29/6/05

Un niño normal

Es común que, en las fiestas de cumpleaños, acudan algunos despistados antes de la hora señalada, incomodando a los anfitriones como si buscaran presionarlos y sintiéndose ofendidos por no estar listos ya para los invitados. Esta no es la ocasión. Todo estuvo listo desde media hora antes, cuando el papá colgaba los últimos globos en el marco de la puerta, pegaba las sillas a la pared, separaba las bolsas de dulces, ponía las velitas en el pastel, ocho velas, una por cada año, y el niño, no podía evitar sentirse entusiasmado por su primera fiesta de cumpleaños, se sentaba en un banco junto a la mesa con un gorrito puesto, los zapatos brillosos, la camisa fajada, se puso perfumo de su papá para oler a hombre y cuidó que ni un solo pelo estuviera fuera del lugar que le correspondía. La sonrisa se le desvanecía a medida que pasaban los minutos, revisó las invitaciones, cuatro de la tarde, la dirección estaba bien clara, miró el reloj de la sala, las tres cincuenta, y nadie, el de la cocina, las tres cincuenta y dos, nadie, el reloj de pulso que le regaló en navidad su papá, las tres cincuenta y uno, nadie. La puerta está cerrada, el papá espera en la cocina, fingiendo que pule unos últimos detalles, mueve unos vasos por aquí, unos platos por allá, ya los las cuatro y cinco, según el reloj de la sala, la calle parece desierta, no pasa un alma. El niño lo sabía, lo sabía, o al menos lo intuía, pero su papá insistió, invita a los niños de tu escuela, le dijo, vas a ver que sí vienen, pero él no creía que fuera una buena idea, aún así, una semana antes llevó invitaciones, las repartió con timidez, los compañeros no hacían gestos, seguían las indicaciones de sus mamás, de los profesores, sólo las tomaban, unos las doblaban y las olvidaban en el fondo de la mochila, otros las dejaban por ahí, algunos más, los peores, las rompían y las echaban a la basura, pero esto no lo vio el cumpleañero, él confiaba que, por estadística, si invitaba a todos al menos iría una partelos que no tuvieran nada qué hacer, los que disfrutaban del pastel, de los dulces, de la piñata, unos cuatro, cinco, quien fuera, quizá lejos del ambiente de la escuela, viéndolo en su casa, en su entorno natural, olvidaran su condición y vieran que no iba a pasar nada si jugaban con él, si le dirigían la palabra, tal vez aquí, en su casa, lo vieran como a un niño común y corriente, no como un niño con sida.Son las cinco veintisiete. El niño se ha quitado el gorrito porque la liga lo lastimó. El papá, sentado en la cocina, se siente culpable, pues él también sabía que esto pasaría, y reprime como puede unas lágrimas, si ni siquiera su hijo llora, hay que demostrar coraje, por Dios. Las cinco y media de la tarde. Tocan a la puerta. "Yo voy", dice el papá, y salta de su silla en la cocina, ya sólo jugaba con un tenedor. Es el payaso. El niño, al verlo, no puede más, se da cuenta de la farsa, y sube corriendo las escaleras. Se escucha la puerta cerrando con violencia. El papá se muerde el labio, agacha la cabeza. "Disculpe, ya no vamos a necesitar sus servicios, señor", le paga y cierra la puerta. Él también se quita el gorrito, y traga saliva.
(FIN)

