18/6/05

el cáncer no sólo lo lleva en los pulmones

Gustavo llega a casa a la una y media de la mañana, y apaga los faros del coche. Ha subido los vidrios para que no se escape el humo, y escucha, por tercera vez en el día, a Led Zepellin, esta vez con volumen bajo, no quiere hacer ruido, es suficiente con el que ha hecho el motor al detenerse frente al portón, incluso trata apenas de respirar, como si ya estuviese en la recámara intentando no despertar a Magda, la pobre estará cansada, como siempre, y el más mínimo ruido la hace volver del dulce estado de inconsciencia en el que, con mucho esfuerzo, logra encerrarse. Una vez más, antes de dar vuelta en la avenida, se detuvo en el parque, tres cuatras lo separaban de su hogar, subió los vidrios y encendió el vigésimo cigarro, el último, al menos por hoy, pues ya se nota su adicción creciente fumando tanto, como una chimenea incansable, se detuvo, pues, y pensó en lo mismo que piensa antes de estacionarse en la banqueta de su casa, recargó la frente en el volante, "Soy un pendejo", se repetía, torturándose y escupiendo humo.
El choque metálico entre la llave y la cerradura de la puerta provocan un escándalo devido al eco que crece con el silencio, y Gustavo siente vibrar hasta sus huesos, pero no puede evitar el ruido de la llave girando, de los goznes de la puerta rechinando, de sus pasos sobre el suelo recién pulido. Se quita los zapatos al pie de las escaleras, y sube de puntas hasta la recámara donde Magda se ha quedado dormida con la televisión encendida. Se quita la ropa y se mete en la cama, con sumo cuidado, pero los resortes gritan, las cobijas crujen, el aire se rompe y, es inevitable, Magada despierta, lo siente acostarse y girar para quedar sobre el costado derecho, y ahora que ambos se dan la espalda, ella puede abrir los ojos y llorar un poco. Gustavo huele a tabaco, como siempre, ha fumado todo el día, y ella llora, no por la traición, si puede llamarse así al no cumplir una promesa, ni por su desconsideración, su falta de preocupación, no, llora porque la vida es injusta, porque no comprende que su marido, fumador desde jjoven y siempre constante, esté sano, sano como un niño feliz o como un anciano deportista, ni siquiera tose de vez en cuando, ni se ahoga al comer, nada, y ella, que jamás le dio una chupada a un cigarrillo, ni hizo algo por intentarlo, tenga cáncer en los pulmones. Magda lo sabe bien, ambos se odian, ella por ser la víctima, él por sentirse culpable. Seca sus lágrimas y cierra los ojos. Ahora Magda duerme, pero Gustavo no.

(FIN)

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