1. Computadora nueva con mejor rendimiento y un software impresionante para la creación de videos, que es lo que siempre había deseado. La presentación de nuestro primer trabajo a nuestros primeros clientes de HoneycombMx siendo todo un éxito, con aplausos y toda la cosa, y sonrisas de oreja a oreja de nuestro (grandioso) equipo. Videos, videos y más videos por hacer. Trabajo que no acaba de acabarse cuando ni siquiera ha empezado. Mucha suerte, mucha capacidad, mucho gusto. Ese soy yo. O al menos, uno de los yos: el que disfruta editando videos, creando contenidos, desarrollando estrategias de mercado, iniciando proyectos. Pensando en dinero, pero no nada más en eso.
2. El seminario del PUEG con Parrini dándome su opinión personal sobre mi trabajo, y algunas recomendaciones. Revistas y textos que siguen llegando a mis manos como por arte de magia. Un hermano que inicia la misma travesía en la que me he atorado. Compañeros de generación recibiendo sus diplomas por haber concluído sus estudios, después del infierno de la tesis. Ideas, recomendaciones, lecturas que no terminan, procedentes de los lugares más insospechados. El encuentro con Pablo Castro en la micro una noche que iba a Coyoacán, preguntándome qué he pensado del posgrado y recomendándome algunos. Tesis, tesis, tesis, estúpida tesis, no puedo escapar de ti, sólo hay una forma para vencerte, y es escribiéndote. No me vas a ganar. Ese también soy yo. Otro de los yos: el que soñaba con convertirse en un buen antropólogo, hacer estudios de campo, análisis, videos etnográficos, investigación, posgrados. El que se me está perdiendo en el remolino de todo lo demás que quiero ser y que no puedo. Porque la Tierra gira y gira, y el tiempo se consume sin remedio. ¿Por qué tengo que dividirme así?
21/10/12
Dos yos
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8/10/12
Opresión
Definitivamente soy mi peor enemigo. Mis miedos, mis preocupaciones, mis deseos... La vida es tan simple. Personas van y vienen, se acercan y se alejan, nos involucran y después nos expulsan, y así es, no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. La vida es corta, el mundo es injusto, la sociedad es una basura, el poder destruye todo a su paso... Pero así es el mundo en el que vivimos. Será muy difícil, sino imposible, cambiarlo.
Una vez escuché que siempre que pienses que tu vida es demasiado complicada y que sufres mucho, lo único que tienes que hacer es recordar que eres un simio parlachín viajando por el espacio en una roca flotante. Visto así, no suena tan terrible. Al contrario, hasta te hace pensar en la suerte que has tenido. De que un montón de partículas que se originaron hace miles de millones de años en una explosión que ni Hollywood se puede imaginar, lograron sobrevivir al tiempo y al espacio hasta darte la forma que ahora tienes, plantando en ti todo tipo de sueños, esperanzas y preocupaciones que, al final de tus días, no valdrán de nada.
Y sin embargo, es difícil dejar de sentirse oprimido. Por las decisiones que tomamos o tomaremos. Eso es quizá porque nos movemos en un tiempo unidireccional. No hay forma de volver atrás. No hay manera de desandar los pasos andados. Y así avanzando el reloj de arena de nuestra existencia se va consumiendo, consumiendo, consumiendo... Se nos apaga la vela, se nos termina la hoja. Tiene que causar algo de angustia, por más relajados y valemadristas que seamos.
Pero eso mismo nos puede ayudar a la inminente resignación. De que las cosas son (fueron, serán) así y no de otro modo. De que las decisiones que tomamos nos han traído a este lugar en e que estamos, y las decisiones que tomaremos nos pueden alejar también de acá, si es que no nos gusta el lugar en el que estamos. Es un poco indescifrable a dónde nos pueden llevar las decisiones futuras. Como nos pueden salir las cosas bien, nos pueden salir peor. Pero también así es la vida.
Y todo esto provoca esa opresión. Sobre nosotros mismos, sobre nuestras pobres, tenues y fugaces existencias.
