
El timbre suena y los chiquillos salen de la clase sin esperar a que el profesor termine de hablar, motivados por la pandilla de Roberto, el más viejo, el más burro, el más cobarde de todos. Javier sale detrás, apuntando la tarea en su agenda, trata de escuchar hasta la última palabra del profesor, pero sus compañeros ya van bajando las escaleras, qué importa, preguntará en la siguiente clase, sólo espera que alguien al menos haya anotado. Tienen quince minutos de receso, y el punto de reunión es, como siempre, las bancas al lado de las canchas de basquetbol.
Llega Javier cuando ya la pandilla de Roberto -el único que no tiene sobrenombre- se reúne en torno a él tratando de ver algo. Siempre trae cosas para enseñar a los incautos e inmaduros infantes, como él les llama. Una vez trajo una navaja con sangre, que según él había utilizado la noche anterior; otro día trajo un churro de mota a medio terminar, amarillento y deshaciéndose, que según él se terminó un rato después, pero nadie lo vio fumándolo. Hoy, hoy traía una hoja de papel. Javier, aprovechando que era más alto que la mayoría de los ahí reunidos, asomó la cabeza y vio: una foto enorme, en toda la hoja, de una mujer morena, de cabello negro y ojos verdes, sentada, con las piernas abiertas, toda ella desnuda, mostrando unos pechos redondos y brillantes, y abriendo con una mano su rasurada vagina.
-¿De dónde la sacaste? Está rebuena. -Del internet, pendejo, de dónde más.
A lo largo del día se fueron turnando la imagen para irse a masturbar al baño, por supuesto, Roberto fue el primero. Javier no quiso, le daba vergüenza, pero no podía, no conseguía quitarse de la cabeza aquella imagen, vulgar y de mal gusto, para su propio juicio, y sin embargo, necesitaba ver más.
Nunca se le había ocurrido. Introdujo en el buscador la frase "Mujer desnuda", y las imágenes se desplegaron frente a él. Ya toda su familia estaba dormida, y él, fingiendo que hacía una tarea, había encendido la computadora, cerrando la puerta de su recámara con seguro, y ahora navegaba de un sitio a otro, en busca de mujeres cada vez más exhuberantes, le gustaban las que traían los tacones puestos, o las uñas postizas larguísimas. Y entonces, descubrió una foto increíble. Una mujer rubia, de rasgos infantiles y mirada tierna, claro, con excesivo maquillaje, tacones y uñas postizas, muy pequeña ella, era penetrada por un hombre negro enorme, muscular, rapado, con la cara encendida de furia, y un pene imposible por su tamaño. Javier no podía creerlo, había fotografías del acto sexual... De inmediato cambió el tema de su buscador a "Hombre y mujer en el acto sexual", él siempre tan metódico, y aparecieron páginas con palabras que él ni sospechaba, pero descubrió en ese momento una palabra que le aceleró la búsqueda: pornografía. Cuando dieron las seis de la mañana, apagó por fin el aparato, ni siquiera había tenido tiempo de masturbarse, se desvistió y se acostó en la cama, quitándole el seguro a la puerta. Cinco minutos después su madre irrumpe, medio dormida todavía, y lo llama, Javi, mijo, levántate, ya es hora. Javier, tratando de poner cara de recién despierto, se levanta otra vez de la cama y se dirige a bañarse. Aprovechará para hacer lo que no le había dado tiempo esa noche, y descubre que los orgasmos se sienten mucho mejor después de ver tanta y tanta pornografía.