26/6/05

La loca de la Coahuila

Echada sobre el pabellón, con la mirada perdida, la loca de la Coahuila eleva el rostro y deja que el sol del mediodía le queme la piel. Permanece así durante varios minutos, inmóvil, vagando sus enigmáticos pensamientos por el espacio infinito, nadie se pregunta qué pensará, las personas apenas la miran, dan asco sus cabellos sucios y revueltos, sus ropas gastadas y mugrosas, dan asco sus ojos opacos, sus labios secos, sus manos heridas, da asco toda ella y las personas prefieren no mirarla. Y aunque alguien se aventurara a indagar sobre lo que habita en la mente de esta mujer, si puede llamársele mujer, poco éxito tendría, pues es probable que en su cabeza, como en la de los animales, sólo exista el vacío, o al menos una confusión terrible de ideas sin ritmo ni lógica, imposibles de traducir en palabras, pensamientos puros, vírgenes, intactos. La loca eleva el rostro, sus ojos no ven nubes, y de la nada le cae una lluvia de un líquido caliente, tiene que agachar la cabeza, escupir los orines que un grupo de adolescentes le arrojaron, allá van, partiéndose de risa, y la loca se levanta y cruza la calle sin fijarse, los autos se detienen, tocan el claxon, no la atropellan sólo para no manchar la defensa de sangre, muévete pendeja, querrás que te mate, ella se interna en un callejón, busca comida en la basura y encuentra un pedazo de pan húmedo. Lo come, se echa al suelo y duerme.
Ya está oscuro cuando despierta, el movimiento brusco de un hombre extraño la saca de su aventura onírica. Soñaba que llovía. Otra vez, algún borracho a decidido no gastar en prostitutas para desahogar sus instintos sexuales, para qué, si ahí está la loca de la Coahuila y lo que lleva entre las piernas es lo mismo que lo que llevan las demás mujeres, sólo que esta no cobra nada, ni dice nada, espera con paciencia a que este tipo termine y le suelte las piernas, ya ha pasado antes, no sabe si son diferentes tipos o es uno solo con una extraña fijación, nunca les ve el rostro, cubierto en las sombras, está a punto, ya, al fin, su cuello se tensa, la loca lo mira distraída, el sujeto se sube los pantalones y se va, no tiene nada qué decir, la loca se pone la falda y camina, tambaleándose hacia su bar favorito, tal vez ahora sí la dejen entrar, tal vez le regalen cerveza, como una vez, su memoria es mala, no sabe si en verdad pasó, al fin ha llegado, baja las escaleras, el mesero la intercepta, le habla al oído pero sin sutileza, lárgate mugrosa loca, la toma de un brazo y la empuja hacia afuera. Espera un rato, tirada en la banqueta, y luego hace un segundo intento, esta vez llega hasta la barra, el cantinero la mira a los ojos, el mesero la jala de un brazo con una fuerza desmedida, la tumba al suelo, los clientes observan la escena y ríen, la loca se levanta con dificultad, le ha dolido el golpe, decide no luchar más, se deja llevar hacia afuera y se pierde entre las calles del centro. Nadie la mira, y ella no mira a nadie. Vale la pena preguntarse, ¿nos debe inspirar lástima esa existencia sin principio ni fin, sin metas, sin sueños, una existencia por la simple voluntad de existir? ¿O, en cambio, nos debe inspirar admiración, su profundo deseo de seguir viviendo aún sin tener motivos...? Pero no. Nadie la mira, ni con lástima, ni con admiración.

