31/7/05

mala memoria

ya no es lo mismo recordar qué se siente el viento en la cara durante un atardecer mazatleco en la playa escondida. no es igual caminar por las calles de tijuana, porque ya no ando como desorientado, admirándome de tanta gente que hay, y el asombro que sentía al ver los aviones tan bajos en el cielo ya no es el mismo. ya cruzo las calles como si nada por las líneas amarillas, acostumbrado a que los coches se detengan por obligación, sin andar esquivándolos como en otros lugares. tampoco es lo mismo pasar el día entero en casa, sin nadie que venga a buscarme para hacer algo, si nadie necesita de mí, yo tampoco necesito de nadie, y he llegado a disfrutar el aislamiento, el encierro, mediante sabores con los que ya me familiaricé.
a veces olvido que me sigue mi sombra, y que la tierra es la que se mueve, y no el sol. a veces olvido que mis intestinos gruñen de hambre, y que por mis venas corre sin descanso la sangre, y que mis neuronas se resisten a morir. a veces olvido que mis ojos captan la luz y la transforman en formas y colores, a veces olvido que traigo perforada la lengua y que mi pelo crece a diario. a veces olvido que traigo las llaves en el bolsillo, y que en todas las cabezas hay pensamientos, no sólo en la mía. a veces, sólo a veces, olvido que ella tal vez esté pensando en mí en este instante, como yo, y a veces olvido que tengo familia lejos, esperándome en dos semanas más. a veces olvido que para el 19 de agosto es probable que me esté montando en un autobús con rumbo a mi lugar de nacimiento, y que volveré a ver a mi familia, a mis amigos, a las calles en las que crecí. a veces olvido que todavía me falta un largo trecho por recorrer, y que nadie vendrá a ayudarme cuando vuelva a caerme al agujero... y a veces me pregunto si, una vez adentro, seré capaz de salir por mis propios medios...
a veces olvido que fácil me olvidan. a veces, que estoy solo entre tanta oscuridad. a veces olvido que mis oídos oyen, y que las narices de los demás también huelen. a veces olvido que no hay nadie para escucharme, y dejo escapar algunas palabras que se pierden en el aire. a veces olvido que nadie me recuerda, y me siento bien, porque el engaño siempre trae una satisfacción primaria. a veces olvido tantas cosas... excepto a ti. tú siempre estás aquí, y siempre estarás.

(dedicado a mis amigos, en especial a G.G. y a Paloma)

29/7/05

La puerta

Ana y María conversan por el camino. Una inesperada ola de calor azota la ciudad, y las mujeres procuran andar con paso veloz refugiándose en las sombras que los edificios proyectan del inclemente sol de mediodía. Tenían varias semanas sin verse, sus horarios no coinciden, pues Ana trabaja en la mañana y María en la tarde, cuando una va, la otra viene. Hoy ha tocado que las dos vayan. María, con una radiante sonrisa, le cuenta a su amiga sobre lo bueno que es su jefe, y le muestra con alegría el brillante anillo que luce en su dedo anular.
-Julio me lo dio anoche. Fue tan romántico... Por eso mi jefe me dio el día libre.
"Váyase a festejar con su prometido", le dijo, y María, feliz, toma sus cosas y se va de la oficina. Ana mira de cerca el anillo, hace como puede para ocultar la envidia, pero se le nota en los ojos. Como María está ciega de dicha, no alcanza a notarlo, y se despide de su amiga esperando encontrarla pronto. "Nos hablamos", le grita, pero Ana ya va cruzando la calle, y finge no escuchar. Pasará un tiempo para que se recupere del golpe.
El autobús hace pocas paradas, y el chofer tiene prisa, así que María llega pronto a su destino. Mientras camina las últimas cuadras, va mirando su anillo, y sonríe. Se le nota la felicidad en el rostro, en los pasos que da, camina como si bailara una música interna que la envuelve. No puede decir que ama a Julio, pero confía en que el amor llegará. Antes de entrar en el edificio, María ve el coche de Julio estacionado afuera. Seguro estará dormido. Sube las escaleras de prisa, pero procurando hacer el menor ruido, no quisiera despertarlo así, con el escándalo de los tacones. A esa hora no hay nadie en el edificio, sin embargo, algún ruido extraño quiebra el silencio. Parecen rumores, alguna conversación acalorada. María enfoca el oído: no son palabras, son gemidos, son gritos de una pareja hundida en la pasión, intercambiando sudor y besos entre sus pieles desnudas... Sí, el ruido es inconfundible, y también el lugar de donde proviene. María, conteniendo la respiración y las lágrimas, se detiene ante el umbral del departamento y, aunque le duele, pone atención al sonido que viene desde adentro. Lo único que desea es no escuchar la voz de Julio mezclándose con los gritos de la mujer... Pero la esperanza dura poco. Julio grita sin pena el nombre de su amante, justo cuando el placer explota. Un minuto después, cuando la calma ha vuelto, María reune valor y toca la puerta. Julio se cubre con una sábana y salta de la cama para abrir. Cree que su prometida no llegará hasta el anochecer... Sólo encuentra el anillo de María en el suelo, y el eco de unos tacones alejándose.

