
[Imagen de http://brothermk1.blogspot.com/2007/03/freakshow-tanda-2.html]
Pintarse el borde de los ojos, hasta ahora, ha sido lo más difícil, pero un estúpido lápiz negro no lo va a detener, no después de haber revisado detalladamente los rostros de las modelos en las revistas de moda y glamour, no después de interrogar misteriosamente a su esposa, Este para qué sirve, cómo te pintas ahí, y para salir airoso, elogiarla, Es que siempre quedas muy guapa. Hay que otorgarle mérito, para ser la primera vez, no está tan mal, el rubor no se ve exagerado, las sombras están en su punto, el lápiz labial, bueno, parece que lleva haciendo esto toda la vida, y eso que las luces, densas y pesadas, de este baño individual que pagó no ayudan en lo absoluto, ni el espejo embarrado, ni el intenso olor a cloro. Se mira el rostro en el espejo, sonríe con malicia, si ese policía se hubiera dado cuenta de con quién estaba tratando, le habría merecido un poco más de respeto, carajo, sacarlo así, a rastras, del andén, con toda la gente mirando, no hacía caso a su Suélteme, yo puedo solo, no, no le dejó ni un poco de dignidad, habrá pensado que se enfrentaba a un degenerado sin cerebro, a uno de esos sujetos que sólo se dedican a sentir placer, en lo desconocido o en lo conocido, en lo arriesgado o en lo seguro, pero se equivocaba, a Hugo Estrella no le interesa el placer por el placer, sino ganárselo, y pensar, al final del día, Que bien lo hiciste hoy, carajo, y responderse, Y mañana irá mejor, vas a ver.
Toca el turno a la peluca. Le ha costado trabajo conseguirla, jamás imaginó en qué negocio harían cosas de estas, jamás pensó que tenía que combinarla con su tono de piel, buscar la medida, la forma del rostro, para que pareciera natural, Para que de verdad parezcas una dama, le dijo la encargada de la tienda, o el encargado, quien quizá había tenido más éxito en la labor que ahora absorbía a Hugo Estrella. Se acomodó la redecilla, suspirando al recordar los suaves perfumes de las féminas, encerrados en un vagón de metro, respirando ese aire de tranquilidad que sólo tienen allí, todas ellas, juntas, creyéndose a salvo de las manos sudorosas de los aprovechados, es la única manera en que adquieran tan particular encanto, los músculos descansados se tensan levemente al creer sentir algo duro encajándoseles en las nalgas, Hugo Estrella no sabe qué pensarán, es un celular, un bolso, una uña postiza, qué sé yo, esa mujer que lo delató, alta, usaba lentes, le podía ver el rostro en el reflejo del vidrio de la puerta, las cejas depiladas, los labios rosas, cerrados, la frente amplia, era una verdadera mujer, exhalando por sus poros esa sensación que se disipó cuando ella también alcanzó a verlo en el reflejo del vidrio, su gesto se endureció, furiosa, gritó, Hijo de puta, y lo tomó del cuello y cuando la puerta se abrió, al llegar a la estación, lo llevó directo al policía que vigilaba la línea que separaba los vagones exclusivos para mujeres del resto, mientras le gritaba, Pervertido, creíste que me iba a quedar callada, no elegiste bien a tu presa, cabrón, ahora sí vas a ver.
Llamaron a su mujer, por lo visto, al policía lo único que le interesaba era humillarlo públicamente, por eso iba gritando por los pasillos, Ahora sí te agarramos, pervertido, vas a ver cómo te va a ir, por quererte aprovechar de inocentes mujeres, por manolarga, la gente volteaba, lo miraban con asco, no concebían que un ser de esa naturaleza existiera todavía, algunos se referían al policía cumpliendo su deber, pero la mayoría, al gordo aprovechado y pervertido. Hugo Estrella sonreía mientras pensaba, Si supieras, pendejo, que no soy quien tú creíste. No era de los que se daban por vencidos, ni de los que aprendían su lección. Al contrario, ahora era un reto, más divertido, más excitante, burlar a la seguridad, encontrar la manera, y dentro de poco, conseguiría el éxito, ya sólo le faltaba acomodarse el vestido, ponerse las medias y los tacones, y vencería.
