24/12/09

Señora Clós



Lo que hay que saber de los duendes, y sobre todo de los que están en el poder, es que son idénticos a los humanos. A los adultos, porque los niños, según lo que tiene entendido la señora Clós, son otra cosa muy diferente. O si no, para qué su marido se rompe el lomo durante todo el año con negociaciones para patrocinios, donaciones y acuerdos con los malditos duendes, seres egoístas y envidiosos que sólo saben ver por ellos mismos. El líder del sindicato conoce a su marido desde hace una eternidad, por eso sonríe cuando la mira, con malicia, mientras sostiene una copa de vino en la mano derecha. Le dice a la señora Clós, Algo de tomar, querida señora, pero ella no contesta, permanece con los ojos fijos en la ventana, desde donde sólo puede verse nieve y oscuridad, tratando de aguantarse las ganas de arrancarse los ojos con las manos. Contrario a lo que pudiera pensarse, dada su apariencia de dulce viejecita, con gafas redondas y doradas enmarcando su suave rostro, sus cabellos plateados, sus mejillas sonrojadas, y sus vestidos de frescos colores invernales, la señora Clós, cuando se le provoca, puede resultar una verdadera fiera. El líder de los duendes ya tendrá ocasión de comprobarlo, pero por el momento, ni siquiera lo sospecha, está disfrutando su triunfo, la sensación de tener al señor Clós en la palma de la mano, esperando a su mujer afuera de la habitación para consolarla, después de todo, él es el respondable de que todo esto esté pasando, no haber previsto la crisis mundial, ahora en recuperación, pero no para el Polo Norte, ese está jodido desde hace mucho tiempo, ahora ha llegado al extremo. El duende imagina la cara del anciano, calvo y triste, es lo que saca por no tener otro medio de existencia, se levanta de la silla, es alto, fornido, muy bien parecido, podría pasar por uno de esos actores de hollywood que tanto veneran los humanos, pero lo delatan sus orejas puntiagudas.

No, la señora Clós, aunque es dulce y tierna, no le atrae físicamente, porque es una vieja estéril y maloliente. Lo hace sólo para poner a su marido en su lugar, para que no vuelva a llevarse todo el crédito de algo que no ha hecho solo y permanecer con la conciencia tranquila. Él también quiere resaltar, ser adorado por los niños, sentarse en un trineo días antes de navidad a escuchar a los deseos de los niños y sus ilusiones, a tomarse fotografías y hacer publicidad para tiendas, a que las personas decoren sus casas con su figura de fieltro sacada de una revista de manualidades. Guardándose el asco, se acerca a la señora Clós, le rodea los hombros y le acerca la lengua, viscosa, a la oreja. Ella no se mueve, pero aprieta los puños. Sabe que si intenta resistirse, se acabó todo, no más magia, no más regalos, no más esperanza en las caras de los niños, los duendes se irán a huelga, destrozarán la fábrica y desaparecerán, quizá hagan trato con el conejo de pascua, o con los reyes magos, o con alguna televisora internacional, y los abandonen en el olvido y la soledad para siempre, porque sin ellos no son nada. El duende se acerca a su cuello, y la señora Clós no puede contener el impulso de levantarse de un salto, aterrada y llena de náuseas. Se acerca al tocador y se percata del resplandor luminoso de una navaja de afeitar, descansado entre las esencias y los aceites que los duendes usan para verse como humanos. Sin pensarlo dos veces, la toma y cuando ve por el espejo que el duende se acerca por detrás para empezar en serio con su labor de seducción forzada, se da una ágil vuelta y le corta el cuello de tajo. El duende se desangra irremediablemente, cae al suelo y empieza a terminar de morir, lanzando a la señora Clós una mirada que dice, sin duda, Te arrepentirás, los niños lo pagarán. Adivinando sus pensamientos, la dulce señora le dice, No me vengas con estupideces, a mi los niños me importan un carajo, le da una patada furioso en los genitales y sale de la habitación con la cabeza más en alto que nunca en toda su vida.

[FIN]

12/12/09

Yo no quería venir



Cuéntenos todo lo que recuerde, señora, le dice el policía, ya en la comisaría, cuando la mujer hace una pausa en su largo llanto para respirar, se enjuga las lágrimas con el dorso, se sacude la cabeza, y sólo atina a decir, Es que yo no quería venir, señor. Pero no se puede con mi suegra. Si no es como ella dice, está mal hecho, desde el caldo de gallina hasta el doblado de los calzones, y mi marido, ese inservible, hace lo que sea para complacerla. Y cuando nos dijo el doctor que ya no se podía hacer nada por mi niña, pues yo dije, Ya, ¿verdad señor? Ni modo, qué hacer, y me resigné, y estaba muy en paz, la cuidaba, ya sabe, trataba de hacer que estuviera bien, los días que le quedaran, digo, para qué hacerla sufrir más, para qué hacerme sufrir más, si apenas puedo con esta vida ingrata que hasta ahora no me ha dado más que penares. Y le dije a mi marido, Ya, déjalo, mira, cuando menos lo esperes, nuestra niña se nos va a ir y tú por andar buscando un milagro no vas a poder disfrutar el tiempo que nos queda, pero él no entendía, pero era por mi suegra, vieja desgraciada, ella tiene la culpa, señor. Bueno, ella y la virgencita.

Es que yo nunca creí, la verdad. Cómo decirle… Era como pensar que existe la magia, pues. Que con ir de rodillas y cantar y rezar se le desaparecen los problemas a uno. Y pues son más las veces que no pasa nada, ¿me entiende? Son más las veces en que no importa lo que uno haga, la vida dispone, y nada, pues qué, uno se aguanta, señor. Mi suegra no puede caminar ya, pero le dijo a mi marido que nos trajera, y le dio dinero, y mi marido, inútil como siempre, obedeció, aunque yo le dije que no quería venir, que para qué. Pero tampoco lo iba a dejar que se trajera a mi hija así como así, no señor, pues tuve que venir, aunque no quería. Viajamos tres días, mi niña estaba ya medio muerta, y a menos que la virgencita nos la fuera a revivir, yo estaba piense y piense que este méndigo viaje más había fregado a mi niña que lo que le había ayudado. Ya en la noche, cuando llegamos al atrio, yo me quedé con mi niña cerca de la puerta, muerta de miedo, no sabía que hubiera tanta gente en el mundo, y que se quisieran juntar tanto, cuando otras veces nomás puras caras chuecas, puras mentiras, puras hipocresías. Me senté al lado de mi niña, le di agua, la pobre, hubiera visto su carita, estaba muy cansada, le dije Ya, ya casi nos vamos, y ella me veía con esos ojos que me echó la vez que la recogimos del hospital, después del accidente, como pidiéndome algo, Mamá, por favor, eso quería decir esa mirada, y qué le decía yo, señor, nada más me quedé ahí, recargada en la silla de ruedas, acariciándole las piernitas, tratando de consolarla.

Mi marido, el muy cabrón, quién sabe dónde se había metido, y cuando yo empecé a escuchar las murmuraciones me asusté, primero pensé que algo le había pasado, luego escuché bien, decía la gente, La virgencita está llorando, Dicen que es sangre, Milagro, milagro, y yo me asomé para dentro, a ver si veía al inútil ese, pero no, desde donde estaba alcanzaba a ver a mi niña, pero luego todo pasó tan rápido, no supe qué hacer, señor, no supe… La señora vuelve a quebrarse. El oficial le pasa otro pañuelo y una galleta. Cálmese, señora, cálmese, le dice, pero lo cierto es que le da mucha lástima. La mujer, sucia y maloliente, está desconsolada. No tiene corazón para hacerla seguir contando su relato, ya todos sabemos en qué acabó. Pero, por otro lado, cree que le hará bien a la mujer desahogarse. Que diga lo que tenga que decir. Si quiere le paramos, le dice, y la mujer suspira con fuerza, hace señas con la mano, No, no, ya me calmo, toma otra vez aire y continúa hablando.

Ahí estaba mi niña, a unos poquitos pasos, pero las murmuraciones fueron más veloces, de pronto toda la gente que estaba en el atrio se abalanzó hacia las puertas, corrían eufóricos, gritaban, se jalaban los cabellos y lloraban, Milagro, milagro, Alabado sea el señor, y no sé qué más, y mi niña, todavía alcancé a ver su carita espantada antes que alguien me tumbara, me ayudaron a levantar pero por más que yo les gritaba Mi hija, mi hija, nadie me hacía caso, la gente histérica trataba de entrar a la basílica y yo quería ir para afuera, pero no pude, no pude con la gente… Parece que empieza a llorar de nuevo, pero se detiene antes. Ya cuando todos estaban que no se podían mover, les empecé a dar de codazos y a pisarlos, y me decían de cosas pero no me importaba. Ya no estaba donde la había dejado. Empecé a gritar como loca mientras todos rezaban y lloraban por el milagro, pero nadie se preocupó por mi niña. Ya después cuando llegaron los otros oficiales encontramos la silla por allá, bien lejos, y pues hasta en la mañana cuando se despejó la gente dimos con su cuerpecito, todo quebrado, todo molido, la pobre… Yo no quería venir… Yo no quería venir…

Rompió en llanto de nuevo y esta vez el oficial decidió parar el interrogatorio. Cuando se llevaron a la mujer, terminó de llenar el expediente y, tras el punto final, pensó, Que hijos de puta. Luego se arrepintió en su mente, no fuera pensar la virgencita que ella también. Luego pensó otra vez, en todos los reportes de personas aplastadas y tragedias parecidas que faltaban por llenar… y cómo se le ocurre llorar sangre con tanta gente junta… Que insensatez, de veras. Seguía otra mujer, con el brazo roto, que tenía a su mamá desaparecida… Se asomó a la puerta y le dijo a la secretaria, Échame a la que sigue, Lupe, y dejó la puerta abierta.

[FIN]

8/12/09

Si Teo llega



Cuando el tiempo se acaba, sea cual sea la razón, el silencio empieza a caer sobre nosotros más denso, más pesado, más oscuro. Lidia mira de reojo la ventana entreabierta, esperando lo peor: que la puerta que da a la calle se abra. Entonces sabrá que es Teo, y que tardará menos de un minuto en subir al primer piso del edificio Nochebuena, el más famoso de la unidad por estas fechas, únicas en las que toma algo de sentido su nombre. Teo llegará a la puerta, quizá borracho, pues si llega a esta hora, es porque se ha quedado tomando, hará un escándalo con las llaves pero se le caerán y pateará la puerta gritando, Lidia, ábreme, chingado. Mejor no pensar en eso, pero la bebé está tan callada, murmurando sus pensamientos en una lengua que sólo ella conoce porque ella la inventó, mirando las estrellas que cuelgan del móvil de su cuna, maravillada, nunca había visto una cosa así, eso es lo bueno de recién nacer, que todo en el mundo, por ser nuevo, es también lindo.

