11/5/09

No es una mujer (parte tres)



La ciudad parece asfixiarse bajo los miles de transeúntes en las calles del centro, pero quien tuviera una buena vista aérea de la zona y se sorprendiera, debería prepararse para descubrir los rinconces subterráneos, los anchos y calurosos pasillos, repletos, del metro. A esta hora, todos avanzan en una misma dirección, esa que los aleja del centro, sólo unos pocos, que necesitan hacer un rodeo porque el transporte hasta sus casas no es directo, permanecen en el andén del otro lado. Pero de este en el que estamos, no cabe un alma. Los policías, alertas, bloquean el paso de los hombres, excepto de aquellos mayores de 60 años, hacia los dos primeros vagones, aunque quién les asegura que entre éstos no va ningún rabo verde irrespetuoso que aprovechará su condición decrépita para tocar algo de carne fresca. Nadie puede asegurarlo, así como nadie asegurará que esta mujer que va pasando frente al policía, y que no se limita a pasar, sino que lo mira, le guiña un ojo y lo pone a sudar, no es, por ningún lado, excepto en la ropa y el maquillaje, una mujer, sino un hombre llamado Hugo Estrella. Se va hasta el principio del andén, se detiene detrás de una mujer con un perfume encantador, alta, rubia, como pocas, es lo bueno del centro, hay muchas ejecutivas. Ya viene el tren. Está repleto, pero en estos vagones de adelante aún queda un poco de espacio. Las puertas se abren, y la masa se avalancha violentamente tratando de entrar, pareciera que este es el último tren de la historia, que todos los que queden detrás se quedarán atrapados ahí por el resto de sus días, por eso se desarrollan estas batallas furiosas en los demás vagones, no en estos dos, llenos de mujeres educadas y civilizadas.

De inmediato a Hugo Estrella le llega el olor del sosiego. Las mujeres respiran tranquilas y emiten esos vapores muy particulares que se encierran en el minúsculo espacio del vagón. A veces piensa que podría ser un súper héroe con ese olfato que tiene, puede percibir hasta el más mínimo cambio en la atmósfera, pero no hay ningún olor que se le aproxime a este. Pero su máximo placer lo alcanza al trastocarlo, al arrebatárselos presionando contra sus muslos los genitales y frotándose con suavidad, con disimulo, sintiendo en la piel del pene el sublime roce del encaje de los calzones que trae puestos. No sabe cómo había podido vivir sin eso hasta ahora. Vestido de hombre no era lo mismo. Además, el olor de perdía, las mujeres, al verlo, comenzaban a apestar, a sentirse intranquilas, vulneradas. Pero con este disfraz, sobre todo con la ropa interior, las sensaciones se magnificaban ad infinítum.

Así que avanzó entre las faldas y las bolsas, entre los tacones y las medias, mordiéndose el labio, volteando los ojos, eyaculó una vez y se detuvo, alguna de estas mujeres lo miró extrañada, estuvo tentada a preguntarle, Señora, se encuentra bien, al ver a Hugo Estrella agachando la cabeza, tocándose de aquella manera el pecho, parecía que tendría un ataque, pero no, ya se recupera, seguro es el gentío, si ella tuviese su edad estaría igual, y a veces bastan estos años para desesperarse. Cuando mira a su alrededor, Hugo Estrella mira a esta mujer, quien le hace un gesto de complicidad, Se habrá dado cuenta, se pregunta, pero no puede llegar a ella, es imposible, así que no le da importancia, si sabe algo que lo demuestre, sigue su camino. Un orgasmo más, dios, esto es la gloria, llega al final del vagón, con las piernas temblándole, y sale al andén en la siguiente parada, ha sido suficiente por hoy, mejor será ir a casa, aunque no tiene prisa, tal vez sea sensato pasar por una cerveza antes, al fin y al cabo, nadie lo espera, su familia lo ha abandonado.

