
1. Es un fuerte choque recordar, en sólo hora y media, que todo lo que vivimos, esta realidad que hemos creado, de la que tan orgullosos estamos, es un fraude. Es un mundo mágico que no corresponde con el mundo exterior, que nos aleja de nuestra verdadera condición. Vivir para generar dinero, no es lo que deberíamos estar haciendo. Hemos edificado ciudades de asfalto, inmensas, laberínticas, donde hemos decidido perdernos para siempre en una bruma de ilusiones y falsos recuerdos, de un futuro irreal, inverosímil, al que estamos ansiosos de llegar pero que, sabemos, nunca llegará, porque más pronto se congelará el sol que saciará el hombre su ambición. Todo acto de nuestra sociedad (entiéndase occidental, "moderna" o mexicana, da lo mismo) es una parodia de un sueño que no puede ni podrá concretarse jamás. Escribir frente a esta computadora, por ejemplo. Para poder hacerlo, necesito luz, dado que el aparato electrónico complejo del que me sirvo así lo exige. Que se haga, pues, la luz, a través del enchufe y el cable. ¿Quién ha puesto ese enchufe ahí, y peor aún, de dónde viene esta energía eléctrica, nombre verdadero de lo que coloquialmente he llamado "luz"? La computadora está dispuesta, para mi uso y disfrute, en un escritorio de aserrín prensado, sencillo, con una repisa y un cajón. No son más que restos de madera y pegamento, uno que otro tornillo, que me da el soporte para no tener que acostarme en el suelo helado a escribir. ¿De dónde ha salido esta madera, quién ha armado este mueble? No yo. El instrumento principal, la computadora, es todavía más surreal. El código binario en que funciona la transmisión, procesamiento y codificación de la información es producto de complicados procesos intelectuales que se han acumulado a lo largo de toda la historia humana. El plástico que recubre todos los componentes electrónicos es, igualmente, resultado de la explotación salvaje de nuestra principal fuente de energía, el petróleo. Nada de esto, ninguna de estas cosas, las he trabajado yo. Lo único que hice fue conectar cables y presionar botones. Las casas en las que vivimos, las calles por las que transitamos, los alimentos que ingerimos y las diversiones que nos procuramos, nada es sino un espejismo que nos ayuda a olvidarnos que a cientos de miles de kilómetros hay millones de personas trabajando de sol a sol para que nosotros, habitantes/parásitos de las ciudades, podamos conservar esta vida repleta de lujos que tanto nos gusta y a la que tan bien nos hemos acostumbrado. Hemos construido nuestro modelo social en torno al dinero y no al alimento, como lo hacen el resto de las especies que habitan nuestro planeta. A causa de esto, hemos roto el equilibrio en que la Tierra se mantuvo durante millones de años antes de nuestra aparición. Un día, el dinero no tendrá más sentido, porque el petróleo se acabará, los árboles se acabarán, el agua se acabará, el aire se acabará, y los humanos, al fin, se acabarán también, víctimas de sus propios (devastadores) actos. Ese día, la Tierra, librada para siempre de su peor pesadilla, respirará aliviada, se sacudirá las cenizas y continuará sonriente su recorrido por el Universo que, generoso, no la volverá a castigar con tan despreciable especie.
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Recomendación: Home, un film de Yann Arthus-Bertrand.
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