El sartén está caliente, la carne, salada, las papas, peladas, las cervezas en el congelador, Lidia revisa que ya estén bien frías, los tarros, carajo, se le olvidaron los tarros, sólo hay uno dentro, y si trae a sus amigos, y si viene su compadre, no, no, se da la vuelta bruscamente, su brazo choca con la estufa, derriba el sartén y el aceite cae sobre su pierna, ella grita, pero entonces, al retroceder, el plato con la carne cae al suelo, quebrándose con un terrible escándalo en miles de pedazos que huyen, despavoridos, por el piso recién trapeado. Lidia intenta no moverse, no hacer más ruido, la bebé empieza a inquietarse, y para qué quiere, ya tiene suficiente, fácil se ha retrasado otra media hora, y si Teo llega, está perdida, no hay más qué hacer, mejor irse preparando para lo inevitable.

Sale de la cocina y va al cuarto de limpieza por una escoba y una jerga para levantar el desastre. Sin darse cuenta, unas lágrimas le empiezan a escurrir, será mejor pararlas, porque si Teo llega y, encima de todo, la descubre llorando, se lo tendrá bien merecido. Ya me decía mi madre, piensa, No soy una buena esposa. Se lo dijo apenas el mes anterior, cuando le preguntó a Teo dónde había estado y tuvo que salir huyendo, espantado por una lluvia de cuchillos que por poco caen sobre la niña, y al llegar a la puerta de su madre, dos cuadras calle arriba, al verla, le dijo, Ay m’ija, qué le hiciste a tu marido.

Diez minutos después el suelo de la cocina ya está otra vez brillante, y la carne en el aceite. Ha metido los demás tarros en el refrigerador y puso el congelador en el número 9, que se supone es más frío. La niña se ha dormido, pero Teo no llega aún. Lidia no cree en dios, pero a veces le gustaría creer: así podría rezar, Por favor, señor, que no venga borracho. Pero no cree, y nadie puede asegurarle que la tarde se convertirá en noche sin ningún contratiempo. Otra vez, sorprende a sus ojos llorando, cuando descubre su rostro en la puerta de espejo del microondas, rodeados por enormes moretones que, junto con el labio roto, le recuerdan lo mucho que debe esforzarse para ser una buena esposa.

[FIN]

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Dominemos la tecnología

Campaña para los 16 días de activismo contra la violencia de género

En twitter: @DominemoslasTIC / hashtag: #dominemosTIC

19/11/09

Canto a Toño



1. Los caprichos de la muerte y de la vida son siempre misteriosos. No hace tanto de esta foto. Apenas este año, y pensar que ya, que se acabó, que las vidas se extinguen y que no hay marcha atrás, que no volveré a hablarle, a reírme con él, a recibir una botella de agua, una tajada de pizza, una "zona gay" que me diga Ten, llévatela. No volverá a preguntarme cómo va la escuela y a regañarme para que le eche ganas, ni me hará caminar a toda velocidad siguiéndolo por zona rosa. Esa maraña de crueldades inexplicables, ni más ni menos, es la vida, y el reverso de la moneda, reverso inevitable y omnipresente, la muerte. Que ganas de volver el tiempo atrás, repetir ese último abrazo y grabarlo para siempre en mi memoria para no tener que completarlo con invenciones mías, como lo hago ahora. Es, lo quiera o no, lo trate o no de evitar, una gran tristeza, que se resiste a diluirse, como un aceite negro y espeso, entre las demás preocupaciones de este mundo cruel de los vivos sin muertos, y de los muertos sin vivos.

2. Todo se remonta al inicio de los tiempos. Pero lo cierto es que yo no estaría aquí de no ser por Toño, y por eso le estaré siempre agradecido. Fue él quien nos consiguió dónde quedarnos cuando decidimos iniciar, Freddy y yo, una nueva aventura en una ciudad que no era la nuestra. Fue él quien nos sacó en repetidas ocasiones de muchos apuros económicos que derivaban en apuros emocionales. Fue él quien creyó en nosotros, quien compartió con nosotros un pedacito diminuto de su vida, quien nos confío su cotidianidad y su esperanza, sus pensamientos en voz alta y sus expectativas. Fue él quien, cuando quedé en la uam, me regaló una caja de plumas, un organizador para el refrigerador, y un diccionario de antropología. He sido muy afortunado por encontrarlo en mi camino. Y no, no se ha ido: vive, siempre vivirá en mis acciones, así como todos sus muertos vivieron a través de él. Ahora forma parte integral de mí como un recuerdo y como patrones de conducta deseables. Su energía se reintegrará poco a poco en este mundo, y se convertirá en el aire que respiramos, en el agua que bebemos, en las plantas que crecen, en las aves que vuelan. No, Toño, no te has ido. No te has ido.

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"Al final todos somos sólo un montón de tierra"

11/11/09

La puerta del cielo


[Imagen de: http://www.notitarde.com/]

El puré, de hace tres días, empezaba a ponerse grumoso y seco al mezclarse con los barbitúricos. Gueno estuvo a punto de añadirle apenas un chorro de agua para ver si recuperaba la consistencia original, pero recordó que Sol, cuyo cuerpo vacío empezaba a oler a podrido, les había dado instrucciones precisas de no modificar la fórmula, so pena de condena eterna, y si había algo a lo que Gueno temía más que a cualquier otra cosa de este mundo, era a la condena eterna. O al menos hasta ese instante así lo creía, pero estaba equivocado. Atravesó la cocina y llegó hasta la habitación donde Damar asistía a la última compañera, Pem. Tenía los ojos cerrados y los brazos cruzadas sobre el pecho, como había visto en las películas, aunque nadie les había dicho si debían hacerlo así, todos los treinta y ocho tripulantes, excepto Sol, y tal vez porque de la emoción ni siquiera se acordó, habían decidido irse con los brazos así dispuestos. Cuando Gueno entró en el cuarto, Pem intentó por un instante respirar, trató de hacer llegar sus manos hasta las de Damar, que detenían la bolsa en su cabeza, se rindió a mitad del camino y con un último suspiro, se fue. Damar suspiró también, luego de comprobar que el cuerpo había quedado hueco, se volvió para mirar a Gueno y reconoció el terror en sus ojos, aunque pensó que era el reflejo de los suyos y, avergonzada, los apartó.
A ellos nadie los ayudaría. Sin decir una palabra, Gueno le dio el tazón de puré a Damar y esperó. Ella se quedó inmóvil un instante, luego dio tres pasos hacia la única litera que quedaba vacía, subió la escalera y se sentó con las piernas cruzadas. Gueno la veía, sintiendo desde el fondo de su ser cómo la angustia y el miedo ascendían hasta la garganta, estremeciéndole los nervios y tensándole los músculos. En menos de tres minutos, Gueno estaba invadido por la incertidumbre, convencido de la estupidez que estaba a punto de hacer, y decidido a no continuar con una locura de tan graves consecuencias. No puedo hacerlo, dijo en voz alta sin pensarlo. Damar, que ya estaba comiendo el puré, ni siquiera le dirigió una mirada de compasión, ni de curiosidad, nada, con la vista clavada en el puré siguió comiéndolo, y cuando el tazón estuvo vacío, se recostó y dijo, Te condenarás. Pero Gueno ya tenía un pie fuera de la casa, azotó la puerta y cuando ya bajaba por el jardín, regresó a cerrar con llave, como tenía por hábito.
Caminó durante horas hasta que los nervios empezaron a descender. No se había llevado ni una chamarra y trataba de cubrirse del frío agachando la cabeza y metiendo las manos en los bolsillos del pantalón, sin mucho éxito. Había llegado a las calles lúgubres del centro, dudando entre ir a la estación de policía o telefonear a su madre para pedirle un giro, pues su mente, de alguna manera, había regresado a la normalidad en la huída, volvía a ser práctica y metódica, y no una pizarra en blanco en la que Sol escribía sus más disparatados deseos para ser cumplidos sin chistar, por lo que ahora tenía una enorme cicatriz negra en lugar de genitales. Pensaba, por ejemplo, que si acudía con la policía lo arrestarían por homicidio, y que si pedía ayuda a su madre no podría cobrar ningún giro porque no tenía identificación. Se había convertido apenas en una sombra sin identidad, sin rumbo y sin razón de ser. Mejor hubiera sido comerse el puré y morir como el resto del grupo, ahora que la vida no tenía más sentido.
Se topó con una pequeña multitud que se arremolinaba frente al escaparate de una tienda de televisiones, todas transmitiendo el noticiario de cadena nacional a las siete, cosa rara, pues el horario habitual era a las diez. Gueno se detuvo al ver en el recuadro, junto a la cabeza del presentador, la foto del cometa con una forma extraña y brillante al lado, que, según el boletín que leía, hasta ahora no podía verse por la posición de la Tierra respecto del cuerpo celeste. El experto que habían invitado, un astrónomo de la NASA, declaraba por teléfono que posiblemente se trataba de uno de los que hasta ahora habían llamado objetos voladores no identificados, nombre que ya no tendría sentido usar, y que el cometa quizá no era un cometa, sino una fuerza luminosa hasta ahora desconocida para la ciencia humana, dirigida por la nave espacial. El presentador, al terminar la entrevista, declaraba ante los ojos atónitos del mundo que era un momento determinante para la historia moderna, qué digo moderna, para la historia de todos los tiempos, hemos descubierto, con pruebas fehacientes al fin, y no por rumores incoherentes de lunáticos obsesivos, que no estamos solos en este mundo, no señor, y que debemos prepararnos para recibir, en futuros días, la visita de civilizaciones superiores, que lucharán por conquistarnos y esclavizarnos, tal como nosotros hemos hecho tantos siglos con nosotros mismos.
Fue entonces que Gueno comprendió que nunca debió dejar de temer a la condena eterna, pero ya no había nada qué hacer.

[FIN]

5/11/09

Noviembre y el frío



1. He querido escribir cuentos, salir a tomar fotos, editar unos pequeños videos, leerme un par de buenos libros, o simplemente caminar por ahí, sin rumbo, sin dirección, nada más para ver el mundo y estar seguro que sigue ahí. Mis meses ahora se agrupan de tres en tres, mis días en horas de clase y horas de no-clase, es decir, mi vida está estructurada en torno a la escuela, algo que no había percibido, al menos no con tanta fuerza, hasta ahora. En lo único que puedo pensar es en las tareas que no he hecho, en las lecturas que no he conseguido, en la proximidad del trabajo de campo, en el entusiasmo (y la esperanza) de la recién bautizada JAS, en los ensayos y exposiciones finales, en mis equipos de trabajo, en los pendientes de la revista, en la producción y posproducción de los videos. Estoy empezando a cansarme otra vez, a desesperarme por que el tiempo se diluye frente a mis narices y no puedo hacer nada para atraparlo, y en que dentro de unas cuatro o cinco semanas, antes imposible, necesitaré descansar mucho.

2. Me ha sorprendido recientemente percatarme que la cantidad de información en internet es interminable, verdaderamente infinita. Los últimos tres días me he sentado frente a la computadora dispuesto a examinar esas páginas tan populares de las que todos hablan, redes sociales y sitios de feeds, listas de marcadores y noticias, y me he llevado una sorpresa, no sé si agradable o no, al darme cuenta de todo lo que ocurre en el mundo. Leí un artículo sobre los peligros de twitter, por ejemplo, consistentes en que la desproporcionada masa de información que se recibe por este medio puede tener consecuencias morales para quienes usan el servicio, en especial, la disminución de nuestro sentido moral y el aumento de la indiferencia. Podrían tener razón, pero siento que darse cuenta de todo eso que pasa en el mundo, no sólo de los hechos empíricos que se suceden, sino de las ideas mismas que se generan, puede o bien despertarnos del estado de marasmo en el que solemos estar cuando creemos que nada pasa, o bien atraparnos en una espiral interminable de actualizaciones sobre todos los temas, en todos los lugares, y nunca detenernos a reflexionar sobre ninguno.

