24/3/06

#6: "Monstruo" (Martes)



(De la serie "Carnaval")

Las luces que giran frente a él, opacas y cambiantes, le han borrado por un momento de la cabeza el tremendo fastidio que sentía, hundido en su sillita de plástico amarilla ya demasiado chica para su cuerpo, aún infantil pero en rápido desarrollo. A pesar de que la luz del sol resplandece y nubla los pequeños foquitos que parpadean y giran a gran velocidad en su mano, formando un círculo multicolor fascinante, Víctor no les quita los ojos de encima. Descubrir formas, letras, incluso rostros en el abanico luminoso es mucho más entretenido que observar a aquellos payasos patéticos que intentan encender el ánimo del público en vano. Todos los años es lo mismo. No importa si ya vieron el desfile el domingo, Víctor es arrastrado al peor suplicio a la fuerza, obligado a soportar los fieros rayos solares, el agobiante rumor del mar y la exasperante euforia ficticia de todo el mundo, mezcla de rencor y de nostalgia. Se lo ha preguntado muchas veces, pero nunca ha encontrado una sola respuesta: ¿Por qué a la gente le gusta tanto el carnaval? Deben ser todos idiotas, piensa, cuando el abanico de luces se detiene de súbito. Las baterías se acabaron.
Antes de que pueda empezar a refunfuñar, siente que alguien le pellizca un costado. Da un brinco y voltea hacia atrás, y encuentra el rostro de Adrián, su hermano mayor, adornado con una risa malévola. Le hace una seña para que se acerque, y le enseña, disimulado, el contenido de una misteriosa bolsa gris que Adrián trajo oculta en su chamarra. Víctor abre los ojos tanto como sus párpados le permiten al mirar aquel montón de cascarones huecos, tapado el agujero con papel de china amarillo y rellenos, con seguridad, de confeti. Los hermanos intercambian guiños cómplices y malévolos, Adrián le pasa la bolsa a Víctor y le murmura, Para cuando pasen las reinas. El niño, emocionado, se pone la bolsa entre los pies y alza la cabeza, sonriendo por primera vez desde que llegaron.
La reina infantil, una niña que se perdía entre el abultado vestido de princesa y la ostentosa corona de aluminio, saludaba con la mano cansada y la sonrisa forzada a la concurrencia, cuando, de la nada, apareció un huevo que fue a impactarse justo en su frente, y volvió al mundo negro. Los que estaban del lado oeste vieron, horrorizados, el momento preciso en que la precoz monarca perdía el equilibrio y se resbalaba del peldaño más alto de su carro alegórico, y luego, de dos aparatosos golpes con las figuras de papel maché y los reflectores, aterrizaba boca abajo en el asfalto, a un palmo de los niños que admiraban el desfile sentados en la banqueta. Por una fracción de segundo nadie se movió cuando el último grito, uno muy agudo, se apagó, pero cuando un charco de sangre comenzó a expandirse alrededor de la cabeza de la reinita, se desató un caos tremendo de cuerpos revolviéndose sin rumbo.
Qué pasó, Llamen a una ambulancia, Detengan el desfile, La reinita se cayó del carro y parece que está herida, Voltéala boca arriba, para que respire, No, no la muevan, llamen a un médico, hay algún médico por aquí, Sí, que no ves, los médicos ven esta madre por Sky, güey, Ya llamaron a la ambulancia, Bueno, alguien sabe primeros auxilios, sabe qué hay que hacer, Yo sé qué hay que hacer, Pues ven, hazlo, pronto que se nos muere la reinita, Quién fue, eh, Quién anda jugando con estas mamadas, Se cayó sola, No, ni madres, yo vi bien clarito que alguien tiró un huevazo, Quién, Alguien de allá de enfrente, No mames, los huevazos están prohibidos, Sí, pero alguien quiso hacerse el chistosito y mira lo que pasó, Pero qué irresponsabilidad, esto es intolerable, Sí, mira que tirarle huevos a una niña, no la chingues, que poca madre.
Alguien comenzó a abuchear y los ánimos se encendieron cuando llegó la ambulancia y los paramédicos se miraron con expresión preocupada, abriéndose paso entre el mar de gente que se apretujaba para ver a la reinita muerta, o descalabrada, quién sabe si se murió, no le taparon la cara con la sábana pero tampoco dijeron que estaba bien, y es que un disparo así no se ve todos los días, pero de entre los chiflidos resaltó un Este güey fue, de una señora mayor que señalaba con dedo acusador y tembloroso al pobre y asustado Víctor, quien no se había levantado de su silla en todo este tiempo. Víctor observó con pánico cómo todos los rostros se volvían hacia él, gritando furiosos, cómo una mano arrancaba de sus pies la bolsa repleta de huevos y éstos se esparcían por el suelo para que la gente iracunda los pisoteara mientras seguían vociferando, Cómo se atreve, Hijo de su puta madre, Agárrenlo, Denle su merecido, uno que otro apenas murmuraba, Pero es un niño, como si eso le importara a alguien, y Víctor se quedó mudo, sin poder articular palabra. Antes de que consiguieran traspasar la resistencia de sus padres y demás familiares, el hermano de Víctor se levantó de su silla y reveló una verdad distinta: No fue él, fui yo. La turba enardecida bajó un poco el volumen, murmuró, y luego, reactivándose antes de que el desconcierto le bajara el odio irracional, dirigió sus miles de ojos hacia Adrián, quien había empezado también a gritar y a levantar los brazos haciendo señas obscenas. Víctor se dejó llevar por su padre, quien sin dudarlo un segundo sacaba al niño de en medio de la manada furibunda y lo ponía lejos y a salvo.
Cuando se acercaron tanto que se sintió amenazado, cuando ya algunas uñas empezaban a rasguñar y algunas bocas a escupir, cuando las voces de todos se habían fundido en un solo gruñido incomprensible, Adrián lanzó golpes y patadas al aire, Qué me van a hacer, culeros, ya les dije que le di por error, pero nadie ponía atención a sus palabras, aquel monstruo mostraba sus afilados e interminables dientes, y sus múltiples y peligrosas garras, dejando a Adrián sin salida, rodeado por todas partes de puños que empezaban a atacar, primero un tanto reservados, para tantear el terreno, para comprobar la dureza del objetivo, luego frenéticos, impacientes, antes de que la policía llegara y les quitara la justicia de las manos, los puños inclementes debían aprovechar y sentirse con el control sólo unos segundos, mientras aquel joven se deshacía con rapidez, transformándose de un desesperado con ansias de supervivencia en un bulto inerte, una masa de sangre y moretones, en un costal de huesos rotos y contusiones.
Víctor observaba, angustiado, impotente, cómo su hermano era devorado por la fiera salvaje llamada muchedumbre enardecida, a la vez que se maldecía a sí mismo por tener tan buena puntería: mira que pocas veces le das a la reinita en medio de la frente al primer tiro…