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1/10/12
Las cosas
Recuerdo desde muy niño haber tenido una relación muy especial con las cosas. Me gustaba tener cosas, en especial, videojuegos y juguetes. No para presumir, ni para sentirme superior a nadie. Más bien al revés. Me gustaba que otras personas se beneficiaran de lo que yo tenía. Me gustaba compartir lo que era mío con personas que no podían tener esas cosas. O simplemente, jugar, disfrutarlas.
En Tijuana cada domingo íbamos al sobreruedas. Mis puestos favoritos eran los de juguetes usados. Había de todo, y muy baratos. Así me hice una colección enorme de figuras de acción que poco a poco fui perdiendo. Ahora valdrían una fortuna. Tenía un hombre mosca, como el que salía en las Tortugas Ninja (mi serie de dibujos animados favorita de aquellos tiempos), y lo llevaba para todos lados. Me lo llevé a Mazatlán y un fatídico día fuimos a visitar a mi abuelo a El Castillo, y mi mamá me dejó irme hincado para poder sacar la mano por la ventana y jugar que mi hombre mosca volaba. Hasta que se me resbaló y lo perdí para siempre. Fue culpa de mi mamá.
Recuerdo haber tenido un MegaZord armable, pero el original, nada de las nuevas generaciones de Power Rangers en el espacio y esa basura. También recuerdo que una vez, mis mejores amigos de esa edad se fueron a dormir a mi casa, un día que había que cambiar el horario a las 2 de la mañana. No sé si había una razón en especial pero sabía que mi papá me llevaría Mortal Kombat 3 de SuperNES, y nos quedamos toda la noche esperándolo y cuando llegó, jugamos casi hasta el amanecer. Al fin y al cabo era domingo.
Fui creciendo y me fui especializando en videojuegos. NES fue la primer consola que tuve, después SuperNES, llegué a tener unos 20 títulos diferentes, lo cual era bastante para un niño de 8 o 9 años. Luego un Nintendo 64, a pesar del arribo de nuevas y más poderosas consolas, me mantuve fiel a Nintendo. Tuve un GameCube a pesar de las críticas, y hubiese tenido un Wii de no haber sido porque tuve que empezar a ganar mi propio dinero y ya no me alcanzó para comprarlo.
También fui de los primeros vecinos y amigos de la escuela que tuve una computadora. Siempre me gustó la tecnología. Recuerdo que era una Compaq Presario con un monitor enorme. Después compré (me compraron) otras mejores, armadas... Le ayudaba a mi tía a escribir sus informes del servicio social, y a mi abuelo a transcribir sus recortes de periódico (¿?), y a mi familia a descargar y quemar música... Todo eso de forma autodidacta, tal vez tomé un curso de verano de computación que me sirvió para un carajo, todo lo demás lo aprendí por mí mismo.
Lo que quiero decir es que siempre me ha gustado tener cosas, pero no cualquier cosa. Cosas que sirven, que tienen una utilidad y que me ayudan a aprender y a crecer. No las tengo para creerme mejor, o para presumir... Las tengo porque me sirven, porque me gustan o porque creo que les podría sacar algún provecho.
Y ya. Esa es mi historia con las cosas.
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24/9/12
Vivir solo (parte dos)
A mí hermano, por su valentía
Vivir solo no es fácil. Hacerte cargo de tus propias cosas, sin que haya nadie directamente responsable de tus emociones, buscar qué comer, pensar cuál es la mejor hora para dormir, ser dueño de tu tiempo... En fin, no tener nadie que te diga lo que tienes que hacer tiene sus cosas buenas, pero también su lado malo.
Por el lado bueno está el total control de tus decisiones. ¿Me bañaré hoy? ¿Arreglaré mi cuarto? ¿Me dormiré temprano? Nadie que te diga nada representa total y absoluta libertad. Por el lado bueno, al menos para mí, es exactamente lo mismo. Nadie que te pregunte: ¿Ya hiciste lo que tienes que hacer? ¿A qué hora tenías que estar en tal lado? ¿Tienes dinero? ¿Te sientes mal? Y la soledad, que no es cosa menor.