24/6/05

último día de clases

El paletero siente que los pies se le queman por el ardiente pavimento después de caminar durante tanto tiempo. Un grupo de niños de secundaria, con las camisas desfajadas y limpiándose el sudor de la frente con el brazo, lo interceptan ansiosos de meterse un trozo de hielo saborizado en la boca y refrescarse tanto como puedan. Son los últimos días de clases antes de las vacaciones de verano, por eso los estudiantes lucen tan relajados y los paleteros tan preocupados, ahora que las escuelas estarán vacías durante casi dos meses, qué harán, a quién le venderán tanta paleta si ya no hay niños muriéndose de calor.
Flor viene en el coche, con el aire acondicionado prendido a la máxima potencia, y va tarde, acaba de salir del trabajo. La luz del sol parece densa, el calor descansa sobre la ciudad entera, provocando una somnolencia insoportable. El semáforo verde comienza a parpadear y cambia al amarillo, Flor no sabe si acelerar o detenerse, odia estas situaciones, de último minuto frena, tres niños decidieron cruzar la calle antes de tiempo y ella se queda ahí, un tanto asustada, suspira y prende la direccional para anunciar que dará vuelta a la izquierda. Comienza a mirar a su alrededor, para no pensar en el calor, a su lado viene una camioneta negra inmensa, el conductor lleva puestos unos lentes oscuros enormes y discute con alguien por teléfono, parece agitado. Su equipo de audio hace retumbar el coche de Flor, tal vez si bajara el columen de la música no tendría que gritarle al celular. El bigote delgado del sujeto le da un aspecto ridículo. Flor no se da cuenta de que el semáforo ha vuelto a cambiar y, distraída, mira cómo la camioneta acelera, y en una fracción de segundo ve a un niño, algo gordito, que sintió que todavía tendría oportunidad de aprovechar el alto y llegar al otro lado, y se lanzó corriendo con sus piernas cortas y su enorme mochila al hombro. Aquel día, sus compañeros le habían firmado la playera de la escuela, al fin saldría de la primaria, y ahora, empujado por la enorme masa de acero de la camioneta negra, con su craneo destrozado en el asfalto, jamás sabrá lo que es crecer, seguir estudiando, tener una novia, casarse... su vida había terminado, y él ni lo sospechaba. Flor se bajó del coche, miro el rostro muerto del niño y el horror la paralizó, el conductor de los lentes oscuros gritaba histérico por el teléfono y pronto el área se llenó de mirones, observando el cadaver cubierto de sangre del niño gordito, las sirenas de la ambulancia y de las patrullas comenzaron a sonar a los pocos minutos. Flor entró en una crisis terrible, no podía moverse, no podía contestar las preguntas de los policías, ni hacer nada, "llévenme a mi casa, llévenme a mi casa", repetía, y una señora tuvo que hacerle el favor.
Al llegar, su marido la recibió preocupado, le preguntó que qué le pasaba. Ella sudaba frío, no podía quitarse la imagen del niño destrozado de la cabeza, estaba muda de horror, no sabía cómo decirle, no sabía por qué no había dicho nada, el miedo habrá sido, el miedo... Comenzó a llorar, se acurrucó en los brazos del marido. Al fin, secándose las lágrimas y en un leve murmullo, responde, justo antes de que los policías toquen a la puerta de su casa:
-Atropellaron a nuestro hijo enfrente de mí...

22/6/05

comerse una torta en un callejón es delito

En un domingo nublado como este, no se ve mucha gente en las calles, y menos a las seis de la tarde. La ciudad está desierta, como muerta, hay pocos coches, los semáforos son inútiles, los taxis deambulan vacíos. Si así están las calles principales, imaginemos las demás, las que se internan serpenteando entre las colonias, subiendo y bajando cerros, adentrándose en las entrañas de Tijuana. Por una de estas calles camina Gaspar, camina contento, alegre, poco le preocupa que haya gente o no, aunque la hubiera, nadie se fijaría en la felicidad de un vago, y menos de uno cuyo rostro no refleja ninguna expresión, no lo consigue, pero Gaspar siente que se le incendia el pecho de pura emoción, porque hoy, después de una semana de comer sobras recogidas de la basura, tiene qué comer. Javier, el taquero, le ha regalado una enorme y suculenta torta de carne asada, y Gaspar la carga en una bolsa de papel en busca de un lugar adecuado para sentarse a comer, pues entre más le dure más podrá saborearla, más podrá imaginar entre sus dientes el sabor del pan, de la carne, de la lechuga, entre los escasos dientes. Ya siente rugir sus tripas, alborotadas al saber que de nuevo, después de tanto tiempo, volverán a probar algo digno de comerse.

Gaspar vislumbra un callejón acogedor y se interna en él. No se ha percatado de la patrulla que lo viene siguiende desde hace un rato, todo por el entusiasmo previo al banquete. Se sienta en un rincón, se recarga contra la pared y abre la bolsa de papel para olfatear la torta antes de de devorarla. Las botas de los policías producen un eco lúgubre. Vienen riendo, gritando animados, y asustan a Gaspar, quien vuelve a cerrar la bolsa y la esconde, temeroso. Ya conoce a estos tipos, sabe que debe cuidarse, que a los policías no les gustan las barbas sucias y los pantalones hechos jirones.

-¿Qué llevas ahí, viejo? Droga, ¿verdad? ¿crack? ¿cristal?

Gaspar sólo logra balbucear, nervioso, tratando de mirar al piso, a los policías no les gusta quie los miren a la cara, y aprieta la bolsa con su comida entre los brazos. Los oficiales se carcajean, de pie frente a él, por su reacción, hacen comentarios groseros, le dan un par de patadas.