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"Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan, y no hacemos nada por contrarrestarlos, se puede decir que nos merecemos lo que tenemos", José Saramago

28/10/09

Futuro [vol. 2]



1. Es un poco dar una última pataleada antes de llegar a la playa. Las cosas no están saliendo tan bien como yo quisiera, pero eso es lo de menos, estoy en muy buena compañía, me siento completo, feliz, agradecido por los días de sol y por los días de lluvia, y por las noches con luna y las nubladas, en fin, por todo lo que el mundo tiene para dar. Qué dirección ando, la sé, la conozco. Si fue o no mi mejor decisión, no importa ya, con tanto tramo caminado. Cuál es mi papel, qué quiero lograr, el tiempo lo dirá. No he tenido la oportunidad de desmayarme durante dos minutos y diecisiete segundos para conocer qué será de mí en seis meses, mi única salida es esperar, si me iré a un trabajo de campo o no, si elegiré un buen proyecto o no, me preocupo demasiado cuando la experiencia dicta que no es suficiente preocuparse, sino aprovechar las oportunidades cuando se presenten. ¿Y quién dice que yo aspiro al éxito profesional? Lo tengo muy claro, si no soy antropólogo, editaré videos, y si eso tampoco funciona, pues me iré de guía de turistas, todos trabajos dignos (tengo mis dudas sobre el de antropólogo), y que me ayudarán a vivir. Sólo es la sensación de que el tiempo pasa y que en realidad no he logrado nada. Ni para mí, ni para nadie.

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"¡Qué pobre memoria es aquella que sólo funciona hacia atrás!", Lewis Carroll

11/10/09

Canto a Ruy



1. Dicen que en la vida de todas las personas, llega un momento en que la muerte nos comienza a acechar en todo momento, llevándose a nuestros seres queridos, a las personas cercanas a nosotros, a nuestros vecinos, conocidos y familiares, como una epidemia de la que vamos sobreviviendo hasta que nos llegue la hora. Lo cierto es que la muerte está siempre ahí, vigilante, impetuosa, atenta a cada paso, a cada movimiento, y sucediendo todos los días, a todas las horas, en todos los instantes. Lo único constante de la vida, es la muerte, pero la sociedad del consumo (a la que últimamente le echo la culpa de todo) la ha vuelto un asunto cotidiano y tan natural como los fenómenos metereológicos, anunciando en los noticieros que ayer murieron tantas personas en un ataque terrorista, por ejemplo, y que para hoy se espera una lluvia ligera durante la noche. La muerte está, está siempre, sólo que algunas veces, se nos muestra más visible que otras.

2. Una de las funciones primordiales del pensamiento religioso (pero, según muchos antropólogos, no la única ni la que le da origen) es la de darle al hombre la esperanza de la eternidad, sembrar en su mente la idea de que, una vez que el cuerpo haya cumplido con su ciclo vital, y si es que nos hemos comportado conforme a lo dictado por los dogmas preferidos, un alma, espíritu o esencia inmaterial se desprenderá, liberada de su cárcel carnal, para ir al encuentro con lo divino y lo trascendental, que es por definición puro, imperecedero y feliz. Es un consuelo poderoso y sin duda, una buena razón para creer en un ser imaginario superior que nos libre del suplicio sin límites que provoca la pérdida de un ser querido o el pensamiento de la propia muerte. Pero, ¿qué hacemos nosotros, los incrédulos (porque es bien sabido que "ateo" es una palabra fea y un calificativo indeseable, insultante, peor que "homosexual")? ¿A qué podemos aferrarnos? ¿Cómo lidiar con el hecho concreto, impostergable, de la muerte? Confío, como siempre, en una perspectiva optimista (o positivista, como dicen en la televisión, burlándose con su ignorancia del pobre de Comte), en celebrar los recuerdos, las memorias, y los actos sucesivos que constituyeron la vida de aquellos que amamos y que se nos van muriendo, alegrándonos por la afortunada coincidencia de haberlos topado en nuestros caminos provocando un cambio de ruta, un nuevo enfoque, enseñándonos una importante lección o una nueva palabra, guiándonos con su sabiduría acumulada y poniendo en práctica sus invaluables consejos. En fin, convertir la agonía y el dolor que nos provoca la pérdida, en una felicidad basada en la celebración de la casualidad de la vida, pensar en la interminable cadena de sucesos que tuvieron que darse para que los caminos se cruzaran, y en la maravilla que eso representa en un universo del que no somos más que un pestañeo.

3. No lo conocí muy a fondo, ni muy bien. Lo que Freddy me contaba de él era suficiente para formarme en mi cabeza la idea de una persona admirable, digna de confianza, plena de fuerza y de valentía para enfrentarse con un mundo que siempre se mostró hostil y despiadado, como a todas las personas justas y comprometidas que en él habitan. Las pocas veces que lo vi, y que charlamos, capté los destellos de su sabiduría, de su rabia, de su pasión cada vez más gastada, de sus fuerzas cada día más roídas, no por las personas a su alrededor, sino por la sociedad en la que uno vive, por los fantasmas del pasado, por la maldición de la consciencia de saberse parte de esa sociedad injusta y miserable, donde puede más la corrupción y la desfachatez que la honestidad y la responsabilidad. En esta breve relación, conseguí respetarlo, admirarlo, apreciarlo y valorarlo como una persona excepcional. Duele que se haya ido así. Hasta siempre, Ruy: tu recuerdo, aunque breve, pero profundo, vivirá hasta siempre mientras sigamos haciendo eco de tu voz, mientras tus ideas y anhelos se sigan reflejando en nuestra acciones, y mientras nos empeñemos en hacer de esta sociedad un lugar mejor para todos.

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"No me llores, no/ no me llores, no/ porque si lloras yo peno/ en cambio, si tú me cantas/ yo siempre vivo/ y nunca muero..."

7/10/09

El argonauta del pacífico occidental [2 de 2]



2.

Por la noche, agotado, recogió la vela y se dejó llevar por la corriente. El mar, es verdad, era peligroso, pero si tenía que morir, moriría, sin importar los rituales o la magia. Vaya disparate, pensaba, temblando de coraje, vigilando el firmamento despejado y tranquilo, Y pensar que tantos años me equivoqué. Estaba decidido a viajar hasta encontrar una isla donde no practicaran la magia, donde pudiera vivir libre de rituales estúpidos y sinsentido, sólo ocuparse de trabajar y comer, nada de iniciaciones, ni ceremonias, ni canoas mágicas. En algún lugar de este mar debe haber un lugar así, se dijo.

Dos mil metros arriba de su cabeza, arropados por la oscuridad de la noche, los traficantes de diamantes gritaban desesperados y discutían por sus vidas. El conductor del helicóptero esperaba instrucciones, el líder de la banda, tenso, analizaba las opciones que tenían: una, arribar al puerto y entregarse sin resistencia al ejército, sabiendo que los matarían; dos, arribar al puerto y luchar contra ellos hasta morir; tres, estrellarse contra el mar y morir de todos modos. Uno de los miembros de la banda lloraba de desesperación, No quiero morir. De todos modos vamos a morir, pero podemos arruinarles el decomiso a esos imbéciles. Ordenó, al fin, que arrojaran los diamantes al mar, terminando así con su largo viaje por tierra, por agua y por aire, que prepararan sus armas y que trataran de morir dignamente, como hombres que eran. Así lo hizo el piloto.

Estaba a punto de amanecer y Najut ya cantaba victoria cuando escuchó un ruido extraño en el cielo. Miró hacia arriba pero sólo vio sorpresivas nubes de tormenta arremolinándose sobre su cabeza. Después de un trueno que partió el cielo en dos, empezaron a caer las piedras por todos lados. Eran brillantes, más duras que cualquier piedra que hubiera visto antes, cayendo con resplandor de fuego. Golpeaban por todos lados, dándole con tanta fuerza como un coco pétreo en la entrepierna, provocando que el agua se revolviera, que la canoa se agitara y que Najut pensara en la muerte. Entre el estruendo de los rayos y el incremento tempestuoso del oleaje, Najut no sabía qué hacer, sólo podía cubrirse la cabeza con los brazos y esperar que aquello terminara. Humillado y confundido, trató de convencerse de la imposibilidad de aquel acontecimiento, Esto no está pasando, repetía como único consuelo, cuando una piedra lo golpeó en la frente y lo dejó tumbado en el piso de la canoa, rodeado de la apacible oscuridad del otro mundo.

Eso creyó él cuando despertó y descubrió el mar en calma y el piso de la canoa alfombrado por una capa uniforme de piedras brillantes, afiladas como espinas. El sol le daba en la cara y la sangre seca en la frente le había dejado la piel dura. La vela, partida, no le serviría para continuar el viaje. Resignado, se lavó la cara con agua de mar y, en la transparencia de las aguas, alcanzó a ver en la profundidad una gigantesca, imposible, serpiente marina, avanzando con lentitud justo debajo de la canoa, acechándolo sedienta de sangre.

Varios cientos de metros debajo del mar, el marinero avisó al capitán que habían detectado un objeto pequeño, inmóvil, sobre la superficie, pero no podían identificarlo. El capitán, hombre patriota, preocupado por la fiabilidad del informe que presentaría al presidente de la nación sobre la situación de estas aguas nuevas y desconocidas, aunque pensaba que no sería más que basura o algas flotantes, ordenó que se acercaran lo suficiente como para mirar por el periscopio electrónico. Tuvieron que dar tres vueltas antes de emerger a la superficie, ante la mirada atónita de Najut, quien, presa del pánico, empezó a susurrar el conjuro que repelía a las serpientes marinas. Pero la gran masa negra, cuyo resplandor se confundía con el del agua salada, no se detenía. El argonauta, fuera de sí, vio cómo la boca del animal ya lo tenía al alcance cuando, sin más, su ojo negro se sumergió y la serpiente se alejó a toda velocidad, dejándolo otra vez en manos del silencio implacable del mar.

Ya con el sol descendiendo, la corriente lo llevó hasta un punto en que, más allá del horizonte, Najut alcanzó a vislumbrar una difusa capa de tierra. No era esa la isla con la que usualmente comerciaban y practicaban el Kula, pero era tierra, al fin estaría a salvo. Comenzó a remar con el brazo, víctima de un furor espontáneo, y no se percató de la nube de roca que se le acercaba por detrás hasta que vio su sombra en el agua y escuchó el estruendo de su música demoníaca. Eran las ninfómanas del mar. Desnudas sobre su nube, se deslizaban por el mar cazando a sus víctimas, los seducían con los calores propios del cuerpo y los destrozaban en sus vaginas carnívoras. En verdad, Najut las imaginaba diferentes: con cuernos y cabellos de serpiente, siete brazos y piel de calamar. Pero estas eran, sin duda gracias a sus artificios, muy parecidas a las mujeres, sólo que de piel de durazno, de cabellos de oro y con los senos pequeños y rosas. De no haber sabido que eran monstruos, Najut las habría considerado hermosas.