(FIN)

20/3/06

#5: "En las películas" (Lunes)















Apagó el motor del coche y se quedó mirando, no porque fuera fanático de meter su nariz en asuntos ajenos, ni por morbo, en realidad, tenía un presentimiento, algo le decía que aquella mujer cambiaría su vida, estaba seguro, desde el primer momento en que la vio, hace apenas unos segundos, sus lágrimas, su cabello desordenado, su rostro desecho, y el patán que le gritaba en plena cara, era una situación de película, Damián se acercaría ignorando al tipo ese, y le preguntaría a la pobre muchacha si se encontraba bien, tal vez tendría que darle algunos golpes al imbécil machista que la acompañaba, o tal vez tendría que soportar unos duros puñetazos en la cara, uno nunca sabe si el oponente resultará experto en Kung-Fu o no, de cualquier manera, aunque recibiera la paliza, la muchacha apreciaría el gesto, le gritaría al novio y luego consolaría a su héroe fracasado con palabras tiernas y promesas de futuros encuentros. Era el plan perfecto, no podía fallar.
La mano de Damián está lista para abrir la puerta, pero ha decidido esperar un poco más, tal vez la discusión esté por finalizar… Tal parece que no, y Damián, predispuesto a soportar la paliza –el sujeto, viéndolo mejor, parece ser muy agresivo–, baja despacio del coche, guarda sus manos en los bolsillos y empieza a caminar con prudente lentitud, Vete, por favor, vete, y antes de cruzar la calle escucha al sujeto gritándole, Chinga a tu madre, pues, y se aleja apretando el paso y desapareciendo entre el cúmulo de gente que se dirige a la plazuela Machado. Damián va casi en dirección opuesta a todos ellos, por lo que le cuesta un poco de trabajo llegar hasta la mujer que lo dejó cautivado. Oye, estás bien, pero ella no contesta, alza la cara, lo mira escudriñándolo, Qué quieres, Nada, sólo saber si estás bien, Y por qué no habría de estarlo. Damián se recarga contra la pared al lado de ella, mira las caras que desfilan frente a él, todas sonrientes, entusiastas, listas para una noche más de inimaginables excesos, ese sería el momento idóneo para deslindarse de “eso” que le cambiará la vida, decirle, Perdón, no quería molestarte, y largarse, dejando a la grosera pero hermosa mujer para que se seque por sí misma las numerosas lágrimas, y en cambio, otras son las palabras que pronuncia, Te vi pelear con tu novio, Ese pendejo no es mi novio, es un cabrón, como todos los hombres, y sus ojos adquieren ese tinte nostálgico de cuando no sólo dices algo porque sí, sino porque para ti es una verdad absoluta y, además, dolorosa. Damián sonríe, No estoy de acuerdo, no todos somos así. La muchacha lo mira con incredulidad y un poco de enfado, y luego, casi en un murmullo, pero bien audible, Todos dicen lo mismo. Damián vuelve a sonreír, y al desviar un poco la mirada descubre al sujeto que hacía apenas unos minutos le había dicho a la mujer que chingara a su madre, regresando sobre sus pasos, abriéndose camino entre la gente con empujones y groserías, con la vista clavada en él. Mierda, ahí viene mi novio, vete, si te ve conmigo te va a matar, le dice ella, pero Damián, con la sangre hirviendo, aprieta los puños y tensa los músculos, mientras piensa, No que no era tu novio, un valor extraño surge de su interior y lo dispone para cualquier cosa. La mujer se