13/2/06

Eva y Adán(es) (Segunda Parte)

Eva y Adán(es)

3.
Si había algo que Dios no podía tolerar, era la desdicha de su hija consentida, y esa desdicha era provocada, sin duda alguna, por la soledad, por el abandono, por la traición de Adán. Eva lloraba desconsolada, día y noche, noche y día, mientras se negaba a aceptar que Adán no volvería.
–Lo siento, hermosa… Fui muy claro: Si sales del Edén, no puedes regresar.
–¿Y por qué pusiste ese maldito árbol ahí?
–Ustedes no son mis esclavos. Son libres de marcharse, si así lo desean.

Eva estaba sumergida en un profundo sueño, después de haber derramado litros de lágrimas, cuando Dios se acercó en silencio y le arrancó un pelo. Si lo que quería era a Adán de vuelta, le daría el gusto. No la comprendía, pero era tarde para cambiarla.
Hizo una réplica idéntica de Adán, pero, para librarse de la esencia corrompida que tenía, le agregó el cabello de Eva. “Ahora ambos tendrán mi esencia… Así nada saldrá mal”. La figura cobró vida y, hasta Él se sorprendió, era idéntico a Adán. Le dio una breve explicación de quién era y dónde estaba, Tú eres Adán, has vuelto de un largo viaje, amas con todo tu corazón a Eva y jamás la abandonarías. Luego le ordenó que fuera a acostarse a su lado, para que, al despertar, ella lo viera.
Por la mañana, mientras yacía en su magnífico trono con su ejército de ángeles arrullándolo con una dulce melodía, Dios escuchó las risas entusiastas de Eva, gritando por todo el Valle que Adán había vuelto. Pronto la vio acercándose, todavía con lágrimas en los ojos, pero esta vez por la inmensa felicidad que la invadía. Gracias, gracias, gracias, le decía a Dios, Gracias por haberlo dejado volver…
–No me agradezcas. Lo hice por ti…

(...)

El agua se agitó a su alrededor, como si un inmenso volcán hubiese hecho erupción. Eva y Adán, asustados, miraron la tierra y los árboles temblando con violencia, y se preguntaron que estaría pasando. Se encontraban en un estanque del lado sur del Jardín, cerca de la reja que era la Entrada al Edén, retozando como niños en alberca. Ambos salieron del agua y avanzaron poco a poco hacia la Entrada, cuando de repente Eva escuchó algo que le erizó la piel.
–¡EVAAAAAA…!
Esa voz la conocía. Era la misma voz que le había hablado durante toda su vida, sólo que esta vez con un tono de desesperación muy marcado. Eva se adelantó a Adán, confundida, y corrió hasta la puerta.
Al otro lado de la reja de oro macizo, Adán, de rodillas en el suelo, ensangrentado, sucio, llorando, gritaba el nombre de su amada. “¡EVAAAAAA…!”, inclinado el cuerpo hacia atrás, vestido con una túnica marrón rasgada y manchada con sangre y lodo, parecía un loco pidiendo que, por favor, lo sacaran del manicomio o lo mataran de una vez. Por el lado de adentro, Dios extendía su brazo, rígido, y apuntaba con la palma abierta hacia Adán, como deteniéndole el paso.
–¡Ya te he dicho que no puedes volver! ¡Largo de aquí!
–¡EVAAAAAA…!
Eva llegó a la reja y trató de atravesar los barrotes, pero apenas les puso una mano encima y sintió que le quemaban la piel, por lo que dio un salto hacia atrás. Su expresión era de consternación absoluta, ¿qué estaba pasando? ¿Quién era él? ¿Cuál de los dos Adanes era el verdadero…? Pronto lo comprendió todo, miró a Dios, como si lo desafiara, y le gritó, ¡Déjalo entrar! Mas Dios, furioso, no le hizo caso, ni volteó a mirarla siquiera, seguía en la misma posición, torturando con aquella mano abierta las entrañas de Adán, quien ahora se retorcía en el suelo por el dolor que le abrasaba el vientre, Eva miró las palmas de las manos quemadas, como si se hubiese sostenido a la reja ardiente por mucho tiempo, y se llenó de ira. ¡DÉJALO ENTRAR! Pero Dios, una vez más, hizo oídos sordos. Sin pensarlo, Eva se abalanzó corriendo hacia su Creador y trató de derribar su gigantesca figura, pero no hizo más que atravesarlo, como si se hubiese lanzado contra la niebla.
Desesperada, miró la mano abierta de Dios, apuntando a Adán, luego a Adán retorciéndose en el suelo al otro lado de la reja, y percibió un fino haz de luz que viajaba entre ambos objetivos. Se incorporó y se dirigió hacia aquel hilillo de luz, y por un segundo creyó que moriría, su cuerpo comenzó a convulsionarse, sintió que vomitaba los intestinos, los párpados derritiéndole los ojos, los huesos deshaciéndose dentro de ella, las uñas creciendo en dirección contraria y clavándose en la piel… Al percatarse de lo que Eva había hecho, Dios detuvo el ataque al instante y, mirando con furia Adán, culpándolo a él, le gritó, Regresa con aquel que te fuiste, y sustituyó la reja de oro del Edén por una pared como la que rodeaba todo el Jardín, quedando la única entrada sellada para siempre.