(FIN)

24/7/05

El abandono (segunda parte)

Por el camino, la cosa sigue igual, nadie, e igual seguirá hasta llegar al centro, donde tampoco hay gente, sólo coches revueltos, quietos en las calles. No hay periódicos, no hay negocio alguno abierto, ni nada que indique que esa no es una ciudad fantasma. "Tal vez... tal vez evacuaron a todo el mundo por la noche", piensa Elías, queriendo engañarse. Sería imposible sacar a toda la gente de una ciudad tan grande como ésta en una sola noche. Elías no puede pensar, tiene miedo y hambre, está desesperado. Sólo camina, dando vueltas, atento al menor sonido, pero sólo logra escuchar el viento que mueve la basura y las copas de los árboles. Tampoco ha visto perros callejeros, ni palomas volando, cosa común, de todos los días. Ya no supo dónde dejó el portafolio, se ha quitado la corbata y desfajado la camisa, y anda buscando Dios sabe qué. Al fin, llega a uno de esos mercados abiertos las 24 horas, y descubre que aquí, al menos, sí cumplen: está abierto. Elías entra, y empieza a comer. Abre bolsas de papas fritas, empaques de galletas, latas de cerveza, barras de granola... Come hasta saciar un hambre que parecía de meses. Se sienta en un pasillo mientras bebe otra cerveza, y no piensa, no puede explicárselo, pero no puede pensar. Como si la gente, al evaporarse en el aire, hubiera consumido con ella los pensamientos y ahora la única persona olvidada y rezagada no pudiera ni siquiera oír la voz de su propia cabeza.
Ya es más de mediodía. Elías no sabe qué hacer, ni adónde ir... Y de pronto, de la nada, una sensación de entera libertad se apodera de él. La conciencia de saberse solo en la ciudad le despierta una euforia que no es capaz de controlar, y así, sin más, se quita toda la ropa, queda desnudo, y comienza a tirar los estantes de la tienda al suelo, ciego de furia y excitación. Como el niño que se queda solo en casa por primera vez y decide darle rienda suelta a sus impulsos viendo canales de TV prohibidos y husmeando entre las cosas de papá, así Elías corre, brinca, ríe y grita sin razón. Toma bastantes cervezas y las mete en bolsas, luego reflexiona y va por una hielera para llevarlas, y por último, sube la hielera en un carrito de súper mercado y sale a la calle. Se pasea por el centro como si fuera la primera vez, bebiendo y fumando cervezas y cigarros robados a nadie, mira un coche de lujo abandonado con las llaves pegadas, se sube y lo echa a andar. Conduce un rato a toda velocidad, esquivando los demás vehículos cuando puede, y cuando no, no hay problema, nadie se quejará por el choque, y disfruta del vértigo que la velocidad le ofrece. Llega a una tienda departamental, y, como estaba cerrada, rompe los vidrios del escaparate con piedras y por allí entra, elige el traje más fino, los zapatos más exóticos, un reloj de oro y el perfume más caro, y sale vistiendo como un verdadero caballero. Vuelve a desnudarse después de un rato, cuando ya ha bebido tanta cerveza que ha empezado a vomitar, y se pasea deslizándose en el carrito del mercado hasta llegar a una licorería. También tiene que romper la puerta para entrar, y ahí se pasa el resto de la tarde, bebiendo toda clase de licores: vodka, ginebra, ron, mezcal, tequila, vino, coñac, whisky... Cuando ya empieza a oscurecer, sale como puede del local y se sube al primer coche que encuentra, y trata de conducir hasta su casa, pero pronto choca con un árbol, entonces Elías se baja, sube a otro carro y vuelve a tratar, y así una y otra vez hasta llegar a su casa. Sube por la escalera y, como no lleva llaves, se le hace fácil tirar la puerta para entrar, y se deja caer en el colchón.
Al siguiente día, el escándalo del despertador le hace retumbar los oídos. Con trabajo recuerda la aventura del día anterior, y pronto vuelve a entusiasmarse... Pero antes de volver a salir a la calle, se pone unos pantalones y una camisa. Baja corriendo las escaleras, temblando de emoción... ¿qué hará hoy? ¿a dónde irá? "A ningún lado", se responde, cuando escucha el cordial "buenos días" con que el portero lo saludo, y luego añade un "¿cómo le fue anoche?", lo dice por la cara de Elías, las ojeras y el olor a alcohol. La señora de enfrente ha salido ha salido a barrer la banqueta, rodeada de sus gatos. Dos coches hacen sonar el claxón uno contra otro, enfadados. La ciudad luce viva otra vez... Elías no sabe si está contento por esto o no.


