelo. la mano de alejandro se escabulló debajo de la falda de lidia, y ella no pudo evitar abrir los ojos.

-espera...
-qué.
-hay que cenar primero.

se miraron dos segundos, eternos segundos, sin despegar los labios de la boca del otro.
-está bien.

la mesa, las velas, la comida, los separaban. los ruidos de una ciudad enorme en viernes por la noche entraban por la ventana del balcón. no hablaban. sus mentes ocupaban toda la concentración para reprimir sus propios deseos. alejandro pensaba en asfixiarla con sus propias manos, pero mejor utilizaría la almohada. lidia esperaba arrojarlo por el balcón, aunque sería mejor idea usar el cuchillo en su garganta.

-es una linda noche.
-¿tú crees?
-no sé. ¿tú qué crees?
-no sé.

(CONTINÚA)

------------------------
[Segunda parte]

estrofa de un poema disparatado

Ahora que los ladros perran, ahora que los cantos gallan,
ahora que albando la toca las altas suenas campanan;
y que los rebuznos burran y que los gorjeos pájaran,
y que los silbos serenan y que los gruños marranan,
y que la aurorada rosa los extensos doros campa,
perlando líquidas viertas cual yo lágrimo derramas
y friando de tirito si bien el abrasa almada,
vengo a suspirar mis lanzos ventano de tus debajas.

José Manuel Marroquín, Bogotá.

coma

me parece que he dormido una eternidad, una larga noche de sueños extraños y pesadillas interminables, pero un sol ya maduro entra por la ventana y pinta la oscuridad de mis párpados cerrados de rojo. no consigo abrir los ojos, no consigo moverme, ni hablar... de repente, mi memoria comienza a trabajar y con mucha lentitud me trae las imágenes más recientes: el cumpleaños de consuelo, los litros de alcohol, los churros de mota, el auto a toda velocidad por las calles de la ciudad, saúl fuera de control al volante, los demás asustados y eufóricos, la lengua de mariel en mi boca, su mano en mi pantalón... y por último, el sonido de los frenos, y gritos.

abro los ojos y la luz me lastima. siento el cuerpo entumecido, y miro alrededor, pero no hay claridad en lo que percibe mi vista. máquinas rodeándome, tubos, una recámara extraña, una enfermera que tira al suelo su libro y sale a buscar al doctor, porque el paciente despertó. ¿qué pasó...? todo está tan... cambiado. se acerca el doctor.

-señor buelna, ha vuelto usted a nacer.

lo miro atónito. me ha llamado "señor".

(...)

-¿qué le pasó a mariel?
-nada. salió ilesa. no deberías hablar... el doctor dice que...
-¿y saúl? ¿dónde está?

mi madre me mira con compasión. el tiempo ha hecho estragos en su rostro, privado de una juventud que se negaba a abandonarla.

-saúl murió en el choque.

silencio. las cortinas se agitan con pereza y dejan entrar los ruidos de una calle desierta. tengo miedo de seguir preguntando.

-¿y consuelo?
-consuelo perdió las dos piernas en el accidente. se suicidó seis meses después.

un silencio aún más profundo. las lágrimas son ya incontenibles.

-quiero ver a mariel.

mi madre se levanta de la silla y echa un vistazo por la ventana. no puede ser tan malo si ella sobrevivió... tendríamos un hijo... íbamos a casarnos.

-mariel se fue de la ciudad.
-¿qué? ¿por qué? ¿a dónde?
-regresó a guadalajara. con su esposo...

otro silenio, esta vez violento y agresivo. hubiese preferido que me dijera que había muerto. el mundo se detiene, quizá por piedad, hasta que la furia me invade y tomo el florero que hay en la mesa y lo arrojo con todas mis fuerzas contra la pared. ni siquiera se rompe. cómo pudo haberme hecho esto...

-¿qué esperabas, hijo? han pasado... ha pasado tiempo. estuviste largo tiempo en coma.

¿coma...? pero... nos amábamos... no puede justificarse una traición así.

-cuánto.
-¿qué?
-¿¡cuánto tiempo!?

mi madre evade mi mirada. de pronto sonrié nerviosa, se acerca a mí y toma mi mano.

-tu... tu hermana... tuvo un bebé... ahora eres tío y...
-¿¡cuánto tiempo, carajo!?

he gritado con una ira atroz, y mi madre retrocede y me mira como si no me reconociera, y comienza a llorar de nuevo.

-quince años.

silencio. mi madre sale de la habitación, todavía llorando. yo no puedo permanecer sentado, pero tampoco puedo ponerme de pie, así que me recuesto. cierro los ojos, esperando que esto sea sólo un sueño más. hay un espejo en la mesa junto a la cama, lo tomo y un treintañero desconocido aparece sobre el cristal. desearía no haber despertado.

(FIN)

pensar

"...pues como dijo el poeta inolvidable: '¿en qué pensamos cuando no pensamos?'".

Manuel José Othón

eva y adán (cont.)

pero adán se olvidó por un tiempo del árbol, y empezó a seguir sus instintos primarios, irresistibles ante las pronunciadas curvas de eva, una mujer recién hecha, de semblante casi infantil, rubia y larga cabellera, manos delicadas, labios rojos, y un olor extraño a flores, extraño y atrayente. pronto ambos comenzaron a experimentar, descubriendo el placer de tocar sus cuerpos, de besar sus cuerpos, de ensamblar sus cuerpos con una perfección que sólo podía ser obra del mismísimo dios, quien los observaba desde su magnífico trono como un simple vouyerista mientras hacían el amor con todo el vigos de dos adolescentes. "ahora sí esto es el paraíso", pronunció adán, después de que eva, exhausta de pasión, se dejara caer sobre su cuerpo sudado. no había más, nada de rituales sociales y plásticos, nada de juegos previos ni de desvestirse, nada de apariencias ante nadie. Dos cuerpos solos y desnudos, no necesitan nada de eso. dios se dio cuenta, y cuando se aburrió, cuando el edén ya era un lugar monótono y horrible, los echó.

despertó en la pareja la curiosidad, y ambos rondaban el árbol, deseosos de conocer qué pasaría si comieran de él. los frutos habían crecido, eran jugosos y emitían perfumes irresistibles. sin poder evitarlo, adán arrancó uno de los frutos, y se disponía a comerlo, pero eva se lo arrancó de las manos. "espera. antes, pregúntale otra vez por qué no". adán la miró y se tranquilizó, pero sabía que comerlo ahora era inevitable.