4.
La vida en el Edén nunca más fue lo que era antes. El Adán sustituto se dio cuenta al fin de su verdadera naturaleza y se sintió perdido. Eva, en cambio, se sintió traicionada por Dios, engañada, y más abandonada que nunca. Ambos se escondían uno del otro por el Jardín, y de Dios. La tensión flotaba densa entre los árboles, y Dios intuía cómo terminaría todo aquello. “Jamás debí darles vida a esas figurillas”, pensaba.
Sin embargo, ambos Adanes seguían amando con locura a la pobre Eva. Aunque se escondía de ella y trataba de no ser visto, Adán, el sustituto, la vigilaba oculto entre los matorrales, deseando todavía aquellos muslos bien torneados, aquellos labios carnosos, aquella piel suave y cálida, atento a todos sus movimientos, a todas las lágrimas que derramaba, intentando escuchar su dulce voz en vano. El otro, el de afuera, vagaba por los límites del Edén, buscando en la pared el más mínimo agujero por el cual trepar, imaginando que al otro lado estaba Eva, esperándolo, anhelando su regreso.
El hombre de la túnica lo observaba desde lo alto del muro, hambriento, sediento, a punto de morir y arruinarlo todo. Aquella obstinación suya podía echarle abajo los planes. Así que decidió ayudarlo, sólo por esta vez.

Las estrellas invadían el firmamento como una colmena de insectos inmóviles y brillantes, mientras Eva intentaba dejar de llorar y quedarse dormida. No entendía cómo Dios podía condenarla a una vida de tristeza y sufrimiento, engañándola así y abandonando a Adán en el peligroso Mundo Vulgar. Entre los arbustos escuchó ruidos, pero no le sorprendió. Ya había visto en otras ocasiones al Adán falso, espiándola, y aunque en ocasiones había tratado de ahuyentarlo, siempre volvía. Pero esta vez los ruidos fueron acercándose más, y más, hasta que de las sombras, salió Adán. El que llevaba la túnica sucia.
Estaba flaco, sucio, herido. La expresión de sus ojos era distinta a la del que la había amado tantas veces en los gloriosos tiempos del Edén. Pero era él, y había vuelto. Una sonrisa sin precedentes se dibujó en el rostro, aún hermoso, aún joven, aunque ya un tanto demacrado por tantas lágrimas derramadas, de Eva, quien lo abrazó sujetándolo fuerte para que no volviera a dejarla, y lo besó con la pasión necesaria para que nunca la olvidara. Vamos, tenemos que salir de aquí, le dijo Adán, tomándola de la mano y comenzando a caminar, pero Eva, desconcertada, no dio un solo paso, De qué estás hablando, preguntó. Por un momento, un feliz y dichoso momento, Eva había creído que Dios había perdonado a Adán y le había permitido regresar al Edén. Pero la expresión en el rostro de su amado le decían algo muy diferente. Iban a escapar. Al comprenderlo todo, miró los ojos de Adán, y, decidida, lo siguió hacia el lado norte del muro, donde el manzano se erguía.

