24/6/05

último día de clases

El paletero siente que los pies se le queman por el ardiente pavimento después de caminar durante tanto tiempo. Un grupo de niños de secundaria, con las camisas desfajadas y limpiándose el sudor de la frente con el brazo, lo interceptan ansiosos de meterse un trozo de hielo saborizado en la boca y refrescarse tanto como puedan. Son los últimos días de clases antes de las vacaciones de verano, por eso los estudiantes lucen tan relajados y los paleteros tan preocupados, ahora que las escuelas estarán vacías durante casi dos meses, qué harán, a quién le venderán tanta paleta si ya no hay niños muriéndose de calor.
Flor viene en el coche, con el aire acondicionado prendido a la máxima potencia, y va tarde, acaba de salir del trabajo. La luz del sol parece densa, el calor descansa sobre la ciudad entera, provocando una somnolencia insoportable. El semáforo verde comienza a parpadear y cambia al amarillo, Flor no sabe si acelerar o detenerse, odia estas situaciones, de último minuto frena, tres niños decidieron cruzar la calle antes de tiempo y ella se queda ahí, un tanto asustada, suspira y prende la direccional para anunciar que dará vuelta a la izquierda. Comienza a mirar a su alrededor, para no pensar en el calor, a su lado viene una camioneta negra inmensa, el conductor lleva puestos unos lentes oscuros enormes y discute con alguien por teléfono, parece agitado. Su equipo de audio hace retumbar el coche de Flor, tal vez si bajara el columen de la música no tendría que gritarle al celular. El bigote delgado del sujeto le da un aspecto ridículo. Flor no se da cuenta de que el semáforo ha vuelto a cambiar y, distraída, mira cómo la camioneta acelera, y en una fracción de segundo ve a un niño, algo gordito, que sintió que todavía tendría oportunidad de aprovechar el alto y llegar al otro lado, y se lanzó corriendo con sus piernas cortas y su enorme mochila al hombro. Aquel día, sus compañeros le habían firmado la playera de la escuela, al fin saldría de la primaria, y ahora, empujado por la enorme masa de acero de la camioneta negra, con su craneo destrozado en el asfalto, jamás sabrá lo que es crecer, seguir estudiando, tener una novia, casarse... su vida había terminado, y él ni lo sospechaba. Flor se bajó del coche, miro el rostro muerto del niño y el horror la paralizó, el conductor de los lentes oscuros gritaba histérico por el teléfono y pronto el área se llenó de mirones, observando el cadaver cubierto de sangre del niño gordito, las sirenas de la ambulancia y de las patrullas comenzaron a sonar a los pocos minutos. Flor entró en una crisis terrible, no podía moverse, no podía contestar las preguntas de los policías, ni hacer nada, "llévenme a mi casa, llévenme a mi casa", repetía, y una señora tuvo que hacerle el favor.
Al llegar, su marido la recibió preocupado, le preguntó que qué le pasaba. Ella sudaba frío, no podía quitarse la imagen del niño destrozado de la cabeza, estaba muda de horror, no sabía cómo decirle, no sabía por qué no había dicho nada, el miedo habrá sido, el miedo... Comenzó a llorar, se acurrucó en los brazos del marido. Al fin, secándose las lágrimas y en un leve murmullo, responde, justo antes de que los policías toquen a la puerta de su casa:
-Atropellaron a nuestro hijo enfrente de mí...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¡Gracias por tus comentarios!