No pone atención en la clase. La tarea del día anterior la había olvidado por completo. Su mente viajaba otra vez por las imágenes que había estado viendo durante siete cortísimas horas, impaciente por la llegada de la noche, para deleitarse de nuevo con aquellas maravillas de cuerpos enredados, desnudos, sudorosos, penetrando y siendo penetrados, en todas las posiciones posibles, de todos los tamaños, colores y formas, había visto gente asiática, mujeres embarazadas, hombres viejos y gordos, haciéndolo en una cama, en la playa, en un bosque, en la calle, en un cuarto de espejos, sobre la mesa, encima de un árbol... Había visto también a dos mujeres con un caballo, a una con un perro pastor alemán encima, incluso una metiéndose una ánguila por la vagina. El espectáculo de lo grotesco, de lo irreal, le fascinaba. De la misma manera, había descubierto a dos o más hombres juntos, penetrándose por el ano, uno detrás del otro, formando una verdadera cadena humana de siete u ocho personas, y a otro, clavándose a un dildo rojo enorme, tan grueso como su brazo. No se decidía por qué le había excitado más. Descubrir todas las posibilidades y variaciones del sexo le había nublado los sentidos, lo único que sabía era que quería ver más de todo.
Sale de la escuela, llega a su casa y de inmediato se sienta en la computadora. Atento a que no entre nadie a su cuarto, intenta abrir una ventana diminuta en el buscador, pequeñísima, donde apenas se vea una parte indescifrable de los cuerpos, para que no lo descubran, pero en su lugar, aparece la página en blanco, y una leyenda con sugerencias: "Página web no disponible sin conexión". Esto nunca había pasado, no sabe qué hacer, cómo reaccionar. Utiliza sus amplios conocimientos de computación para intentar conectarse de nuevo, pero es imposible. Su madre lo llama a comer. Javier no quiere parecer sospechoso, así que se lava las manos, camina tranquilo, se sienta sonriendo, juega con su hermano mientras la madre sirve los platos, y a mitad de la comida, como no queriendo, le pregunta, Oye amá, por qué no sirve el internet. La madre mastica el bocado, lo traga, toma aire y le contesta, Porque ya no tengo dinero para pagarlo. Lo cancelé. A ver si el mes que viene lo vuelvo a contratar.
Tiene que reprimir una punzada en el estómago, no dice nada, no puede ni protestar. Sigue comiendo, mientras piensa que no es posible que la pornografía sólo habite en el internet... Así que se decide a buscarla allá, en el mundo, sin saber el lugar preciso, pero sabe que con algo de esfuerzo y motivación -y de esa tiene mucha-, la encontrará.
Llega Javier cuando ya la pandilla de Roberto -el único que no tiene sobrenombre- se reúne en torno a él tratando de ver algo. Siempre trae cosas para enseñar a los incautos e inmaduros infantes, como él les llama. Una vez trajo una navaja con sangre, que según él había utilizado la noche anterior; otro día trajo un churro de mota a medio terminar, amarillento y deshaciéndose, que según él se terminó un rato después, pero nadie lo vio fumándolo. Hoy, hoy traía una hoja de papel. Javier, aprovechando que era más alto que la mayoría de los ahí reunidos, asomó la cabeza y vio: una foto enorme, en toda la hoja, de una mujer morena, de cabello negro y ojos verdes, sentada, con las piernas abiertas, toda ella desnuda, mostrando unos pechos redondos y brillantes, y abriendo con una mano su rasurada vagina.
-¿De dónde la sacaste? Está rebuena. -Del internet, pendejo, de dónde más.
A lo largo del día se fueron turnando la imagen para irse a masturbar al baño, por supuesto, Roberto fue el primero. Javier no quiso, le daba vergüenza, pero no podía, no conseguía quitarse de la cabeza aquella imagen, vulgar y de mal gusto, para su propio juicio, y sin embargo, necesitaba ver más.