La esposa de Hugo Estrella llegó dos horas después. Le dio un sermón sobre los valores y el esfuerzo que ella hace ahora que está desempleado, pero no logró conmoverlo. Cuando llegaron a la casa, nada más para que aprendiera que con él no se juega, le dio una chinga. Creyó que se iba a salir con la suya nomás porque había un policía cuidándola, pues no, que equivocada estaba, mira nomás, y luego le dijo que durmiera en la sala y que le preparara chilaquiles. La mujer obedeció, llorando. Más le valía. Nadie iba a pasar por encima de Hugo Estrella, ni la policía moralista de la ciudad, ni las mujeres estúpidas que no saben lo que es un hombre. Quién diría, que este que ve el espejo, con tacones rojos, cabellos castaños y boca encendida, era tal. Ay cabrona, que buena estás, se dijo a sí mismo, y guardando sus cosas en su enorme bolsa bordada con flores y pájaros, salió del baño público ante la mirada atónita del encargado, quien jamás se imaginó que un hombre como el que había entrado se pudiese convertir en una mujer como la que había salido, y eso que había visto bastantes cosas en su no tan corta carrera como encargado del baño público, Jamás volveré a estar seguro de nada, pensó, y cambió el canal de la tele.
La primera prueba comenzó en cuanto puso un pie en la calle. Seguro de sí mismo, caminó con paso firme hasta la parada del camión, dos cuadras adelante, tratando de no tambalerse demasiado, hacerlo como lo había practicado, tacón, punta, tacón, punta, despacio, no lleva prisa. Con excepción de algunos viejos libidinosos que se ruenían en las jardineras, nadie se fijó realmente en Hugo Estrella vestido de mujer. Era una ciudadana más, con sus problemas y sus felicidades, sus temores y sus desvaríos. Se detiene junto a otras mujeres en la banca diseñada para aguardar el arribo del autobús de transporte público, se abrasa a su enorme bolsa, un tanto nervioso, puede desde ya sentir una erección rozando la ropa interior femenina, cualquier le preguntaría, Sólo tienes que verte como mujer, no sentirte como una, para qué usas también ropa interior, a lo que él, en este momento, no podría responder, porque, a pesar de considerarse listo, y hasta brillante, acepta que, cuando alcanza este nivel de excitación, no logra llegar a razonamientos, digamos, del todo correctos, o al menos coherentes.
Ya viene el autobús. Por suerte, pertenece al programa de uso exclusivo para mujeres, Afrodita, quien lo haya bautizado habrá pensado que no podía elegir un nombre mejor o más apropiado, quién, en su sano juicio, puede objetar la comparación con una auténtica diosa del Olimpo. Viene casi lleno, con espacio suficiente sólo para que las cinco mujeres, y Hugo Estrella, aquí esperando, lo aborden. Se acerca a la puerta, cualquiera con un buen oído podría escuchar los latidos de su corazón, o cualquiera con un buen olfato percibiría el olor amargo del lubricante que ha derramado, se siente empapado, no esta mujer, que trata de meterse en la fila, es una cualquiera, que le sonríe, como si fueran cómplices, Hugo Estrella le permite pasar primero, ella dice Gracias, y ahora sabe quién será su primera víctima, esa pobre ingenua, insolente, que no alcanzó a verle la sombra de la barba bajo el maquillaje, bien elegido está el nombre, Afrodita no sólo era la diosa de la belleza, también de la prostitución. Tendrá su merecido si logra pasar al conductor, quien mira desde su asiento, recibe las monedas, las echa en la tómbola y entrega el boleto, tres veces ya lo hizo, Hugo Estrella pone un pie en el primer escalón, sin tacto alguno, abriendo las piernas, sólo piensa, Cuidado con la peluca, sube el otro pie, ya estoy arriba, la quinta mujer, esa zorra, pasa por delante del chofer, No tengo cambio, déjeme cambiar, sí, y el chofer, atrapado por sus viscosas redes, responde, Déjelo así, pásele, ándele, pásele, no cabe duda, es verdad lo que dicen de los hombres, todos son iguales. Al fin toca el turno de Hugo Estrella, la prueba de fuego, si él, que pertenece a su mismo género, no puede reconocerlo, nadie podrá. Ya llevaba las monedas en la mano, las deposita en la tómbola, el chofer baja la palanca y deja caer el dinero en la caja, luego arranca un boleto, Hugo Estrella lo mira fijamente, con los ojos llenos de nerviosismo, quizá el chofer piensa que es admiración, por lo que, al entregarle el boleto, le acaricia suavemente los dedos, y luego le guiña un ojo. Hugo Estrella casi habla, sorprendido, estuvo a punto de pronunciar un Gracias infestado de rabia, pero piensa mejor, si su disfraz es perfecto por fuera, no ha conseguido pensar en la voz, cualquiera lo reconocería por la voz rasposa, grave, que su abuelo le heredó.
Y he ahí el paraíso que le había sido arrebatado. De regreso a él, localiza a la quinta mujer de la fila, que debió haber sido la sexta si no hubiese usurpado un lugar que no le correspondía. Se las ha arreglado para irse casi hasta la puerta de bajada. No importa. El camino es largo, y será entretenido. Hugo Estrella comienza a avanzar. Diría Con permiso, pero no es tan zoquete.
[Continúa]
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[Parte dos]
[Parte tres]
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