30/1/06

Eva y Adán (2/2) (Republicado)

Eva y Adán

Pero Adán se olvidó por un tiempo del árbol, y empezó a seguir sus instintos primarios, irresistibles ante las pronunciadas curvas de Eva, una mujer recién hecha, de semblante casi infantil, rubia y larga cabellera, manos delicadas, labios rojos, y un olor extraño a flores, extraño y atrayente. Pronto ambos comenzaron a experimentar, descubriendo el placer de tocar sus cuerpos, de besar sus cuerpos, de ensamblar sus cuerpos con una perfección que sólo podía ser obra del mismísimo Dios, quien los observaba desde su magnífico trono como un simple vouyerista mientras hacían el amor con todo el vigor de dos adolescentes. "Ahora sí esto es el Paraíso", pronunció Adán, después de que Eva, exhausta de pasión, se dejara caer sobre su cuerpo sudado. No había más, nada de rituales sociales y plásticos, nada de juegos previos ni de desvestirse, nada de apariencias ante nadie. Dos cuerpos solos y desnudos, no necesitan nada de eso. Dios se dio cuenta, y cuando se aburrió, cuando el Edén ya era un lugar monótono y horrible, los echó.

Despertó en la pareja la curiosidad, y ambos rondaban el árbol, deseosos de conocer qué pasaría si comieran de él. Los frutos habían crecido, eran jugosos y emitían perfumes irresistibles. Sin poder evitarlo, Adán arrancó uno de los frutos, y se disponía a comerlo, pero Eva se lo arrancó de las manos. "Espera. antes, pregúntale otra vez por qué no". Adán la miró y se tranquilizó, pero sabía que comerlo ahora era inevitable.

-Por qué lo único que nos prohibiste fue comer el fruto.
-Porque soy Dios, y hago lo que se me antoja.
-Entonces lo descubriré yo mismo.
-Sabes lo que pasará. Te echaré al mundo vulgar, y jamás volverás.
-Sí. Lo sé. No me importa.

Adán regresó con Eva. "Comámoslo". Pero Eva, temerosa aún, se lo ofreció al hombre. "Comeré si tú comes". Adán se lo quitó, lo miró por última vez, y lo mordió. Luego se lo pasó a Eva, y ella también mordió. Pero nada pasó. Hasta que unas nubes de tormenta comenzaron a formarse en el horizonte, y ellos, Eva y Adán, fueron privados por primera vez de la luz del sol. Sólo se oía la voz de Dios, rugiendo de furia entre las nubes, y los rayos que lanzaba, destruyendo el Edén.

(FIN)

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[Parte uno]

25/1/06

Eva y Adán (1/2) (Republicado)

Eva y Adán


El sol del mediodía anulaba las sombras en el jardín del Edén. Adán paseaba de la mano de Dios, gigantesco y omnipotente, quien le explicaba lo que había venido a hacer al mundo. "Te hice para entretenerme" le dijo Dios, y Adán, todavía ignorante de su propia insignificancia, lo tomó como una broma. No se había dado cuenta aún del poder que aquel hombre altísimo de blancas barbas había necesitado para darle vida y razón a una figurilla de barro. "Polvo eres, y en polvo te convertirás", y al pronunciar esta terrible sentencia, Adán sintió la vida y por vez primera, que se moría, como cuando a uno se le atora algo en la garganta y no puede respirar, y al lograr escupirlo siente uno que vuelve a nacer, o que nace por vez primera, porque nadie, excepto Adán, recuerda qué se siente nacer.

Pero dios tenía otros asuntos, el tiempo se agotaba y había decidido ya que a partir de aquel momento no se añadiría ni un solo átomo más a la Creación, y Adán se sentaba junto a las bestias salvajes, todavía en paz sin ningún arma que los amenazara, y se aburrían juntos. Adán se bañaba en su manantial preferido, se echaba al pasto a observar las nubes, y de vez en cuando se acercaba al límite del edén, y podía ver, en toda su extensión, el sombrío mundo vulgar, desolado, donde el sol no brillaba, y la vida era hostil y egoísta. Dios sabía que de seguir así, su única compañía terminaría cruzando el límite hacia el mundo vulgar en busca de algo qué hacer, pues la soledad de su pecho era tan inherente a él como la vida misma. Así que llamó a Adán, y con un rápido movimiento le arrancó una costilla, y el hombre sintió que volvía a morirse. "No te apures", le dijo Dios, "no te morirás hasta que a mí me dé la gana", y Adán dejó de sangrar. Con la costilla en la mano, Dios tomó unos granos de polvo del suelo y sopló, creando una masa deforma que latía como un corazón enorme. Dios la fue moldeando, formando sus figuras, pensando en cómo hacerle un complemento a Adán.

-Ya está.
-Qué es.
-Una mujer. Eva.

Adán vio cómo Eva respiraba por primera vez, y sonrió. Comenzó a sentir algo, algo inexplicable, quizá inexistente hasta que Eva apareció. "Qué esperas, muéstrale el Paraíso", y Adán tomó su mano, obedeciendo el instinto, y la condujo por los verdes campos del Edén. Le mostró el valle, las montañas, los ríos y las cascadas, los animales, las cuevas, las playas... y el árbol. Pronto, muy pronto, Eva sintió curiosidad y preguntó a Adán por qué dios había prohibido el fruto de ese árbol. Adán, reflexionando, supo que eso era lo único que dios no había querido decirle.