-por qué lo único que nos prohibiste fue comer el fruto.
-porque soy dios, y hago lo que se me antoja.
-entonces lo descubriré yo mismo.
-sabes lo que pasará. te echaré al mundo vulgar, y jamás volverás.
-sí. lo sé. no me importa.

adán regresó con eva. "comámoslo". pero eva, temerosa aún, se lo ofreció al hombre. "comeré si tú comes". adán se lo quitó, lo miró por última vez, y lo mordió. luego se lo pasó a eva, y ella también mordió. pero nada pasó. hasta que unas nubes de tormenta comenzaron a formarse en el horizonte, y ellos, eva y adán, fueron privados por primera vez de la luz del sol. sólo se oía la voz de dios, rugiendo de furia entre las nubes, y los rayos que lanzaba, destruyendo el edén.

(FIN)

---------------------
[Primera parte]

10/2/05

tiempo

"ayer, hoy y mañana, no son más que nombres diferentes de la ilusión"

... José Saramago

eva y adán

el sol del mediodía anulaba las sombras en el jardín del edén. adán paseaba de la mano de dios, gigantesco y omnipotente, quien le explicaba lo que había venido a hacer al mundo. "te hice para entretenerme" le dijo dios, y adán, todavía ignorante de su propia insignificancia, lo tomó como una broma. no se había dado cuenta aún del poder que aquel hombre altísimo de blancas barbas había necesitado para darle vida y razón a una figurilla de barro. "polvo eres, y en polvo te convertirás", y al pronunciar esta terrible sentencia, adán sintió la vida y por vez primera, que se moría, como cuando a uno se le atora algo en la garganta y no puede respirar, y al lograr escupirlo siente uno que vuelve a nacer, o que nace por vez primera, porque nadie, excepto adán, recuerda qué se siente nacer.

pero dios tenía otros asuntos, el tiempo se agotaba y había decidido ya que a partir de aquel momento no se añadiría ni un solo átomo más a la creación, y adán se sentaba junto a las bestias salvajes, todavía en paz sin ningún arma que los amenazara, y se aburrían juntos. adán se bañaba en su manantial preferido, se echaba al pasto a observar las nubes, y de vez en cuando se acercaba al límite del edén, y podía ver, en toda su extensión, el sombrío mundo vulgar, desolado, donde el sol no brillaba, y la vida era hostil y egoísta. dios sabía que de seguir así, su única compañía terminaría cruzando el límite hacia el mundo vulgar en busca de algo qué hacer, pues la soledad de su pecho era tan inherente a él como la vida misma. así que llamó a adán, y con un rápido movimiento le arrancó una costilla, y el hombre sintió que volvía a morirse. "no te apures", le dijo dios "no te morirás hasta que a mí me dé la gana", y adán dejó de sangrar. con la costilla en la mano, dios tomó unos granos de polvo del suelo y sopló, creando una masa deforma que latía como un corazón enorme. dios la fue moldeando, formando sus figuras, pensando en cómo hacerle un complemento a adán.

-ya está.
-qué es.
-una mujer. eva.

adán vio cómo eva respiraba por primera vez, y sonrió. comenzó a sentir algo, algo inexplicable, quizá inexistente hasta que eva apareció. "qué esperas, muéstrale el paraíso", y adán tomó su mano, obedeciendo el instinto, y la condujo por los verdes campos del edén. le mostró el vallo, las montañas, los ríos y las cascadas, los animales, las cuevas, las playas... y el árbol. pronto, muy pronto, eva sintió curiosidad y preguntó a adán por qué dios había prohibido el fruto de ese árbol. adán, reflexionando, supo que eso era lo único que dios no había querido decirle.

(CONTINÚA)

-------------------
[Segunda parte]

fantasía

"increíble: viéndola y tocándola en carne y hueso, me parecía menos real que en mis recuerdos"

... García Márquez, Memoria de mis putas tristes

9/2/05

déjame solo



llévate una hoja en blanco

y dibuja tu contorno en ella.

llévate un beso, un abrazo,

llévate mi sonrisa y mi estrella.

abre el baúl de mi pecho,

y llévate lo que haya dentro,

llévate nuestras fotografías,

llévate todos nuestros recuerdos.

llévate una sábana vieja,

llévate mi pluma y mis libretas,

llévate una ventana sin vidrios,

llévate la puerta que rechina,

y la lámpara de mesa, y la silla,

y el plato en el que ceno cada noche,

y el colchón en el que sueño con tu rostro.

llévatelo todo, no dejes nada,

déjame sólo una mirada,

y todo lo demás, llévatelo.

cambiar

Para cambiar se necesita comenzar a caminar, esperar que haya luna llena y que un pájaro muera bajo tu palmera. Todavía no hay luna llena, pero la dibujé y la pegué en la ventana, maté un pájaro a pedradas y lo enterré bajo la palmera, y salté de mi silla de ruedas con una pata de palo. Es hora de un nuevo comienzo, también llamado cambio...