da vuelta y lo empuja cuando el novio ya está a unos pocos metros de ellos, Vete, chingado, ¿no entiendes? ¡Te matará! Damián hace caso omiso, de hecho no la escucha, el novio, más alto, rostro cuadrado, ojos furibundos, labios delgados, pelo brillante y ondulado, traje fino, zapatos lustrosos, perfume caro, se planta frente a él, la mujer se aparta, más bien corre, huye de ahí, dejándolos solos en medio de todas aquellas personas que no terminan de pasar y no se fijan en ellos, y Damián, con el miedo paralizándole los músculos ahora que no hay mujer hermosa para impresionar, comprende al fin las advertencias de ella, cuando el novio le muestra el cañón alargado de un arma con silenciador asomándose por su saco, y en un rudo abrazo lo acerca a él, Damián siente el arma, Órale, cabrón, a ver si así te vueles a meter con mi vieja.
Uno. Dos. Tres. Cuatro.
Cuatro balas, rápidas y silenciosas, penetran en el abdomen y en el pecho de Damián, mientras el novio, muy tranquilo, se incorpora a la multitud alisándose el saco, y se pierde en busca de la que escapó.
Pasará un buen rato antes de que alguna de aquellas personas, nubladas sus mentes por la fiesta frente a ellos, se percate del cuerpo de Damián, tirado junto a la pared, ahí, a la luz de los faroles amarillentos, tal vez alguien tenga que resbalarse con su sangre en la banqueta para que lo descubran, desangrándose hasta la muerte mientras piensa, Ni siquiera me dijo su nombre, ni siquiera vio cómo me mataban… Carajo, así no pasa en las películas.

(FIN)

11/3/06

#4: "Ahí viene la reina" (Domingo)



(De la serie "Carnaval")

Por poco y vomita cuando apareció el rostro de Rosendo en medio de la multitud, sonriente, relajado, se veía tan guapo así. Sus ojos se llenaron de lágrimas, se tambaleó y estuvo a punto de perder el equilibrio, o la voluntad de estar de pie, pero por suerte un paletero que pasaba detrás de ella la detuvo, suerte para Toñito, porque si Margarita cae, el bebé cae desde más alto y con más dolor al impactarse. Jimena y Mariano se quedaron muy quietos cuando su madre empezó a llorar, ya no iba a vomitar ni se iba a caer, pero es que se negaba a creer los chismes de su comadre, tenía que verlo con sus propios ojos, no podía ser que Rosendo la estuviera engañando, a estas alturas, con tres hijos ya, era para que hubiese madurado, por Dios, cómo podía seguir igual que cuando eran novios, igual de mujeriego, de facilote, de golfo, ya es papá, mierda, Margarita no era una mala esposa, un poco alcohólica, sí, pero ese era un hábito recién adquirido, alguna forma debía encontrar para soportar los rumores de infidelidades que la bombardeaban hasta la locura, por eso mismo, en la mañana, cuando Rosendo se bañó muy temprano, se peinó con cuidado, desayunó una barra de granola y un vaso de jugo de naranja, planchó su camisa, su pantalón, se rasuró, se cortó las uñas, se perfumó, Parece que vas al baile, Voy a la oficina, Es domingo, Rosendo, hoy descansas, Hoy no, es carnaval y hay mucho trabajo, no vendré a comer, es más, mejor no me esperes en la noche, ¿estamos? Pero Rosendo, ¿y el desfile? ¿No vas a llevar a los niños? No, no, n’ombre, Magui, voy a andar bien ocupado, y ni se te ocurra ir sola con ellas, con tanta gente hasta se te puede perder un chamaco, mejor los llevo el martes, ¿estamos?

