24/3/06

#6: "Monstruo" (Martes)



(De la serie "Carnaval")

Las luces que giran frente a él, opacas y cambiantes, le han borrado por un momento de la cabeza el tremendo fastidio que sentía, hundido en su sillita de plástico amarilla ya demasiado chica para su cuerpo, aún infantil pero en rápido desarrollo. A pesar de que la luz del sol resplandece y nubla los pequeños foquitos que parpadean y giran a gran velocidad en su mano, formando un círculo multicolor fascinante, Víctor no les quita los ojos de encima. Descubrir formas, letras, incluso rostros en el abanico luminoso es mucho más entretenido que observar a aquellos payasos patéticos que intentan encender el ánimo del público en vano. Todos los años es lo mismo. No importa si ya vieron el desfile el domingo, Víctor es arrastrado al peor suplicio a la fuerza, obligado a soportar los fieros rayos solares, el agobiante rumor del mar y la exasperante euforia ficticia de todo el mundo, mezcla de rencor y de nostalgia. Se lo ha preguntado muchas veces, pero nunca ha encontrado una sola respuesta: ¿Por qué a la gente le gusta tanto el carnaval? Deben ser todos idiotas, piensa, cuando el abanico de luces se detiene de súbito. Las baterías se acabaron.
Antes de que pueda empezar a refunfuñar, siente que alguien le pellizca un costado. Da un brinco y voltea hacia atrás, y encuentra el rostro de Adrián, su hermano mayor, adornado con una risa malévola. Le hace una seña para que se acerque, y le enseña, disimulado, el contenido de una misteriosa bolsa gris que Adrián trajo oculta en su chamarra. Víctor abre los ojos tanto como sus párpados le permiten al mirar aquel montón de cascarones huecos, tapado el agujero con papel de china amarillo y rellenos, con seguridad, de confeti. Los hermanos intercambian guiños cómplices y malévolos, Adrián le pasa la bolsa a Víctor y le murmura, Para cuando pasen las reinas. El niño, emocionado, se pone la bolsa entre los pies y alza la cabeza, sonriendo por primera vez desde que llegaron.
La reina infantil, una niña que se perdía entre el abultado vestido de princesa y la ostentosa corona de aluminio, saludaba con la mano cansada y la sonrisa forzada a la concurrencia, cuando, de la nada, apareció un huevo que fue a impactarse justo en su frente, y volvió al mundo negro. Los que estaban del lado oeste vieron, horrorizados, el momento preciso en que la precoz monarca perdía el equilibrio y se resbalaba del peldaño más alto de su carro alegórico, y luego, de dos aparatosos golpes con las figuras de papel maché y los reflectores, aterrizaba boca abajo en el asfalto, a un palmo de los niños que admiraban el desfile sentados en la banqueta. Por una fracción de segundo nadie se movió cuando el último grito, uno muy agudo, se apagó, pero cuando un charco de sangre comenzó a expandirse alrededor de la cabeza de la reinita, se desató un caos tremendo de cuerpos revolviéndose sin rumbo.
Qué pasó, Llamen a una ambulancia, Detengan el desfile, La reinita se cayó del carro y parece que está herida, Voltéala boca arriba, para que respire, No, no la muevan, llamen a un médico, hay algún médico por aquí, Sí, que no ves, los médicos ven esta madre por Sky, güey, Ya llamaron a la ambulancia, Bueno, alguien sabe primeros auxilios, sabe qué hay que hacer, Yo sé qué hay que hacer, Pues ven, hazlo, pronto que se nos muere la reinita, Quién fue, eh, Quién anda jugando con estas mamadas, Se cayó sola, No, ni madres, yo vi bien clarito que alguien tiró un huevazo, Quién, Alguien de allá de enfrente, No mames, los huevazos están prohibidos, Sí, pero alguien quiso hacerse el chistosito y mira lo que pasó, Pero qué irresponsabilidad, esto es intolerable, Sí, mira que tirarle huevos a una niña, no la chingues, que poca madre.