(CONTINÚA)

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[Parte dos]

24/1/06

Probabilidades

Probabilidades

Vendarse los ojos o no fue en realidad la decisión en la que más se detuvo a pensar. De pie, en medio del cuarto, Idelfonso contempla la nada, se le ha perdido la mirada dos segundos antes de sentarse en la silla de madera que compró para la ocasión, pues piensa que sin venda podrá contemplarse a sí mismo, sus expresiones, el sudor, la adrenalina, el cañón del arma en la sien, el tambor girando al accionar el disparador, incluso, si pone la atención suficiente, la explosión de la descarga y la bala penetrando el cráneo, si esa fuese su suerte; en cambio, con los ojos inutilizados, toda la atención se la llevará el latido acelerado del corazón, la sensación de vértigo que lo conduce al éxtasis de su vida, un éxtasis que, por una ironía inevitable, sólo alcanza con la cercanía de la muerte, y sentirá el frío del metal en la piel, el peso del peligro y del destino sobre él, el dedo jalando el gatillo tres veces con la mayor lentitud del mundo para que la emoción se prolongue, en fin, podrá concentrarse en esas y otras tantas sensaciones. Tres minutos lo ha pensado, y prefirió quitar la silla de enfrente del espejo y ponerse la venda negra.

Éste, sin duda, es su volado más extremo. Pero no lo hace para retar a su suerte, sino para sentirse vivo, para provocar a la muerte, atraerla con insinuaciones cínicas para sentir casi en la piel el filo mortal de su guadaña y burlarse de ella al darse cuenta que todavía respira. Todo empezó el día en que se subió por vez primera a una montaña rusa, siendo todavía un niño. Hasta los 17 años fue un asiduo visitante de parques de diversiones, subiéndose a los juegos mecánicos que hasta a los más temerarios ahuyentaban, luego se aficionó por las caídas libres, los deportes extremos, los animales salvajes e incluso el escapismo. Desde entonces ya han pasado muchos años, y ni la vitalidad ni la juventud de Idelfonso son las mismas, pero la euforia que siente al poner en riesgo su vida, esa no ha disminuido.

Busca a tientas, entre la oscuridad sólida que le proporciona la venda, el respaldo de la silla, se sienta, abre la recámara de las balas, toca con los dedos los seis agujeros y elige uno, donde introduce una, gira el tambor con fuerza y lo cierra de nuevo. Ha decidido que jalará del gatillo sólo en tres ocasiones, pues la posibilidad de sobrevivir es un elemento principal en la acción. Se coloca el revólver en un costado de la cabeza, y siente el cañón frío y duro presionándole el cerebro. Su corazón se ha precipitado, su respiración va en aumento. Idelfonso traga saliva, aprieta los párpados, trata de controlar el terrible temblor de su mano. Como los suicidas, ha dejado una nota a su mujer y a sus hijos, en el caso de que no tenga la suerte necesaria, aclarando que fue feliz viviendo y que murió sintiéndose vivo, y pleno.

Basta de titubeos, piensa Idelfonso, confiado en que las probabilidades están de su lado. Cinco de los seis disparos no tienen ningún efecto, Idelfonso lo sabe, pero la certeza de que el restante le volará los seos es tal que ya se siente mareado. Idelfonso toma una profunda bocanada de aire, estira lo más que puede la espalda, alza el codo, acciona el disparados, jala el gatillo y ¡¡Bang!!

Pero su grito, provocado por la emoción, no alcanzó a salir de su boca, y si lo hizo, fue opacado con brutalidad por el estallido del disparo que llenó de sangre el piso de la sala y la nota no-suicida del, ahora, difunto.

(FIN)

21/1/06

Placer enfermizo

Placer enfermizo

No parece pensar siquiera en el siguiente movimiento. Sólo fija su mirada en el objetivo, analiza los obstáculos, planea la mejor ruta, todo en una fracción de segundo, y sale disparado con toda la vitalidad de sus cinco años. El pequeño Nicolás corre una distancia de diez metros, esquivando a las personas que se atraviesan en su camino, aunque más bien es él quien se atraviesa en el camino de las demás personas, con una sonrisa deslumbrante, purísima, pintada en la cara de oreja a oreja, y agita sus bracitos para darse impulso, intentando llegar cuanto antes al bote de basura que representa su meta, como si de ello dependiera su existencia propia. Yo lo miro, de pie, desde cerca; tan cerca que me ha pasado por enfrente en sus ya tres carreras contra nadie, a sólo un palmo, y sería tan sencillo para mí frenar su loca y angustiante carrera y darle una lección a este insolente con tan sólo extender mi pie derecho, como para estirarlo nada más, nadie notaría nada, nadie pensaría que el culpable he sido yo porque no se puede ser tan amargado siendo tan joven, y como uno de los dos debe tener la culpa, será él, Nicolás, por andar corriendo como desquiciado por el andén, sin fijarse bien. Siento tanto placer, un placer enfermizo y difícil de ignorar, con sólo imaginar el momento, sus diminutos pies chocando contra la punta de uno de los míos, enormes, que se escondería de inmediato detrás del otro mientras el cuerpecito del infante es atraído hacia el centro de la tierra por la fuerza de gravedad, las manitas tratarán de detener o amortiguar el choque inevitable atravesándose entre el suelo y el resto de su ser, pero aún así, por la velocidad y porque las leyes de la física jamás fallan, el niño Nicolás se impactará en el piso, primero las valientes e instintivas manos, luego las frágiles rodillas, el pecho, el estómago, y, con algo de suerte, también el rostro, y el dolor, el susto, no van a tardar en llegar, y éstos traerán el llanto, instintivo también, que será para mí, en esta analogía imaginada, el clímax de mis sentidos, el orgasmo de mi malignidad y perversión.