Se detuvieron al pie del árbol, Adán miró el rostro asustado de Eva, y le preguntó, Estás segura de que quieres hacerlo, Eva tragó saliva, y asintió despacio. Se disponían a subir cuando Eva sintió que alguien tomaba su otra mano. Era el Adán sustituto, quien respiraba agitado y parecía dispuesto a hacer lo que tuviese que hacer para detenerla. Adán sintió la resistencia de Eva, y al girarse y verse a sí mismo tal y como era antes, cuando vivía ahí y era feliz, recibió un fuerte impacto que lo desequilibró.
Ambos Adanes se miraron, uno con odio, otro con sorpresa, pero las intenciones de ambos eran más que claras. El sustituto se lanzó contra el original y le clavó ambas manos en el cuello, derribándolo al suelo y echándosele encima. La víctima trataba en vano de zafarse, pues lo había tomado desprevenido y había quedado en una posición incómoda. Eva observaba el forcejeo entre ambos y no sabía qué hacer. Ambos eran la misma imagen, aunque podía diferenciarlos porque uno llevaba una túnica hecha jirones y el otro iba desnudo, apoyar a uno era, al mismo tiempo, traicionarlo.
Adán al fin logró quitarse de encima a su agresor y le dio un duro puñetazo en la nariz. El otro retrocedió unos pasos, pero sin darle un segundo de descanso, volvió al ataque también con golpes que Adán trataba de cubrirse con los brazos. Intentó levantarse, y el sustituto lo agarró de una pierna y lo derribo, esta vez cayendo con el pecho en el suelo y golpeándose la frente con una roca. Se giró para mirar a su agresor, mareado por el golpe, y buscó entre su túnica con desesperación un objeto que, sin duda, le daría una marcada ventaja: una daga.
El otro Adán, nervioso ante el resplandor de aquella cosa que jamás había visto, le dio una patada en el brazo y la alejó de ellos. No encontró mucha resistencia cuando, con una calma arrogante, se sentaba sobre el abdomen de su oponente, abría y cerraba los dedos, y los colocaba una vez más en la garganta del que quería arrebatarle a su único amor. Amas con todo tu corazón a Eva y jamás la abandonarías, había escuchado aquellas palabras en su nacimiento y eran su único motivo de existencia. Apretó el cuello de su rival sintiendo ya un olor nuevo para él, un olor que le provocaba una extraña euforia. El olor de la muerte.
Apenas se debatía Adán cuando el aspirante a asesino sintió un terrible dolor en la espalda, algo frío atravesando su piel y luego algo caliente. De repente ya no podía respirar, ni apretar la garganta del intruso, ni parpadear, ni moverse. Una y otra vez sintió aquel calor insoportable en la espalda, acompañado por el llanto suave y discreto de Eva, quien empuñaba la daga sin saber muy bien lo que hacía, consciente de que, si la había enterrado una vez y había detenido al Adán sustituto, enterrarla más veces implicaría que desistiera.
El otro Adán se dejó caer encima del original, casi muerto, desangrándose por la espalda y con la daga todavía enterrada en un pulmón. Eva ayudó a Adán a levantarse y, aterrorizados por lo que acababa de pasar, no perdieron un segundo más y salieron del Edén a toda prisa.

Desde lo alto del muro, el hombre sonreía complacido. Miraba del lado de fuera del Edén a la pareja divina, huyendo de su Creador, internándose en el desierto para estar juntos por siempre, mientras que del otro lado, la creación más perfecta y noble de Dios se iba acercando a la muerte a un paso vertiginoso. Pero que su plan hubiera funcionado no era lo que más le alegraba, sino lo furioso que iba a ponerse Dios cuando encontrara el cadáver y descubriera de quién era la daga que estaba clavada en su espalda.

(FIN)

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[Primera parte]

2 comentarios:

  1. Me encanto, asi de sencillo, "Pero que su plan hubiera funcionado no era lo que más le alegraba, sino lo furioso que iba a ponerse Dios cuando encontrara el cadáver y descubriera de quién era la daga que estaba clavada en su espalda." excelente final que es lo q más me llama la atención de las historias, muy bien, sigue asi
    Saludos desde Colombia

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  2. Me encanta tu inspiración divina. Las crónicas de Adán y Eva han sido un gran acierto.

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