Alguien comenzó a abuchear y los ánimos se encendieron cuando llegó la ambulancia y los paramédicos se miraron con expresión preocupada, abriéndose paso entre el mar de gente que se apretujaba para ver a la reinita muerta, o descalabrada, quién sabe si se murió, no le taparon la cara con la sábana pero tampoco dijeron que estaba bien, y es que un disparo así no se ve todos los días, pero de entre los chiflidos resaltó un Este güey fue, de una señora mayor que señalaba con dedo acusador y tembloroso al pobre y asustado Víctor, quien no se había levantado de su silla en todo este tiempo. Víctor observó con pánico cómo todos los rostros se volvían hacia él, gritando furiosos, cómo una mano arrancaba de sus pies la bolsa repleta de huevos y éstos se esparcían por el suelo para que la gente iracunda los pisoteara mientras seguían vociferando, Cómo se atreve, Hijo de su puta madre, Agárrenlo, Denle su merecido, uno que otro apenas murmuraba, Pero es un niño, como si eso le importara a alguien, y Víctor se quedó mudo, sin poder articular palabra. Antes de que consiguieran traspasar la resistencia de sus padres y demás familiares, el hermano de Víctor se levantó de su silla y reveló una verdad distinta: No fue él, fui yo. La turba enardecida bajó un poco el volumen, murmuró, y luego, reactivándose antes de que el desconcierto le bajara el odio irracional, dirigió sus miles de ojos hacia Adrián, quien había empezado también a gritar y a levantar los brazos haciendo señas obscenas. Víctor se dejó llevar por su padre, quien sin dudarlo un segundo sacaba al niño de en medio de la manada furibunda y lo ponía lejos y a salvo.
Cuando se acercaron tanto que se sintió amenazado, cuando ya algunas uñas empezaban a rasguñar y algunas bocas a escupir, cuando las voces de todos se habían fundido en un solo gruñido incomprensible, Adrián lanzó golpes y patadas al aire, Qué me van a hacer, culeros, ya les dije que le di por error, pero nadie ponía atención a sus palabras, aquel monstruo mostraba sus afilados e interminables dientes, y sus múltiples y peligrosas garras, dejando a Adrián sin salida, rodeado por todas partes de puños que empezaban a atacar, primero un tanto reservados, para tantear el terreno, para comprobar la dureza del objetivo, luego frenéticos, impacientes, antes de que la policía llegara y les quitara la justicia de las manos, los puños inclementes debían aprovechar y sentirse con el control sólo unos segundos, mientras aquel joven se deshacía con rapidez, transformándose de un desesperado con ansias de supervivencia en un bulto inerte, una masa de sangre y moretones, en un costal de huesos rotos y contusiones.
Víctor observaba, angustiado, impotente, cómo su hermano era devorado por la fiera salvaje llamada muchedumbre enardecida, a la vez que se maldecía a sí mismo por tener tan buena puntería: mira que pocas veces le das a la reinita en medio de la frente al primer tiro…

(FIN)

2 comentarios:

  1. El cuento me pareció bastante entretenido (me recordó el carnaval de Veracruz al cual no asistí este año), creo que tienes mucho potencial.
    Sin embargo he notado que te falta indicar los diálos, ya sea con comillas: "¿Qué me van a hacer, culeros?", o con guiones largos para señalar los parlamentos de los personajes:
    -Yo sé qué hay que hacer.
    -Pues bien, hazlo pronto que se nos muere la reinita.

    De esta manera se evita la confusión del lector y se sabe cuándo alguien está hablando y dónde termina su diálogo. Con este detalle se perfeccionará tu trabajo.
    Saludos, no dejes de escribir.

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  2. creas ambientes abigarrados, a mí me deja perpleja la acumulación de sensaciones y no te preocupes por los guiomes y esas cosas, todo viene en manuales que uno puede quemar riéndose a carcajadas, un beso, escribe, escribe

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