Ya es la sexta vez que Nicolás repite la cada vez más absurda operación, retando la autoridad de los mayores y sus buenas costumbres, las cuales ordenan no correr entre la gente. Lo miro con discreción, oculto mi sonrisa maliciosa, levanto la cara y de reojo veo cómo el mocoso se acerca a toda velocidad y me preparo para liberar mis demonios internos. En el momento oportuno, estiro un poco el pie derecho, lo suficiente como para que interrumpa el ritmo de Nicolás y éste caiga, caiga sin remedio y se estrelle contra el suelo. Ya sólo espero las lágrimas para coronar mi horripilante acto. El mundo entero se queda en silencio un segundo, Nicolás se queda quieto un instante, contemplando el suelo desde muy cerca, y cuando mis oídos ya se disponen a escuchar la gloria de su dolor, el mocoso se levanta del suelo sin ayuda de nadie, se sacude como si nada hubiera pasado y, con la misma impertinente sonrisa, reanuda su inaudita carrera mientras yo lo observo tratando de disimular mi coraje.

(FIN)

20/1/06

La Negrita

La Negrita

y bueno el cuento de la negrita sigue así:
después de haber viajado tanto por todo el país
regresa a su costa amada pa'seguir en el malecón gritando
vendo pescado frito con limón

y si supieran las cosas que pudo ver
que no se parece nada a los sueños de su niñez
la negrita no comprende de dónde fue que salió el cuento ese
que en otro lugar vives mejor...

porque es muy fácil de pensar
que hay que viajar para triunfar
que aquí no hay oportunidad
que en otro lado sí la habrá
y aunque experiencia ella adquirió
nunca se pudo olvidar
que su cadera al caminar
lleva el ritmo de la mar...

por eso un día nublado se regresó
y vio que acá en su puerto siempre calentaba el sol
y cuando alguien le pregunta
de las cosas que aprendió contesta
que viajar a veces no es mejor...
que quedarse al sol es lo mejor...
que vende pescado con limón...
que si lleva uno lleve dos...
porque al rato ya se acabó...
que ella prepara siempre el mejor...
como este no hay dos en el malecón...

ah, pero eso sí, duro el trabajo
no se vaya uste' a dormir
como dicen que pasó
a mi amigo el camarón
o como al señor cangrejo
que por andar de crustaceo
se lo comieron al ajo
o como a este pescadito

que tiene el ojito azul
creo que viene de lejos
y mire dónde fue a dar...

J. A. Rangel/ E. Rangel

11/1/06

Moscas

Moscas

Toda su vida había soñado con hacerlo, pero sólo hasta hoy había tenido la oportunidad. O el valor. Llevaba meses haciendo que su departamento se pudriera con restos de comida, mierda de animales, basura y demás pestilencias. Él mismo había dejado de asearse. Y lo hacía persiguiendo un único, firme y claro objetivo: cumplir su más grande y más perversa fantasía sexual.
Se consideró siempre distinto a los demás. De niño no iba a los parques a jugar, sino a buscar hormigueros, echarse al pasto y ver de cerca el arduo e interminable trabajo que las diminutas criaturas realizaban. Capturaba mariposas, las metía en un frasco con agujeros en la tapa para contemplar su belleza inigualable hasta que los ojos se le cansaban de tanto verlas. Correteaba por su casa a las cucarachas, las tomaba con cuidado entre las manos y se conformaba con sentir las patas viscosas en la palma de la mano, y en concha dura y fría, y las antenas en constante movimiento... Jamás mataba a los animales para coleccionar sus cadáveres, como hacían otros aficionados a los insectos, ya que la sola idea le parecía horrible, cruel, brutal.
Apenas llegó a la adolescencia, tras encenderse sus todavía inocentes pasiones y oscuros deseos, descubrió que el amor que profesaba por los insectos iba más allá de una simple admiración. Sobre todo, por las moscas. Su anatomía armoniosa, la agilidad de sus movimientos, sus hábitos, el zumbido de sus alas, el cosquilleo que sentía en la piel cuando sus finas, casi imperceptibles patas se paseaban encima suyo, le provocaban un placer difícil de experimentar por otros medios. Las raras ocasiones en que conseguía que una mosca se posara sobre su pene mientras se masturbaba, hacía estallar en él un orgasmo indefinido, irreal, tan feroz como la creación misma del universo.
Por supuesto que tuvo serias dificultades para ocultar a sus padres su inclinación sexual. Llegaron a pesar que Higinio, ese era su nombre, era homosexual, por aquello de que jamás le conocieron novia que no fuese inventada. Poco a poco, aprendió a balancear su escasa vida social con su perversa faceta sexual, y sus compañeros de escuela, y más tarde los del trabajo, comprendieron, al no encontrar otra explicación coherente, que Higinio era lo que se llamaba un asexual, pues sus amigos varones lo invitaban a prostíbulos y tables-dances, y aunque iba de vez en cuando, sólo para no levantar sospechas, se mantenía reservado, distraído, hasta parecía aburrido, y lo mismo pasaba cuando sus dos o tres amigas, pensando que no tenía el valor suficiente para salir del clóset, como dicen, lo llevaron a un antro gay, con strippers y cuartos oscuros. En un par de meses se daban por vencidos, y para consolarse, suponían que Higinio tendría un desorden hormonal, o genético, o psicológico, que lo hacía invulnerable a la influencia y el deseo del sexo.
Él no se consideraba como los demás zoófilos. Le parecía asqueroso introducir su miembro en cualquier tipo de cavidad que se prestase para ello, odiaba a los mamíferos, siempre llenos de pelo y salivando sin descanso o haciendo ruidos insoportables. Higinio, en cambio, disfrutaba de la sutileza, la gracia, la viscosidad. Había probado con gusanos, arañas y termitas, pero nada tenía comparación con las moscas.
Un día vio en televisión un sujeto que, para romper un absurdo récord, se cubría el cuerpo con alacranes. Aunque los alacranes le asustaban un poco por el veneno mortal, la idea le pareció demasiado excitante, y decidió hacer lo mismo, pero no para romper ningún récord mundial, sino uno personal, el del mayor orgasmo de su vida.
Se desnudó por completo, se paró en medio de la cocina y alzó la cubeta sobre su cabeza. Ya algunas moscas, atraídas por la basura acumulada y la podredumbre circundante, se habían posado, curiosas, en su cuerpo. Volteó la cubeta y dejó caer sobre sí, poco a poco, las vísceras, los sesos y la sangre, hasta que se cubrió por completo y se tendió de prisa en el suelo. De inmediato las moscas volaron hacia él, y como una segunda piel, transformaron su cuerpo en una masa negra, asquerosa y zumbante. Minutos después, Higinio perdió el conocimiento, víctima de un placer profundo y descomunal, pero las moscas, enloquecidas, salvajes, carcomieron la basura que cubría el cuerpo, y luego, cuando terminaron, pasaron a la piel viva, hasta atravesarla, y empezaron con la carne, entraron por sus oídos, por la nariz, por el ano, y se dieron el banquete de su efímera existencia, mientras Higinio, ya en el umbral de la muerte, volvía al mundo conciente por un breve lapso sólo para sonreír, satisfecho por al fin sentir moscas dentro de su cuerpo.

