10/1/08

Para ser verdad (parte uno)




1.

Su hija lo despertó pegándole unas ligeras cachetadas que se sentían como piquetes de mosquito. Ya, carajo, gritó, y cuando abrió los ojos, y vio el rostro iluminado de Natalia, sonriendo, colorada, con los ojos brillándole, Genaro lloró. Abrazó a la niña y sin poder contenerse, lloró casi una hora, mientras Natalia intentaba safarse de sus brazos, sin entender por qué la efusividad, y repetía, Papá, tengo hambre, suéltame. Ay virgencita, repetía Genaro. Gracias, gracias. Su mujer, incapaz de formular un razonamiento cualquiera, se negaba a creer lo que sus ojos le mostraban. Debo estar soñando, alcanzó a murmurar, cuando al fin Genaro soltó a la niña y ésta corrió a los brazos de su madre postiza, quien la noche anterior había estado pensando ya en los fuertes gastos del funeral.

Nunca se había cansado de repetirle a Aurora, Vas a ver, mujer, Natalia se va a curar, vas a ver. Los doctores ya habían dado el caso por perdido, y a Genaro se le ocurrió, un día, ir a la basílica. Hacía, cuánto, diez años, hasta más, que no ponía un pie en la iglesia, desde el bautizo de Natalia. No se le había ocurrido otra cosa. Había gastado todo su dinero en medicamentos, tratamientos, consultas, viajes. Nadie podía hacer un diagnóstico seguro. La niña sufría, todas las noches, y nadie podía hacer nada por la pobre. Así el día anterior, gastó lo que quedaba de su ahorro en un arreglo de flores, y se los llevó a la virgen. Le prometió quién sabe cuántas cosas si le curaba a la niña, se estuvo en el altar, incado, toda la tarde, lloró y gritó, y uno que otro creyente le daban palmaditas en la espalda, Se va a poner bien tu hija, vas a ver, tú ten fe.

Llegó a su casa y la niña estaba dormida. Tuvo pesadillas horribles, pero apenas había conciliado el sueño, Natalia estaba de pie, despertándolo y anunciando que tenía hambre. Increíble, inexplicable. No se cansaba de mirarla. La miró comer con entusiasmo, parecía que nada había pasado desde que cayó enferma, hablaba con fluidez de lo que haría en la escuela, que ya quería ver a fulanita porque era su mejor amiga, que la maestra la iba a regañar porque no había hecho las tareas. Y Genaro no le quitaba los ojos de encima, impresionado. Terminaron de desayunar y él fue el primero en levantarse. Le dio un beso a su hija y le dijo a Aurora que iba a la basílica, a dar gracias. Tomó su chaqueta y se fue, solo.

[Continúa]

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[Segunda parte]

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