Lo peor es cuando todo sucede de un día para otro. Parece que fue ayer cuando echabas maldiciones porque no podías hacer nada, no te dejaban un segundo en paz, todo el mundo diciéndote qué hacer, cómo hacerlo, cuándo, dónde, con quién, gente entrando y saliendo de la casa, el calor infernal, sobrinxs qué cuidar, un perro qué pasear, una mamá que cuidará de ti, y de repente, poof, nada de eso está, todo ha desaparecido, como si estuvieras al otro lado del mundo y aquel tiempo se apareciera en tu vida muy, muy lejano.
Acostumbrarse a eso puede ser difícil. O muy difícil. Pero desde mi experiencia puedo decir que sólo lo es mientras uno mismo lo permita. Mientras uno mismo siga pensando en lo inmensamente felices que fuimos antes y lo inmensamente desorientados (confusos, deprimidos) que estamos ahora. Que todo esto que estamos pasando no es igual a lo que antes vivíamos. Que no sabemos si tomamos la decisión correcta...
Es decir, la única manera de dejar de sentirnos torturados por la nueva situación que estamos viviendo es aceptar con serenidad y tranquilidad que ya nada es igual. Que comienzan cosas nuevas, experiencias nuevas, gente nueva, y que lo que antes vivimos (nuestra casa, nuestra familia), se convierte en una biblioteca inmensa de experiencia y de hermosos recuerdos. Sólo tenemos el aquí y el ahora. Mientras sigamos anclados al pasado, las cosas no podrán mejorar.
Se vale un poco de drama de vez en cuando, la nostalgia se sufre pero se disfruta. Lo que no se vale es que esa nostalgia nos detenga. Nos haga temer lo que viene de nuevo... Un poco de motivación nunca viene mal, pero es uno mismo el que debe encontrarla. A mí, por ejemplo, lo que me motivó fue el amor, una fuerza bastante poderosa. Pero hay otras emociones que pueden tener similares efectos. Es tarea tuya encontrarla.
Lo que te quiero decir es que no te desanimes. No sientas que no puedes. Sólo tú puedes establecer tus propios límites, de lo que quieres y de lo que no. Pero no te dejes vencer.
Es un nuevo camino, y como todo nuevo camino puede que de un poco de miedo al principio... pero después, con el tiempo, aprenderás a disfrutarlo.
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17/9/12
La clave
Estaba yo en la azotea de un edificio muy alto, observando el atardecer de esta monstruosa ciudad, pensando, pensando, pensando. Cuando pedí una solución, mi inconsciente me mandó un cofre, que yo quería abrir pero que al mismo tiempo empujaba para que la tapa se mantuviera como estaba. Así soy. Quiero las respuestas pero no las quiero escuchar. Lo único que me interesa es pensar y más pensar las cosas. "Te cuesta mucho trabajo disfrutar", me dijo la doctora.
Creí que ya lo había superado. Quizá lo superé con mi familia. Sus expectativas dejaron de interesarme hace mucho tiempo. Pero qué pasa con el resto del mundo. A quienes esperan que yo sea el siguiente gran antropólogo de México ya los he decepcionado, así que no me importan. Pero ¿y las mías propias? Quizá me exijo demasiado, espero demasiado de mí mismo. ¿Y las de F? Son las que más me preocupan.
Pero tal vez no quiero libertad de él, tal vez no me molesta el control que puede ejercer sobre mí, sobre mis acciones y mis deseos tanto como sobre mis emociones. Estar todo el tiempo pendiente de cómo se sentirá si hago algo, cómo reaccionará ante mis palabras, qué pensará si expreso algo que quiero... Esa es la clave. Debo dejar de sentir eso.
Si fuera tan fácil como suena.
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10/9/12
Vivir solo
[Foto: Arturo Trejo | Yo a los 19]
Recuerdo levemente cuando tenía la edad que mi hermano tiene ahora. No estoy seguro de cuáles eran mis expectativas de la vida o si tenía claridad en los objetivos que quería alcanzar. Lo que sí recuerdo es que me sentía valiente, capaz, imparable, desafiante y motivado. Quería ver, vivir, conocer, sentir, experimentar... Pero al mismo tiempo deseaba tener todo lo que tenía hasta ahora. No podía (nunca he podido) desprenderme del pasado. Y por supuesto, una masa amorfa de ideas flotando sin control en mi cabeza, sobre el mundo y sobre las cosas que habitan en él.