(FIN)

8/1/06

77ma. Temporada de Big Father

77ma. Temporada De Big Father

Nubarrones negros y centelleantes se forman en lo alto del domo, y llueve sobre la ciudad. Clara no sabe dónde está. Con trabajo recuerda cómo llegó allí. Un corredor oscuro, pestilente, humeante. Siente frío y tiembla. Recuerda que huía de Alberto. Se había portado raro durante meses enteros. A todos los miraba con un brillo macabro en los ojos. Recorría la mansión observándolos a escondidas, estudiando los hábitos de sus compañeros. Pero nadie sospechó hasta que Marlene apareció muerta en la piscina. Esa noche transmitieron en vivo. Adriana Camposanto se enlazó con los concursantes y anunció el inicio de la temporada 77 del programa. "Uno de los siete nuevos integrantes es el asesino, y se los aseguro, en verdad es un psicópata". Todos señalaron a Alberto como el culpable, y lo amarraron en el sótano. Todos sabían que la transmisión en vivo seguía, por lo que algo iba a pasar. Ignacio tuvo un ataque de nervios, y agredió a René. Alicia intervino, Tenemos que tranquilizarnos, así no solucionaremos nada, y se llevó a Ignacio al patio, lejos de los demás. Clara quería ayudar, así que los siguió. Encontró a Ignacio y a Alicia enfrascados en una pelea que no duró mucho: Alicia consiguió clavar un cuchillo en la garganta de su contrincante, y la sangre corrió. Clara no logró frenar su grito de espanto, y entró corriendo a la casa. Alicia es la asesina, Alicia es la asesina, gritaba. En la cocina, dos de sus compañeros estaban tirados en el suelo, desangrándose, ya sin vida. Adriana Camposanto hizo un nuevo enlace, recordándoles que el premio de la nueva temporada había ascendido a un millón y medio de dólares y un coche de lujo. Tal vez por eso la competencia se había puesto tan difícil.
Clara bajó corriendo al sótano, y deasató a Alberto. Discúlpanos, creímos que tú eras el asesino, pero no, yo vi a Alicia matando a Ignacio, y no está sola. Alberto se frota las adoloridas muñecas y la empuja. Clara cae al suelo, Oh, ¿no me digas? Qué mala suerte... para ti. Clara se incorpora con una velocidad asombrosa y huye. Siente los pasos de Alberto sobre sus talones. Corren atravesando los pasillos en tinieblas. Clara baja las escaleras y llega a la lavandería. Parece no haber salida, pero se equivoca: el ducto de ventilación, ahí quieto, en la pared, es su única salvación. Se mete en aquel estrecho agujero y avanza torciendo en cada esquina a la que llega. Escucha los gruñidos de esfuerzo de Alberto siguiéndola, cada vez más lejanos, hasta que desaparecen. Después de dar vueltas por horas, encuentra una salida.
Avanza por la calle con el cuello adolorido. Clara mira el nuevo mundo que la rodea, sin muros, sin techos, sin cámaras, y se siente libre por primera vez en su vida. Era la única habitante que había nacido en la casa. Había estado ahí durante tres emisiones distintas. Era la primera vez que veía la ciudad. Por eso no le pareció extraño que un sujeto la estuviera esperando en una esquina, con un paraguas. Se saludaron. Ven, entremos, le dijo él, y entraron.
Era una sensación indescriptible. Ya no estaba siendo observada, podía ir a donde quisiera, conocer a mucha gente sin tener la obligación de tratarlos por el resto de su vida, conseguir un trabajo y ser como una persona normal, como los de afuera le contaban. No volvería a la mansión de Big Father por nada del mundo. Me llamo Aurelio, le dijo con una dulce sonrisa. Clara se sonrojó y agachó la cabeza. El elevador llegó al piso 37. Caminaron hasta la puerta 11, a mitad del pasillo. Esto no se parece en nada a la mansión, pensó Clara. Aurelio la dejó sentada en la cama y dijo que iba por un café. La emoción no dejó a Clara quedarse sentada y comenzó a deambular por el departamento. Se detuvo frente a un espejo, para mirar su rostro nuevo, un rostro libre, que empezaba a mostrar los 16 años que tenía una vez liberada su alma de aquella prisión inhumana. La voz de Aurelio traspasaba la pared de la sala. Sí, oíste bien, está aquí, en mi casa... Ja'h, ¿me crees idiota o qué? Ninguna fotografía hasta que pagues por ella... Mira, no tengo tiempo para juegos de palabras, ya escuché dos ofertas de siete cadenas nacionales, ¿cuál es la tuya? (...) ¿¡Estás bromeando!? ¡Hecho! Vengan por ella antes de que les baje el rating. Clara regresó a la sala y encendió el televisor. Big Father seguía transmitiendo en vivo. En el estudio, Adriana Camposanto daba la bienvenida a los nuevos 14 habitantes, quienes tenían que entrar en ese instante a la mansión, uno de ellos iba armado, nadie sabía quién era. La conductora interrumpía la acción y anunciaba que tenían un boletín de último minuto. Ya han localizado a Clara, la fugitiva, quien será reinsertada a la competencia de inmediato. Claro, pensó ella, por el contrato de mi madre. Soy su esclava. Aurelio aparece ante ella. Cómo pudiste, me arruinaste la única oportunidad de ser libre, le grita. Bueno, al menos me gané un boleto de entrada al concurso. Clara enmudece... ¿Qué dices? ¿Acaso no ves la televisión? ¡Nos están matando allí dentro! ¡Nos han hecho sus esclavos! ¡Nos roban nuestra libertad, nuestra privacidad, nuestra dignidad! ¿Eso es lo que quieres?
Aurelio la mira, no puede creer lo que escucha. Claro que no, estúpida... Quiero el millón y medio y el coche. Clara no puede contenerse y empieza a llorar. Alguien toca la puerta. Seguro vienen por ellos...

