28/2/06

#1: "Amanecer" (Jueves)

Nota preliminar: El Carnaval 2006, una festividad típica y muy popular del puerto donde vivo, termina hoy para la desgracia de muchos fanáticos de los placeres carnales, y deja a su paso tantas historias como asistentes. Inspirado en ellas, decidí escribir esta mini-serie para compartir la visión que yo tengo de tan digna fiesta. Ah, y serán ilustrados con dibujos trazados por mi humilde mano.


Alzó la vista del suelo sólo por un breve instante, y descubrió que la claridad ya había llegado, que aquello era el final de la noche, que el silencio y la soledad indicaban que el primer día de fiesta había terminado, pero sus ojos, ya mareados de tanto buscar latas vacías, ya irritados de tanto obligarlos a no dejarse vencer por el sueño, se quedaron clavados en la línea que marcaba la extinción del mar, tranquilo e imperturbable, y el inicio del despejado y amplio cielo. Jamás había contemplado un paisaje tan hermoso, ni había disfrutado de un olor tan limpio como el del mar al amanecer, aunque el sol saliera del lado opuesto, la tenue luz, tímida, volvía las aguas de un tono grisáceo exquisito, y aquella masa líquida en perpetuo movimiento lucía recién estrenada, como si no la hubieran sacado del empaque hasta que él tuvo la oportunidad de detenerse, y sus brazos se libraron del fastidioso peso de los costales repletos, y su mente de la extenuante labor de analizar cada cúmulo de desperdicios, que no eran pocos, aunque sí menos que en el basurero, donde pasaba la mayor parte de sus días, urgando entre asquerosidades, tarea soportable sólo gracias a que en ocasiones podía ver el duro trabajo como un juego, una búsqueda del tesoro, Esto no sirve, no sirve, no sirve, y esto, pero qué veo, una bolsa con ropa vieja, o una bocina de carro, o un periódico entero, cosas que, por supuesto, a él no le servían, tuvo mucha suerte cuando llegó a encontrarse un balón de fútbol ponchado o un muñeco de acción sin cabeza ni piernas, pero eso fue pura suerte. A pesar de todo, esperaba con ansias el carnaval, pues no tenía que quemarse todo el santo día bajo el sol fulminante, ni aventurarse entre excrementos, vidrios, alambres, comida podrida, acá era más sencillo, a la sombra de la luna, ir y venir atento al suelo y econtrar todos los botes de aluminio que pudiera, pan comido. Incluso un día, el año pasado, su mamá encontró dinero tirado, y se puso tan feliz que no lloró en tres días...

-¡Neto! ¿Qué haces ahí parado? Apúrate, ándale, no te quedes atrás...

El niño vuelve a la realidad tras el llamado de su madre, y corre dando saltitos hasta alcanzarla, con toda la vitalidad de sus seis años, arrastra tras de sí los costales, le sonríe a su hermanita para darle ánimos. Ya ha amanecido, gracias a Dios, la noche parecía eterna, ahora sí podrá dormir un poco, y quién sabe, tal vez, si tienen suerte, hasta desayunen...

(FIN)

