
[Imagen tomada de http://www.rtp.gob.mx/imagenes/atenea_6.jpg]
Ha sido un gran acierto del gobierno, desde el punto de vista de esta mujer que viene casi dormida de pie, sujetándose del mismo tubo pegajoso al que otras tantas mujeres vienen sujetadas, destinar autobuses al uso exclusivo de personas de su mismo sexo y condición, mantenerlas a salvo de los hombres, que son todos unos cerdos, al menos ahora puede sentirse segura, a bordo de un autobús rotulado con letreros rosas y flores que versan, Programa de Transporte Público para Mujeres Afrodita. Sobresaltada, se da cuenta que se acerca el momento de bajar, si no hace la parada aquí el chofer no la bajará hasta seis o siete cuadras adelante, así que reacciona con violencia, se abre paso entre las cabezas y los cuerpos, Con permiso, permiso por favor, toca el timbre, el chofer frena bruscamente, todas se tambalean pero ninguna cae, se mantienen, firmes, en sus lugares. Sólo bajan dos, el autobús cierra la puerta trasera y continúa su camino, las mujeres que bajaron no se volverán a encontrar, una va en una dirección, la otra en la opuesta, ni siquiera se han mirado.
La mujer camina las tres cuadras que separan la parada del camión de su casa. Los tacones la están matando, siente su cuerpo sucio, por el polvo de la ciudad, por el sudor del calor, necesita con urgencia un buen baño. Sus hijos deberían estar en casa, ya no son horas para que anden en la calle, sólo espera que la mayor sea tan responsable como para encargarse de sus dos hermanitos, pero con ese novio que trae, No me gusta nada, nada, pero qué le va a hacer, alguien le ha dicho que a nadie le gustan los novios de las hijas, menos las novias de los hijos, pero hay que resignarse, con mantenerlos vigilados bastará, nada más le pide a dios que no resulte embarazada, Soy muy joven para ser abuela, dice. Y su marido, quién sabe si llegó o no, desea que no, pero tampoco se le ocurre qué tanto puede estar haciendo en la calle, no cree que den entrevistas de trabajo tan tarde, Mejor ni le pregunto, es muy orgulloso, ha de estar apenado por ser mantenido por su mujer, y ella, a estas alturas, ya está hartándose, No me casé para esto.
Busca en su bolso las llaves, nada más falta que se le hayan olvidado, no tiene tan mala memoria, sólo es el temor de todos los días, haber dejado el foco prendido, las llaves pegadas, la puerta abierta, así somos, nunca vamos a estar tranquilos todo el tiempo. Entra. El pasillo está oscuro, pero las escaleras son iluminadas por la luz que llega de arriba, del número cinco, entonces sí hay alguien, Más les vale, canijos, piensa y sonríe, le da gusto, quizá esta es la mejor parte del día, antes de llegar a la casa, abrir la puerta y ver el desorden monumental que le han hecho sus hijos, nunca va a poder mantener la casa limpia aunque sea un día, entonces empiezan los corajes, pero aquí, en el pasillo, antes de subir la escalera, sabe que no ha pasado nada malo, y es feliz por un instante al día.
Tal y como lo esperaba, sus hijos menores juegan videojuegos en la sala, su hija mayor, en el cuarto, besuqueándose con el novio mientras un dvd se reproduce en la tele, Mira nada más, desvergonzados, la mujer le da al novio un golpe en la cabeza y lo saca de la casa, Órale, para su casa, chamaco, el novio sale, sonriendo, y desde la puerta, le tira un beso a su cómplice, para luego desaparecer, sólo tiene que cruzar la calle y estará a salvo en su casa, la hija, por su parte, se hará la indignada y luego bromeará al respecto, la mamá no se preocupa tanto, son besos inocentes, mientras no los encuentre desnudos en la cama todo irá bien, aunque a veces piensa, Y si lo hicieron mientras yo no estaba, pero descarta la idea, no se atreverían, después de todo, le ha inculcado los valores correctos a su hija. Luego de medio poner las cosas en orden, la madre pregunta si nadie llamó en su ausencia, y el hijo de enmedio responde que sí, que le hablaron a su papá, Quién, No sé, una señora, No te dijo para qué, Sí, que por un trabajo. Y hay un mensaje en el buzón, dijo la hija mayor, tratando de redimirse de su delito y demostrando que es tan capaz como su hermano de poner al tanto a su madre. Ella alzó la bocina, marcó las claves correspondientes, y escuchó, Este es un mensaje para el señor Hugo Estrella, le estamos llamando de Empresas Industriales, nada más queríamos saber qué había pasado con la entrevista que concertamos, ya que usted no se presentó y nos preguntábamos si le gustaría reagendarla para otro día, esperamos su respuesta a nuestros teléfonos, de diez a dos y de cuatro a seis por favor, con la licenciada Aurora, a sus órdenes, gracias.