(FIN)

5/1/06

Puntos de vista (2/2)

Puntos de vista 2

Camina con calma las ocho cuadras que lo separan de su hogar, pensando como siempre en lo que le espera al llegar. Basta con que el viejo Matías aparezca en el umbral de la puerta para que los nietos borren de sus rostros las sonrisas y los hijos apaguen el ánimo, y todos empiecen a dispersarse a sus respectivas casas. Claro, podría ser que ya es tarde, los niños tienen sueño, los papás deben trabajar, no hay escuela porque son vacaciones, pero el hecho es que con la llegada del abuelo, la casa de vacía en menos de quince minutos. Y es en esta situación donde los puntos de vista, contrarios, chocan.

¿Y qué tal si aquello no es una simple coincidencia de horas? ¿Qué tal si, en lugar de que todos se vayan a la hora que él llega, todos se vayan porque es la hora en la que él llega? A pesar de que son cuatro diminutas palabras las que se añaden, el sentido de la segunda frase es, sin duda, mucho muy diferente que el de la primera. Don Matías sabe que cuestionar las razones que tienen sus hijos para sacar a sus nietos de la casa a la que el abuelo acaba de llegar es un acto de ingenuidad pura, aunque él, en el fondo, prefiere el término "autoengaño". En ocasiones le gustaría pensar que es nada más una cruel coincidencia, le gustaría ignorar el frío recibimiento, repleto de silencios, de miradas esquivando la suya a toda costa, de fugaces apretones de mano que se dan sólo por educación elemental, de besos en sus mejillas por parte de los nietos obligados a hacerlo y superar la repulsión, el asco o la vergüenza de su piel áspera, arrugada e infestada de verrugas y pelos mal rasurados, de la salida de cualquier persona de la habitación a la que don Matías entre, cuando las nietas mayores están viendo tele en la habitación y el abuelo entra, las niñas apagan el aparato, como si obedecieran una orden implícita, y salen disparadas sin dar explicaciones; si están reunidos en la sala tomándose un café y el abuelo llega y se sienta en el sillón, uno a uno, a cuenta gotas, van saliendo al porche donde continúan sus tazas ylas conversaciones, dejando al abuelo solo con su periódico como única compañía.