-¡A ver, viejo! ¿Qué traes en la bolsa?

Uno de los oficiales se agacha y, ayudado por sus puños, le quita la bolsa a Gaspar. Él no puede hacer mucho, el miedo y el hambre le restan fuerza, y se limita a soportar los golpes, a observar, horrorizado, al policía abriendo la bolsa y sacando la torta.

-¡Ah, mira! ¡Es una torta! ¡Mmmh...!

El policía la muerde, se la pasa a su pareja y éste le arranca otro pedazo, la mastica un poco, la escupe y luego tira la torta al suelo.

-¡Esto sabe a mierda, viejo!

Le dan unas últimas patadas, siguen riendo, se alejan poco a poco, carcajeándose. Gaspar se arrastra y rescata lo que queda de su torta, le sacude la tierra, intenta quitarle el lodo, y empieza a comer.

19/6/05

quién soy yo

quién soy yo para huirle al amor. quién soy para juzgar qué debo hacer y qué no. quién soy yo para someter a alguien a lo que yo quiero que me hagan sentir. quién soy yo para obligar a alguien a que piense qué va a hacer para romper mis grietas. no soy nadie, no tengo ningún derecho. que yo sea un maldito cobarde no me da la habilidad mágica de disponer de los sentimientos de la gente y someterlos a mis deseos. que pase lo que tenga que pasar. que venga quien tiene que venir, y que yo vaya a donde tenga que ir. que vea los ojos que tanto deseo ver, para descubrir si todavía, en el fondo, muy en el fondo, queda esa luz que me indicará que todos estos años no han sido en vano, que a pesar de todo y de todos, aún queda una esperanza, una última oportunidad, de rehacer lo deshecho, de revivir lo muerto, de construir lo destruido.
no, no hablo de luchar, ni de buscar, ni de entender. hablo de dejarme caer, porque el cielo está a mis pies y no pienso volver, quiero dejarme caer, dejarme llevar, y ver hasta dónde llego, hasta dónde voy a parar. quiero ser el mar, el viento, la tierra, quiero comulgar con el mundo y con las estrellas, quiero ver explosiones, destellos rojos saliendo de entre nuestras manos, luces azules rodeándonos el cuerpo y devorándonos en la oscuridad de la noche. quiero verla a ella, y saber de una buena vez por cuál lado del barranco tirarme, sin usar las alas, ya he volado demasiado, sólo quiero caer, caer, caer, hasta que el suelo me detenga, hasta que recorra el universo hasta el fondo y le dé la vuelta, hasta que un meteoro me intercepte y me haga volar en mil pedazos. y así, en mil pedazos, seré feliz, porque ya no puedo más siendo uno solo, de una sola pieza, quiero ser más, quiero expandirme, quiero abarcarlo todo, con la luz azul que brota cuando dos amantes comulgan... ¿serás tú la indicada, la que no quiere pensar, la que no quiere insistir si no insisto yo primero? ¿o serás tú, la ausencia siempre presente, el recuerdo constante, la ilusión efímera y duradera a la vez, la que estuvo dispuesta a recibirlo todo, desde mis palabras hirientes hasta mis más dulces declaraciones, desde mis gritos helados hasta mis más cálidos besos...?
¿seré yo el mismo? ¿el de los poemas cursis? ¿el de las citas puntuales? ¿el del tiempo siempre disponible? ¿el de las risas sinceras, el de las miradas fijas, el de los dedos delgados...? ahora ya ni eso sé. quién soy yo... quién soy.