(FIN)

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[Primera parte]

19/7/05

El abandono (primera parte)

No había agua en la regadera, ni en el lavabo, ni en la cocina. Ni siquiera había luz, y Elías, malhumorado, se faja la camisa y se calza los zapatos mientras reniega sobre cualquier cosa. Toma su portafolio, recuerda de repente que el coche está con el mecánico y de un sólo golpe se le hace media hora más tarde. Tendrá que tomar un taxi para llegar a tiempo al trabajo, se ajusta la corbata, alisa su pelo en la penumbra de su recámara tanto como puede, y sale de prisa del departamento. Ya en las escaleras, se da cuenta que ha olvidado las llaves, pero no hay tiempo para lamentarse, por la tarde llamará al cerrajero. No se ha percatado todavía del terrible eco que producen sus pasos al bajar los peldaños de aluminio. Preparado para darle los buenos días al portero, Elías se decepciona al ver que no está. No le preocupa, el tiempo perdido es lo único que habita en su mente.
El brillo del sol ya ha disipado la bruma de la mañana, y parece extraño, como desolado. La calle está desierta, y no es que sea una muy transitada avenida, pero a esas horas es común ver salir coches de aquí y de allá dirigiéndose a los respectivos lugares de trabajo o de estudio, y hoy, nada. Elías se detiene en la esquina y, mirando su reloj cada cinco segundos, espera impaciente el arribo de un taxi. Pero no llega. Pasan diez, veinte, treinta minutos, y no se ha asomado ni un sólo coche. No se oye un sólo ruido. Durante esta media hora, Elías se ha puesto a observar a su alrededor, y a cada instante se admira más y más de no ver a nadie en la calle. La señora de enfrente, que cada mañana sale a barrer la calle rodeada de sus gatos, esta vez está ausente. Elías va sintiendo cómo una singular opresión en el pecho lo va sofocando, y se afloja un poco la corbata. El silencio que lo invade todo es abrumador. Elías, cansado ya de esperar y con esta sensación amenazándolo, se decide a ir dos cuadras más allá, hacia la farmacia. "Tal vez haya una huelga de taxistas...", piensa. Pero la farmacia está cerrada. Son las 9.45 de la mañana. Es miércoles. Elías se muerde el labio y camina un poco más, hasta llegar a una calzada importante. Sus ojos no pueden creer lo que ven: decenas de coches abandonados a lo largo de la calle, los semáforos sin funcionar, y nada de gente... La taquería, la papelería, la otra farmacia, la tienda de abarrotes, el restaurante de mariscos, la llantera... Todo abandonado.
Al ver aquella escena incomprensible, Elías suelta el portafolio y se deja caer en la banqueta, ofuscado, sin saber qué pensar. Enciende un cigarro, y espera, sin imaginar qué o a quién. Pasará varias horas ahí en la esquina, fumando y buscando explicaciones que nadie puede darle, porque no hay nadie. Recorrerá la calzada entera, tocando en cada puerta, en la pizzería, en el salón de fiestas infantiles, en la tortillería, en la florería, en el video club, en la tienda de refacciones automotrices, en la rosticería, en la cerrajería, en la casa de empeño, en el autolavado... Pero lo único que encuentra con coches y más coches abandonados, esparcidos por la calle, algunos con las llaves pegadas o con las luces encendidas, pero ni una sola persona. Pronto, Elías empieza a respirar con dificultad, no tanto por la enorme cantidad de cigarros que ha consumido hasta este momento, uno tras otro, sino porque la soledad y el desamparo que le provocan ver todo aquello le afectan bastante. Camina apretando el paso a lo largo de la calzada, admirando los coches ahí, quietos, paseándose entre ellos, buscando algún indicio que lo ayude a explicarse la situación. Piensa en una manifestación colectiva, tal vez toda la ciudad esté reunida en el centro cívico defendiendo sus derechos o expresando su repudio contra la violencia citadina. Era como si un rayo incandescente hubiera arrasado con las personas, pero sin dejar huella alguna, sin que quedara un rastro inconfundible de caos y terror. En los coches, todos abiertos, excepto los que estaban estacionados, no puede encontrar ninguna identificación, ni nada que lo haga pensar que la gente salió a toda prisa de sus autos y huyeron despavoridos olvidando sus cosas.