A veces trata de justificarlos. Sabe que nunca fue un padre ejemplar, y se ha resignado a buscar la anhelada redención en los nietos de mayor edad, aunque sin mucho éxito, pues los nietos de mayor edad han escuchado historias del ogro que fue don Matías en sus años de esplendor autoritario, cuando era la principal fuente de ingresos de la casa y nadie comía si él no llevaba el dinero. Han escuchado, pues, los despilfarros en alcohol y prostitutas, han escuchado de los amigos parásitos que lo abandonaron cuando le exprimieron el último centavo, han escuchado de las explosiones de furia y los golpes que en repetidas ocasiones repartió, tanto entre sus hijos e hijas como en su mujer. Don Matías alcanza a comprender que toda una vida de errores no se borra de la noche a la mañana, y a pesar de que no pasa un día en que no se arrepienta de todo lo que hizo y dejó de hacer, le resulta difícil tratar de arreglar las cosas. Sabe que si empieza hoy a tratar de ser buen padre, los hijos reaccionarían con incredulidad y hasta con indignación. Él mismo lo sintió cuando su propio padre, ya en la etapa terminal de su cirrosis hepática, lo llamó a su lecho de muerte y le rogó perdón por todas las barbaridades que había cometido a lo largo de su vida. Sólo podía pensar, Cómo se atreve, cree que es nada más decir "perdón" y ya, cree que con escuchar esa clave mágica antes de morir se le abrirán las puertas del paraíso, pues mi "perdón" significa otra cosa: Púdrete en el infierno, cabrón.

Esa noche se dio cuenta de que era tarde para tratar de hacer algo. Los intentos anteriores, aunque escasos, hay que aceptarlo, habían sio improductivos por la razón ya mencionada de los hijos incrédulos. Nadie creía que, en los pocos años, o meses, o días -ya a esta edad uno debe estar preparado para cualquier sorpresita- que le quedaran de vida, don Matías pudiera hacer algo por recompensar la infancia arruinada y los traumas emocionales derivados del inframundo que había sido su familia primaria, con el alcohol y la violencia como principales actores del drama de la vida real.

Llegó a casa y, como siempre, saludó a los hijos que todavía le dirigían la palabra -dos de ellos habían roto toda comunicación con don Matías dos meses antes por discusiones que se fueron inflamando hasta reventar-, y a los nietos que, tímidos, o más bien, temerosos, se acercaban a besar la áspera piel del abuelo. Cuando se sentó a cenar a la mesa, solo, sus hijos se preparaban para marcharse, e hicieron fila para despedirse del malhumorado padre. Una vez devorada la cena en su totalidad, recogió sus platos y los llevó al fregadero, donde una alta torre de trastes lo esperaba, como cada noche, y recordó lo que durante el camino había venido pensando. La impotencia, la amargura, la terrible resignación, le exprimieron el corazón hasta sacarle las lágrimas. La mujer lo descubrió y, en tono burlón, le preguntó Qué tienes gordo, ya estás llorando otra vez. No estés chingando, contestó. A las tres de la mañana tuvo un infarto más, y esta vez sabía que era el último. Debo pedirle perdón a mi vieja, pensó. ¡Vieja! ¡Me muero!, le gritó. Ella creyó que era uno más de sus ataques inventados, se tapó la cabeza con la sábana. ¡No estés chingando!

(FIN)

"...Al nieto no parecía importarle el feo tratamiento que le estaban dando al abuelo, lo miraba, luego miraba al padre y a la madre, y seguía comiendo como si nada tuviera que ver con el asunto. Hasta que una tarde, al regresar del trabajo, el padre vio al hijo trabajando con una navaja un trozo de madera y creyó que, como era normal y corriente en esas épocas remotas, estaría construyendo un juguete con sus propias manos. Al día siguiente, sin embargo, se dio cuenta de que no se trataba de un carro, por lo menos no se veía el sitio donde se le pudieran encajar unas ruedas, y entonces preguntó, Qué estás haciendo. El niño fingió que no había oído y siguió excavando en la madera con la punta de la navaja, esto pasó en el tiempo que los padres eran menos asustadizos y no corrían a quitar de las manos de los hijos un instrumento de tanta utilidad para la fabricación de juguetes. No me has oído, qué estás haciendo con ese palo, volvió a preguntar el padre, y el hijo, sin levantar la vista de la operación, respondió, Estoy haciendo un cuenco para cuando seas viejo y te tiemblen las manos, para cuando tengas que comer en el patio, como el abuelo. Fueron palabras santas. Se cayeron las escamas de los ojos del padre, vio la verdad y la luz, y en el mismo instante fue a pedirle perdón al progenitor y cuando llegó la hora de la cena con sus propias manos lo ayudó a sentarse en la silla, con sus propias manos le acercó la cuchara a la boca, con sus propias manos le limpió suavemente la barbilla, porque todavía podía hacerlo y su querido padre ya no".

(Tomado de "Las intermitencias de la muerte", de José Saramago)

3/1/06

Puntos de vista (1/2)

Puntos de vista (1/2)