Por eso bebió.

Y ahora, frente a ella, frente a sus hijos, podía contemplar cómo, en efecto, Rosendo la creía una estúpida, y eso era lo que más le dolía, verlo todos los días así, arreglándose con descaro, llegando tarde, diciendo que trabajaba como burro aunque siempre traía la cartera vacía, y Margarita se preguntaba si en serio creía que ella no sospechaba nada, o si nada más no le importaba. El llanto incontrolable se desbordó cuando Rosendo, luego de propinarle un apasionado beso a su joven y bella acompañante, miró hacia donde estaba Margarita, a mitad de la calle, con Toñito en los brazos, Jimena tomada de su mano y Mariano agarrado a su pantalón, y no supo dónde meter la cara, cómo quitar el brazo de la espalda de la mujer con la que estaba, si levantarse e ir hacia su esposa o aparentar que no la había visto. En eso el flujo de gente que avanzaba calle arriba aumentó, vendedores retrasados y turistas desubicados apretaban el paso porque detrás venían las patrullas abriéndole el paso a la caravana de carros alegóricos, y Margarita fue arrastrada por la corriente humana, empujada, pisoteada, en aquel momento se dio cuenta que Mariano ya no la estaba sujetando, cuando por poco se le resbala la mano de Jimena, la acerca a ella y la abraza, pero Mariano no está, Margarita no lo ve, y le grita, Mariano, primero temerosa, el nombre tiembla con la esperanza de que la voz del niño surja de entre aquel tsunami viviente, Aquí estoy, mamá, pero no, sólo escucha gritos entusiastas, aplausos, silbidos, Ahí viene la reina, los fuegos artificiales estallan sobre su cabeza y entonces su temor se convierte en una súbita desesperación, Mariano, Mariano, ¡MARIANO! Pero es como si Mariano se hubiese esfumado, como si la multitud incontenible lo hubiera consumido, y nadie se detenía, cómo, si ahí viene la reina, ya empezó el desfile, abran paso a su majestad, y Mariano no está, Margarita gira la cabeza en todas las direcciones posibles, se pone de puntas, se agacha, grita más fuerte, ¡MARIANO! Toñito ha empezado a llorar, lo han asustado los gritos, tal vez los de la gente, tal vez los de la pobre Margarita que no encuentra a su hijito y nadie se preocupa por ayudarla, ¿no ven que estoy ebria y no puedo buscarlo yo sola? Y de repente comprende que no va a encontrarlo, se arrodilla en el suelo y llora, llora por todo, por su marido infiel, por su alcoholismo incurable, por la juventud perdida, por que Toñito llora, porque Jimena también ha comenzado a llorar sin saber bien la razón, porque la gente no la ve, tal vez se volvió invisible, y llora por Mariano, porque no volverá, porque su padre tenía razón, porque está ebria, porque…

–Señora.

Un policía de tránsito le toca el hombro con brusquedad. Margarita alza la vista, lo mira con los ojos rebosantes de lágrimas creyendo ver en él a su salvador, después de todo no es invisible, tal vez el policía, un hombre heroico, con espíritu de servicio, logre encontrar al pobrecito Mariano, aunque sea como descubrir la aguja en el pajar, pero no tiene dudas, él podrá, la ayudará…

–Hágase a un lado, por favor. Ahí viene la reina.