18/6/05

el cáncer no sólo lo lleva en los pulmones

Gustavo llega a casa a la una y media de la mañana, y apaga los faros del coche. Ha subido los vidrios para que no se escape el humo, y escucha, por tercera vez en el día, a Led Zepellin, esta vez con volumen bajo, no quiere hacer ruido, es suficiente con el que ha hecho el motor al detenerse frente al portón, incluso trata apenas de respirar, como si ya estuviese en la recámara intentando no despertar a Magda, la pobre estará cansada, como siempre, y el más mínimo ruido la hace volver del dulce estado de inconsciencia en el que, con mucho esfuerzo, logra encerrarse. Una vez más, antes de dar vuelta en la avenida, se detuvo en el parque, tres cuatras lo separaban de su hogar, subió los vidrios y encendió el vigésimo cigarro, el último, al menos por hoy, pues ya se nota su adicción creciente fumando tanto, como una chimenea incansable, se detuvo, pues, y pensó en lo mismo que piensa antes de estacionarse en la banqueta de su casa, recargó la frente en el volante, "Soy un pendejo", se repetía, torturándose y escupiendo humo.
El choque metálico entre la llave y la cerradura de la puerta provocan un escándalo devido al eco que crece con el silencio, y Gustavo siente vibrar hasta sus huesos, pero no puede evitar el ruido de la llave girando, de los goznes de la puerta rechinando, de sus pasos sobre el suelo recién pulido. Se quita los zapatos al pie de las escaleras, y sube de puntas hasta la recámara donde Magda se ha quedado dormida con la televisión encendida. Se quita la ropa y se mete en la cama, con sumo cuidado, pero los resortes gritan, las cobijas crujen, el aire se rompe y, es inevitable, Magada despierta, lo siente acostarse y girar para quedar sobre el costado derecho, y ahora que ambos se dan la espalda, ella puede abrir los ojos y llorar un poco. Gustavo huele a tabaco, como siempre, ha fumado todo el día, y ella llora, no por la traición, si puede llamarse así al no cumplir una promesa, ni por su desconsideración, su falta de preocupación, no, llora porque la vida es injusta, porque no comprende que su marido, fumador desde jjoven y siempre constante, esté sano, sano como un niño feliz o como un anciano deportista, ni siquiera tose de vez en cuando, ni se ahoga al comer, nada, y ella, que jamás le dio una chupada a un cigarrillo, ni hizo algo por intentarlo, tenga cáncer en los pulmones. Magda lo sabe bien, ambos se odian, ella por ser la víctima, él por sentirse culpable. Seca sus lágrimas y cierra los ojos. Ahora Magda duerme, pero Gustavo no.

(FIN)

13/6/05

creo que empiezo a entender

es como caminar un largo trecho con la luz apagada, con los ojos vendados, con los pies en el aire, sin conocer el rumbo, sin nadie que te guíe, sin nadie que te acompañe, sin nadie que te haga de comer, que te tienda la cama, que te levante por la mañana, que te pregunte, al llegar a casa, cómo te fue, qué hiciste, a dónde fuiste, por qué tan tarde, carajo, no tienes consideración... y es verdad, parece que uno no avanza, que no pasa nada, que nada ha pasado nunca, pero es porque uno tiene la falsa idea de que el tiempo es de lo que más sobra, que la juventud tarda mucho en pasar, que para que aparezcan las primeras arrugas y se caigan los primeros dientes faltan todavía varias décadas. pero no, la muerte no respeta edad, ni sexo, ni posición económica, ni ninguna de esas tormentosas ostentosidades de las que tanto alardeamos. aquí, frente a este monitor, una descarga eléctrica puede matarme, y así acabó todo.
pero no me importaría. no digo que moriría satisfecho, porque me faltan muchas cosas que me gustaría hacer. sin embargo, sé, estoy consciente, de que el mundo es una maraña terrible de caminos, de coincidencias inexplicables, de hechos a primer vista intrascendentes pero de repercusiones asombrosas, y así, quién sabe si pueda irme a europa después de la escuela, o tener un hijo inteligente, o terminar mis novelas y publicarlas. no sé. por eso, me limito a vivir este día, por si me muero, no morir deseando hacer algo que ya no se va a poder. por si voy a mexicali (aunque de hecho, ya fui), y no veo a quien iba a ver, que no pase nada, que todo siga como estaba, por algo pasan las cosas... por algo ella no contestó los mensajes, por algo apenas le dije quién era yo y no volvió a marcar. ¿no que muchas ganas de verme? mentiras... la gente está llena de mentiras. pero claro, no toda.
y, para rematar, pasa algo raro, algo de veras raro, como una maldición. y es que, todas las muchachas que llegan de alguna manera a atraerme por una u otra razón, cuando ya estoy pensando en la posibilidad de un romance o algo, salen con alguna jalada de "ay, eres bien curada, jamás andaría contigo para no perder nuestra amistad". ¡enfermas malditas! empezó con lizbeth becerra, la que terminó siendo mi mejor amiga, la verdad, hubo un momento en el que pensé: "yo andaría muy a gusto con ella", y entonces, como presintiendo lo que empiezo a sentir, comienza a repetirme que yo soy de sus mejores amigos y que jamás de los jamaces se fijaría en mí. qué mierda.
así. cada día es diferente. jamás viviré de nuevo un lunes 13 de junio del 2005. hay que sacarle el mejor provecho.