Es hora de bajar la cortina del local y regresar a casa. Don Matías rectifica y actualiza las cuentas, toma nota de lo que ya vendió y de lo que hay para vender mañana, saca las cervezas de la hielera y las devuelve al refrigerador, desconecta el radio, desarma las mesas, ordena el periódico, y con algo de esa angustia inexplicable que de vez en cuando lo asalta, apaga las luces y sale a la calle. Ha llegado a su fin la jornada de trabajo en el depósito, a pesar de que es la hora y el día en que la gente busca más alcohol, ya sea para una reunión, con los amigos o con la familia, por coincidencias o por anticipaciones, los sábados de noche son ideales para beber, pero tendrán que arreglárselas como puedan, este depósito tiene permiso hasta las nueve, ni un minuto más.
Camina con calma las ocho cuadras que lo separan de su hogar, pensando como siempre en lo que le espera al llegar. Basta con que el viejo Matías aparezca en el umbral de la puerta para que los nietos borren de sus rostros las sonrisas y los hijos apaguen el ánimo, y todos empiecen a dispersarse a sus respectivas casas. Claro, podría ser que ya es tarde, los niños tienen sueño, los papás deben trabajar, no hay escuela porque son vacaciones, pero el hecho es que con la llegada del abuelo, la casa de vacía en menos de quince minutos. Y es en esta situación donde los puntos de vista, contrarios, chocan.
Los cinco hermanos, todos ya con, al menos, dos hijos, acuden a la casa de sus padres casi todas las tardes, se podría decir que por la fuerza de la costumbre, pero no se puede ignorar el hecho de que esta familia siempre ha sido, valga la redundancia, muy familiar, o dicho con otras palabras, más unidas que muchas, y se reúnen con la madre para contarse sus problemas y pedir consejos, siempre de forma relajada y sin dramas. También hablan de otros asuntos mucho más superficiales, como los chismes de barrio, las noticias de la tele, los rumores de los parientes menos cercanos, enfermedades de los niños, anécdotas, proyectos, chistes. A veces incluso juegan a la lotería, o al dominó, o a las barajas, a "dígalo con mímica", en fin, se la pasan bien, a pesar de las pequeñas fricciones naturales entre hermanos, más que nada causadas por los hijos maleducados, que en la educación de los retoños los padres respectivos, eso lo sabemos todos, nunca coinciden unos con otros, y lo que a unos les parece adecuado a otros puede parecerles faltas de cortesía, o por las parejas de cada uno que, para qué negarlo, no siempre agradan a todos. Pero la mayor parte del tiempo, el ambiente que se respira en la casa es de armonía y jovialidad, hasta que llega el abuelo. Y es que don Matías tiene fama de ser un cascarrabias, de caracter difícil, renegado, enojón, de pocos amigos, amante del orden, del silencio y de la tranquilidad. Llega y recorre la casa recogiendo las secciones del periódico esparcidas por doquier, lavando los platos, regañando a los chamacos que no se pueden estar quietos un rato, preguntando que dónde me dejaron las chanclas, chingado, que qué hay de cenar, que quién dejó esto aquí, que por qué no hay tortillas, que dónde dejaron el teléfono, qué manía de dejarlo desvalagado donde terminan de hablar, quién destendió la cama, apaguen esa tele, bájenle a esa música y ya no estén haciendo tanto escándalo porque ando bien madreado y quiero dormir.
Los hijos, los nietos y la abuela deben soportar todo esto en silencio y sin ningún intento por contradecir sus órdenes, deseos o quejas, pues saben que el alboroto que se armaría sería peor que el peor de los alborotos, pero como ha sido igual por largos años, ya todos se limitan a tratar de ignorarlo mientras encuentran una excusa cualquiera para irse. Han aprendido que la mejor manera de no provocar la ira, tan fácil de despertar, en don Matías, es alejarse de él y entablar el mínimo contacto, qué pasó, cómo está, cómo le fue, y un hasta luego respetuoso, nos vemos mañana, son suficientes para evitar cualquier conflicto, de los cuales ya ha habido muchos y tan graves que no valdría la pena volver a desencadenarlos. Muchas veces, los más comprensivos de la familia -uno o dos-, han tratado de explicarse las razones del abuelo para ser así, como es, pero lo único que encuentran es un corazón frío, pesado, insensible, incapaz del diálogo. Podría decirse que de piedra.
Esa noche don Matías llegó y pasó lo que siempre pasaba. A los diez minutos la casa estaba vacía, silenciosa, tranquila, justo como a él, según la creencia familiar, le gustaba. Extraño es el hecho de que don Matías demostrara su satisfacción con lágrimas que se le escapaban mientras lavaba los platos en la cocina. Su mujer lo descubrió, se acercó con cautela y preguntó Qué tienes. Respondió él, sin voltearla a ver siquiera, No estés chingando. Dormían, como la lógica manda suponer, en cuartos separados, pues la repulsión, el desprecio y el rencor mutuo era inmenso y no toleraban estar en la misma habitación por más de cinco minutos. A las tres de la mañana, don Matías sintió que se le entumecía la mitad del cuerpo y que la garganta se rehusaba a abrirse para dejar paso al aire. Voy a morir, pensó el abuelo, pero sacando Dios sabe de dónde fuerzas para dar un último grito antes de perder el sentido y la vida, llamó a su mujer, con toda la intención de arrepentirse de sus pecados en el último instante, y adquirir así la redención de la familia entera por medio del corazón blando, puro, capaz de perdonar, de la siempre amable abuela, ¡Vieja! ¡Me muero!
Ella lo escuchaba desde su recámara, escuchaba su respiración desesperada y su pataleo nervioso, pero pensó que sería uno más de sus teatros para llamar la atención. Ya otras veces había ocurrido, iban corriendo al hospital y descubrían, al llegar, que no era nada. Así que se envolvió en las sábanas, giró su cuerpo hacia la pared y respondió, No estés hingando.
Don Matías amaneció muerto la mañana siguiente. Su familia no pudo evitar sentir, en lo más profundo de su corazón, algo de una extraña y retorcida alegría.

