1/2/08

Si no te quiere (1 de 3)



1. Persianas

Tener persianas en las ventanas resulta conveniente sobre todo cuando llega un nuevo vecino. Viviendo en el último piso, con la ventana hacia el edificio de enfrente, puedo observar las escaleras, y vigilar quién sube y quién baja. Hoy sube y baja un muchacho de unos 25 años, que lleva días sin afeitarse. Ojos claros, piel morena, cara afilada, pelo corto, brillante. El sudor le sienta bien. Desde su coche estacionado en la puerta del edificio, acarrea cajas con sus cosas sin detenerse a descansar. Ya ha subido una televisión de las viejas, de perillas, una radio negra, muy moderna, con luces de colores, y un horno de microondas. Iba subiendo un mueble, de esos que se arman casi solos, cuando se detuvo en el rellano de las escaleras, se desabotonó la camisa y la dejó en el barandal. Nada más de verlo sentí un calor por todo el cuerpo que me dobló las rodillas. He tenido una idea para acercármele. Es que un soltero como ese, y joven además, no se ve todos los días.

Hice limonada. Estoy esperando a que pare su ir y venir para salir bamboleando las caderas, con una sonrisa coqueta, mis pestañas enchinadas y mi lápiz labial rosa que tan bien me queda. Con el vestido suelto ni se me nota lo gorda. Quizá le lleve un poquito de nieve, y unos dulces. No, mejor sólo agua. Digo, apenas lo voy a conocer. El agua no se le niega a nadie, por educación, pero yo qué sé, quizá es diabético el pobre. Yo voy a cuidarlo. Nada más que se enamore de mí, y va a ver, se va a preguntar cómo es que pudo vivir tanto tiempo solo. Lo voy a tratar mejor que su madre. Lo voy a mimar todos los días. Voy a trabajar horas extras, y voy a adelgazar, ahora sí. De cualquier manera, no se va a enamorar por mi apariencia. Se ve un muchacho sensible, inteligente, muy noble, sé que él sí sabrá apreciar lo que tengo para ofrecer, sé que podrá valorarlo.

En las amistades ya no se puede confiar. Por eso es siempre bueno tener a alguien, una pareja, contigo, que te apoye, que te cuide, que te diga lo que te conviene y lo que no. Y ese muchacho, tan simpático, tan puro, cualquiera podría abusar de él, pobre, tiene cara de inocente. Pero ya verá, conmigo a su lado no le va a pasar nada, no tendrá qué temer. Esa es la última caja. Regresó a estacionar bien su coche, y ahora sube las escaleras sin nada en las manos. Se detiene otra vez en el rellano y se empieza a abotonar la camisa. Esa es la señal. Le voy a tocar la puerta, veré de cerca sus ojos claros y su sudor, todavía fresco, y le diré: Hola, yo vivo enfrente, me llamo Renata, te traje limonada. Con eso cae. Con eso.

[Continúa]

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[Segunda parte]

[Tercera parte]

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