La mujer, desconcertada, colgó la bocina. Esta había sido la entrevista que ella misma le había conseguido, y si no se había presentado, entonces dónde carajos había estado su marido todo el día, qué había estado haciendo, por qué le hacía perder el tiempo de esta manera. No le iba a preguntar. Una hora más tarde, cuando su marido llegara con aliento alcohólico, ella sabría que no había hecho el mínimo esfuerzo por encontrar un empleo, que se había pasado la tarde vagando por ahí con sus amigotes, y que si le decía algo, aunque fuese una insinuación, su marido se pondría violento, le gritaría a ella y a los niños, y no tenía humor para peleas, mejor esperar hasta mañana, ya dios dirá.
Cenaron en silencio, y el marido se fue a dormir sin dar las buenas noches. La mujer lavó los trastes y prendió el calentador, dispuesta a tomar una buena ducha antes de acostarse. Para no entretenerse en la mañana, sacaría desde ahora la ropa que se pondría para el trabajo. Una falda azul marino, una blusa color crema, su brasier blanco y esos calzones de encaje que tanto le gustaban. Todo fue bien, excepto los calzones. No estaban. Buscó y rebuscó en todos los cajones de la cómoda, pero faltaba justo esa prenda. Y no sólo esa. La segunda opción, unos sin encaje pero de una tela muy suave, también faltaban. Estaba segura que los había lavado la última vez. O quizá se habría confundido. El marido, desde la cama, roncó, Mujer, qué es ese escándalo, hombre. La mujer fue a revisar el cesto de la ropa sucia. Tampoco estaban ahí. Si no los encontraba, se volvería loca. Sus calzones no podían desaparecer y ya, tenían que estar en algún lugar. Buscó en los cojines de la sala, debajo del comedor, en el cuarto de los niños, quizá su hija los habría tomado prestados, aunque dudaba que le gustaran o que le quedaran, entre los calcetines, en la ropa limpia que estaba todavía extendida sobre una silla, ahí al lado estaba la bolsa esa que su marido se ha estado llevando estos días, una bordada con flores y pájaros, la tiró por accidente cuando revolvía el sillón, estaba muy pesada, Qué tanto traerá aquí, no pudo evitar la curiosidad, la abrió.
Mientras sacaba un objeto tras otro su espanto llegaba a niveles insospechados. Pero al menos, había encontrado sus calzones. Lo dejó todo en su lugar, furiosa. No iba a despertar al marido. Mañana llamaría al trabajo, diría que está enferma, y lo agarraría con las manos en la masa, aunque le costara creer lo que sus ojos vieran.
Él salió a las siete en punto. Ella esperó tres minutos y fue tras él. Los niños ya se habían ido a la escuela, así que no tuvo que dar explicaciones a nadie. En el camino llamó a la oficina, le dijeron que no había problema, pero que le tenían que descontar el día. Era de esperarse. Su marido entró en la estación del subterráneo. Ella detrás. Dos estaciones y bajó. Entre tanta gente, él jamás se daría cuenta de que estaba siendo seguido. Salió a la calle y caminó hacia el este, tres cuadras. Había unos baños públicos, se llamaban Sandoval, donde el marido entró sin dudarlo. La mujer esperó unos minutos antes de entrar. Que se sienta seguro, que crea que está a salvo. Entonces entró. Le preguntó al encargado, si no había visto a un señor bajo de estatura, gordito, calvo y que llevaba un enorme bolso bordado con flores y pájaros. El encargado dijo que sí, que había pagado un baño individual. Es que mire, le explicó la mujer, quiero darle una pequeña sorpresa. Oh, entiendo, dijo el encargado, aunque la verdad era que no entendía, y le dijo, Es al fondo del pasillo, a la izquierda, la tercera puerta. La mujer le guiñó el ojo.
Ya era mediodía cuando el marido todavía seguía gritando en la puerta del número cinco. La mujer había llamado a la hija mayor, que recogiera a sus hermanos y que la viera en la central de autobuses. Llenó dos maletas con toda la ropa que podía cargar. Tomó un desarmador y abrió, al fin, la puerta. No me toques, pendejo, le dijo a su marido, amenazándolo con su improvisada arma, Me voy a ir, le dijo, me voy a llevar a los niños y más vale que no nos sigas porque te echo a la policía, cabrón. El marido dejó de intentar hablar. Bajó los brazos, se hizo a un lado, resignado. La mujer tomó las maletas y pasó. Antes de empezar a bajar la escalera, se detuvo, abrió una maleta y sacó un par más de calzones, rojos, y se los aventó en la cara. Quédate con mis calzones, pervertido. Salió de la vecindad y paró un taxi. Se fue llorando de rabia. Su madre, al verla al día siguiente en el umbral de la puerta, le diría, Ya te habías tardado, hijita, te habías tardado.
[Continúa]
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[Parte uno]
[Parte tres]
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