7/3/06

#3: "Quien te quiera como yo" (Sábado)



Parecen estrellas, dice Gerardo, mientras contempla con la boca abierta el cielo repleto de puntos luminosos que se encienden y se apagan mientras caen con suavidad a la negrura del mar, donde los más resistentes acaban de extinguirse. Diana mira la pirotecnia como miraría una barda de ladrillos, es decir, con el menor interés del mundo, pensando que aquel espectáculo ya se alargó demasiado y sintiendo que entre más tiempo pase, más difícil será decirle a Gerardo lo que tenía (tiene) que decirle. Es normal que sienta lástima, mira que gastar tanto dinero en rentar una suite en el Freeman, en la champaña, en las velas, en las flores que deshizo para darle al ambiente un toque de romanticismo que, por cierto, será inútil, Diana no ha venido a tener sexo, y además, todo eso ha sido cada vez, los vinos, las velas, las flores, tantas veces han hecho el amor en medio de toda esa ridiculez que Diana ya no se conmueve como al principio, se ha vuelto algo común, de todos los días, y es que el sentimentalismo de Gerardo es demasiado, ya no encuentra qué hacer con tantas rosas de todos los colores, no le alcanzan los floreros, no sabe dónde colgarse tantas joyas sin parecer árbol de navidad, tantos regalitos, ositos, chocolates, tarjetas, cartas, poemas, es como si en el calendario de su novio todos los días fueran 14 de febrero, mierda, la pobre ya está harta.
Aunque fuese una vez le gustaría tener algo qué reprocharle, una cita incumplida, que la dejara plantada, incluso se conformaría con que llegara tarde. Le gustaría verlo un día de estos besuqueándose con otra, o tomándole la mano, bebiendo un café, mirándola nada más, carajo, le gustaría que mirara a alguna de las tantas mujeres más hermosas y mejor formadas que ella para poder enojarse, gritarle y hacerlo rogar por el perdón, armar un escándalo y demostrar así que le preocupa perderlo, pero no, en la vida de Gerardo no hay otra mujer, Diana ni siquiera tiene la suerte de una suegra, la que debería jugar ese papel vive en Londres o algo así. Tal parece que Gerardo pone todo de su parte para hacer feliz a Diana, a pesar de los esfuerzos de ella por pelear. Si no toma, porque no toma, y entonces él, para complacerla, empieza a tomar y ella se saca de quicio. Ya se ha cansado de buscar pretextos para discusiones, ya está harta de no sentirse amenazada, extraña los celos, los llantos, los gritos que eran leyes con sus anteriores parejas. Gerardo es como el novio perfecto, y eso, disculpen la expresión, ya la tiene hasta la madre.
El combate naval y su derroche de pirotecnia han finalizado. Gerardo intenta besar a Diana, pero ella voltea la cara y se aparta un poco. Él parece un poco nervioso, pocas veces lo había visto así, incluso suda, no sonríe, se acomoda la corbata, truena los dedos. Tal vez aquello sea una señal positiva para Diana, tal vez Gerardo se ha esmerado un poco más que otras veces (si eso puedo ser posible) porque tiene planeado lastimarla, tal vez le dará la noticia de que al fin se va a estudiar la maestría al extranjero, o que le ofrecieron un trabajo en Estados Unidos, o (aunque parece improbable para Diana) que ya no siente por ella lo mismo que antes.
Diana, tengo algo que decirte, Yo también, Di tú primero, No, dime tú, No, tú, Tú, Tú, juego estúpido, piensa Diana, y sabe lo que a continuación dirá Gerardo, Los dos al mismo tiempo, es tan predecible, y en efecto, eso dice, están todavía en el balcón. Diana lo mira a los ojos mientras cuenta, reúne el valor, Uno, ojalá que sean malas noticias, Dos, tengo que decírselo, no me puedo acobardar, Tres.
–Quiero terminar contigo
–¿Quieres casarte conmigo?

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