18/8/05

En un árbol

En un árbol

La parte fácil fue brincar el cerco y esconderse del velador. La parte difícil fue encontrar una soga. Que imbécil, cómo salí de mi casa sin soga, se reprocha, pero no puede volver, ahora que está tan decidido, si vuelve se queda en su casa, esperándola otra vez. Le parecían estúpidas sus amigas de la preparatoria que tenían cicatrices en las muñecas, problemas familiares, vaya niñería, y aquellos amargados que se quejaban de su vida aburrida. Él siempre creyó que para eso se vivía, para disfrutar a veces, a veces para sufrir, no hay de otra, y se conformaba, hasta que se dio cuenta de que se había engañado, era siempre sufrir, las alegrías distraían en ocasiones, pero la tristeza era permanente, incorruptible, eterna.
Buscó en los botes de basura, en los quioscos, en los cuartos donde guardaban las escobas, pero sólo encontraba cuerdas y listones, no tenían la resistencia necesaria para cargar su cuerpo, no pesaba mucho, pero si podía romperlo con las manos, no servía. Al fin, en un edificio que parecía un almacén, encontró una soga gruesa y larga, perfecta, la tomó en sus manos, la palpó, incluso la olió, y empezó a llorar. Pero no se echó al suelo, no, ya casi era de mañana, podía sentir cómo huía la oscuridad ante la proximidad del sol matutino, las lágrimas brotaban por propia voluntad y él se tallaba los ojos, alzaba la cara, buscando una rama fuerte que le sirviera para colgarse.
Los pájaros comenzaban a cantar. El cielo fue tornándose gris, las sombras nocturnas desparecían, los coches empezaban a invadir la ciudad, y él, sentado, los ojos rojos, haciendo un nudo bajo el árbol elegido. Fue sencillo trepar, y amarrar la soga con firmeza en la rama, fue tan fácil que se sorprendió, cómo no se me ocurrió antes, y cuando ya tuvo todo listo, esperó, con ambos extremos de la soga en su posición, uno en la rama, otro en su cuello. El sol se asomó entre las copas de los demás árboles, queriéndose hacer el tímido, pero no era eso, no, quería sorprender al mundo desprevenido. Eso estaba esperando, sin saber para qué, al sol. Se deja caer, la soga detiene con determinación lo que parecía un trayecto sin escalas hasta el suelo, su cuerpo, suspendido a mitad del camino, gira y se balancea. El velador cree ver la silueta de algo en un árbol al fondo del parque, piensa "carajo, quién dejó ahí esa piñata".

(FIN)

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