Por el camino, la cosa sigue igual, nadie, e igual seguirá hasta llegar al centro, donde tampoco hay gente, sólo coches revueltos, quietos en las calles. No hay periódicos, no hay negocio alguno abierto, ni nada que indique que esa no es una ciudad fantasma. "Tal vez... tal vez evacuaron a todo el mundo por la noche", piensa Elías, queriendo engañarse. Sería imposible sacar a toda la gente de una ciudad tan grande como ésta en una sola noche. Elías no puede pensar, tiene miedo y hambre, está desesperado. Sólo camina, dando vueltas, atento al menor sonido, pero sólo logra escuchar el viento que mueve la basura y las copas de los árboles. Tampoco ha visto perros callejeros, ni palomas volando, cosa común, de todos los días. Ya no supo dónde dejó el portafolio, se ha quitado la corbata y desfajado la camisa, y anda buscando Dios sabe qué. Al fin, llega a uno de esos mercados abiertos las 24 horas, y descubre que aquí, al menos, sí cumplen: está abierto. Elías entra, y empieza a comer. Abre bolsas de papas fritas, empaques de galletas, latas de cerveza, barras de granola... Come hasta saciar un hambre que parecía de meses. Se sienta en un pasillo mientras bebe otra cerveza, y no piensa, no puede explicárselo, pero no puede pensar. Como si la gente, al evaporarse en el aire, hubiera consumido con ella los pensamientos y ahora la única persona olvidada y rezagada no pudiera ni siquiera oír la voz de su propia cabeza.
Ya es más de mediodía. Elías no sabe qué hacer, ni adónde ir... Y de pronto, de la nada, una sensación de entera libertad se apodera de él. La conciencia de saberse solo en la ciudad le despierta una euforia que no es capaz de controlar, y así, sin más, se quita toda la ropa, queda desnudo, y comienza a tirar los estantes de la tienda al suelo, ciego de furia y excitación. Como el niño que se queda solo en casa por primera vez y decide darle rienda suelta a sus impulsos viendo canales de TV prohibidos y husmeando entre las cosas de papá, así Elías corre, brinca, ríe y grita sin razón. Toma bastantes cervezas y las mete en bolsas, luego reflexiona y va por una hielera para llevarlas, y por último, sube la hielera en un carrito de súper mercado y sale a la calle. Se pasea por el centro como si fuera la primera vez, bebiendo y fumando cervezas y cigarros robados a nadie, mira un coche de lujo abandonado con las llaves pegadas, se sube y lo echa a andar. Conduce un rato a toda velocidad, esquivando los demás vehículos cuando puede, y cuando no, no hay problema, nadie se quejará por el choque, y disfruta del vértigo que la velocidad le ofrece. Llega a una tienda departamental, y, como estaba cerrada, rompe los vidrios del escaparate con piedras y por allí entra, elige el traje más fino, los zapatos más exóticos, un reloj de oro y el perfume más caro, y sale vistiendo como un verdadero caballero. Vuelve a desnudarse después de un rato, cuando ya ha bebido tanta cerveza que ha empezado a vomitar, y se pasea deslizándose en el carrito del mercado hasta llegar a una licorería. También tiene que romper la puerta para entrar, y ahí se pasa el resto de la tarde, bebiendo toda clase de licores: vodka, ginebra, ron, mezcal, tequila, vino, coñac, whisky... Cuando ya empieza a oscurecer, sale como puede del local y se sube al primer coche que encuentra, y trata de conducir hasta su casa, pero pronto choca con un árbol, entonces Elías se baja, sube a otro carro y vuelve a tratar, y así una y otra vez hasta llegar a su casa. Sube por la escalera y, como no lleva llaves, se le hace fácil tirar la puerta para entrar, y se deja caer en el colchón.
Al siguiente día, el escándalo del despertador le hace retumbar los oídos. Con trabajo recuerda la aventura del día anterior, y pronto vuelve a entusiasmarse... Pero antes de volver a salir a la calle, se pone unos pantalones y una camisa. Baja corriendo las escaleras, temblando de emoción... ¿qué hará hoy? ¿a dónde irá? "A ningún lado", se responde, cuando escucha el cordial "buenos días" con que el portero lo saludo, y luego añade un "¿cómo le fue anoche?", lo dice por la cara de Elías, las ojeras y el olor a alcohol. La señora de enfrente ha salido ha salido a barrer la banqueta, rodeada de sus gatos. Dos coches hacen sonar el claxón uno contra otro, enfadados. La ciudad luce viva otra vez... Elías no sabe si está contento por esto o no.
(FIN)
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[Primera parte]
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