
Imagino las historias de esas personas. Jóvenes, entre 20 y 50 años. Estaban bien, paseando por ahí, discutiendo con su esposa, desayunando con unos amigos, viendo en la tele las noticias de una tal gripe porcina, y de pronto, la fiebre, la tos, el dolor de cuerpo, No me pasa nada, estoy bien, ya se me pasa, se toman una aspirina para el dolor de cabeza, una tempra para la calentura, un jarabe para la tos, no pueden creer que les esté pasando a ellos, que sepan, no estuvieron cerca de nadie que tuviera los síntomas, No puede ser influenza, no puede ser. Tres días después, cuando no aguantan más, cuando sienten que van a explotar, van al hospital, los aislan, el médico con cubrebocas lo mira como a un bicho raro, como material altamente tóxico, como si bastara tocarlo para caer fulminado en el consultorio. Es muy tarde para los antivirales, no hay nada que se pueda hacer, esa persona ha de morir, sus días, desde el que nació, estaban contados.
Y mientras nosotros, los que estamos lejos del drama que vive la ciudad en estos momentos, miramos el cielo, despejado durante el día, nublado y con ligeras lluvias y truenos durante la tarde, parece que vivimos en un tiempo diferente, que el mundo tiene los ojos puestos sobre nosotros. Nos cuidamos de los demás, cualquiera es peligroso, no más chismes en las esquinas, no más insinuaciones inocentes, ni comentarios sobre el clima. Procuramos, incluso, no mirarnos a los ojos, no acercarnos demasiado unos a otros, no tocar pieles ajenas. La gente, en el supermercado, llena los carritos con garrafones de agua, con botellas de aceite, con comida enlatada, como si se prepararan para un desastre inminente, no me sorprendería que llevaran lámparas de pilas y platos desechables.
De los rostros, azules de la nariz para abajo, sólo puede verse una expresión en los ojos, compartida, a veces más explícita, a veces oculta, pero es una sola: temor. Nos preguntamos, vamos a morir, sobreviviré, cuánto durará esta pesadilla. El temblor no fue nada. Una pequeña sacudida sin consecuencias. Y el país entero, conforme pasan los días, se va paralizando. Conciertos cancelados, concentraciones masivas dispersadas, las escuelas cerradas hasta el seis de mayo. El miedo se esparce con más rapidez que la enfermedad. Pero tienen las mismas consecuencias, por el momento, son una y la misma cosa.
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ResponderBorrarserá que nos juzgamos de hipocondriacos o no entiendo por qué sólo aquí tuvieron que morir personas. a dejar la paranoia.
ResponderBorrarsaludos :)