10/6/05

love sucks big time (conejo sonriente)

me he dado un banquetazo: no hay nada mejor para comer un viernes después de unas clases aburridas que una maruchan de camarón con un sprite bien helado. cero esfuerzo, cero neuronas quemadas, satisfacción cien por ciento garantizada. y mejor aún si, mientras la comes, despacio, sin prisa, saboreando cada fideo, cada chícharo y cada trozo de zanahoria deshidratada, escuchas de fondo el disco nuevo de tu artista favorito y amor platónico a la vez, mientras me dice, con una melodía empalagosa y un montón de arreglos extraños, que yo, más que nadie, merezco ser feliz.
se le ha olvidado colocar en su canción las instrucciones necesarias para lograr este objetivo, porque, pues, uno puede andar por ahí pregonando que todo mundo merece ser feliz, pero del dicho al hecho hay mucho trecho, como dice el dicho, camarón que se duerme, se lo lleva la corriente, como a los de mi maruchan, y no basta que le digas a alguien "hey, tú, deja de estarte quejando de la vida y sé feliz, ¡te lo ordeno!". pensar así sería una soberana estupidez. porque la felicidad, como todas las demás emociones humanas, es un estado transitorio del alma, que va y que viene, a veces sin orden ni método específico, un día puedes amanecer feliz, dirías que por los sueños que tuviste mientras dormías, pero y si no te acuerdas de lo que soñaste, te buscas una razón, dices que será porque presientes que te irá bien ese día, o cualquier otra burrada que se te ocurre, el caso es fingir que no amaneciste feliz nada más porque sí, porque ya te tocaba dejar atrás la tristeza y unirte al grupo de gente que cree que la vida es una enorme aventura.
yo, por mi parte, no considero que la vida sea una enorme aventura, sino una serie de aventurillas diminutas que se suceden unas a otras. no me considero optimista, pero tampoco del todo pesimista (soy realistas, según), y si un día amanezco feliz (no, hoy no me pasó, pero estuve cerca) sin razón alguna, no buscaré explicármelo, y dejaré que todo salga como tenga que salir, porque en ocasiones pasan cosas que no esperabas, y si uno vive una vida ordenada, metódica, sistemática, el menor desvarío de un engrane te saca de funcionamiento. por eso mi vida no se alteró en lo absoluto cuando valery, la muchachita de prepa que el otro día me sacó la lengua sin siquiera conocerme (gesto muy desconsiderado porque yo no supe si era a mí o a alguien que tenía atrás), y la cual me echa unas miradas que llegan a intimidarme, se cruzó en mi camino el otro día, respiró hondo, como para tragarse los nervios y no pensar en qué iba a decir, y luchando contra la tentación de desviarse hacia otro lado y dejarme pasar, me abordó, se presentó, me preguntó qué estudio, en que semestre voy, y se admiró de mis perforaciones. me pareció un gesto aplaudible, no me molestó, en lo absoluto, y no es por querer parecer un galán cotizado en la escuela, sino que, para qué nos hacemos tontos, ella está de alguna manera interesada en mí, y yo ya me había dado cuenta desde que entré a la escuela.
sin embargo, y aclarando el título de este post, que se alarga sin control y sin consideración de los lectores que acaso llegaran a posar sus ojos en él, desde mi primer fracaso amoroso, hace ya bastantes años, una sombra amenazante me nubla la cabeza y me hace desconfiar, por muchas razones, del amor. después de aquella amarga experiencia, he tenido alrededor de cinco oportunidades concretas de dejarme envolver por las imponentes garras del amor una vez más, pero, a la hora de la hora, cuando las cosas están en el punto en el que, si damos un paso más, será imposible dar marcha atrás, yo doy marcha atrás, y me retiro como si nada hubiera pasado.
es por eso que, después de llevar meses pregonando frases como "el amor es una mierda", "love is a dog from hell" y "el amor es un sentimiento contra-natura", hoy traslado eso a un objeto material con más o menos el mismo mensaje ("love sucks big time"): una pulsera negra y rosa, con un conejo sonriente, patrocinada por la conductora de la caja tv. a ver si así el amor me declara la guerra y me manda a alguien de una buena vez, para callarme la boca y hacerme quitar mi nuevo accesorio estilístico. mientras tanto... ah, ya se me fueron las ideas.
sí, sé que es un post pobre, pero no hay remedio. mi inspiración la ocupan mis nuevos cuentos, los cuales espero publicar en cuanto los termine, para que este blog vuelva a tener sentido y uso práctico...
(p.d.: estuve a punto de borrar todo el post, porque me parece largo, aburrido y sin sentido, pero en fin... por algo a uno se le ocurren las cosas)

