
3. Última vez
Es que no me estoy metiendo en su vida. Cuando cumplió un mes aquí, después de disculparse con mucha pena por lo de la cena, le llevé un pastel que yo hice, decía Feliz Primer Mes, y creo que le gustó, aunque no me invitó a pasar a su casa porque estaba muy ocupado, dijo. La verdad es que desde el día de la limonada no he vuelto a pasar a su casa. A cada rato voy y le tocó, a ver si está bien, si necesita algo. Digo, si no se quiere enamorar, todavía, está bien, algunos requieren tiempo, sobre todo si son tan jóvenes, y yo soy paciente, mucho, sabré esperar. Pero mientras no puede negarme el derecho a velar por su bienestar, para que se vaya acostumbrando.
Sobre todo porque esa mujer de su trabajo ya lo está acechando. De inmediato advirtió la inocencia de Emanuel y quiere abusar, estoy segura. La primera vez que vino lo pasé por alto. Pensé que seguro venía por un papel o alguna cosa que Emanuel fuera a darle. Si se quedó toda la noche, tal vez fue porque se le hizo tarde y cerraron el metro, y andar en taxi a esas horas es muy peligroso, es mejor quedarse en casa de alguien, eso demuestra que es caballeroso.
Sé que ha vuelto a venir. Emanuel no me quiere decir nada porque tiene miedo y está muy confundido. Maldita perra. Crearle esos sentimientos encontrados a un pobre muchachito indefenso. Pero ya verá cuando me la encuentre cara a cara, va a saber de mí. Si tan sólo Emanuel me hiciera su novia, podría irme a vivir con él y la zorra esa no tendría ya a qué irse a meter a su casa. Pero me va a escuchar. Ya verá.
[...]
Emanuel descansó y se fue muy temprano a la calle, lo oí. Estoy dispuesta a hablar con él con mucha seriedad. Lo he estado pensando. Creo que sí me alcanzan mis ahorros para una boda sencilla. Sin muchos lujos, invitando sólo a los amigos cercanos, una cena discreta, un vestidito mono, ya he bajado un kilo y medio desde que Emanuel llegó, seguro lo ha notado. Sólo me faltan 35 y estaré en mi peso ideal. Pan comido. Entonces, hablaré con él. Le diré que me preocupa. Ya van tres noches que no viene a dormir. Ayer llegó, con esa mujerzuela, haciendo un escándalo. Qué pensarán de él los vecinos, ay no, pobrecillo. Lo han enredado y no puede escaparse de sus garras viscosas y pútridas. Así que tengo que ir en su auxilio. Nada más que vuelva con ella, la voy a poner en su lugar.
Viene doblando la esquina. Me levanto de la banqueta, aliviada. Trae puestos unos lentes oscuros y la camisa desabrochada, carga una bolsa de plástico. Yo sé que no ha dormido bien, pero igual sigue viéndose apuesto. Tiene un encanto natural, desde su forma de caminar hasta su modo de hablar, no sé. Se acerca. Le digo Hola, mientras el mueve la cabeza y saca las llaves de la bolsa de su pantalón. Tengo que hablar contigo, le digo, Ahora no puedo, después, Pero es importante, Después, Renata, tengo cosas que hacer. Abre la puerta y se mete, yo no lo dejo cerrar. Quiero que te cases conmigo. Se queda petrificado, con la boca abierta. Yo sólo estoy esperando que se me lance y me atrape entre sus musculosos brazos.
Qué dices, Que quiero que nos casemos, tú y yo. Debes estar loca, No, hablo en serio, lo he estado planeando, mira, tengo unos ahorros y tú no tienes que... Azota la puerta en mi nariz. Debe estar aturdido por mi proposición, lo comprendo. Lo dejaré que lo piense, unos días, quizá, hasta que asimile lo que eso significaría para él. No más tener que estar soportando a esa miserable que sólo quiere abusar. Alzo la cara para mirar hacia su ventana, y veo que la mujer esa asoma la cabeza y me ve. Me hierve la sangre, pero está bien, que le diga, para que se vaya haciendo a la idea.
Cuando abro la puerta ella viene bajando las escaleras. Se para frente a mí, alterada. Detrás viene Emanuel. Óyeme, Renata o como te llames, Me llamo Renata, y tú, Qué te importa, pendeja, óyeme nomás, deja en paz a Emanuel, ya estamos cansados de que lo acoses, ya no te aguanta, de tan sólo verte se le revuelve el estómago así que será mejor que te alejes de él y lo dejes tranquilo. Increíble. ¿Quién se cree...? Detrás viene Emanuel. Le dice, Ya, tranquila Rocío, no vale la pena. La empujo y me acerco a él. Lo miro, cuestionándolo con la mirada. Quiero que me diga que todo eso no es verdad, que él jamás lo habría dicho, que se disculpe y que corra de su casa a esa mujer horrible y mentirosa. Pero no lo hace. Más bien parece fastidiado, como si quisiera estar en cualquier otro lugar menos aquí. Se da la vuelta y empieza a subir las escaleras.
La mujer sonríe, divertida de la escena. Yo no entiendo. No sé qué ha pasado. Unas lágrimas se me escapan casi sin que las perciba. Murmuro, Por qué, por qué, mientras me dirijo a las otras escaleras. Rocío se me acerca, todavía sonriente, contenta por su soberbio triunfo, y me dice, Si no te quiere es por gorda, babosa. Y se va, detrás de aquel que, por última vez, me ha roto el corazón. Pero está es la última. Lo juro. Lo juro.
[FIN]
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[Primera parte]
[Segunda parte]
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