2.
Pensó en irse de rodillas todo el camino, pero no quería salir en algún noticiario y hacer famoso el caso de su hija. Aquello era entre la virgen y él, un favor que le había pedido y que ella le había cumplido. Lo que le prometió, lo cumpliría, pero hasta ahí. Ni pensar en volverse religioso, meterse en alguna iglesia o ir a predicar de casa en casa, ni loco. Como vio que mucha gente se ponía de rodillas hasta llegar a la entrada de la basílica, él hizo lo mismo. Cargando el enorme arreglo floral, se incó y avanzó. El suelo ardía, tuvo que detenerse un par de veces a descansar antes de llegar a la puerta. Adentro el piso estaba fresco, pero ya se había herido las rodillas y de todas formas dolía. Cuando llegó hasta el altar, fue un alivio para él.
Gracias, gracias, gracias. Repitió gracias no supo cuántas veces. Nadie parecía acordarse de él, hoy no le prestaron mayor atención. Se santigüó cien veces, recitó las oraciones de las que se acordaba con la mayor devoción, y cuando pensó que ya la tarea estaba hecha, se puso de pie y se disponía a volver a casa, cuando una inspiración súbita lo obligó a pronunciar, en voz alta, Usted disculpará, virgencita, que venga aquí nomás por cumplir, pero es que la verdad no me lo termino de creer. Una señora que estaba cerca le respondió, Pues créalo, señor, o la virgen se va a echar para atrás. Él le sonrió, le dijo, Cómo, si es la virgen, dio media vuelta y se retiró del lugar. Caía la tarde.
Pasó a compartir la noticia con sus hermanos y compadres. Llegó a su casa ahogado de euforia, con unas ganas tremendas de ver a Natalia. Pero ya desde la entrada a la vecindad escuchaba los rumores. Como rezos. Luz de velas. Pétalos de flores por las escaleras. No alcanzó a empezar a preocuparse, porque antes que cualquier pensamiento negativo se formara en su cabeza, ya había llegado a su casa. Las vecinas, con velos negros y rosarios en la mano, rezaban. Aurora estaba sentada en un rincón, con cara de fastidiada, las piernas cruzadas. Genaro empujó a la gente, se abrió paso con violencia hasta la recámara, donde el cuerpecito de Natalia yacía, inmóvil, con los ojos cerrados, pálida como la luna, en la cama, traía puesto el vestido blanco de su primera comunión, parecía un angelito.
No le dijo nada a nadie, sólo habló de aquello con Aurora. El escándalo que harían. Sintió, después de todo, que se había librado de un peso enorme. Bueno, al menos no había muerto en medio de dolor y sufrimiento. El pequeño milagro había servido para que Natalia terminara sus días con tranquilidad, según le dijo Aurora, dijo que tenía sueño, se fue a acostar y dejó de respirar. Genaro le contó lo que le había dicho la señora en la basílica. Y Aurora respondió, Le vas a creer, gente loca. Y Genaro le dijo, Sí, verdad. Era demasiado bueno para ser verdad.
[FIN]
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[Primera parte]
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