No fue tanto el vivir solo lo que me ayudó a madurar como ser humano y a ver con mayor claridad la forma en que funciona la sociedad en que vivimos, y a plantarme firmemente en el lugar que, siento, me corresponde (el margen). Porque en ese entonces era uno de mis más grandes deseos: vivir solo. No tener a nadie que me controlara, que me vigilara o que me dijera lo que tenía qué hacer. Pero esa clase de libertad trae consigo, sí, algunas satisfacciones, pero también incomodidades y peligros.
Recuerdo la sensación de llegar a casa después de estar todo el día por toda la ciudad, y que nadie me saludara, Hola cómo estás, Ya comiste, Quieres cenar. Recuerdo lo fastidioso que era tener que lavar la ropa y lo desagradable que se sentía descubrir el cuarto sucio y desordenado después de semanas de valemadrismo. Recuerdo la ardua labor (todavía es igual) de buscar qué desayunar, qué comer y qué cenar.
Pero todo eso sólo te hace apreciar más el tiempo en que vivías con alguien que hacía todo eso (y más) por ti, no te vuelve realmente una persona más conciente, más decidida ni más segura. Lo que sí te vuelve todo eso, o al menos ayuda, es de verdad vivir solo. Hacerte responsable de tus cosas, de ti mismo. Conseguir tus propios recursos y perderle el miedo a estar solo en el mundo, aunque en realidad nunca lo estás, y con algo de suerte, el primer desconocido que se cruce en tu camino se puede convertir en tu mejor amigo. Pero realmente es eso, perder el miedo, según yo lo veo.
No hay mejor sensación que descubrirte capaz de poder obtener tus propios medios para sobrevivir en este mundo de locos, hacerlo bien, hacer lo que te gusta, que te paguen por eso y dejar de depender de alguien más. Creo que es una buena oportunidad para mi hermano de lograrlo antes. Sé que es capaz, pero a veces su hermetismo absoluto e impenetrable (como el de mi papá) me desespera sobremanera.
Bueno, no hay que presionarlo. Ya aprenderá. Seguro.
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3/9/12
La tesis
Estoy cansado de echarle la culpa de todos mis problemas a la tesis. La verdad es que se siente bien volver a la escuela, sentarse a escuchar divagaciones teóricas que sólo hasta que las escuchas te das cuenta que las sabías, hacer lecturas con límite de tiempo y disfrutar subrayando, anotando al margen y alzando la mirada para reflexionar, brevemente, sobre el párrafo que acabas de leer.
Tengo que, necesito, terminar la tesis. Hasta que no lo haga sentiré que hay algo que sigue pendiente en mi vida y que no puedo seguir adelante si no lo resuelvo. Sí, me caga el sistema escolar, la forma en que se estruturan las jerarquías académicas, el favoritismo, nepotismo, el círculo vicioso de la beca-investigación, los aires de superioridad de los investigadores... Pero no puedo negar que me fascina el análisis social. Si pudiera deshacerme de todas esas experiencias terribles y desastrosas de la escuela, creo que mi objetivo principal sería estudiar un posgrado.
Pero ahora soy alguien diferente y mis objetivos son otros. Sin embargo, es como cuando te da pena empezar un libro nuevo, recién comprado, que te mueres por leer, porque sabes que ahí, en el estante, está aquel otro, que también te gusta pero que no le ves fin, y te debates entre empezar a leer el nuevo libro de tiempo completo (porque ya lo abriste un par de veces, leíste uno o dos capítulos, pero no te sientes cómodo) o terminar de una buena vez ese otro libro que a veces odias sólo porque está ahí, incompleto, estorbando.
Así las cosas.
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30/8/12
Encima de las nubes
Primero vi todo negro. No podía moverme, no podía ver nada y me empecé a desesperar. Pensé "estúpido inconsciente". Pero después, de entre una niebla densa que salió, literalmente, de la nada, me vi, desnudo, con los ojos cerrados, sonriendo, respirando tranquilo, en un jardín de flores rojas y nubes rosas, con dos espejos que, extrañamente, mostraban mi frente estando detrás de mí.
Me sorprendió mi rostro, totalmente relajado, con la sonrisa como si hubiera estado ahí toda la vida. Me sentí... tranquilo. En paz.