(CONTINÚA)

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[Segunda parte]

16/7/05

un cigarro...

Arriba, la luna sonreía. La oscuridad obligaba a la noche a ceñirse de una capa falsa de luz amarilla, que emanaba generosa de los faroles públicos. Héctor echó un vistazo desde la puerta, ya se le había hecho costumbre, aún ahora que sabía que a las 12.20 de la medianoche nadie transitaba por las calles de la colonia en pleno martes laboral. Cerró la puerta, y antes de llegar a la banqueta, y auxiliado por un encendedor de juguete, ya había encendido el cigarro. Una vez afuera, a salvo de los vecinos metiches, Héctor ya no se preocupaba por voltear a los lados y asegurarse que la soledad de las calles permaneciera. Ahora sabía que los autos no cuentan, lo que los conductores deben hacer es esquivar al peatón, no detenerse a preguntarle si necesita ayuda, o qué anda haciendo en la calle a estas horas de la noche. Anduvo con paso distraído, ya no necesitaba fijarse cómo se llamaba esta calle o cuántas cuadras faltan para llegar al parque, y miraba los faroles mientras escupía el humo. Conforme avanzaba entre las retorcidas calles del cerro, podía percibir cómo la oscuridad que lo cernía se hacía más densa y los faroles más brillantes.
Llegó al mirador y se sentó en una esquina. Primero cerró los ojos, y admiró los sonidos de la noche, el silencio que se tragaba los ruidos humanos y vomitaba los de una ciudad enorme y anónima: ambulancias, patrullas, música estridente saliendo de algún rincón en algún lugar de allá abajo, disparos, gritos, más ambulancias. Luego entreabrió los ojos y siguió las luces en movimiento de los coches, todos yendo en una misma dirección, hacia un lado o hacia el otro. Poco a poco dejó que las demás luces fueran penetrando a través de sus pestañas, que cada segundo se abrían más, y transformó aquel mar de puntos luminosos es un espacio inmenso repleto de estrellas, y se sintió envuelto en la armonía y singularidad del universo. Tras esto, al regresar a la ciudad, comenzó a buscar y a descubrir figuras ocultas entre los edificioes, seguro eran satélites personalizados esperando afuera del restaurante (?), o un antro nuevo obra de un arquitecto un tanto loco. Después pasó a su entretenimiento favorito: buscar voces humanas. Dirigía tan bien y con tanta facilidad el oído que alcanzaba a escuchar a un papá regañando a su hija por llegar tan tarde, o a una mujer diciéndole a su amante que se fuera pronto porque el marido no tardaba en llegar. Estuvo así un rato, abriendo y cerrando los ojos, hasta que el cigarro se terminó. Aspiró hasta el final, y tiró la colilla inservible. Tambaleándose, volvía a casa, listo para bailar.
(FIN)

15/7/05

esperando la última ola...

