30/9/06

Mutación



Estaba tratando de no cruzarme con sus ojos, por temor a lo que pudiera encontrar en ellos. Por temor a encontrar el reproche, el "mira-lo-que-me-hiciste-hacer", el "ve-cómo-me-tienes-maldito", que son de las miradas que más duelen, sobre todo cuando uno sabe que hay fundamentos. Yo pretendía que todo saliera bien. Que tomáramos el metrobús, nos fuéramos sentaditos, llegáramos en cinco minutos a Revolución, viéramos a quien teníamos que ver y regresáramos a casa, a abrazarnos, a disfrutarnos, a querernos. Eso me pasa por confiar en el "bendito" transporte público: metrobús atascado, tuvimos que dejar pasar dos; esperamos, por cierto, casi media hora; cuando al fin llegamos, quien teníamos que ver ya se había ido, con seguridad se habría cansado de esperar, quién no; de regreso al andén, esperamos casi una hora, y nada de metrobús, mierda.
Miré su rostro con sueño, recargado al otro lado de la reja, bostezando, sus ojos rojos cerrándose, y me sentí miserable. Bien me había dicho que viniera yo solo, que yo aquí me quedo, pero yo le rogué, le imploré, y cedió, aunque de mala gana, algo así como "para que no estés chingando, cabrón". Y ya, fui hacia donde estaba, y le dije, Vámonos, y me respondió, En qué, su voz llena de enojo, Pues en taxi. Cruzamos la calle y tomamos un taxi, y yo me sentía miserable.
Pero he comprobado que los sentimientos no permanecen estáticos, sino que mutan, se transforman, evolucionan en otras sensaciones. El odio puede convertirse en un profundo amor, y la alegría en una inconsolable tristeza, así de radical puede ser el cambio. Así, mi miseria se transformó en coraje cuando me dije que yo no tenía la culpa de nada, que es verdad, le había rogado, implorado que viniera conmigo, pero luego, antes de subir al metrobús (en dirección contraria, por cierto), le dije que se quedara, le ofrecí las llaves, que se devolviera a la casa, que si no quería ir, que no fuera. Pero no, me dijo, Ya qué, ya vine, a fin de cuentas, la decisión fue suya, no mía. Cuando dejamos que otros decidan por nosotros, hemos tomado una decisión, y debemos afrontar las consecuencias.
Y ese egoísmo que a veces percibo. Esa intolerancia, ese despotismo... Su actitud, siempre a la defensiva, con los que cree inferiores, ignorantes, incultos... Pero la gente, toda, es ignorante. Uno mismo, que se dice inteligente, informado, interesado en el haber social, es ignorante a su vez de la realidad de esos a los que llama "ignorantes". La percepción del ser humano, tal y como las normas sociales han sido establecidas, es limitadísima. Inmersos como estamos en la cultura del consumismo, de la individualidad, nos apartamos de la gente, nos ponemos a la defensiva, y creemos que el hecho de que nos pregunten si te gustan los chicos o las chicas (como es costumbre por acá) es una ofensa y una intromisión pecaminosa a la intimidad de cada quien, no te importa saber con quién me acuesto o qué me gusta, no lo vemos como un simple intento de acercamiento, de lograr un nexo un poco más profundo con esa persona, de la oportunidad de oírle, de decirle, de aprenderle.
No sé. Es sólo que de pronto son tantas cosas. De pronto siento que su amor me ha cambiado tanto, me ha hecho ver el mundo, verme a mí, de una forma por completo distinta, me ha quitado mis escudos, mis barreras, mis complejos, me ha inundado de una felicidad incontenible, que necesito compartir con cualquiera que veo, y siento el deber imperioso de regalar una sonrisa a quien se cruza en mi camino, no importa que le guste el antro, que le aburra leer, que cante canciones de Gloria Trevi, que crea que con Calderón vamos a vivir mejor, que se la pase hablando de fútbol... en fin, que sea todo lo que en otros tiempos odié, pero que ya no puedo odiar, por una muy sencilla razón: ya no me cabe el odio en el pecho, ya no tengo espacio para él, ya se me ha olvidado cómo se odia, porque el amor corre por mis venas, porque he decidido ser feliz a su lado, y nada, nadie, podrán opacar eso.
Y a veces siento que del otro lado no se siente igual. Y me duele. Me duele no arrancarle una sonrisa con sólo verme, me duele no curarle el cansancio con un beso, me duele que siga deseando ver a medio mundo muerto, me duele su intolerancia, me duele su vanidad, me duele su orgullo, sus aires de superioridad; porque veo que su tranquilidad no es total, que su felicidad es coyuntural, me da la impresión de que sólo es feliz cuando apagamos las luces y nos quitamos el frío con amor... Y me da miedo. Que se canse, que se frustre, que se harte. Me gustaría no ver más que haga un coraje, no ver su preocupación obsesiva por el orden (dicen que uno refleja afuera lo que trae dentro, y si se desvive ordenando lo de afuera, es porque no ha de poder ordenar lo de adentro), me gustaría no escuchar más una crítica hacia algo o hacia alguien, porque eso sólo demuestra las propias inseguridades... No sé. Sólo quiero sentir su tranquilidad, su paz, su seguridad, así como dice sentir las mías.
No hay de qué preocuparse. Ya aprenderemos, a convivir, como estamos aprendiendo a sobrevivir. Será cuestión de tiempo. De ir midiendo reacciones. De ir viendo ejemplos, de alimentar la paciencia, la voluntad, el deseo de superación. El amor no se salva de esa mutación, también cambia, también se transforma. Al principio es todo ilusiones y romanticismo. Después es tolerancia y mutua enseñanza. ¿Qué será después? No me preocupa. Siempre será amor... Siempre.


[Por un amor... me desvelo y vivo apasionada, tengo un amor... que en mi alma dejó para siempre amargo dolor...]

2 comentarios:

  1. Hola, me llamo mariana, pase por tu blog, y me parecio muy bueno, muy interesante!
    Te invito a que pases por el mio.

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  2. Impresionante oda a tan merecido elemento (sobretodo el de la foto)

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