(FIN)

7/3/06

#3: "Quien te quiera como yo" (Sábado)



Parecen estrellas, dice Gerardo, mientras contempla con la boca abierta el cielo repleto de puntos luminosos que se encienden y se apagan mientras caen con suavidad a la negrura del mar, donde los más resistentes acaban de extinguirse. Diana mira la pirotecnia como miraría una barda de ladrillos, es decir, con el menor interés del mundo, pensando que aquel espectáculo ya se alargó demasiado y sintiendo que entre más tiempo pase, más difícil será decirle a Gerardo lo que tenía (tiene) que decirle. Es normal que sienta lástima, mira que gastar tanto dinero en rentar una suite en el Freeman, en la champaña, en las velas, en las flores que deshizo para darle al ambiente un toque de romanticismo que, por cierto, será inútil, Diana no ha venido a tener sexo, y además, todo eso ha sido cada vez, los vinos, las velas, las flores, tantas veces han hecho el amor en medio de toda esa ridiculez que Diana ya no se conmueve como al principio, se ha vuelto algo común, de todos los días, y es que el sentimentalismo de Gerardo es demasiado, ya no encuentra qué hacer con tantas rosas de todos los colores, no le alcanzan los floreros, no sabe dónde colgarse tantas joyas sin parecer árbol de navidad, tantos regalitos, ositos, chocolates, tarjetas, cartas, poemas, es como si en el calendario de su novio todos los días fueran 14 de febrero, mierda, la pobre ya está harta.
Aunque fuese una vez le gustaría tener algo qué reprocharle, una cita incumplida, que la dejara plantada, incluso se conformaría con que llegara tarde. Le gustaría verlo un día de estos besuqueándose con otra, o tomándole la mano, bebiendo un café, mirándola nada más, carajo, le gustaría que mirara a alguna de las tantas mujeres más hermosas y mejor formadas que ella para poder enojarse, gritarle y hacerlo rogar por el perdón, armar un escándalo y demostrar así que le preocupa perderlo, pero no, en la vida de Gerardo no hay otra mujer, Diana ni siquiera tiene la suerte de una suegra, la que debería jugar ese papel vive en Londres o algo así. Tal parece que Gerardo pone todo de su parte para hacer feliz a Diana, a pesar de los esfuerzos de ella por pelear. Si no toma, porque no toma, y entonces él, para complacerla, empieza a tomar y ella se saca de quicio. Ya se ha cansado de buscar pretextos para discusiones, ya está harta de no sentirse amenazada, extraña los celos, los llantos, los gritos que eran leyes con sus anteriores parejas. Gerardo es como el novio perfecto, y eso, disculpen la expresión, ya la tiene hasta la madre.
El combate naval y su derroche de pirotecnia han finalizado. Gerardo intenta besar a Diana, pero ella voltea la cara y se aparta un poco. Él parece un poco nervioso, pocas veces lo había visto así, incluso suda, no sonríe, se acomoda la corbata, truena los dedos. Tal vez aquello sea una señal positiva para Diana, tal vez Gerardo se ha esmerado un poco más que otras veces (si eso puedo ser posible) porque tiene planeado lastimarla, tal vez le dará la noticia de que al fin se va a estudiar la maestría al extranjero, o que le ofrecieron un trabajo en Estados Unidos, o (aunque parece improbable para Diana) que ya no siente por ella lo mismo que antes.
Diana, tengo algo que decirte, Yo también, Di tú primero, No, dime tú, No, tú, Tú, Tú, juego estúpido, piensa Diana, y sabe lo que a continuación dirá Gerardo, Los dos al mismo tiempo, es tan predecible, y en efecto, eso dice, están todavía en el balcón. Diana lo mira a los ojos mientras cuenta, reúne el valor, Uno, ojalá que sean malas noticias, Dos, tengo que decírselo, no me puedo acobardar, Tres.
–Quiero terminar contigo
–¿Quieres casarte conmigo?

3/3/06

#2: "El Tiempo" (Viernes)









(de la serie "Carnaval")

No es la primera vez que le tiemblan de ese modo las manos, como si el patético frío del puerto fuera insoportable, las articulaciones parecen fuera de control, agitándose con espasmos terribles, presagios de otros temblores que no van a tardar en manifestarse, en la nuca, en el párpado izquierdo, en las rodillas, así que Valentín se levanta de la incómoda banca del malecón, aparta la vista del deprimente atardecer y se une a la larga y amorfa hilera de personas que se dirigen al paseo Olas Altas, donde se conglomeran para festejar los excesos de la carne con absurdas excusas espirituales, tanto marítimas como eólicas, al menos la de Valentín, cree él, es mucho más válida.