al fin ha pasado todo. entre planes echados a perder y tareas entregadas (y por ende, estrés liberado), ayer tuve que medio soportar el escándalo de los vecinos borrachos, mientras sentía que ella se me escapaba de entre las manos. y es que ya la sentía tan cerca, ya podía oler su cuello y sentir su mirada, y saborear sus besos. y resulta que el concierto que sería el pretexto para viajar a mexicali se cancela, y yo me quedo flotando en el aire, con los planes arruinados y la perspectiva de otro fin de semana aburrido.
ya todos se han ido de vacaciones, y no me quedan más amigos. los que más quiero ver están muy lejos, los que están aquí... pues, nada más no. los que todavía no llegan, ya llegarán, y los que están en trámites, llevan las de perder. mi cuaderno de cuentos ha sido invadido por poemas malos que no me atrevo a publicar, mi cuarto está sofocado y caliente... pasó una semana más, tan lenta y tan rápida a la vez. y nada... que todo parece tan lejano. el día de ayer parece tan distante, y qué decir de la semana pasada. y siguiendo con este patrón, quedaron muy atrás los gloriosos años de prepa, cuando yo era un joven cantante y actor muy popular entre los profesores, que ya me requerían para tal o cual obra, que para una tocada o para una pastorela, o para escribir un ensayo o qué sé yo.
quedaron muy atrás los tiempos en los que me tenía que levantar cada mañana, ponerme los zapatos, el pantalón negro y la playera blanca y subirme en un villa galaxia con dirección al centro histórico, esperar a que llegara el teniente y abriera la puerta del colegio, entrar y esperar al profesor o profesora, tomar las clases correspondientes, salir al receso a comprarle una torta a conchita o una pizza de champiñones, tomar más clases, salir de la escuela y caminar hasta el mercado pino suárez a tomar el camión de regreso a casa... qué lejos han quedado aquellos tiempos. lo peor es que nunca jamás regresarán.
por estos días el mundo se ve como si fuera un mundo vacío, solitario, como si todas las personas estuvieran deprimidas como yo. insisto en que mi viad se rige por los ciclos lunares, y cuando el cuarto creciente se empieza a transformar en luna llena, mi estrella comienza a opacarse. aah... pero qué cosas digo. tanto tiempo libre, y nada qué hacer... me gustaría... verla. verlas. pero más a ella, porque, pues... ella es importante. lo más importante... en fin. ninguna experiencia sobrenatural hasta el momento... qué vida aburrida, ¿no? jajaja...
ya.

12/7/05

cansancio crónico

hace varios días que no como bien. el estrés está llegando a un punto culminante, y todo por dejar pasar demasiado tiempo. hace años que debía comenzar un guión de radio para un trabajo de la escuela, y es hora que no lo empiezo y el profesor ya lo está pidiendo. la caja tv nos da más trabajo que nunca, tener los días programados me da una sensación de presión bastante rara. los días transcurren lentos e insoportables. las mañanas son nefastas, las noches calurosas, el baño apesta, no hay leche y el choco krispis (no creí que esto fuera a pasar jamás) me está empezando a hartar. las próximas salidas prometen bastante, pero no sé... no creo poder disfrutarlas como debería.
para un misántropo recién declarado, es muy difícil tener contacto con la gente. el domingo por la tarde, en la celebración del 116vo. aniversario de tijuana, había un escándalo en el parque, y decidí salir a ver qué había. un escenario colocado con una pantalla de tela detrás, y una manta que decía "aquí se celebrará el 116 aniversario de tijuana a partir de las 6p.m.", y eran las 7.30 y no había nada más que música. di una vuelta por el parque: sólo niños y papás pasando una tarde ociosa de domingo. me iba, cuando escuché una melodía muy familiar, un "atento, permanezca a la escucha"... y luego, "so many nights..." me senté y escuché las dos o tres canciones de manu chao que pusieron. luego siguieron con reggae, y me quedé otro rato. pero empezó a llegar la gente... y me sacaba de quicio ver a tantas personas reunidas en un solo lugar. no lo soportaba... así que volví a la casa, y lo demás... es secreto.
así que mis días actuales transcurren con mucha demora, tardan demasiado y ya quiero que todo esto pase. todavía sigo dejándome caer, cada día un poco más, un poco más, pero como que el vértigo ya me está atrofiando el estómago. tal vez, si extendiera mis alas, y sólo planeara con el aire que pasa por debajo de mí... para ver adónde me lleva el viento. el descenso frenético no es una buena idea después de todo. no puedes tener un pie en el mundo real y otro en el mundo interno. pero tal vez, pasar de un mundo al otro sea la solución... ocuparse de los dos al mismo tiempo... aunque me provoque más estrés, seguro será menor al que ya estoy sintiendo. sin cuentos nuevos, ni nada interesante qué contar... cambio y fuera.