7/6/05

tour por lomas taurinas... creo

había sido un día exhaustivo, de escuela, de grabar, de editar, de más grabar, entrevistas, sondeos, fotografías... todo lo que ocupa mi tiempo en los últimos días. cuando el taxista hizo señas de que cabía una persona más en el taxi, respiré aliviado: ya me voy a mi casa, uno de esos raros días en los que ansío llegar a casa y echarme en la cama a escuchar música y a leer a saramago. y, pues, como por ese lugar siempre pasa el mismo taxi del mismo color, y siempre me deja cerca de casa, ni siquiera lo pensé, sólo verle la pintura dorada y me monté en la parte trasera, al lado de una señora que llevaba un niño en brazos. era curioso ver a un niño tan pequeño articular algunas frases y caminar, con dificultades, cuando se bajaron del taxi, él y su madre. no me preocupó que el conductor diera vuelta antes de subir la segunda rampa, en ocasiones se va por ese lado, pero cuando noté que se adentraba cada vez más entre las calles, para mí desconocidas, me empecé a inquietar. "a dónde carajos va este tipo", pensé. y ninguna respuesta llegó a mi mente. el taxi descendía, doblada en las esquinas, alejándose cada vez más de mis lugares de referencia. decidí voltear y mirar los letreros que traen en el frente, indicando las rutas. decía "pte. baja - lomas". y dónde estaba eso, lo ignoraba, hasta hoy. me bajé donde se bajó el último pasajero, creyendo que todavía podía orientarme por la posición del sol, ya que si caía la noche, el extravío sería total y definitivo. la muchacha de suéter rojo me abordó: "vives por aquí", "no", "ah... con razón. como nunca te había visto... por dónde vives". sí, confesar que ni siquiera sabía dónde estaba me haría quedar en ridículo, y pedirle ayuda a un desconocido no es mi estilo. "más arriba", dije, y apreté el paso, mientras encendía un cigarro para aminorar el estrés de las casas que se amontonaban sobre mí, de los niños jugando en las calles despreocupados, de los chiflidos que se alcanzaban a escuchar desde lejos, los perros ladrando, los escasos carros que por esas laberínticas calles circulaban, el cielo pálido que se oscurecía con mayor velocidad que mis desesperados pasos, buscando en el horizonte cualquier punto que pudiese reconocer, y entonces caminar hasta allí. pero la loma estaba inclinada, y no podía ver más que cables de luz al alzar la cabeza. cuando llegué a la cima, me encontré con una calle cerrada, un muro enorme bloqueaba el camino que, supuse, tendría que seguir para dar con la calzada que me llevaría directo a mi barrio. "mierda". doblé a la derecha en la esquina anterior, y caminé, con la esperanza de que el muro desapareciera al subir algunas calles. tuve suerte de que, esta misma avenida corriera paralela a la uabc, lo cual descubrí al caminar unas pocas cuadras. respiré aliviado, y tiré el cigarro. de ahora en adelante, antes de subirme en un taxi (aunque sea del color de siempre), revisaré que diga "postal, uabc" o "20 de noviembre, otay".
por lo demás, todo sigue igual. escuela, escuela, y más escuela. no es que me moleste, mi vida (aun) no me tiene tan harto, y la rutina es soportable, pero cansada. sin embargo, nada me hace olvidarme, aunque sea por un día, que al llegar a casa lo único que me saludará será la radio, ya cansada y sin querer sintonizar bien las estaciones, diciéndome "sólo me utilizas, no sabes lo que valgo en realidad, eres un egoísta". ni siquiera el richard me habla, y el espejo me devuelve un rostro que cambia cada día, y que apenas reconozco. el teléfono permanece mudo, cada vez más inútil para mí, y el suelo de mi cuarto se llena poco a poco de basura y de polvo (lo que me recuerda: debo comprar una escoba). el tubo de la cortina de la regadera se achica en cada baño, y el colchón está tan lleno de somnolencia que él es quien me contagia a mí, y me atrapa en cuanto me acuesto a devorar el último libro que compré, y que no he logrado soltar. mis pies me dueles, el cajón de los calcetines ya está casi vacío, y el choco krispis se agota, y ni qué decir de la leche: los vecinos desaparecen mis últimos tragos cada noche, y por la mañana, no hay para desayunar. pero las carencias son siempre suplidas, desplazadas por otras formas abstractas que, si no las sustutiyen como deben, al menos hacen el intento. mi familia son mis amigos, con los que convivo cada día, los que me llaman por teléfono, los que me llevan a pasear, los que me dicen, muy por debajo del agua, utilizando otras palabras (¿o será que las traduzco a mi conveniencia?) para decirme que me aprecian, que siga con esta lucha que no se acabará nunca, una aventura interminable, llena de episodios inesperados. después de todo, uno nunca sabe lo que le espera al despertar la mañana siguiente, al salir de casa temprano, o al subirse en el primer taxi que pasa.

