19/2/06

Habitación 203

Fortuna

Primer Cuento: "Fortuna"

Se podría decir que, por una parte, es natural que Genaro sienta algo de vergüenza en una situación como esta, sobre todo si no es él quien se ha adelantado hasta donde se encuentra la señora que vende hot-dogs para preguntarle dónde hay un hotel cerca, sino la dama que lo acompaña. Y es que el hombre es quien, en general, tiene la necesidad de presumir a quien pueda, entre más gente mejor, que va a coger, por usar el término vulgar, y qué mejor manera de hacerlo que tomar de la mano a la complaciente compañera e ir preguntando por la calle dónde hay un hotel cerca, o acudir a una farmacia abarrotada de gente a comprar condones, y, si la insinuación no basta, llevar de paso lubricante y preguntarle al encargado si él no sabe dónde hay un hotel cerca.

En este caso, fue Alma quien interrumpió la intensa labor de besos y caricias en la mesa del table-dance unisex donde se encontraban, encendida por una pasión desmedida luego de ver tanto manoseo por todas partes, los tacones altos como únicas prendas de las exhuberantes bailarinas, las diminutas y casi transparentes tangas con que los cuerpos bien musculosos de los strippers iban cubiertos, y cuerpos, cuerpos con cientos de pares de manos que exploran la piel desnuda en busca del éxtasis carnal, como en una orgía descomunal donde nadie queda excento de recibir su dosis de placer. Alma apartó el rostro de los labios de Genaro, y luego de un profundo suspiro murmuró en su oído, Vamos a un hotel. Genaro la miró, para descubrir una firme determinación y un candor nada pudoroso, asintió, se empinaron las respectivas botellas de cerveza y, todavía proporcionándose suaves y súbitos besos cada tres o cuatro pasos, salieron del antro de mala muerte apestando a alcohol y a tabaco y se adentraron en las calles del centro de la ciudad. Eran las cinco de la mañana, según el reloj de la catedral.

Déjamelo a mí, le dijo Alma, demostrando que era ella quien iba a tomar el control de la situación hasta el final. Así, Genaro se dejó guiar hasta el hotel indicado, esperó a que Alma hablara con el recepcionista y luego la siguió, tratando de recordar si alguna vez había tenido tanta suerte como aquel día, y por más vueltas que le daba a la memoria no se le ocurría una situación así de afortunada: conocer en el bar de siempre una mujer como nunca, es decir, hermosa, bien formada, y al parecer, ninfómana, que le había invitado cinco caguamas sin pedir nada a cambio más que una tanda frenética de luchas lingüísticas, en el sentido literal. Decidió no dudar más, y dejarse llevar. A partir de ese momento, de su boca no saldría un No.

El recepcionista les deseó buenas noches y guiñó el ojo a ambos mientras cerraba la puerta y colgaba el letrero de No molestar en el picaporte. Alma empujó a Genaro a la cama y con un salvaje tirón le arrancó la camisa, regando los botones por el suelo. Se subió en su cintura y comenzó a besarlo con la urgencia del fin de los días, mientras Genaro no hacía nada más que abrir y cerrar la boca, sacar y meter la lengua, subir y bajar los brazos tratando de recorrer con las manos todo el cuerpo, todavía vestido, de Alma. Apenas sentía los mordiscos, los rasguños, las lamidas, pues el mareo y la insensibilidad provocada por el alcohol ya empezaba a dejarse notar. Mejor, pensó Genaro, así duraré más.

Un punto sensible del suertudo Genaro es el cuello, por eso le pareció perverso que Alma se detuviera en sexo cuando estimulaba con los labios aquella zona. La mujer se levantó de la cama, sacó un teléfono de su bolso y marcó un número. "Dónde estás (...) ¿Yo? En el hotel Tecate, cuarto 203". Alma se ríe, y cuelga el teléfono. Genaro, curioso e impaciente, pregunta.

-¿A quién llamaste?
-Invité a Lucía... No te molesta, ¿verdad?

Por un instante, Genaro no sabe qué decir. El timbre del teléfono le da tiempo para pensar.

"¿Hola? (...) ¿Dónde la encontraste? (...) Por supuesto que puede venir. Y tráete una cámara de video (...) 203, no lo olvides... Pero apúrate que sólo es uno para tres".

Ahora sí, Genaro no puedo disimular su asombro. Con la felicidad dibujada en el rostro, y la sonrisa cómplice y dulce de Alma, observa cómo ella va desabotonándose la blusa, y concluye que, en efecto, jamás había sido tan afortunado.

(FIN)

1 comentario:

  1. Pues que te puedo decir, está bien, no se si entendí cual era el sentido, quizá lo hubieras alargado un poquito más sin embargo me gustó mucho! sigue escribiendo

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