Nunca se le había ocurrido. Introdujo en el buscador la frase "Mujer desnuda", y las imágenes se desplegaron frente a él. Ya toda su familia estaba dormida, y él, fingiendo que hacía una tarea, había encendido la computadora, cerrando la puerta de su recámara con seguro, y ahora navegaba de un sitio a otro, en busca de mujeres cada vez más exhuberantes, le gustaban las que traían los tacones puestos, o las uñas postizas larguísimas. Y entonces, descubrió una foto increíble. Una mujer rubia, de rasgos infantiles y mirada tierna, claro, con excesivo maquillaje, tacones y uñas postizas, muy pequeña ella, era penetrada por un hombre negro enorme, muscular, rapado, con la cara encendida de furia, y un pene imposible por su tamaño. Javier no podía creerlo, había fotografías del acto sexual... De inmediato cambió el tema de su buscador a "Hombre y mujer en el acto sexual", él siempre tan metódico, y aparecieron páginas con palabras que él ni sospechaba, pero descubrió en ese momento una palabra que le aceleró la búsqueda: pornografía. Cuando dieron las seis de la mañana, apagó por fin el aparato, ni siquiera había tenido tiempo de masturbarse, se desvistió y se acostó en la cama, quitándole el seguro a la puerta. Cinco minutos después su madre irrumpe, medio dormida todavía, y lo llama, Javi, mijo, levántate, ya es hora. Javier, tratando de poner cara de recién despierto, se levanta otra vez de la cama y se dirige a bañarse. Aprovechará para hacer lo que no le había dado tiempo esa noche, y descubre que los orgasmos se sienten mucho mejor después de ver tanta y tanta pornografía.
No pone atención en la clase. La tarea del día anterior la había olvidado por completo. Su mente viajaba otra vez por las imágenes que había estado viendo durante siete cortísimas horas, impaciente por la llegada de la noche, para deleitarse de nuevo con aquellas maravillas de cuerpos enredados, desnudos, sudorosos, penetrando y siendo penetrados, en todas las posiciones posibles, de todos los tamaños, colores y formas, había visto gente asiática, mujeres embarazadas, hombres viejos y gordos, haciéndolo en una cama, en la playa, en un bosque, en la calle, en un cuarto de espejos, sobre la mesa, encima de un árbol... Había visto también a dos mujeres con un caballo, a una con un perro pastor alemán encima, incluso una metiéndose una ánguila por la vagina. El espectáculo de lo grotesco, de lo irreal, le fascinaba. De la misma manera, había descubierto a dos o más hombres juntos, penetrándose por el ano, uno detrás del otro, formando una verdadera cadena humana de siete u ocho personas, y a otro, clavándose a un dildo rojo enorme, tan grueso como su brazo. No se decidía por qué le había excitado más. Descubrir todas las posibilidades y variaciones del sexo le había nublado los sentidos, lo único que sabía era que quería ver más de todo.
Sale de la escuela, llega a su casa y de inmediato se sienta en la computadora. Atento a que no entre nadie a su cuarto, intenta abrir una ventana diminuta en el buscador, pequeñísima, donde apenas se vea una parte indescifrable de los cuerpos, para que no lo descubran, pero en su lugar, aparece la página en blanco, y una leyenda con sugerencias: "Página web no disponible sin conexión". Esto nunca había pasado, no sabe qué hacer, cómo reaccionar. Utiliza sus amplios conocimientos de computación para intentar conectarse de nuevo, pero es imposible. Su madre lo llama a comer. Javier no quiere parecer sospechoso, así que se lava las manos, camina tranquilo, se sienta sonriendo, juega con su hermano mientras la madre sirve los platos, y a mitad de la comida, como no queriendo, le pregunta, Oye amá, por qué no sirve el internet. La madre mastica el bocado, lo traga, toma aire y le contesta, Porque ya no tengo dinero para pagarlo. Lo cancelé. A ver si el mes que viene lo vuelvo a contratar.
Tiene que reprimir una punzada en el estómago, no dice nada, no puede ni protestar. Sigue comiendo, mientras piensa que no es posible que la pornografía sólo habite en el internet... Así que se decide a buscarla allá, en el mundo, sin saber el lugar preciso, pero sabe que con algo de esfuerzo y motivación -y de esa tiene mucha-, la encontrará.
(FIN)
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