11/11/09

La puerta del cielo


[Imagen de: http://www.notitarde.com/]

El puré, de hace tres días, empezaba a ponerse grumoso y seco al mezclarse con los barbitúricos. Gueno estuvo a punto de añadirle apenas un chorro de agua para ver si recuperaba la consistencia original, pero recordó que Sol, cuyo cuerpo vacío empezaba a oler a podrido, les había dado instrucciones precisas de no modificar la fórmula, so pena de condena eterna, y si había algo a lo que Gueno temía más que a cualquier otra cosa de este mundo, era a la condena eterna. O al menos hasta ese instante así lo creía, pero estaba equivocado. Atravesó la cocina y llegó hasta la habitación donde Damar asistía a la última compañera, Pem. Tenía los ojos cerrados y los brazos cruzadas sobre el pecho, como había visto en las películas, aunque nadie les había dicho si debían hacerlo así, todos los treinta y ocho tripulantes, excepto Sol, y tal vez porque de la emoción ni siquiera se acordó, habían decidido irse con los brazos así dispuestos. Cuando Gueno entró en el cuarto, Pem intentó por un instante respirar, trató de hacer llegar sus manos hasta las de Damar, que detenían la bolsa en su cabeza, se rindió a mitad del camino y con un último suspiro, se fue. Damar suspiró también, luego de comprobar que el cuerpo había quedado hueco, se volvió para mirar a Gueno y reconoció el terror en sus ojos, aunque pensó que era el reflejo de los suyos y, avergonzada, los apartó.
A ellos nadie los ayudaría. Sin decir una palabra, Gueno le dio el tazón de puré a Damar y esperó. Ella se quedó inmóvil un instante, luego dio tres pasos hacia la única litera que quedaba vacía, subió la escalera y se sentó con las piernas cruzadas. Gueno la veía, sintiendo desde el fondo de su ser cómo la angustia y el miedo ascendían hasta la garganta, estremeciéndole los nervios y tensándole los músculos. En menos de tres minutos, Gueno estaba invadido por la incertidumbre, convencido de la estupidez que estaba a punto de hacer, y decidido a no continuar con una locura de tan graves consecuencias. No puedo hacerlo, dijo en voz alta sin pensarlo. Damar, que ya estaba comiendo el puré, ni siquiera le dirigió una mirada de compasión, ni de curiosidad, nada, con la vista clavada en el puré siguió comiéndolo, y cuando el tazón estuvo vacío, se recostó y dijo, Te condenarás. Pero Gueno ya tenía un pie fuera de la casa, azotó la puerta y cuando ya bajaba por el jardín, regresó a cerrar con llave, como tenía por hábito.
Caminó durante horas hasta que los nervios empezaron a descender. No se había llevado ni una chamarra y trataba de cubrirse del frío agachando la cabeza y metiendo las manos en los bolsillos del pantalón, sin mucho éxito. Había llegado a las calles lúgubres del centro, dudando entre ir a la estación de policía o telefonear a su madre para pedirle un giro, pues su mente, de alguna manera, había regresado a la normalidad en la huída, volvía a ser práctica y metódica, y no una pizarra en blanco en la que Sol escribía sus más disparatados deseos para ser cumplidos sin chistar, por lo que ahora tenía una enorme cicatriz negra en lugar de genitales. Pensaba, por ejemplo, que si acudía con la policía lo arrestarían por homicidio, y que si pedía ayuda a su madre no podría cobrar ningún giro porque no tenía identificación. Se había convertido apenas en una sombra sin identidad, sin rumbo y sin razón de ser. Mejor hubiera sido comerse el puré y morir como el resto del grupo, ahora que la vida no tenía más sentido.
Se topó con una pequeña multitud que se arremolinaba frente al escaparate de una tienda de televisiones, todas transmitiendo el noticiario de cadena nacional a las siete, cosa rara, pues el horario habitual era a las diez. Gueno se detuvo al ver en el recuadro, junto a la cabeza del presentador, la foto del cometa con una forma extraña y brillante al lado, que, según el boletín que leía, hasta ahora no podía verse por la posición de la Tierra respecto del cuerpo celeste. El experto que habían invitado, un astrónomo de la NASA, declaraba por teléfono que posiblemente se trataba de uno de los que hasta ahora habían llamado objetos voladores no identificados, nombre que ya no tendría sentido usar, y que el cometa quizá no era un cometa, sino una fuerza luminosa hasta ahora desconocida para la ciencia humana, dirigida por la nave espacial. El presentador, al terminar la entrevista, declaraba ante los ojos atónitos del mundo que era un momento determinante para la historia moderna, qué digo moderna, para la historia de todos los tiempos, hemos descubierto, con pruebas fehacientes al fin, y no por rumores incoherentes de lunáticos obsesivos, que no estamos solos en este mundo, no señor, y que debemos prepararnos para recibir, en futuros días, la visita de civilizaciones superiores, que lucharán por conquistarnos y esclavizarnos, tal como nosotros hemos hecho tantos siglos con nosotros mismos.
Fue entonces que Gueno comprendió que nunca debió dejar de temer a la condena eterna, pero ya no había nada qué hacer.

[FIN]

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