(CONTINÚA)

"Érase una vez una familia integrada por un padre, una madre, un abuelo que era el padre del padre y un niño de ocho años. Sucedía que el abuelo ya tenía mucha edad, por eso le temblaban las manos y se le caía la comida de la boca cuando estaban a la mesa, lo que causaba gran irritación al hijo y a la nuera, siempre diciéndole que tuviera cuidado con lo que hacía, pero el pobre viejo, por más que quería, no conseguía mantener los temblores, peor aún si le regañaban, el resultado era que siempre manchaba el mantel o el suelo al dejar caer la comida. Estaban las cosas así y sin ninguna expectativa de mejoría cuando el hijo decidió acabar con la desagradable situación. Apareció en casa con un cuenco de madera y dijo al padre, A partir de ahora comerá aquí, sentado en el patio que es más fácil de limpiar. Y así fue. Desayuno, almuerzo y cena, el viejo sentado solo en el patio, llevándose la comida a la boca conforme le era posible, la mitad se perdía en el camino, una parte de la otra mitad se le caía por la boca abajo, no era mucho lo que se deslizaba por lo que el vulgo llama canal de la sopa..."

2/1/06

Nostalgia de años nuevos

Nostalgia de años nuevas

no es como era antes. mi memoria nunca ha sido de fiar, pero mi padre es un gran aficionado a dejar registros de cuanta reunión familiar se atraviesa en vhs, así que, a lo largo de los años, he tenido la oportunidad de refrescar mis recuerdos por medio de los muchas veces embarazosos videos. y he visto en ellos que en años anteriores, las fiestas del día 31 de diciembre en casa de mi abuela eran mucho más fiestas.

he visto en esos videos, donde yo tengo 10, 11 ó 12 años, que mis tíos se pasan la noche bailando en la sala de la casa, que por única ocasión al año es acondicionada como pista de baile, en un estado de intoxicación etílica que no podría ser calificada como alarmante, sino más bien como divertida. por desgracia en aquellos tiempos yo no tenía edad para beber, así que me la pasaba echado en un sillón, al principio riéndome por las ocurrencias de aquella bola de borrachos, pero ya pasadas las tres de la mañana bostezando cada cinco segundos. mis primos y mis hermanos eran unos mocosos, después del abrazo tradicional a las 12 de la noche no pasaban más de 30 minutos antes de que todos estuvieran distribuidos en las camas de la casa, durmiendo como angelitos a pesar del escándalo de los mayores que muchas veces se prolongaba hasta el amanecer, y no había necesidad de dormir entre la cena del 31 y el desayuno del 1ro., que siempre es menudo. mis cinco tías bastaban para amenizar la fiesta, mi abuela se les sumaba, todavía joven y capaz de bailar la noche entera con una botella en la mano y otra en la cabeza. además, a lo largo de la velada, vecinos, parientes no tan cercanos, amigos y enemigos de la familia, acudían a pasar un rato en la casa, inyectando así nueva frescura a la celebración. todos se sentían jóvenes, con un enorme futuro por delante, pues el presente lucía como si jamás fuera a perder su brillo.

pero basta rememorar la velada de este año para darse cuenta de que el presente se ha venido opacando. se notó desde navidad: los niños, ya no tan niños, no recibieron tantos regalos como estaban acostumbrados. de los videojuegos, los tennis de marca, las sudaderas oficiales de las pumas, los muñecos y muñecas más solicitados, pasaron a recibir chanclas de un dólar (un par por cabeza) y playeras casi idénticas, una para cada uno, que se diferenciaban por el color. ¿los adultos? tuvimos suerte si logramos abrir un sólo regalo, que por lo general era de los papás o los respectivos(as) esposos (as).

volviendo a la fiesta de año nuevo, esta vez tuvimos que contar los tamales, y cooperar, tú traes las sodas, tú los frijoles, tú el ceviche, tú el pastel de atún, tú los desechables. las dos botellas de tequila ni siquiera se terminaron (a pesar de que contribuí lo mejor que pude a extinguirlas), porque después de tantas vidas destruidas en la familia por culpa del alcohol ya nadie bebe como solíamos hacerlo antes. cada quien cenó cuando le llegó el hambre, los relojes no fueron sincronizados e hicimos la cuenta regresiva dos veces porque no nos poníamos de acuerdo, y ni siquiera el reggaetón llamó a todos a la pista de baile, que esta vez terminó luciendo casi tan limpia que como al principio de la noche. los niños, que antes brincoteaban por toda la casa de las 9 a las 12, se encerraron en el cuarto de la tv para jugar mario kart y fifa street hasta las 4am, hora en la que los tres adultos que todavía quedaban en la casa se encontraban acostados en un sillón de la sala, dormitando y viendo bailar a mi prima de 7 años como toda una rockstar canciones de la cuca, caifanes y moderatto con belinda. mi abuela bailó cinco minutos con mi primo de 4 años, y le empezó a doler la rodilla.

en definitiva, ya nada es como antes. los años nos están llegando, la situación económica es cada vez más difícil ahora que los niños crecen y empiezan a ir a la secundaria, y eso no quiere decir que los primitos dejen de llegar: este año nacieron dos nuevas. además, los juguetes para grandes son más caros que los juguetes para chicos, los tennis, los balones originales, los discos de gamecube, y los niños grandes son cada vez más que los niños chicos. es difícil mantener a la familia reunida toda la noche, porque los que no están en otra ciudad tratando de vivir mejor, ya se han olvidado de nosotros o descubrieron que en otras casas se come mejor y se bebe más. y mi abuela pegó como cinco pirámides de monedas en la puerta para que el dinero nunca le falte a ninguno de sus hijos este año que comienza. con los años, los rencores se acumulan, el dinero rinde menos y el entusiasmo decae. las esperanzas son como castillos de naipes. la familia, antes joven, unida, llena de vida, se va desmoronando año tras año... de verdad que me da bastante tristeza.

"ojalá que llueva café en el campo..."