Después el jardín y los espejos y yo mismo empezamos a desaparecer y me vi volando, libremente, plácidamente, (saludablemente) sobre las nubes del cielo, en dirección al sol. Era una vista de primera persona, así que no me veía a mí mismo, simplemente veía lo que estaba delante de mí, el espacio abierto, el silencio, el sonido del viento, hasta sentía la suavidad de las nubes acariciando mi cara, y mi cuerpo suelto, suelto, completamente libre. Fue maravilloso.
Cuando la voz dijo que abriera los ojos, yo no quería regresar. Quería seguir volando, libre, ligero, suelto. No volver jamás. No abrir los ojos.
Pero los abrí. Y aquí estoy.
Me sorprendió mi rostro, totalmente relajado, con la sonrisa como si hubiera estado ahí toda la vida. Me sentí... tranquilo. En paz.
Después el jardín y los espejos y yo mismo empezamos a desaparecer y me vi volando, libremente, plácidamente, (saludablemente) sobre las nubes del cielo, en dirección al sol. Era una vista de primera persona, así que no me veía a mí mismo, simplemente veía lo que estaba delante de mí, el espacio abierto, el silencio, el sonido del viento, hasta sentía la suavidad de las nubes acariciando mi cara, y mi cuerpo suelto, suelto, completamente libre. Fue maravilloso.
Cuando la voz dijo que abriera los ojos, yo no quería regresar. Quería seguir volando, libre, ligero, suelto. No volver jamás. No abrir los ojos.
Pero los abrí. Y aquí estoy.
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27/8/12
Paciencia
¿Cómo vivir, entonces, sin paciencia?
Me lo sigo preguntando. Quiero encontrar la respuesta.
22/8/12
Por la calle del desengaño
"Malegría es esa dulce y a la vez amarga emoción que se tiene cuando la alegría y la melancolía se funden en una sola sensación, cuando todo parece ir bien, pero no como más nos gustaría. Es lo que sientes cuando la mujer a la que amas no está a tu lado, pero sabes que es feliz, o cuando un ser querido muere, pero no volverá a sufrir. Para nosotros no todo está bien, pero por mucho que queramos, no podría ir mejor. Ante eso, lo mejor es hacerse a la idea, resignarse".
17/8/12
Cuerpos
Cuerpos de personas. Cuerpos de personas. Cuerpos de...
Personas.
13/8/12
La noche a lo salvaje
![]() |
Cuidado |
2. Caminar por Tlalpan fue mucho más cansado de lo que pensé. Todo fue bien hasta llegar al metro Chabacano. Justo antes había un puente peatonal, el primero con el que me topé: en esa avenida, la única manera de cruzar es por los pasos a desnivel, todos cerrados a esa hora de la noche. Varias patrullas se detenían unos instantes a checarme, y al ver que no iba borracho ni llevaba botellas de licor o churros, se iban sin importarles qué andaba haciendo un mozuelo como yo caminando sin rumbo a altas horas de la noche. Llegué a pensar que a la próxima patrulla que viera, le pediría que me llevara a uno de esos albergues que abren para la gente sin casa. Pero ya no vi ninguna. Digo que después del metro Chabacano empecé a sentir miedo por las trabajadoras sexuales que me salían al paso. Una se me acercó demasiado, "te la mamo", me dijo. "No, gracias", respondí, y aceleré el paso. Pero en cada esquina había o borrachos, o grupos de hombres toscos y de apariencia violenta. En San Antonio Abad empecé a toparme con los indigentes, durmiendo en plena banqueta, tapados con un periódico o un cartón. Hasta entonces me empecé a preguntar dónde dormiría yo.
3. La verdad no dormí mucho. Unos cuantos minutos. Las luces de los coches me daban en la cara, y los mosquitos no dejaban de torturarme, pero llovia mucho y yo no podía moverme de ahí. De vez en cuando la lluvia arreciaba y me tenía que poner de pie para que las gotas no me salpicaran. Pero sabía que si seguía caminando y me mojaba, me iba a morir de frío. Así que me volvía a sentar, me acurrucaba, trataba de matar a los mosquitos, de voltear la cara a la pared para no ver las luces de los coches y dormir, en ese hueco en la pared, aunque fuera unos minutos.