Ha decidido caminar, por lo que cuando al fin llega a las rejas que delimitan el área carnavalesca, las estrellas ya han hecho acto de presencia en el despejado cielo, y el viento helado se ha intensificado. La caminata disminuyó las contracciones de su mano, pero no lo suficiente como para mostrar firmeza al entregar el billete a la taquillera y recibir de vuelta el insípido boleto, la muchacha, joven y entusiasta, no puede evitar una sonrisa y un consejo ya inútil a estas alturas, Debió traer un suéter o algo, Valentín también sonríe, Sí, verdad, y se aleja de ella, pensando que no tiene ni idea de lo que dice, el frío este no espanta a nadie, la ansiedad es la que me está matando, pero pronto acabará, cada paso que doy me acerca más al alivio, a la recompensa bien merecida. Delante de él, hay una fila de hombres perfumados, las ropas reflejan el lujo y la limpieza inmaculada, las marcas exhibidas de zapatos, relojes, cadenas y anillos demuestran el alcance de su economía, la mirada de los policías, sumisa y esperanzada, deja en claro la influencia que ejercen aquellos personajes, que pasan sin que nadie les ponga una mano encima, al contrario de Valentín, que fue sometido a una acalorada inspección por parte de un oficial que tocó más de lo necesario, para el gusto de nuestro protagonista.

La firmeza de sus pasos y se mirada hacían notar que Valentín ya sabía a dónde dirigirse. En una acera dispuesta para comerciantes ambulantes, dos modestos jóvenes de apariencia hippie vendían sus artículos exóticos a los maravillados turistas. Uno de ellos, de larga cabellera ondulada, con una bolsa de tela estampada con una hoja de cannabis, reconoció a Valentín, y lo saludó presentándolo a su compañero, Mira, este es Valentín, del que te conté ayer, le dijo, aprovechando que sólo había mirones curiosos y no potenciales compradores, Ah, mucho gusto, Gilberto, contestó, Vienes por esa madre, Sí, Vente. Valentín se despidió del otro sujeto y siguió de cerca a Gilberto, quien lo condujo fuera del límite de festividad hacia las retorcidas calles del Centro Histórico. Llegaron por fin a un local cerrado y entraron gracias a la llave de su guía, Así que tienes un año sin quemar hierba, hermano, Sí, Y querías festejar, Me lo merezco, A huevo que lo mereces, cáele. Se adentraron en los pasillos oscuros del local hasta llegar a un patio interior repleto de gente, con música de reggae y una fogata en el centro. Gilberto se acercó a la grabadora y bajó el volumen, pidiendo el silencio y la atención de los presentes.

-Hermanos, les presento a Valentín, un compa mío que hoy cumple un año sin meterse mota y, para festejar, quiere ponerse bien grifote. ¡Échenle una manita!

Todos aplaudieron, silbaron y extendieron hacia Valentín los churros que algunos llevaban en la mano al tiempo que coreaban "¡Salud!". Gilberto se despidió anunciando que los esperaran a eso de las 4 de la mañana, y presentó a Valentín, quien ya no podía reprimir las ganas con la nariz expuesta a aquel humo que tanto le gustaba, a un grupo de jovencitos tan hippies como él mismo, que de inmediato le hicieron llegar la mariguana.

Antes de que se llevara el cigarro a la boca, alguien lo sorprendió con una palmada en la espalda. Al girarse, un rostro sonriente de ojos rojos lo miraba como si no estuviera mirándolo, Qué hubo Tintín, dónde te metiste tanto tiempo. Valentín reconoció al Poni, lo saludó, Pues ya ves, y fumó. Sus pulmones infestados de humo brincotearon de alegría una vez más. Sácame de la duda, dijo el Poni, mientras Valentín retenía el aire, ¿Dijo el Beto que llevabas un año sin fumar? Valentín suelta una sonora carcajada, escupiendo el humo de forma brusca y empezando a toser. Cuando se calma, responde que Sí, eso dijo, y entonces el Poni recibe el churro y también se carcajea, Pero si fuimos la semana pasada a la fiesta de la Tania y andábamos tan locos como siempre, desde entonces no te veía. Los dos estallan en risas, Valentín toma aire, de vuelta el cigarro a la mano, y, con aire cínico, dice, Pues sí, pero con estas historias embaucas a los pinches hippies y te dan mota gratis, además, sí estoy celebrando que la dejé, pero por una semana. Chale, pinche Tintín, cómo comparas un año con una semana. Valentín llo mira a los ojos mientras fuma. El silencio dura hasta que suelta el humo y le vuelve a pasar el cigarro. Entonces eleva la mirada hacia las estrellas para dar más intensidad a lo que va a decir:

-Mi estimado: un año, un mes, una semana. El tiempo no existe cuando no fumas mota.

Con la mano curada al fin de los temblores, toma el churro que alguien más le pasa, y fuma sonriente y sin culpas.


(FIN)