Las chicas, embriagadas y bajo los efectos de fuertes alucinógenos, se sorprendieron cuando encontraron en mar abierto a este pobre indígena a punto de la deshidratación. Una de ellas, verdadera pervertida como luego asegurarían sus compañeras de parranda, en especial la hija del dueño del yate en el que habían zarpado a la paradisíaca ilegalidad de las aguas internacionales, propuso que lo rescataran pues, decían, los nativos de aquellas islas extravagantes eran famosos por sus miembros inmensos y desproporcionados. Además se va a morir, dijo otra, y de inmediato entre todas buscaron una cuerda y se la lanzaron. Sólo dos o tres protestaron, Se suponía que era una fiesta de mujeres, enojadas porque creían que sus fantasías lésbicas podían hacerse realidad fuera de los ojos del mundo, pero nadie les hizo caso.

Esta vez, a Najut no le sirvieron los conjuros. Ante su resistencia para trepar por la puerta, dos de las bestias come-hombres bajaron por una escalera y lo llevaron por la fuerza al yate, donde se vio hundido y asfixiado por las pócimas más mortíferas que jamás hubiera imaginado, que le quemaban las entrañas, y rodeado de pieles sudorosas, manos imparables, lenguas curiosas, piernas sofocantes y gritos ensordecedores cuando le quitaron el taparrabos que cubría sus vergüenzas y se dieron cuenta que era verdad lo que decían de los indígenas de aquella región. Su miembro exuberante, por fortuna, fue su salvación: algunas de las mujeres, asustadas por aquella obscenidad, ni siquiera se atrevieron a tocarlo, y las que decidieron a montarse en aquel animal vigoroso no aguantaron más de una sesión. Najut pronunciaba, resignado, los conjuros contras las ninfómanas, pero nada las detenía, y entonces empezó a pedir perdón y protección a los ancestros para que le permitieran sobrevivir a la amarga y despiadada tortura de tan bárbaros demonios sexuales.

Antes que el sol saliera, se acercaron a la costa y lo dejaron ir, libre y vivo de milagro, entre risas, besos y aplausos que él no entendía. Exhausto y desamparado, se dejó caer en la arena y lloró. Pero antes de levantarse, y al ver la luz del sol iluminando esta nueva tierra con sus primeros rayos, pronunció el conjuro ritual, Permite, oh gran Babut, que mi alma se expanda por mi cuerpo como la luz del nuevo día por el cielo, para que la oscuridad me deje libre para seguir adorando a mis ancestros.

(FIN)

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[Primera parte]

3/10/09

El argonauta del pacífico occidental [1 de 2]



[Basado en "Los argonautas del Pacífico Occidental", del antropólogo polaco Bronislaw Malinowski]


1.

Su hijo murió en sus brazos una tarde cualquiera, como todas las que se sucedían sin cesar en aquel rincón olvidado de dios, y su mujer sólo aguantó la enfermedad dos meses más. A veces los niños mueren, le dijo su Maestro a manera de frío, único e insensible consuelo, y lo apresuró para llevar a cabo el entierro, no le fuera a traer mala suerte el cadáver. Najut, con la oreja ensangrentada, pareció obedecer: en silencio y sin consultar a sus parientes, cavó un hoyo en la tierra, en una esquina del patio de su choza, y colocó el pequeño cuerpo envuelto en hojas de palmera sin mencionar las palabras rituales, ante la estupefacción del pueblo entero, que lo había seguido en silencio, lo había observado cavando, lo había visto arropar a su hijo, pero nadie había movido un dedo, presas de la expectación y paralizados por semejante herejía, fascinados al mismo tiempo por la presencia descarada del mismísimo demonio. Su Maestro lo reprimió con severidad cuando empezó a echarle la tierra encima, Nuestros ancestros no nos lo perdonarán, nos condenarás a todos, a lo que Najut contestó con parquedad, Ya estamos condenados, y el consejo de ancianos, al que le sobrevivían sólo dos miembros, acordó que apenas se recuperara su mujer, este hombre peligroso sería expulsado de la isla para siempre.

No esperó a que su mujer se recuperara. Condenado al más estricto aislamiento por el resto del pueblo, sus vecinos y amigos, que ya no podían hablarle más a menos que quisieran infectarse de su impureza, sólo podían observar a Najut pasear entre los árboles de la isla en los días siguientes a su expulsión de la comunidad, lo vieron talando el árbol seleccionado sin mencionar el conjuro para la protección de la madera de las serpientes marinas; lo vieron cortarla y tallarla, pasando por alto el hechizo para la repulsión de las ninfómanas del mar, y echarla al agua sin el ritual específico para evitar la lluvia de rocas en altamar. La isla más cercana estaba a dos días de navegación, pero sus vecinos y amigos estaban convencidos de que su canoa ni siquiera lograría pasar la primera ola.

Se preguntaban entre ellos qué le habría pasado para que se volviera un hereje, pero no concebían una razón. Estaba en camino a convertirse en el sucesor de Qat, el mayor y único hechicero que la isla tenía. El Maestro Qat le había enseñado toda clase de conjuros que, de su boca, no habían fallado ni una sola vez. La infalibilidad de la magia de Najut inspiraba en la gente del pueblo un profundo respeto, pero también cierto temor. Por supuesto, les parecía extraño que anduviera por ahí, preguntando si a alguien alguna vez lo habían atacado las serpientes marinas, o si se había visto atrapado en una lluvia de rocas, o si sabía de alguien que hubiera muerto en las vaginas insaciables de las ninfómanas del mar, pero todos sabían que los hechiceros jóvenes eran por regla excéntricos y mal educados. El Maestro Qat le instaba a dejar de hacer ese tipo de preguntas, Najut nunca hizo caso, y las hacía en los momentos menos esperados, en los banquetes, en las celebraciones, en las iniciaciones de los más jóvenes, en las visitas obligadas de la mañana. Y todos temían que, si le mentían, serían víctimas de su magia, por lo que la única respuesta que obtenía era No, nunca he visto nada de eso.

La cosa es que, cuando la mujer de Najut enfermó, él mismo realizó el ritual que se hacía para que las canoas no se hundieran en medio del mar. Creyó que el efecto mágico en su futuro hijo sería el mismo que daba inmortalidad a la madera de las canoas, pero se equivocó, la magia, siempre poderosa, siempre eficaz, esta vez no tuvo efecto alguno. Cuando lloraba frente al cadáver de su hijo, le confesó a su Maestro lo que había hecho y él, enfurecido, le dijo que los conjuros que le había enseñado sólo funcionaban para el Kula, no para la gente, Hacer lo que hiciste es un sacrilegio, es querer que te den un collar a cambio de otro collar. Najut se puso como loco, su Maestro pensó que estaba poseído: gritaba, blasfemaba, decía que la magia era una estupidez, que no servía para nada y que él y los demás hechiceros lo único que hacían era engañar a la gente con poderes que no eran reales. En ese momento, el Maestro Qat le arrancó de la oreja la pluma que lo distinguía como aprendiz de hechicero. Minutos más tarde, daría un paso más y lo desterraría de la isla.

Pasados los dos meses, su mujer murió. La escena del funeral anterior se repitió, Najut cavó un hoyo, envolvió a su mujer y la cubrió de tierra sin más formalidad. Esta vez, el hechicero había prohibido a la gente acudir, así que todo el pueblo se había repartido en las chozas de los vecinos de Najut y espiaban cada movimiento con morbosidad enfermiza. Apenas acabó, se dirigió a la canoa profana que había construido. Soltó la cuerda y la echó al mar, y los vecinos, atentos desde sus cabañas, creyeron entender que lo que Najut quería era suicidarse, víctima de la lluvia de piedras. Su madre, que lo veía desde la puerta de su choza, lloró durante días enteros luego que se fue, pensando que una serpiente marina se lo comería, pero nadie hizo nada para detenerlo. Lo vieron alejarse en el horizonte, con la cara dura y sin expresión, le desearon que, al menos, no se topara con las ninfómanas de mar, los más terribles monstruos, y él, sin mirar atrás, izó la vela y emprendió el camino.

[Continúa]

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[Segunda parte]

21/9/09

Los mártires de la crisis



Fue mientras se servía la sexta taza de café cuando Ruperto Benítez, por pura intuición, miró por las paredes de cristal del despacho y vio, primero, el anuncio enorme de una mujer desvergonzada que enseñaba los senos en plena vía pública, luego, el bulto grisáceo de cabello rubio que descendía a toda velocidad desde quince pisos más arriba, y que después se enteraría, no al asomarse para ver una mancha de sangre y tripas en el pavimento mojado, era Silvia Mendoza, la jefa de ventas del corporativo en la zona oriente. El informe extraoficial que se difundió de boca en boca apenas se fueron los paramédicos narraba cómo el mismísimo presidente, que se había aparecido en las últimas dos semanas al menos trece veces, algo inusual e inverosímil bajo las leyes del universo del corporativo, desde su oficina repleta de asesores y demás parásitos la había mandado llamar por dos motivos, primero, otorgarle un merecido reconocimiento por treinta y cinco años trabajando para el corporativo con resultados inigualables, un impreso prediseñado con su nombre en letras cursivas y brillantes y una canasta de pan de dulce con listones rojos y blancos, y segundo, para obligarla a firmar su carta de retiro voluntario y ponerla de patitas en la calle sin mayor explicación que la crisis. Silvia Mendoza miró al presidente por encima de sus enormes gafas cuadradas, se aclaró la garganta, e incrédula, sólo alcanzó a articular, Habla usted en serio, antes que el presidente, con sólo un movimiento de mano, hiciera que sus dos guardaespaldas la sacaran de la oficina mientras él agitaba, cínico, los dedos gruesos y manchados y le decía, Muchas gracias señora Mendoza, hasta pronto. Ella no se resistió, pero cuando cerraron la puerta tras ella, caminó hasta su cubículo sin mirar a nadie ni decir palabra, se sentó frente a su computadora y lloró en silencio por dos horas. Luego la vieron poner sus cosas en una caja, nadie se animaba a decirle nada, aquello había sido tan inesperado para ella como para el resto, tiró con un movimiento elegante la pantalla del computador, haciéndola añicos contra el suelo, y salió del piso por la escalera, no hacia abajo como todo el mundo, mirándola por el rabillo del ojo, esperaba, sino hacia arriba, causando el asombro de las secretarias, que no se habían recuperado todavía de su acto reciente de vandalismo corporativo, o tecnológico, cuando ya la señora Silvia las sorprendía con este nuevo arranque de insensatez, A dónde va la señora Silvia, Qué va a hacer, pero nadie se atrevió a subir el primer peldaño para seguirla. Tres minutos después, la vieron descender en caída libre los cuarenta y cuatro pisos que separaban la banqueta de la azotea, y desbaratarse el cráneo contra el suelo.