4. Ya salía la gente para sus trabajos. "Que triste", pensé, "levantarse tan temprano en domingo". Una lluvia muy leve seguía cayendo pero yo ya no soportaba estar quieto. Caminé por 20 de noviembre, estaba seguro que esa calle me llevaría hasta el zócalo y después podría decidir mis siguientes pasos. Me sorprendió la cantidad de indigentes que dormían, unos contra otros, cubiertos por cobijas sucias, pedazos de plástico, cartón y periódico, refugiados de la lluvia en las fachadas de los locales comerciales. De pronto, en una esquina vi un hombre parado que me preguntó la hora, me detuve porque no lo veía sin mis lentes y me volvió a preguntar "tienes la hora", no, no la tenía, "espérate, ven", me volví a dar la vuelta, "te la mamo", me dijo, me reí, "no gracias", y seguí mi camino. En la siguiente esquina giré la cabeza y me di cuenta que me seguía, así que sin pensarlo, doblé a la derecha. No estaba de humor para mamadas, literalmente. La lluvia arreció y con ella mis pasos. Di otra vez vuelta. Llegué a un parque. No estaba seguro si este camino seguiría llevándome al zócalo. El cansancio, la falta de sueño, la ofuscación de los sentidos me hicieron perder la orientación. Las calles desiertas y tenebrosas me hicieron sentir miedo. Pero de entre las tinieblas, en una vuelta que di, se alzaron los campanarios de la Catedral, y me sentí a salvo.
5. Me detuve un momento a obervar, tanto como pude sin mis lentes, el Palacio de Bellas Artes. No sé por qué lo recuerdo con tanto cariño. Me acuerdo perfecto de la noche fría que nos sentamos en la jardinera y compramos un ponche, y nos lo tomamos juntos, uno de los primeros días que estuvimos aquí. Sé que el edificio te encanta, no sé. Pero seguí caminando y caminando. Calculaba que para las 7 de la mañana ya habría llegado al metro Insurgentes. Llegué un poco antes, después de orinar en las jardineras que rodean el ángel. También me detuve frente a la casona de Amberes, el primer lugar en el que vivimos juntos. Recordé la primera noche que llegamos aquí, en el colchón inflable que Toño ya nos tenía listo. Esa noche, te abracé, miré el techo, pensé "qué carajos vamos a hacer", sin trabajo, sin dinero, sin familia aquí. Respiré hondo, "todo saldrá bien", te apreté y cerré los ojos. Lo recuerdo a la perfección. Me quedé un rato ahí, frente a la reja verda, que estaba abierta, pero no quise entrar. Seguí mi camino hasta la glorieta, donde muchos jovencitos, recién salidos del antro, esperaban a que abrieran la puerta para volver a sus casas. En un descuido del policía me pasé por los torniquetes, esperé el tren y emprendí el camino de regreso. Pero sabía que algo en mí había cambiado esa noche. O tal vez había cambiado antes, y sólo hasta entonces me daba cuenta.
29/7/12
Días de lluvia
Nubes de lluvia |
2. Después de la cirugía no he sentido que haya retomado mi vida en el punto donde la dejé. Aún me siento raro saliendo a la calle, hablando con la gente... He tratado de llenar estos huecos enfrascándome en proyectos nuevos, pero como siempre, acepto más de lo que puedo mantener. Debo quedarme sólo con lo que puedo manejar. No está bien esto de siempre estar ocupado. Ni siquiera gano tanto dinero como para eso.
3. Nunca imaginé que tener periquitos pudiera implicar tanto trabajo. Levantarnos temprano para destaparlos, lavarles con agua y jabón las bases de la jaula y los trastes de agua y comida, las perchas donde pasan la mayor parte del día, ponerle su pomada y sus gotas a Rómulo sin que haya una mejora aparente (aún no le salen las plumas de la cola), servirles sus semillas de desayuno, alpiste, mijo o avena, y agua fresca y limpia por si se quieren bañar. Una hora después hay que volver a limpiarlos, volver a llenar los trastes, esta vez con croquetas (sí, hay croquetas para aves, ¿qué pensaban?), alguna verdura o fruta, les encanta la espinaca y ahora hemos descubierto que también la acelga, zanahoria, manzana, papaya ni siquiera hicieron el esfuerzo por picarla, pero ya le hallarán el gusto. Y así todo el día, estar al pendiente de que no peleen, de que tengan siempre comida limpia, taparlos antes de que se meta el sol para que descansen tranquilos... Pero con todo este trabajo, no los cambiaría por nada del mundo. Me encantan.
