
No parece pensar siquiera en el siguiente movimiento. Sólo fija su mirada en el objetivo, analiza los obstáculos, planea la mejor ruta, todo en una fracción de segundo, y sale disparado con toda la vitalidad de sus cinco años. El pequeño Nicolás corre una distancia de diez metros, esquivando a las personas que se atraviesan en su camino, aunque más bien es él quien se atraviesa en el camino de las demás personas, con una sonrisa deslumbrante, purísima, pintada en la cara de oreja a oreja, y agita sus bracitos para darse impulso, intentando llegar cuanto antes al bote de basura que representa su meta, como si de ello dependiera su existencia propia. Yo lo miro, de pie, desde cerca; tan cerca que me ha pasado por enfrente en sus ya tres carreras contra nadie, a sólo un palmo, y sería tan sencillo para mí frenar su loca y angustiante carrera y darle una lección a este insolente con tan sólo extender mi pie derecho, como para estirarlo nada más, nadie notaría nada, nadie pensaría que el culpable he sido yo porque no se puede ser tan amargado siendo tan joven, y como uno de los dos debe tener la culpa, será él, Nicolás, por andar corriendo como desquiciado por el andén, sin fijarse bien. Siento tanto placer, un placer enfermizo y difícil de ignorar, con sólo imaginar el momento, sus diminutos pies chocando contra la punta de uno de los míos, enormes, que se escondería de inmediato detrás del otro mientras el cuerpecito del infante es atraído hacia el centro de la tierra por la fuerza de gravedad, las manitas tratarán de detener o amortiguar el choque inevitable atravesándose entre el suelo y el resto de su ser, pero aún así, por la velocidad y porque las leyes de la física jamás fallan, el niño Nicolás se impactará en el piso, primero las valientes e instintivas manos, luego las frágiles rodillas, el pecho, el estómago, y, con algo de suerte, también el rostro, y el dolor, el susto, no van a tardar en llegar, y éstos traerán el llanto, instintivo también, que será para mí, en esta analogía imaginada, el clímax de mis sentidos, el orgasmo de mi malignidad y perversión.
Ya es la sexta vez que Nicolás repite la cada vez más absurda operación, retando la autoridad de los mayores y sus buenas costumbres, las cuales ordenan no correr entre la gente. Lo miro con discreción, oculto mi sonrisa maliciosa, levanto la cara y de reojo veo cómo el mocoso se acerca a toda velocidad y me preparo para liberar mis demonios internos. En el momento oportuno, estiro un poco el pie derecho, lo suficiente como para que interrumpa el ritmo de Nicolás y éste caiga, caiga sin remedio y se estrelle contra el suelo. Ya sólo espero las lágrimas para coronar mi horripilante acto. El mundo entero se queda en silencio un segundo, Nicolás se queda quieto un instante, contemplando el suelo desde muy cerca, y cuando mis oídos ya se disponen a escuchar la gloria de su dolor, el mocoso se levanta del suelo sin ayuda de nadie, se sacude como si nada hubiera pasado y, con la misma impertinente sonrisa, reanuda su inaudita carrera mientras yo lo observo tratando de disimular mi coraje.
(FIN)
Buenas noches Caballero, Alejandro Duartte Lallenmand.
ResponderBorrarMe llamo la atencion el post, por mi mente paso otro tipo de placer enfermizo, mas me hubiera gustado mucho no saber tan a fondo su placer por el masoquismo infantil que le producio la caida por culpa suya del infante, me perturba la perversion con la que lo platica, puesto que quiero creer y asi lo dejare con que el relato es fictisio como muchos de los que te podes encontrar por aqui, pero es algo perverso como lo relata, mas por que no es una espontaneidad o circunstancia del sino, mas bien, ya lo tenia cazado al niño, ya lo habia visto, siguio y calculo sus movimientos hasta meterle la sancadilla y verlo desplomarze, anciaaba verlo llorara, para que su orgasmo se manifestara, pero su plan fallo, el niño se levanta y sigue su carrera, pero el punto seria, que era lo quele llamaba la atencion al niño del bote de basura, por que corria hacia el.
Muy buen relato, me gusto mucho, de echo que en estos momentos ando leyendo el cuento de la Negrita.
Saludos Caballero,
El Ricon del Bohemio.
me gusta la perversidad a donde me llevó el relato, muy bueno.... nunca habia entrado aqui, llegue por el link que tiene de ud mi sobrino el ateo.
ResponderBorrarmuy buen blog.
tenga un buen dia señor cuentista... y como el sr Duarte, me dispongo a leer el cuento de la negrita
te juro que después, con más calma, reviso tu blog...
ResponderBorrarSaludos, dejo constancia de que sigo vivo.
fajuta
¡Este estuvo buenísimo! La amargura, el sadismo...me encantó.
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