3/6/05

huellas efímeras y preocupaciones

al fin es junio. incluso, ya pasaron tres días y ni siquiera los percibí. esta semana se fue volando, entre la edición de la caja tv, los exámenes, y el encuentro con personas nuevas, y (casi) desconocidas. se pinta, casi difuso, un buen fin de semana, con cámara nueva, sin lavandería, y dos noches "sociales".
lo lamentable, es que este blog se convierte poco a poco en un vulgar diario y se aleja del concepto del que surgió, es decir, una publicación periódica de cuentos y más cuentos, como ejercicio previo a mis futuras novelas. pero es que apenas y tengo tiempo (e inspiración) para escribir. hoy fue mi único día libre de la semana, y lo desperdicié en el ciber espacio. saludando a la que está más cercana a llevarse el título de mi "mejor amiga", lizbeth becerra. sólo espero las vacaciones para verla y reírme con ella. espero el 10 de junio para ver si (ahora sí) vamos a mexicali, y espero esta noche y la noche de mañana para "practicar la socialización". ja'h. si pretextos sobran. pero como decía, esto poco a poco se vuelve un simple diario de días fugaces y nada interesante qué contar, ninguna emoción de verdad destacable, como riesgo de muerte, algo inexplicable, algo extraordinario... me hace falta aprender a maravillarme de lo común, de lo ordinario, de lo cotidiano. porque cada amanecer es un fenómeno tremebundo, cada página que leo de un libro es un derroche de conocimiento y un deleite intelectual, cada alimento que cae a mi estómago es (en verdad) un milagro indescifrable, cada paso me mueve una minúscula fracción en el universo, imperceptible ante la magnitud del cosmos pero sustanciosa en mi historia personal. después de todo, comparándome con el tiempo "infinito" (un concepto que me parece fascinante), mi vida no será más que un pestañeo, un relámpago en medio de una tormenta eléctrica, a menos que deje huella en alguien, que prolongará mi historia aunque sea por unos instantes más, en su memoria.
esa duda me invade en este momento. cuando me muera, ¿alguien se acordará de mí?
sí, la duda me invade. pero no me atormenta. ni siquiera me importa. ese es el problema... como leí por ahí (no recuerdo bien dónde): de verdad me preocupa que no me preocupe nada.