Ella fue la primera. Ruperto Benítez, coordinador de enlace y medios, zona sur, vio con sus propios ojos cómo despedían a dieciocho jefes, subjefes, gerentes, coordinadores y asesores de todos los pisos en los siguientes dieciocho días, todos y cada uno siguiendo los pasos de la señora Silvia: luego de ver, muchos de ellos, por primera vez al presidente del corporativo de frente a los ojos, ponían sus cosas en una caja y se tiraban de la azotea del edificio sin hablar con nadie y sin que nadie les hablara. Alrededor de las cuatro de la tarde eran llamados a la oficina del jefe, y dos horas después ya se les veía pasar como una mancha lúgubre por las paredes del cristal del edificio a toda velocidad, uno tras otro, después del quinto a nadie le sorprendió que todos siguieran sus pasos. Para los empleados, se había convertido en un pacto secreto, todo un ritual obligatorio que debía cumplirse al pie de la letra, apenas empezaban los rumores y la víctima tenía que mentalizarse para lo inevitable. Los noticiarios y gobiernos locales, en cambio, estaban escandalizados, exigiendo a la empresa que tomara medidas inmediatas para solucionar aquella ola de suicidios que amenazaban con desatar el pánico laboral en todo el país, pero lo único que hizo el presidente fue mandarles un email de aliento a todos los empleados, Todos son parte esencial del corporativo, saldremos adelante juntos como un equipo y demás disparates, y poner una pizarra en la recepción con ofertas de empleo de otras empresas, para que vieran que afuera, en el mundo, todavía podían ser alguien, Se solicita chófer de ambulancia, excelente presentación, Urge capitán de meseros, ofrecemos sueldo base, Prestigiosa empresa líder en su ramo solicita vendedores ejecutivos, telefonistas, guardias de seguridad y personal de limpieza, llamar a la licenciada Aurora. Pero aquellos no eran trabajos que valieran la pena, al menos no para los jefes, subjefes, gerentes, coordinadores y asesores, que eran los más vulnerados ante las medidas para combatir la crisis, ninguno de ellos, con al menos diez años en el mismo empleo, se veía vendiendo seguros de vida.

El día diecinueve anunciaron que les entregarían las nuevas credenciales y que ya no despedirían a una persona por día, sino a cincuenta y cinco al mes, comenzando hoy y durante los siguientes tres meses, a ver si tenían los suficientes pantalones para ir lanzándose unos detrás de otros, sin la satisfacción del protagonismo personal, vueltos una cifra más de las espeluznantes estadísticas que los reporteros llevaban con rigurosa exactitud, sin más notas sobre la cotidianidad de sus vidas de boca de sus familiares, amigos y conocidos, pero no de los compañeros de trabajo, que tenían prohibido dar entrevistas, so pena de despido inmediato que bajo estas circunstancias era igual a una condena súbita. Ruperto Benítez se tomó la quinta taza de café de un trago y se sirvió uno más. Las manos le temblaban, el sudor resbalaba por su frente, porque intuía lo inevitable. Desde que llegó por la mañana, nadie lo miraba a los ojos. Grupos de secretarias, sabiéndose inmunes a las estrategias de la dirección, murmuraban en los rincones y se dispersaban ante su cercanía. Descubrió a cuatro compañeros mirándolo de reojo, casi compadeciéndolo. Carajo, pensaba, si no me compadecieron cuando mi mujer me dejó, qué les da el derecho a hablar así de mí. No consiguió concentrarse en toda la mañana. Miraba el reloj, impaciente, y luego su teléfono, esperando la llamada final, la sentencia de muerte irrevocable. Estuvo a punto de rezar, pero antes de aceptar su destino, tenía que salir de esa maldita angustia. Se desató la corbata, se sirvió un duodécimo café y salió del piso a toda velocidad. Pobre hombre, dijo una secretaria, está muy alterado, si supiera lo que le espera. Pero Ruperto ya se encontraba bajando las escaleras a toda velocidad, esquivando a los intendentes, disculpándose con los que subían y tropezando con los que bajaban, hasta que llegó al piso tercero, donde se encontraban las bodegas. El guardia de la puerta, al ver su determinación, no se atrevió a hacerle el interrogatorio de rutina, Con quién va, qué asunto, nada más se hizo a un lado, y Ruperto no se molestó en agradecer.

No le costó trabajo encontrar las cajas con las nuevas credenciales. Estaban organizadas por departamento, por zona y por inicial. Aquí está, departamento de enlace y medios, zona este, zona oeste, zona sur, este es. No le era suficiente con mirar las fotografías, leía los apellidos y el puesto, Alarcón, mensajero, Almeida, intendencia, Arámbura, inspector de calidad, Azabache, técnico, Baluarte, intendencia, Benavides, secretaria, Benigno, contabilidad, Bretón, auxiliar de contabilidad, Casares, secretaria. Repasó los apellidos una vez más, y todavía una tercera, desde la A hasta la Z, seguro que se había despistado, se le habrá pasado sin ver, No es esto posible, dónde se ha metido mi credencial…

No se tomó la molestia de meter sus cosas en una caja, ni de darle a sus compañeros de oficina el gusto de verlo humillado y convertido en objeto de compasión. Paso a paso, escalón por escalón, subió desde el tercer piso hasta la azotea, sin esperar para ser llamado a la oficina del presidente, miró la ciudad desde las alturas, invadida de nubes de tormenta, se dio cuenta que hoy no llovería, y que nada, ni ser despedido junto con otros cincuenta y cuatro incautos, lo detendría de cumplir con lo que ya estaba escrito desde el inicio de los tiempos sería su final, descerebrado como un mártir de la crisis en la banqueta. Sin dudar, se lanzó, casi con gusto, hasta sintió alivio, sólo pensando en el viento fuerte rompiéndose a su paso, en el frío del otoño y en el vértigo de la caída libre, y luego, la oscuridad.

Cuando Ruperto Benítez terminó de hurgar entre las cajas, un grupo de empleados entró por algunas y el presidente mandó llamar a todo el personal del departamento de enlace y medios a la sala de conferencias para repartir las nuevas credenciales y anunciar el ascenso del coordinador de la zona sur, Ruperto Benítez, a jefe de departamento en reemplazo de Lupita Martínez, quien lamentablemente había fallecido hace tres días, mostrándole a todos la credencial del empleado afortunado como si se tratara de un premio de consolación para el resto, Ya ven, no nada más hay despidos. Nadie lo encontró cuando lo mandaron llamar, pero todo el mundo se alborotó cuando una secretaria histérica salió por el pasillo gritando que se había matado alguien. El presidente, indignado, refunfuñó, Pero si todavía no he despedido a nadie hoy, lo que me faltaba, y se encerró en su oficina dando órdenes expresas y determinantes de que nadie lo molestara.

(FIN)

16/9/09

Amargado



1. No sé cuándo me convertí en un amargado, que prefiere quedarse en casa, a salvo de la lluvia, del frío y de los cohetes que salir a festejar el aniversario de la independencia de su país con la cara pintada de verde-blanco-y-rojo y una bandera nacional amarrada a la cabeza. Pero lo cierto es que lo soy. El ánimo festivo de los extraños me perturba, me molesta saber que mis amigos, mi mismísima pareja, se están divirtiendo y se la están pasando bien y prefiero recluirme que arruinarles la noche con mi cara larga de fastidio y mis gestos de ya-me-quiero-ir inconfundibles. Ahora que lo recuerdo, desde que era niño soy así. Cuando mis tías y mi abuela me sacaban de la comodidad de la casa y me llevaban al tumulto infinito de personas ebrias y escandalosas en el paseo Olas Altas, durante las celebraciones del carnaval de Mazatlán, fingía tener mucho sueño para hacerlas sentir culpables (y molestas) de tener que cargar con un bulto dormido en la banqueta, tapado con chamarras. No, no dormía, imposible dormir en medio de ese barullo, pero me complacía arruinarles la noche dado que habían arruinado la mía. Hoy en día, por fortuna, me he dado cuenta que eso es de muy mal gusto, por lo que he dejado de ir a festividades, celebraciones y todo tipo de parrandas hasta el amanecer que no sean en mi honor. Desgraciadamente, esto, no ir, también parece afectar a aquellos que me rodean y que sí lo disfrutan, por lo tanto, no tengo salida: mi destino es amargar a las personas a mi alrededor, no importa lo que haga. Como Amaranta Buendía.

2. Lo único que lamento de no haber accedido a las insistentes súplicas de Regina Orozco (quien seguramente creyó que nuestro prehistórico teléfono tenía una contestadora integrada [Daniel, Daniel, Daniel, Daniel, Daniel, vente Daniel, traete el tequila Daniel], y no un vulgar buzón telmex, como en efecto tiene), es que después de cenar me puse a pensar que justamente hoy, por la fecha, por la lluvia y por la hora, en ese orden jerárquico, de más a menos, sería sumamente difícil, si no imposible, encontrar un taxi seguro que quisiera venir a Iztapalapa. Debí haber ido por ti. Ahora estoy preocupado. Porque además de amargado, soy preocupón. No sé qué viste en mí.

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"I wish I was special/ you're so fuckin' special/ But I'm a creep"

12/9/09

Un espejismo



1. Es un fuerte choque recordar, en sólo hora y media, que todo lo que vivimos, esta realidad que hemos creado, de la que tan orgullosos estamos, es un fraude. Es un mundo mágico que no corresponde con el mundo exterior, que nos aleja de nuestra verdadera condición. Vivir para generar dinero, no es lo que deberíamos estar haciendo. Hemos edificado ciudades de asfalto, inmensas, laberínticas, donde hemos decidido perdernos para siempre en una bruma de ilusiones y falsos recuerdos, de un futuro irreal, inverosímil, al que estamos ansiosos de llegar pero que, sabemos, nunca llegará, porque más pronto se congelará el sol que saciará el hombre su ambición. Todo acto de nuestra sociedad (entiéndase occidental, "moderna" o mexicana, da lo mismo) es una parodia de un sueño que no puede ni podrá concretarse jamás. Escribir frente a esta computadora, por ejemplo. Para poder hacerlo, necesito luz, dado que el aparato electrónico complejo del que me sirvo así lo exige. Que se haga, pues, la luz, a través del enchufe y el cable. ¿Quién ha puesto ese enchufe ahí, y peor aún, de dónde viene esta energía eléctrica, nombre verdadero de lo que coloquialmente he llamado "luz"? La computadora está dispuesta, para mi uso y disfrute, en un escritorio de aserrín prensado, sencillo, con una repisa y un cajón. No son más que restos de madera y pegamento, uno que otro tornillo, que me da el soporte para no tener que acostarme en el suelo helado a escribir. ¿De dónde ha salido esta madera, quién ha armado este mueble? No yo. El instrumento principal, la computadora, es todavía más surreal. El código binario en que funciona la transmisión, procesamiento y codificación de la información es producto de complicados procesos intelectuales que se han acumulado a lo largo de toda la historia humana. El plástico que recubre todos los componentes electrónicos es, igualmente, resultado de la explotación salvaje de nuestra principal fuente de energía, el petróleo. Nada de esto, ninguna de estas cosas, las he trabajado yo. Lo único que hice fue conectar cables y presionar botones. Las casas en las que vivimos, las calles por las que transitamos, los alimentos que ingerimos y las diversiones que nos procuramos, nada es sino un espejismo que nos ayuda a olvidarnos que a cientos de miles de kilómetros hay millones de personas trabajando de sol a sol para que nosotros, habitantes/parásitos de las ciudades, podamos conservar esta vida repleta de lujos que tanto nos gusta y a la que tan bien nos hemos acostumbrado. Hemos construido nuestro modelo social en torno al dinero y no al alimento, como lo hacen el resto de las especies que habitan nuestro planeta. A causa de esto, hemos roto el equilibrio en que la Tierra se mantuvo durante millones de años antes de nuestra aparición. Un día, el dinero no tendrá más sentido, porque el petróleo se acabará, los árboles se acabarán, el agua se acabará, el aire se acabará, y los humanos, al fin, se acabarán también, víctimas de sus propios (devastadores) actos. Ese día, la Tierra, librada para siempre de su peor pesadilla, respirará aliviada, se sacudirá las cenizas y continuará sonriente su recorrido por el Universo que, generoso, no la volverá a castigar con tan despreciable especie.