"i'm so happy: there's nobody in my place instead of me"

10/7/05

no te detengas

"Corre. Corre. No te detengas. No pienses. Sólo corre..."
Es como si fuera la primera vez que hace esto. La euforia, los ojos muy abiertos, la fuerza y resistencia sacadas de Dios sabe dónde que impulsan sus piernas a toda velocidad, la agilidad para esquivar a los transeúntes, para escabullirse entre la gente.
"No mires atrás. No mires... Sólo corre. Corre, corre. No te detengas. No mires atrás".
Ha aprendido a mirar el camino, a inventarlo, a recordar que si da vuelta en tal esquina llegará a una avenida transitada y no podrá escapar. Para correr así, cargando la pesada bolsa, debe olvidar que lo que lleva es comida, porque entonces el estómago se inquieta... No puede pensar en nada más que en correr, hasta que el policía, el frutero y el tendero se cansen y, resignados, le dejen ir, no pueden durar demasiado, no con esas enormes pansas que les estorban. Tal vez uno se toque el corazón, se de cuenta que lo que el ladrón lleva es comida, no dinero, y para qué iba a robar comida si no era para comerla, y para qué iba a comerla si no era para calmar un hambre atroz.
A pesar de todo, Julián siente miedo. Al principio era porque no sabía qué pasaría si lo alcanzaran, ahora porque ya lo sabe. Los persecutores, al cazar a su presa, son cegadas por el éxito, se creen superiores y olvidan que el ladrón tiene treinta o cuarenta kilos menos, treinta o cuarenta años menos, y dejan caer sobre el frágil cuerpo sus pesados puños, como castigo por hacerlos correr tanto. Julián no puede permitirlo, por eso corre sin parar. Ya les ha sacado una marcada ventaja. Los gritos ("¡detengan a ese chamaco!") se oyen lejanos y cansados. Julián baja la velocidad y se arriesga a girar la cabeza. El policía se va deteniendo, el tendero descansa ya, el frutero ni se ve, se ha quedado muy atrás. Julián sonríe, suspira aliviado, pero sigue corriendo, y no deja de hacerlo hasta llegar al parque donde, podría decirse así, vive, lejos ya de la amenaza.
Sólo un niño con el temperamento de Julián podría sobrevivir en las calles. Hace casi un año que salió de su casa. Sabe que, uno de estos días, no recuerda bien cuál, será su décimo cumpleaños, y ya se ha adaptado bien a su nueva vida. "Es mejor que vivir con mis papás", responde cuando algún metiche le pregunta por qué se escapó de su casa. Se sienta en una banca, y saborea por adelantado el interior de la bolsa. Su estómago ruge con furia. Un perro se acerca olfateando con desesperación. Julián lo mira, muerde una pieza de pan y arranca un pedazo. "Sé lo que sientes", murmura, "el hambre es canija", y le pone el trozo en el hocico. Luego, al verlo comer, le da el resto de la pieza, y comparte con su nuevo amigo la comida que ha robado

7/7/05

dulce potencia

si pudiera tener un par de alas, y volar,
volaría sin descanso hasta tu puerta,
y te encerraría, para siempre, en un beso infinito.

si pudieran mis ojos contemplarte de nuevo,
perderían las sombras que los cubren,
y volverían a brillar ante el reflejo de tu sonrisa.

si pudiera mi mano volver a tomar la tuya,
te llevaría por un camino de colores y aromas,
que jamás has contemplado, hasta el horizonte distante.

si mis labios pudieran alcanzar tu boca otra vez,
si mi piel y tu piel se envolvieran en un trémulo abrazo,
si tus palabras cayeran sin temor en mis oídos,
si tus dedos llegaran, húmedos, a mi cuello,
y tus piernas se enlazaran en mi cintura,
y tu espalda cayera en la trampa de mi cama...

si tu silencio se apagara. si tu ausencia se extinguiera.
si tu corazón latiera en mi pecho,
y tus pulmones se llenaran con el aire que respiro.

si pudieras matar esta soledad que me mata,
si pudieras cantarme una canción en la nuca...
si pudiera tenerte de nuevo...

