19/7/05

El abandono (primera parte)

No había agua en la regadera, ni en el lavabo, ni en la cocina. Ni siquiera había luz, y Elías, malhumorado, se faja la camisa y se calza los zapatos mientras reniega sobre cualquier cosa. Toma su portafolio, recuerda de repente que el coche está con el mecánico y de un sólo golpe se le hace media hora más tarde. Tendrá que tomar un taxi para llegar a tiempo al trabajo, se ajusta la corbata, alisa su pelo en la penumbra de su recámara tanto como puede, y sale de prisa del departamento. Ya en las escaleras, se da cuenta que ha olvidado las llaves, pero no hay tiempo para lamentarse, por la tarde llamará al cerrajero. No se ha percatado todavía del terrible eco que producen sus pasos al bajar los peldaños de aluminio. Preparado para darle los buenos días al portero, Elías se decepciona al ver que no está. No le preocupa, el tiempo perdido es lo único que habita en su mente.
El brillo del sol ya ha disipado la bruma de la mañana, y parece extraño, como desolado. La calle está desierta, y no es que sea una muy transitada avenida, pero a esas horas es común ver salir coches de aquí y de allá dirigiéndose a los respectivos lugares de trabajo o de estudio, y hoy, nada. Elías se detiene en la esquina y, mirando su reloj cada cinco segundos, espera impaciente el arribo de un taxi. Pero no llega. Pasan diez, veinte, treinta minutos, y no se ha asomado ni un sólo coche. No se oye un sólo ruido. Durante esta media hora, Elías se ha puesto a observar a su alrededor, y a cada instante se admira más y más de no ver a nadie en la calle. La señora de enfrente, que cada mañana sale a barrer la calle rodeada de sus gatos, esta vez está ausente. Elías va sintiendo cómo una singular opresión en el pecho lo va sofocando, y se afloja un poco la corbata. El silencio que lo invade todo es abrumador. Elías, cansado ya de esperar y con esta sensación amenazándolo, se decide a ir dos cuadras más allá, hacia la farmacia. "Tal vez haya una huelga de taxistas...", piensa. Pero la farmacia está cerrada. Son las 9.45 de la mañana. Es miércoles. Elías se muerde el labio y camina un poco más, hasta llegar a una calzada importante. Sus ojos no pueden creer lo que ven: decenas de coches abandonados a lo largo de la calle, los semáforos sin funcionar, y nada de gente... La taquería, la papelería, la otra farmacia, la tienda de abarrotes, el restaurante de mariscos, la llantera... Todo abandonado.
Al ver aquella escena incomprensible, Elías suelta el portafolio y se deja caer en la banqueta, ofuscado, sin saber qué pensar. Enciende un cigarro, y espera, sin imaginar qué o a quién. Pasará varias horas ahí en la esquina, fumando y buscando explicaciones que nadie puede darle, porque no hay nadie. Recorrerá la calzada entera, tocando en cada puerta, en la pizzería, en el salón de fiestas infantiles, en la tortillería, en la florería, en el video club, en la tienda de refacciones automotrices, en la rosticería, en la cerrajería, en la casa de empeño, en el autolavado... Pero lo único que encuentra con coches y más coches abandonados, esparcidos por la calle, algunos con las llaves pegadas o con las luces encendidas, pero ni una sola persona. Pronto, Elías empieza a respirar con dificultad, no tanto por la enorme cantidad de cigarros que ha consumido hasta este momento, uno tras otro, sino porque la soledad y el desamparo que le provocan ver todo aquello le afectan bastante. Camina apretando el paso a lo largo de la calzada, admirando los coches ahí, quietos, paseándose entre ellos, buscando algún indicio que lo ayude a explicarse la situación. Piensa en una manifestación colectiva, tal vez toda la ciudad esté reunida en el centro cívico defendiendo sus derechos o expresando su repudio contra la violencia citadina. Era como si un rayo incandescente hubiera arrasado con las personas, pero sin dejar huella alguna, sin que quedara un rastro inconfundible de caos y terror. En los coches, todos abiertos, excepto los que estaban estacionados, no puede encontrar ninguna identificación, ni nada que lo haga pensar que la gente salió a toda prisa de sus autos y huyeron despavoridos olvidando sus cosas.


(CONTINÚA)

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[Segunda parte]

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