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Recomendación: Home, un film de Yann Arthus-Bertrand.

1/9/09

Hay días así



[Para Tony, por la injusticia de su vida truncada]

No quiere abrir la puerta. El aire fresco del interior del coche es, con seguridad, mucho más acogedor que los casi cuarenta grados que lo esperan en la calle. Son casi las doce y el calor apenas empieza a mostrarse tal cual es, sin la menor consideración por los nobles habitantes del puerto. Mejor me voy, piensa, a tomar un refresco al sanborn's, al cabo no tengo citas hoy. Una sonrisa le llena la cara. Busca su celular, marca un número, es el primero que se ha aprendido de memoria. Aguarda. Hola, soy yo, cómo estás, vamos al sanborn's, sí, sí, estoy aquí, pero no quiero abrir hoy, no tengo citas, y pensaba, ah, sí, no me acordaba, a qué hora sales, bueno, te espero, paso por ti... te amo, adiós. Cuelga y suspira. Hacía mucho que no estaba enamorado, y a pesar de que sus súbitos planes se han frustrado, o más bien, desplazado hacia horas más lejanas, se siente feliz. Ni hablar. Toma las llaves, se pone sus lentes oscuros y de un salto sale al cruel mundo exterior. Pone la alarma mientras se aleja de su camioneta nueva, la verdad le ha ido bien en el trabajo, no puede quejarse. Sin sospecharlo, a unos pocos metros de ahí, dos hombres y una mujer lo observan sigilosos enfilarse hacia el local.

Lo primero que hace, como cualquiera lo haría, es prender el aire acondicionado. Cierra con llave por dentro, es hora que la cerradura no sirve. Se deshace de sus lentes, de su mochila y de las llaves. Enciende la computadora, verifica el teléfono. El silencio de aquí dentro le causa algo de tristeza. Hay días así. En que nadie asoma las narices ni para saludar, en que se pasa todo el día solo, con la única conversación de sus clientas. Quizá otra vez contrate un asistente, sólo para tener a alguien con quién conversar en estos días. Lo que de veras pesa no es la soledad, sino la sensación de que está envejeciendo. Que sus amigos jóvenes no quieren más estar con él, que sus amigos viejos han empezado a hacer amigos jóvenes, o se han ido de la ciudad, o simplemente, lo han olvidado. Este tiempo, inclemente, irremediable, que parece derretirse como todo lo demás, se vuelve viscoso, insoportable. Se sienta frente a la computadora, y busca las fotos de su viaje a Europa. Aquello sí era mundo, carajo. Mira esos paisajes, esos árboles, esas nubes, esa gente. No hay comparación, y nunca la habrá, siempre se ha preguntado por qué dios, si es que existe, lo hizo nacer en un pueblo insignificante que nunca llegará a su nivel. Ahora ya ha pasado su tiempo. No le queda más que resignarse.

En el mensajero virtual, los de siempre lo saludan medio distraídos. Estarán viendo pornografía o bajando videos de sus bandas favoritas, como nacos que son. Les responde también distraído. Sí, se me hizo tarde, es que no tengo citas, hay días así, no, no me aburro, tengo mucho qué hacer. Suena el teléfono. Mira el reloj. Doce veintisiete. Aún faltan cinco horas para el que será el mejor momento de este día. Alza la bocina, es una mujer, preguntando si hoy tiene libre, Seguro, a la hora que quieras, sí, a las tres, o si quieres llegar antes no hay problema, muy bien, chao. Se asoma por la puerta de vidrio que da a la calle desierta, sólo para ver el cielo brillante y el asfalto caliente. Se recuesta en el sofá del fondo. Y piensa en el amor. En lo que se pudo haber perdido si no le hubiese dado otra oportunidad, en lo mucho que puede cambiar una persona enamorada, y pasar de ser un borracho, flojo y vago, a un hombre de bien, ya con tres meses de ayudante de cocinero, no será el mejor trabajo pero es algo honesto, así hay que empezar, desde cero, sobre todo si antes no había llegado a ningún lado, le da gusto, que lo haya hecho por sí mismo, y se alegra de ser el motor de una transformación tal, ser la inspiración de alguien, compartir sueños, recuerdos, sensaciones...

Se despierta de golpe, ante los insistentes golpes a la puerta de vidrio de la calle. Mira el reloj. Dos cuarenta y dos. Vaya, se ha quedado dormido. Vuelven a tocar. Se levanta, se peina el cabello, se estira, se acomoda la camisa. Tocan de nuevo. Ya voy, ya voy. Al otro lado de la puerta de vidrio, hay una mujer y dos hombres. Debe ser la clienta que habló hace rato. Abre la puerta. Hola, buenas tardes, pasen, pasen que afuera hace mucho calor. Luego que pasan, vuelve a cerrar. Y bueno, qué vas a querer, le dice a la mujer, pero al observar a sus presuntos clientes, se da cuenta que no parecen estar dispuestos a cortarse el cabello. La mujer se ve pálida, sudorosa, y los hombres miran a la calle, nerviosos, uno no tiene ni veinte años, otro ya debe tener unos treinta. El más joven, sin duda, es bastante apuesto. Quizá se han incomodado por las fotografías de los modelos desnudos en las paredes. Bueno, qué esperaban. Mija, qué te hago, insiste Tony. No venimos a eso, le dice ella. Uno de los hombres, el mayor, saca una navaja para afeitar y se la muestra. El dinero, cabrón, dónde lo tienes.

Levanta las manos, para evidenciase indefenso. Cálmense, se los voy a dar. Pasa entre ellos despacio, pero el que trae el arma lo apresura. Ándale, culero, no tenemos todo el día. Tembloroso, Tony les da la espalda y busca el tubo de cartón donde esconde el fondo. Recuerda que lo acaba de depositar en el banco hace tres días, por lo que ahora no hay mucho. Seiscientos pesos, nada más. Es todo lo que tengo aquí, les dice, mientras les entrega los billetes. No mames, cabrón, nada más, le dice el más joven, enojado. La mujer mira hacia afuera, pero a esta hora, la calle está más sola que nunca. Creo que en mi cartera tengo más, les dice, y una vez más, pasa entre ellos, cruza el salón hacia la parte de atrás, busca su mochila junto a la computadora. Sólo trae doscientos, y sus tarjetas de crédito. Tomen, tomen, es todo lo que tengo. Vale madre, dice el más joven, ya güey, vámonos, vámonos. La mujer está dispuesta a irse cuanto antes. Tony sigue con las manos alzadas. Pero el hombre de la navaja, furioso, se acerca a él y lo toma del cuello, por atrás. No, no, por favor, le dice Tony. Las llaves de tu camioneta, pinche puto, dámelas. Tony obedece. Es todo lo que tengo, por favor, es todo. La mujer ya ha abierto la puerta y sale del local, apurada. El de veinte años también, y le dice, Ya, güey, vámonos. Tony cierra los ojos, el hombre no lo suelta, respira agitado, le aprieta el cuello con una mano y con la otra sostiene la navaja cerca de su oreja. No sabe si por los nervios o el terror, Tony cree sentir en el muslo la erección de su captor. Él se da cuenta, le dice, Pinche puto, y le corta el cuello. Tony cae al suelo, desangrándose, y a los pocos minutos, muere sin remedio.

(FIN)

27/7/09

Mis días sin ti [vol. 4]



1.
Me desperté, como siempre, pensando en ti. Di vueltas en la inmensidad de la cama hasta que decidí levantarme y repetir la rutina de los últimos días: sacudir las almohadas, doblar la cobija, colocar a los pingüinos tratando de imitar la forma en la que tú lo harías. Pero te seguía extrañando. Entonces recordé una canción. "Estoy tan lejos de ti/ y a pesar de la enorme distancia/ te siento juntito a mí/ corazón, corazón/ alma con alma/ y siento en mi piel tus besos/ qué le hace que estés tan lejos". Y me sentí mejor.

2.
Volver de la escuela a la casa no es lo mismo sin ti. El mundo parece más gris, más cenizo, más apartado de mí. Esta ciudad, definitivamente, no tiene el mismo sentido. Y sé que ninguna lo tendrá sin ti.

3.
Otras veces he comido solo con la Kukis. Pero ahora era diferente. No habías ido antes, y no irías después, porque no estabas. Yo lo sabía, la Kukis creo que no.

4.
La central del norte sigue abarrotada. Las filas enormes para conseguir un boleto fuera de este lugar, los viajeros impacientes intentando escapar. Y yo. Me dirigí a las taquillas. No había boletos al menos hasta el 2 de agosto, de esos baratos que tú conseguiste. No iba a esperar tanto. Así que decidí comprar los otros, los caros. Pero tampoco había para mañana. Tendría que ser el miércoles. Por una parte, estaba bien, así tendría oportunidad de limpiar. Por el otro, sería una noche más de espera.

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"Tú me acostumbraste a todas esas cosas..."

26/7/09

Mis días sin ti [vol. 3]



1. Al sentarme sonreí
Estuve a punto de quedarme en casa, desesperado por tu ausencia y con la noche cerrándose peligrosamente, pero al final decidí que lo mejor era cobrar de una vez para que el lunes no tuviera que andar a las carreras. Así que me puse la misma ropa que había traído todo el día y salí de la casa, paraguas en mano. Mientras bajaba las escaleras, la desesperación aumentaba, sabía que al regresar yo, no estarías, sabía que aún faltaban varios días para reunirnos, sabía que estabas lejos y que yo estaba sin ti. Respiré profundamente, pensé en eso camino al metro, en ti, en mí, y cuando vi el tren emerger del túnel oscuro, me di cuenta que no debía estar deprimido, sino feliz, de haberte encontrado, de habernos vivido, de haber aprendido junto a ti cosas que jamás imaginé, de nuestras experiencias y nuestros deseos. Al sentarme sonreí. Era momento no de penar por tu ausencia, sino de celebrar nuestro amor.

2. Pero no estabas
La mañana me sacudió sin remordimientos. No conseguí dormir más, así que me levanté y repetí la rutina del día anterior. Pero fue difícil, los buenos pensamientos de la noche anterior se habían esfumado, dejándome una vez más en la penumbra de la soledad. Me senté en la silla de la computadora y vi la cama destendida. Pensé, Ojalá estuviera aquí para ayudarme a tenderla. Pero no estabas. Me sacudí la cara, me puse de pie de un salto y comencé mi domingo, impaciente por escuchar otra vez tu voz.