En esta estación casi no ha bajado gente, pero Hugo Estrella necesita desesperadamente aire fresco. Sube las escaleras y se queda de pie en la esquina. Al otro lado de la calle, observa a un policía de una casa de empeño que lo mira fijamente. Qué me ve ese cabrón, está a punto de sacarle el dedo cuando siente un golpe. Casi cae al suelo, pero se recupera, alguien está jalando su bolso, el bordado, Hugo Estrella se niega a soltarlo, mira nada más, Lo que me faltaba, un cabrón ratero, le dice, el joven ladrón lo mira sorprendido por la voz rasposa y grave, pero tampoco suelta el bolso, si ha arriesgado tanto, tiene que luchar por él, un bolso así de grande debe contener algo más que basura, seguro trae los recuerdos de toda una vida, le tira una patada, Hugo Estrella la recibe sin inmutarse, Vas a ver cabrón de mierda, y jala el bolso con más fuerza, atrae al joven ladrón y le propina un severo golpe en la nariz, el bolso, herido, se desprende de la correa, cae al suelo, rasgado por la mitad, y derramando su interior por la banqueta, al mismo tiempo que la sangre del joven ladrón.

El policía ha tardado en reaccionar, pero al fin se ha decidido. Si ha dejao su puesto de vigilancia es por ir a defender a una ciudadana, como es su deber, aunque no sea cliente de la casa de empeño, los jefes sabrán comprenderlo. Detiene al joven ladrón por la camisa, le da un sermón, orgulloso, A que no te lo esperabas, verdad, toparte con una mujer tan valiente. Hugo Estrella, alarmado, se apresura a recoger sus cosas y a meterlas de nuevo en el bolso, hace como puede, otro policía, el de la estación del metro, llega y ayuda a su colega, Señora, se encuentra bien, Hugo Estrella no quiere hablar, no puede hablar, ha hecho intentos por disimular la voz pero sabe que no es suficiente, cualquiera sospecharía, trata de cerrar la fisura del bolso, pero es imposible, es demasiado grande, Le voy a conseguir una bolsa de plástico para sus cosas, le dice uno de los policías, Le dio un buen chingazo a este hijo de puta, le dice el otro, mientras detiene los ojos alborotados para mirarlo, trae un corte de pelo extraño, sus manos no llevan las uñas pintadas, el sudor le ha corrido el maquillaje y con esta luz pareciera que se le nota la barba crecida. No puede ser, piensa el policía, entonces ve al otro llegando con la bolsa, le entrega al joven ladrón, toma la bolsa y se agacha para ayudar, la mujer parece nerviosa, con la mano le hace señas de que la deje, de que ella puede sola, pero el policía insiste, y recoge del suelo una camisa de hombre, arrugada que lucha por salirse del bolso, la mujer, apurada, trata de cerrar el agujero y se levanta, pero fracasa, y todo el contenido vuelve a caer en la banqueta. Toda una caja con maquillaje, rastrillo y desodorante, pantalones, y unos zapatos de hombre, además de otras prendas interiores femeninas. Qué es todo esto, pregunta el policía, y entonces le mira el rostro, el sudor ha corrido el maquilaje, la barba ahora es evidente. Usted no es una mujer.

En el interrogatorio, Hugo Estrella, acorralado, no tuvo más remedio que pedirles que no lo desnudaran, y que si lo hacían, no le quitaran los calzones, que los necesitaba. Aunque sea déjenme algo, les dijo a los oficiales, quienes, burlones, le dijeron, Sí, pendejo, también te vamos a dejar la peluca, para que te vean los periódicos, pinche pervertido. Hugo Estrella parecía resignado, como si hubiese sabido desde siempre que así terminaría todo. En la celda donde esperaba a los medios, se tocaba la entrepierna y frotaba sus genitales en los calzones de su mujer. Al menos, había sido más listo que todos ellos. Los oficiales vinieron al siguiente día, muy temprano. Lo sacaron a rastras, le dieron unas cachetadas y luego lo llevaron a la sala de prensa. Hicieron la recomendación de publicar su foto para que, si alguien lo reconocía, lo denunciara cuanto antes, ya que si no, tendrían que dejarlo libre. Al escuchar esto, Hugo Estrella empezó a sonreír. Los reporteros lo fotografiaban sin parar, esa era un imagen suficiente para la portada. El oficial a cargo se exasperó, le gritó, Por qué sonríes, carajo. Pero Hugo Estrella no respondió. Sólo pensaba, para sus adentros, que después de todo, se había salido con la suya.

(FIN)

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[Parte uno]

[Parte dos]

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