4/8/05

Las muchas muertes de Vicente Urbina (#3, #4 y #5)

#3: "Aplastado por un tráiler"

Es admirable la cantidad de fenómenos que pueden verse en el centro de la ciudad. Vicente mira y mira, fascinado, mientras espera a que el conductor del taxi se abra paso en el cuello de botella del tráfico de la calle Segunda. A su lado viene una señora con una adorable bebé que le va pellizcando el hombro mientras balbucea sabe Dios cuántas incoherencias. La madre le dice "Deja al muchacho, m'ija". La luz verde se muestra al fin en todo su esplendor, los automovilistas dejan caer el pie en el acelerador, la mayoría da vuelta a la derecha. El taxista encuentra un hueco entre un autobús y un tráiler. No se puede frenar en una curva, eso es bien sabido por todos, excepto, claro, por los desconsiderados peatones que decidieron no esperar su semáforo, el hombre verde tarda demasiado en aparecer y es mucho más práctico y divertido esquivar los coches. No para el trailero, sus frenos no sirven bien, las llantas se barren y se va de costado, aplastando al taxi y a unos cuantos transeúntes empedernidos. El cráneo deshecho de Vicente aparecerá en primera plana en los periódicos amarillistas de mañana, qué buena foto consiguió el reportero, lugar y momento oportunos, no hay más.

(FIN)

#4: "Múltiples fracturas por rodar de una escalera empinada"

Al fin pudieron despedirse de las computadoras, todo un día, ha sido un lunes lento, y la situación está bajo control, ya van rumbo a casa. Él lleva un sandwich en el estómago, es todo lo que ha comido, a la hora del desayuno, mucho tiempo atrás, y decide encender otro cigarro, "uno más no me matará", piensa. Su compañero va diciéndole un discurso tendido sobre un tema y sobre otro, la conversación comenzó con los futuros hijos y desembocó en el síndrome obsesivo-compulsivo de este amigo suyo, de qué manera terminó así, nadie lo sabe, pero así fue. Ya está oscureciendo, no hay nubes en el cielo, eso no quiere decir que habrá estrellas. La escuela, ubicada en lo alto de un cerro, tiene unas escaleras al costado para llegar más rápido a la calle, y por aquí se disponen a bajar. Vicente le ha dado dos chupadas al cigarro y se ha sentido mareado, se estuvo quejando todo el día, se tomó una coca cola, pero el dolor, que nacía en el estómago y se magnificaba al reír, no disminuyó. Fueron dos segundos, todo le dio vueltas, habían bajado cinco escalones, restaban cuarenta y dos, cuando Vicente no supo más de sí y se desplomó. Sólo la banqueta frenó su largo trayecto en picada, y se amigo, desde allá arriba, se quedó quieto, sin saber qué hacer.

(FIN)

#5: "Pisoteado en el slam"

"Quiénes son estos tipos", se pregunta, mientras escucha los chiflidos de los demás asistentes. La banda invitada ha tocado durante treinta largos y tormentosos minutos, un género que no es ni reggae, ni ska, ni punk ni rock, sino todo esto molido, triturado, licuado, echado en un colador, bebido por algún idiota, vomitado y luego embarrado en una pared de colores. Mira su reloj, y grita groserías, Vicente no sabe chiflar. Al fin, los músicos frustrados deciden no hacer más el ridículo y bajarse del escenario, unos minutos de silencio, y una voz diciendo "Atento... Permanece a la escucha", saca a todos del estupor en el que estaban inmersos y se abalanzan como fieras hambrientas al escenario. Las luces se encienden, las guitarras y los demás instrumentos raros suenan... El concierto comienza, la euforia despierta a la primera canción, nadie sabe dónde tiene la cabeza o dónde pone los pies, la música retumba en el recinto, el ritmo mueve a la masa, la masa no piensa, sólo baila. Vicente pierde primero sus lentes, y luego se pierde él mismo, devorado por la energía de los feroces bailarines, que sólo sienten que pisan algo, sin saber qué.

(FIN)

porque sólo morir una vez no es suficiente...

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