Ana y María conversan por el camino. Una inesperada ola de calor azota la ciudad, y las mujeres procuran andar con paso veloz refugiándose en las sombras que los edificios proyectan del inclemente sol de mediodía. Tenían varias semanas sin verse, sus horarios no coinciden, pues Ana trabaja en la mañana y María en la tarde, cuando una va, la otra viene. Hoy ha tocado que las dos vayan. María, con una radiante sonrisa, le cuenta a su amiga sobre lo bueno que es su jefe, y le muestra con alegría el brillante anillo que luce en su dedo anular.
-Julio me lo dio anoche. Fue tan romántico... Por eso mi jefe me dio el día libre.
"Váyase a festejar con su prometido", le dijo, y María, feliz, toma sus cosas y se va de la oficina. Ana mira de cerca el anillo, hace como puede para ocultar la envidia, pero se le nota en los ojos. Como María está ciega de dicha, no alcanza a notarlo, y se despide de su amiga esperando encontrarla pronto. "Nos hablamos", le grita, pero Ana ya va cruzando la calle, y finge no escuchar. Pasará un tiempo para que se recupere del golpe.
El autobús hace pocas paradas, y el chofer tiene prisa, así que María llega pronto a su destino. Mientras camina las últimas cuadras, va mirando su anillo, y sonríe. Se le nota la felicidad en el rostro, en los pasos que da, camina como si bailara una música interna que la envuelve. No puede decir que ama a Julio, pero confía en que el amor llegará. Antes de entrar en el edificio, María ve el coche de Julio estacionado afuera. Seguro estará dormido. Sube las escaleras de prisa, pero procurando hacer el menor ruido, no quisiera despertarlo así, con el escándalo de los tacones. A esa hora no hay nadie en el edificio, sin embargo, algún ruido extraño quiebra el silencio. Parecen rumores, alguna conversación acalorada. María enfoca el oído: no son palabras, son gemidos, son gritos de una pareja hundida en la pasión, intercambiando sudor y besos entre sus pieles desnudas... Sí, el ruido es inconfundible, y también el lugar de donde proviene. María, conteniendo la respiración y las lágrimas, se detiene ante el umbral del departamento y, aunque le duele, pone atención al sonido que viene desde adentro. Lo único que desea es no escuchar la voz de Julio mezclándose con los gritos de la mujer... Pero la esperanza dura poco. Julio grita sin pena el nombre de su amante, justo cuando el placer explota. Un minuto después, cuando la calma ha vuelto, María reune valor y toca la puerta. Julio se cubre con una sábana y salta de la cama para abrir. Cree que su prometida no llegará hasta el anochecer... Sólo encuentra el anillo de María en el suelo, y el eco de unos tacones alejándose.
(FIN)
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