4/7/05

el descenso

llego a casa. me pruebo mi nueva playera de dr. jeckill, me cuelgo el morral y salgo de la casa. hace días que venció el plazo de la renta, pero yo no he pagado. no porque me haya gastado el dinero, sino porque don miguel no se aparece por ningún lado. camino, entro en el "ciber-café". el señor, en forma automatizada, me anuncia que siguen en las mismas, sin señal de internet. están así desde el sábado. voy al banco por dinero. voy a comerme una torta, gasto demasiado, ya me lo han dicho, pero no puedo economizar, no en esta situación. la comida sabe mala. ahí trabaja mi vecino, y yo no sabía (tan antisocial soy?). me termino la torta como puedo, salgo del local, y me dirijo al otro de renta de computadoras, al que no me gusta porque los teclados no tienen acentos, y tengo que vivir presionando alt-130 para la é, alt-160 para la á, etcétera. sólo escribo, sin un motivo definido... porque no he tenido inspiración para escribir un cuento decente. y porque siento que caigo... no porque quiera chocar contra el fondo, sino porque el vértigo de la caída se siente bien en el estómago, dejar de agitar las alas un rato y sólo descender...
no son las circunstancias. soy yo el que busca la ocasión. no es tan grave, no hay de qué preocuparse... sigo yendo a la escuela, sigo haciendo tareas (las que puedo), sigo hablando con mis amigos, duermo en mi cama, como a mis horas, ayudo en lo que puedo... en mi cabeza, el descenso no es lo único todavía... no es lo único, aunque pueda parecer lo contrario. pero me he vuelto más egoísta (sí: más...), buscando nada más lo que a mí me conviene. las lágrimas de la gente no me provocan nada. hace tanto que no lloro... que ya olvidé qué se siente. la última vez que estuve a punto de derramar lágrimas, me ardían tanto los ojos que no las toleré y decidí reprimirlas. mi cuerpo las rechaza...
espero que de verdad vengan los que iban a venir, enrique arballo y... "ella". esta semana resentí más su ausencia, porque creí que se terminaría, pero no... esperanzas sin fundamentos. no importa... yo iré. si la conductora de la caja tv no me lleva pronto, me iré yo solo... de raite. sería una buena aventura... salir el viernes de la escuela, echar ropa limpia en una mochila, caminar por la carretera hasta que un conductor piadoso se apiade de mí y me dé un aventón... volver? volver es lo de menos... si por mí fuera, me quedaría allá... a lo que me recuerda: necesito ropa limpia.
me he vuelto frío, calculador, insensible. me he vuelto metódico, indiferente, desconsiderado... ya me gusta dormir, cuando antes lo consideraba una pérdida de tiempo (tanto tiempo gastamos durmiendo en lugar de vivir...), ya no me importa no tener nada qué hacer, cuando antes era desesperante el ocio. ya no me preocupa tanto la escuela... después de todo, las calificaciones no definen lo que en verdad has aprendido... y si he descuidado algunas clases, ha sido por asuntos más importantes, y no porque yo así lo haya deseado... o al menos, eso quiero creer. quiero creer que sigo siendo yo. quiero creer que tengo el descenso bajo control, y que cuando me canse la sensación, volveré a batir mis alas y elevaré de nuevo el vuelo.
quiero creer que, en el fondo, sigo siendo yo... pero no es lo que eres por dentro lo que te define, sino tus actos. ahora ya no sé quién soy, y antes estaba tan seguro... bueno, tenía una idea leve. pero ahora... ahora estoy perdido, perdido en un huracán interminable que me arrastra... sé que saldré de ésta. aunque en el fondo, quiero seguir revolcándome en el viento del vacío; lo sé porque miro en cada esquina a ver si vuelvo a ver a este desconocido que me invitó a *****, y vuelvo al ***** cuando se van mis amigas sólo para... pues, para qué más. no todo en este mundo son ******.

"todo es mentira en este mundo... todo es mentira, por qué será..."