3. Vuelta en la esquina
Los ojos me lloraban y sentía que el cuello se me quebraría frente a la computadora. Decidí hacer una pausa en mi trabajo, he avanzado lento, hay muchas distracciones, entre ellas, tu ausencia, jamás pensé que sería tan difícil de sobrellevar. Me estiré, grité, salí a la terraza y me asomé a la calle. Te imaginé dando vuelta en la esquina, llegando a la casa, saludándome con una sonrisa.

4. Tres días
Cuando terminé de comer, apagué la tele y me dispuse a lavar los trastes sin reflexión alguna. Entonces me di cuenta de que sólo había un plato. Y que en verdad me esfuerzo por hacer de esto un drama sin remedio, cuando lo cierto es que te veré, en sólo tres días estaré contigo. Vamos, si pasé 20 años esperando por ti, tres días no son nada.

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"Dar por un querer la vida misma sin morir... eso es cariño"

25/7/09

Mis días sin ti [vol. 2]



1. Abrí los ojos, sobresaltado. Era de madrugada. Escuché la lluvia, y volví a dormir. Abrí los ojos una segunda vez, cuando estaba amaneciendo; seguía lloviendo. Miré el reloj y volví a dormir. El despertador sonó, dos horas después. La lluvia estaba acabando. Me paré de la cama, la tendí, no como tú lo haces, pero hice mi mayor esfuerzo. La terraza estaba mojada. Jalé el agua, fui al baño. Faltaba poco para, por fin, escuchar tu voz y poder continuar mi día tranquilo, sabiendo que estás bien. No había luz. Tu hermana me dijo que aún no llegabas. Colgué el teléfono y me puse a avanzar con la tarea en mi cuaderno. En ese momento, te extrañé. Minutos después, sonó el teléfono. Me hubieras visto cuando te escuché, podría decir que nunca tuve tanta felicidad en la cara.

2. Fui yo quien tuvo la culpa. Cuando me puse a capturar lo de Giglia debí haber hecho lo mismo con lo de Pepe. Pero no. Así que tomé mi cámara de fotos, me puse una playera tuya, para sentirte más cerca, mi gorra y el pantalón sucio de ayer, y partí rumbo a Tlatelolco. Intentaría no tardarme. Llegué pronto, caminé desde Garibaldi, mirando la ciudad, el cielo que se nublaba y se despejaba alternadamente. En ese momento, te extrañé.

3. Finalmente, no llovió. Las señoras del pozole me recibieron un poco sorprendidas. Me sentí en la mesa del medio, justo frente al televisor, dándoles la espalda. Pedí un pozole de pollo y una coca cola en botella de vidrio. Me sirvieron de inmediato. Comí rápido. Pregunté cuánto era. Cuarenta y cuatro, me dijo. Le di el billete de cincuenta, y me regresó mi cambio, y dos dulces. Pero yo sólo era uno. En ese momento, te extrañé.

4. Iba a ser el segundo baño sin ti. Prendí la tele mientras se calentaba el agua. No había nada interesante. Me había puesto tus sandalias, para sentirte más cerca. Esperaba y esperaba, sin poder concentrarme en nada. Apagué la tele, mejor escucharía música. Recordé el disco que habías grabado hace unos pocos días, con las canciones que más te gustan, lo puse. Y en ese momento, volví a extrañarte. Y supe que no sería la última vez en este día.

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"El amor es un sacramento que debería recibirse de rodillas", Oscar Wilde

24/7/09

Mis días sin ti [vol. 1]



1. Desde el parque vi que los vidrios de esas ventanitas chiquitas de la fachada de la casa estaban iluminados. Pensé, "pero no hay nadie", y ahí empecé a quebrarme. Subí las escaleras y encontré, en los lavaderos, un jabón azul olvidado. Pensé, "ahora qué hago con esto". Y me di cuenta que no estabas, y que te necesitaba para que hicieras algo con el jabón. Luego entré a la sala y me recibió el silencio. Estaría solo durante cinco días y seis noches. Eso es mucho tiempo sin ti. Así que lloré, dejé que la desesperación se apoderara de mí, hasta el último rincón, y cuando estuve satisfecho, me limpié la cara, bebí un vaso de agua y me metí a bañar. Sé que te pondrás triste si te enteras que yo lo estuve. Voy a ser fuerte, te lo prometo.

2. En el metro hacía calor, afuera llovía. Mucha gente, casi me quedo dormido. Varias viejitas se pararon frente a mí, pero no le di el asiento a ninguna.

3. El autobús se quedó parado porque varios detrás de él se habían quedado atorados intentando salir al mismo tiempo. Cuando se fue, salí de la sala 2 a la calle, y busqué por dónde saldrían los autobuses. Tenía que verte una vez más, cerca, despedirme, serían muchos días, en ese momento no me había dado cuenta de que serían tantos. Decidí, pues, que no te voy a dejar ir a Hermosillo, aunque haya sido una propuesta mía. Será mejor que lo vayas olvidando.

4. Te amo.

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"El amor es intensidad y por esto es una distensión del tiempo: estira los minutos y los alarga como siglos", Octavio Paz

15/7/09

Ya



1. He tenido, últimamente, nostalgia de los primeros días. Cuando llegamos aquí sin nada, cuando podíamos cargar, nosotros mismos, con todas nuestras pertenencias. Eran tiempos de ilusiones, de deseos, de porvenires. No habíamos fracasado porque habíamos empezado otra vez, habíamos vuelto a nacer. Esa noche, mientras miraba el alto techo del cuarto que T nos consiguió para dormir, yo pensaba en nuestro futuro. El de largo plazo no me interesaba, sino que me preguntaba, Qué vamos a hacer, de qué viviremos, con esa ansiedad que ya me conoces. Tampoco me interesaba el pasado. Me enfoqué tanto en el día siguiente, en lo que haríamos, que olvidé que te tenía entre mis brazos. Al sentirte de nuevo, un escalofrío recorrió mi espalda, dibujé en mi cara una sonrisa y me sentí muy feliz. Sólo hasta entonces, supe que la felicidad, para mí, sí existía. Que tenía nombre, apellido, y el rostro más bello de todos.

2. Por una parte, me alegra que termine el trimestre. Estaba empezando a fastidiarme todo esto. Estoy perdiendo las motivaciones para la escuela, y no las recuperaré hasta que descubra nuevas clases, nuevos proyectos y nuevos retos. El tercer año ya. Queda poco tiempo y hay mucho qué hacer. Desde este trimestre me pondré en contacto con la universidad a la que me quiero ir a hacer trabajo de campo, prepararé el proyecto y se lo llevaré a mis maestros para que me ayuden. Hasta ahora, todo ha ido bien, pero sé que las cosas irán mejor. Eso espero.

3. Me mata la ansiedad. Cada vez que pasó por la oficina del departamento de antropología, me detengo en el cuadro de anuncios para ver si ya publicaron los resultados de la admisión. Durante estos últimos días, hay momentos en que estoy convencido, en que no hay manera de que no te acepten. Otras, tengo miedo, y estoy seguro que te rechazarán, y me pongo a pensar, Entonces, qué haremos. Yo creo que es un buen proyecto. El único motivo por el que, creo, podrías no quedar, es que no eres antropólogo. Pero entonces, para qué la abren a todos los de ciencias sociales... Además, justificamos muy bien la vinculación con la comunicación. Sólo espero el viernes para salir de la maldita duda. Entonces, ya veremos qué hacemos. Sólo entonces.

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"En el fondo amamos nuestro deseo, y no aquello que deseamos", F. Nietzsche

19/6/09

Por qué sí voy a votar... en blanco



1. Porque a ningún político le interesa la gente. Lo único que buscan en sus patéticas y nefastas vidas es subir los escalones del poder hasta la máxima altura posible, sin importarles qué deban hacer para conseguirlo. Las propuestas son sólo parte de un discurso inagotable de falsedades y engaños, convierten las ideas en mercancías y tratan de vendérnoslas a toda costa para acumular ganancias, en este caso, poder político. Podemos verlo, claramente: el juego entre diputados, senadores, y demás funcionarios públicos, se centra no en el beneficio del pueblo, sino en quién tiene la razón, y quién puede más que el otro. Aplastarse entre ellos es su única diversión. Todos sueñan con algún día, estar por encima de alguien más. Si esto no fuera así, evidentemente, no fueran políticos, sino activistas, luchadores sociales, líderes de opinión, todos estos sujetos que en nuestro país se hacen invisibles, devorados por el sistema.

2. Porque demostrar la participación es importante. Si bien es verdad que para el IFE el voto nulo es como si no hubieras votado, no podrán dejar de mirar las papeletas anuladas acumulándose en una esquina de la mesa de conteo, se sacudirán al ver que la gente no está contenta. Debe ser considerado como un acto de denuncia individual, de lucha personal, de resistencia comunal, no como una fría estrategia política. No todos los ciudadanos estamos viciados, no todos tenemos artimañas oscuras para perjudicar a unos y beneficiar a otros, como creen los importantes "analistas" de los medios de comunicación y los sabiondos de las instituciones públicas. Es, en esencia, un acto de resistencia. De verdadera resistencia.

3. Porque no es verdad que se beneficia la ultraderecha. Eso es sólo un argumento para espantar a la gente que ha considerado seriamente votar en blanco. Supongamos que la campaña a favor de la anulación del voto funciona, y que la población votante que anuló es mayor a la que eligió algún partido. Incluso así, los partidos pequeños tendrían votos. El total de votos estaría conformado sólo por aquellos que eligieron, así que, si tienen una base de apoyo amplia, alcanzarían el porcentaje que necesitan, de cualquier manera. Si no, pues simplemente, que desaparezcan: así tendremos a menos gente a la cual mantener con nuestros impuestos, y menos partidos que destruir en el futuro cercano. Y supongamos que la campaña del voto en blanco no funciona. Seríamos unos cuántos locos desorientados que no sabemos lo que hacemos. Pero sentaríamos, al menos, las bases para un descontento generalizado contra el sistema democrático mexicano. Y eso, de aquí al 2012, va a poner a temblar a los políticos.

4. Porque en este país, no hay izquierda ni derecha, ni nada en medio. Las distintas alternativas políticas, a fin de cuentas, se aglutinan en una masa deforme, pusilánime, que no tiene pies ni cabeza. Por más radicales que puedan ser sus propuestas, por más progresistas que puedan sonar, y por más honestos y buenas personas que sean los candidatos (que no dudo que los haya... o bueno, sí lo dudo, pero nada es imposible), están completamente atados, subordinados a una estructura mucho mayor, mucho más compleja y mucho más pesada, que no sólo subsume a nuestro país, sino a todos los países del mundo. Hemos creado un sistema económico que nos terminará destruyendo, que nos exige más de lo que podemos ofrecer, que mata personas de hambre y de gripa. El sistema capitalista neoliberal, a estas alturas, es un sistema global, que no permite la autodeterminación de ningún país. El verdadero jefe supremo, el único rey y soberano del mundo, es don Dinero. Aquel que lo tenga, manda. Y mientras no hagamos una reformulación de los planteamientos que nos rigen, mientras no construyamos otra cosa distinta, no hay nada que podamos hacer, excepto resistir, cada uno desde su trinchera, cuestionando, argumentando, participando. Es un gran obstáculo que el capitalismo haya permeado todos los ámbitos de la actividad humana, porque ya no podemos pensarnos fuera de esta burbuja asfixiante. Un día se reventará, y seremos, por fin, libres.