PD: Después les subo más fotos de ellos.
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22/7/12
I'm back
1. La creatividad se ha vuelto una parte fundamental en mi vida laboral y cotidiana. Ser creativo, imaginar nuevas maneras, de sobrevivir y de hacer bien las cosas, de relacionarme con las personas, de maximizar mi tiempo, de aprovechar las oportunidades... Nuevas maneras de decir no, y de decir sí (por ejemplo, hoy leí que sólo hay que decir sí cuando pensemos "hell yes!") para ser más felices y hacer sólo lo que queremos hacer, decir sólo lo que queremos decir y que la frustración no sea una constante de nuestro día a día. Y como este blog, desde hace muchos años, me ha servido como refugio personal para escribir por escribir y desahogarme y tener más claridad en mis ideas, creo que es justo y necesario retomarlo. Por si queda todavía alguien en este mundo que se interese por una ventana vouyerista a la cabeza de alguien más, que es donde encontramos las cosas más útiles y más fascinantes.
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4/1/12
Cargar con todo
Para mí no es ninguna sorpresa. Desde que tengo memoria me he atormentado a mí mismo con una inverosímil e irracional nostalgia que no me deja descansar ni disfrutar de lo que tengo o de lo que tuve. Todo el tiempo es pensar en lo que dejé, en el tiempo que ha pasado, en los recuerdos que se esfuman como si fueran nubes en el cielo, arrastradas por la carretera interminable. Como si mi ser no terminara de luchar por todos los rincones que me faltan por conocer contra todos los lugares en los que he sido feliz. Quién lo diría, andar el mundo es más difícil de lo que te cuentan.
Me la paso haciendo planes que no sé si se concretarán, que la mayoría de las veces solo quedan en eso, porque ni una memoria, ni una añoranza de lo que pudo haber sido, ni para eso hay espacio en mi cabeza, solo para lo que ya fue, lo que se perdió en el vacío, el tiempo, los lugares, las personas que fuimos, los momentos con los seres queridos, la terrible certeza de que todos, alguna vez, habremos de abandonar este mundo, y entonces sí, ahí estará el reproche, el por qué no pasé más tiempo con fulano, por qué permití que la distancia nos separara, que el tiempo se nos escurriera por la borda.
Soy una de esas personas que lo único que desea es cargar con todo y con todos por el resto de su vida, pero que sabe que no lo logrará, así que se lamenta. Digo una de esas personas porque estoy seguro que hay más como yo sueltos por el mundo, queriéndolo todo al mismo tiempo. Irse, estudiar lejos, tener un trabajo decente, y al mismo tiempo quedarse, cuidar de los que uno quiere, o simplemente hacerles compañía, echarles una mano, prestarles un hombro, dedicarles una palabra o una lágrima. Conocer cosas nuevas y que las viejas no se terminen. Lo cierto es que si un sacrificio no importa, es porque no es un sacrificio.
No sé si algún día se me quitará esto, sospecho que no. Siempre seguiré añorando los días cálidos, impasibles en mi casa, cuando miraba por la ventana y se tejían esas historias en mi cabeza, las tardes dibujando mientras alguien me observaba y me decía Que bien dibujas, las calles con los amigos de la infancia, corriendo en bicicleta o jugando videojuegos, el calor de mi mamá abrazándome por la noche, cuando estaba enfermo, su mirada igual de tristona y nostálgica que la mía, la infancia de mis hermanos que duró tan poco y que todavía no concibo que se haya terminado. Y siempre se librará en mí esta lucha, porque quiero asegurar lo que viene, sin soltar lo que tuve, aunque sepa que ocupan el mismo lugar o que no puedo conservar ambas cosas.
Si hay un destino para mí, es ese. Cargar con todo. O al menos intentarlo, y sufrir porque no puedo.
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