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"Al perro que tiene dinero se le llama señor perro", proverbio árabe

15/6/09

L'enthousiasme



1. La campana sonaba, y los niños, incluido yo, salíamos a todo correr de aquella insufrible prisión llamada escuela primaria. Por esos días me iba sin esperar a nada, ni a nadie. Sólo tenía que recorrer un par de cuadras, sacar la llave y abrir la puerta de la casa de mis abuelos. A esa hora, nadie había llegado aún. Así que dejaba mi mochila en alguna recámara, y con el corazón a punto de salírseme del pecho, abría los cajones del clóset de mi tía la menor, y sacaba el libro que, por alguna razón, leía en secreto. Tal vez porque era algo demasiado íntimo para compartir. El primer libro que leí.

2. Aprender a tocar guitarra fue una experiencia sin igual. Pero, el día que me percaté que ni mi dedicación ni mi talento natural me permitirían llegar demasiado lejos como músico de tiempo completo, decidí utilizar mi capacidad intelectual para ayudar a los músicos a sonar bien, y estudiar ingeniería en sonido. Esa carrera, si existía, no estaba en la Universidad de Guadalajara, pero aún así, quería irme. Cuanto antes. En parte porque sería más fácil que me admitieran en esa escuela terminándola allá -esa fue la versión oficial-, y en parte porque me fastidiaba que me estuvieran jodiendo con cortarme el pelo. Así que un buen día, lo decidí: me iría a Guadalajara.

3. El amigo de mi padre me esperó en el centro. Tomamos un taxi, de esos dorados que iban a Otay, e hicimos el recorrido en silencio. Hablamos de su trabajo, de mi escuela, y de otras vanalidades. Evidentemente, aquel hombre sólo estaba ahí por la legendaria amistad que, en otros tiempos, muy lejanos, había mantenido con mi papá. Pero no me importaba molestar. Nos bajamos una esquina antes, él quizá no se dio cuenta, estaría un poco desorientado. Caminamos por la avenida de los ingenieros, casi hasta el final de la calle, donde vivía su amigo, el Coronel. Pero el Coronel sólo rentaba cuartos para mujeres. "Pero aquí enfrente rentan", dijo. Así que fuimos. Un señor anciano nos abrió la reja verde. Nos mostró la habitación. Pequeña, con una ventana que daba a una pared, cama y buró, agua caliente y espejo en el baño. Estaba decidido. Ese sería mi nuevo hogar.

4. Después del gimnasio, Mónica y yo desayunamos en el comedor de la escuela y fuimos con Escalante. Eran casi las once. Escalante sacó de un rincón un pesado maletín negro, lo abrió y me mostró su contenido: una sony dvcam con micrófono, audífonos, gran angular, tripié, cargadores y tres baterías de 6 horas. Me brillaron los ojos. Pensar en sentirla de nuevo, en jugar con las imágenes. Capturar la imagen es todo un reto, pero el trabajo de edición... Eso es lo que en realidad me entusiasma. Eso, y comenzar mi formación como antropólogo visual.

11/5/09

No es una mujer (parte tres)



La ciudad parece asfixiarse bajo los miles de transeúntes en las calles del centro, pero quien tuviera una buena vista aérea de la zona y se sorprendiera, debería prepararse para descubrir los rinconces subterráneos, los anchos y calurosos pasillos, repletos, del metro. A esta hora, todos avanzan en una misma dirección, esa que los aleja del centro, sólo unos pocos, que necesitan hacer un rodeo porque el transporte hasta sus casas no es directo, permanecen en el andén del otro lado. Pero de este en el que estamos, no cabe un alma. Los policías, alertas, bloquean el paso de los hombres, excepto de aquellos mayores de 60 años, hacia los dos primeros vagones, aunque quién les asegura que entre éstos no va ningún rabo verde irrespetuoso que aprovechará su condición decrépita para tocar algo de carne fresca. Nadie puede asegurarlo, así como nadie asegurará que esta mujer que va pasando frente al policía, y que no se limita a pasar, sino que lo mira, le guiña un ojo y lo pone a sudar, no es, por ningún lado, excepto en la ropa y el maquillaje, una mujer, sino un hombre llamado Hugo Estrella. Se va hasta el principio del andén, se detiene detrás de una mujer con un perfume encantador, alta, rubia, como pocas, es lo bueno del centro, hay muchas ejecutivas. Ya viene el tren. Está repleto, pero en estos vagones de adelante aún queda un poco de espacio. Las puertas se abren, y la masa se avalancha violentamente tratando de entrar, pareciera que este es el último tren de la historia, que todos los que queden detrás se quedarán atrapados ahí por el resto de sus días, por eso se desarrollan estas batallas furiosas en los demás vagones, no en estos dos, llenos de mujeres educadas y civilizadas.

De inmediato a Hugo Estrella le llega el olor del sosiego. Las mujeres respiran tranquilas y emiten esos vapores muy particulares que se encierran en el minúsculo espacio del vagón. A veces piensa que podría ser un súper héroe con ese olfato que tiene, puede percibir hasta el más mínimo cambio en la atmósfera, pero no hay ningún olor que se le aproxime a este. Pero su máximo placer lo alcanza al trastocarlo, al arrebatárselos presionando contra sus muslos los genitales y frotándose con suavidad, con disimulo, sintiendo en la piel del pene el sublime roce del encaje de los calzones que trae puestos. No sabe cómo había podido vivir sin eso hasta ahora. Vestido de hombre no era lo mismo. Además, el olor de perdía, las mujeres, al verlo, comenzaban a apestar, a sentirse intranquilas, vulneradas. Pero con este disfraz, sobre todo con la ropa interior, las sensaciones se magnificaban ad infinítum.

Así que avanzó entre las faldas y las bolsas, entre los tacones y las medias, mordiéndose el labio, volteando los ojos, eyaculó una vez y se detuvo, alguna de estas mujeres lo miró extrañada, estuvo tentada a preguntarle, Señora, se encuentra bien, al ver a Hugo Estrella agachando la cabeza, tocándose de aquella manera el pecho, parecía que tendría un ataque, pero no, ya se recupera, seguro es el gentío, si ella tuviese su edad estaría igual, y a veces bastan estos años para desesperarse. Cuando mira a su alrededor, Hugo Estrella mira a esta mujer, quien le hace un gesto de complicidad, Se habrá dado cuenta, se pregunta, pero no puede llegar a ella, es imposible, así que no le da importancia, si sabe algo que lo demuestre, sigue su camino. Un orgasmo más, dios, esto es la gloria, llega al final del vagón, con las piernas temblándole, y sale al andén en la siguiente parada, ha sido suficiente por hoy, mejor será ir a casa, aunque no tiene prisa, tal vez sea sensato pasar por una cerveza antes, al fin y al cabo, nadie lo espera, su familia lo ha abandonado.

En esta estación casi no ha bajado gente, pero Hugo Estrella necesita desesperadamente aire fresco. Sube las escaleras y se queda de pie en la esquina. Al otro lado de la calle, observa a un policía de una casa de empeño que lo mira fijamente. Qué me ve ese cabrón, está a punto de sacarle el dedo cuando siente un golpe. Casi cae al suelo, pero se recupera, alguien está jalando su bolso, el bordado, Hugo Estrella se niega a soltarlo, mira nada más, Lo que me faltaba, un cabrón ratero, le dice, el joven ladrón lo mira sorprendido por la voz rasposa y grave, pero tampoco suelta el bolso, si ha arriesgado tanto, tiene que luchar por él, un bolso así de grande debe contener algo más que basura, seguro trae los recuerdos de toda una vida, le tira una patada, Hugo Estrella la recibe sin inmutarse, Vas a ver cabrón de mierda, y jala el bolso con más fuerza, atrae al joven ladrón y le propina un severo golpe en la nariz, el bolso, herido, se desprende de la correa, cae al suelo, rasgado por la mitad, y derramando su interior por la banqueta, al mismo tiempo que la sangre del joven ladrón.

El policía ha tardado en reaccionar, pero al fin se ha decidido. Si ha dejao su puesto de vigilancia es por ir a defender a una ciudadana, como es su deber, aunque no sea cliente de la casa de empeño, los jefes sabrán comprenderlo. Detiene al joven ladrón por la camisa, le da un sermón, orgulloso, A que no te lo esperabas, verdad, toparte con una mujer tan valiente. Hugo Estrella, alarmado, se apresura a recoger sus cosas y a meterlas de nuevo en el bolso, hace como puede, otro policía, el de la estación del metro, llega y ayuda a su colega, Señora, se encuentra bien, Hugo Estrella no quiere hablar, no puede hablar, ha hecho intentos por disimular la voz pero sabe que no es suficiente, cualquiera sospecharía, trata de cerrar la fisura del bolso, pero es imposible, es demasiado grande, Le voy a conseguir una bolsa de plástico para sus cosas, le dice uno de los policías, Le dio un buen chingazo a este hijo de puta, le dice el otro, mientras detiene los ojos alborotados para mirarlo, trae un corte de pelo extraño, sus manos no llevan las uñas pintadas, el sudor le ha corrido el maquillaje y con esta luz pareciera que se le nota la barba crecida. No puede ser, piensa el policía, entonces ve al otro llegando con la bolsa, le entrega al joven ladrón, toma la bolsa y se agacha para ayudar, la mujer parece nerviosa, con la mano le hace señas de que la deje, de que ella puede sola, pero el policía insiste, y recoge del suelo una camisa de hombre, arrugada que lucha por salirse del bolso, la mujer, apurada, trata de cerrar el agujero y se levanta, pero fracasa, y todo el contenido vuelve a caer en la banqueta. Toda una caja con maquillaje, rastrillo y desodorante, pantalones, y unos zapatos de hombre, además de otras prendas interiores femeninas. Qué es todo esto, pregunta el policía, y entonces le mira el rostro, el sudor ha corrido el maquilaje, la barba ahora es evidente. Usted no es una mujer.

En el interrogatorio, Hugo Estrella, acorralado, no tuvo más remedio que pedirles que no lo desnudaran, y que si lo hacían, no le quitaran los calzones, que los necesitaba. Aunque sea déjenme algo, les dijo a los oficiales, quienes, burlones, le dijeron, Sí, pendejo, también te vamos a dejar la peluca, para que te vean los periódicos, pinche pervertido. Hugo Estrella parecía resignado, como si hubiese sabido desde siempre que así terminaría todo. En la celda donde esperaba a los medios, se tocaba la entrepierna y frotaba sus genitales en los calzones de su mujer. Al menos, había sido más listo que todos ellos. Los oficiales vinieron al siguiente día, muy temprano. Lo sacaron a rastras, le dieron unas cachetadas y luego lo llevaron a la sala de prensa. Hicieron la recomendación de publicar su foto para que, si alguien lo reconocía, lo denunciara cuanto antes, ya que si no, tendrían que dejarlo libre. Al escuchar esto, Hugo Estrella empezó a sonreír. Los reporteros lo fotografiaban sin parar, esa era un imagen suficiente para la portada. El oficial a cargo se exasperó, le gritó, Por qué sonríes, carajo. Pero Hugo Estrella no respondió. Sólo pensaba, para sus adentros, que después de todo, se había salido con la suya.

(FIN)

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[Parte uno]

[Parte dos]