23/2/06

Expectativas

No es que le esté echando la culpa de todas mis desgracias, pero es muy posible que ella sea la causa. El "amor de mi vida" me rompió el corazón en millonésimas fracciones cuando sentenció que no volvería conmigo porque yo era un egoísta. Un egoísta.
¿Egoísta? ¿Yo? Para nada, dije. Entonces pensé que era ella la que estaba mal, la que no sabía que yo sólo quería hacerla feliz, quererla, tenerla conmigo... Ahí entré en un dilema. Quería tenerla conmigo, no estar con ella. Me di cuenta, luego de mucho tiempo de ruegos innecesarios (porque jamás rindieron los frutos deseados), que en verdad sí era un egoísta: deseaba quererla para sentirme querido, anhelaba su presencia porque me hacía sentir bien, me hacía sentir pleno, completo, mejor. No la quería para hacerla feliz a ella; lo que necesitaba, en el fondo, era hacerme feliz a mí. Al darme cuenta de mi terrible error, no me quedó cara para mostrarle, y me alejé, y me sentí culpable por haberle hecho daño creyendo que le hacía algún bien.
A partir de entonces, noto que todos mis actos son egoístas. Aunque no lo sean. Si pienso en mí, soy egoísta. Si me olvido de los intereses de los demás por anteponer los míos, soy egoísta. Si disfruto de un descanso a costas del trabajo de otra persona, soy egoísta. Y la vida, señoras y señores, no es así.
Descubrí que uno sólo puede dar lo que posee. Descubrí que si quieres hacer sentir a otras personas plenas, seguras, confiadas, el que debe estar pleno y seguro y confiado es uno mismo, para transmitírselo a los demás. Descubrí que mi estabilidad emocional es más importante que la de, por ejemplo, mi mamá o mi papá, porque ellos pueden ocuparse de la propia, si les molesta una actitud mía (siempre y cuando no sea destructiva, digamos, por ejemplo, que me guste reciclar los calcetines sucios), ellos son los que deben arreglar su problema, no yo. Descubrí que no puedo seguir llenando las expectativas de otras personas. No puedo ser toda la vida perfecto. No soy, ni seré jamás, el hermano perfecto, el hijo perfecto, el sobrino perfecto, el estudiante perfecto, ni el trabajador perfecto. Descubrí que debo ser auténtico, que nunca debo olvidar mis metas, aunque los caminos cambien, los objetivos deben ser los mismos, mientras sean los que de verdad me interesan. Y descubrí que mi papá y yo, a pesar de todo, no vemos el mundo de un modo tan distinto. Sus necesidades son monetarias porque sus objetivos requieren de dinero, pero eso le pasa por procrear tanto chamaco. Llámenme idealista, soñador, o lo que gusten, pero yo no vuelvo a sacrificar lo que pienso por dinero. Mi éxito, así lo he decidido, jamás estará basado en la cantidad de riqueza acumulada, sino en las satisfacciones obtenidas. Sí... tal vez cuando tenga hijos, pareja, recibos acumulándose debajo del teléfono, la alacena vacía, los zapatos rotos, el coche descompuesto, y los embargadores tocándome a la puerta, piense de modo distinto... O tal vez no. Tal vez la suerte me sonría, tal vez, al final, actuar conforme a lo que de verdad deseamos es gratificante. Tal vez la vida recompensa a los que son sinceros. Porque, eso ni dudarlo, cuando alguien desea con todas sus fuerzas una cosa, todo el Universo conspira para que lo logre.

"I'm taking the make up off my face... before I forget my own features"

19/2/06

Habitación 203

Fortuna

Primer Cuento: "Fortuna"

Se podría decir que, por una parte, es natural que Genaro sienta algo de vergüenza en una situación como esta, sobre todo si no es él quien se ha adelantado hasta donde se encuentra la señora que vende hot-dogs para preguntarle dónde hay un hotel cerca, sino la dama que lo acompaña. Y es que el hombre es quien, en general, tiene la necesidad de presumir a quien pueda, entre más gente mejor, que va a coger, por usar el término vulgar, y qué mejor manera de hacerlo que tomar de la mano a la complaciente compañera e ir preguntando por la calle dónde hay un hotel cerca, o acudir a una farmacia abarrotada de gente a comprar condones, y, si la insinuación no basta, llevar de paso lubricante y preguntarle al encargado si él no sabe dónde hay un hotel cerca.

En este caso, fue Alma quien interrumpió la intensa labor de besos y caricias en la mesa del table-dance unisex donde se encontraban, encendida por una pasión desmedida luego de ver tanto manoseo por todas partes, los tacones altos como únicas prendas de las exhuberantes bailarinas, las diminutas y casi transparentes tangas con que los cuerpos bien musculosos de los strippers iban cubiertos, y cuerpos, cuerpos con cientos de pares de manos que exploran la piel desnuda en busca del éxtasis carnal, como en una orgía descomunal donde nadie queda excento de recibir su dosis de placer. Alma apartó el rostro de los labios de Genaro, y luego de un profundo suspiro murmuró en su oído, Vamos a un hotel. Genaro la miró, para descubrir una firme determinación y un candor nada pudoroso, asintió, se empinaron las respectivas botellas de cerveza y, todavía proporcionándose suaves y súbitos besos cada tres o cuatro pasos, salieron del antro de mala muerte apestando a alcohol y a tabaco y se adentraron en las calles del centro de la ciudad. Eran las cinco de la mañana, según el reloj de la catedral.

Déjamelo a mí, le dijo Alma, demostrando que era ella quien iba a tomar el control de la situación hasta el final. Así, Genaro se dejó guiar hasta el hotel indicado, esperó a que Alma hablara con el recepcionista y luego la siguió, tratando de recordar si alguna vez había tenido tanta suerte como aquel día, y por más vueltas que le daba a la memoria no se le ocurría una situación así de afortunada: conocer en el bar de siempre una mujer como nunca, es decir, hermosa, bien formada, y al parecer, ninfómana, que le había invitado cinco caguamas sin pedir nada a cambio más que una tanda frenética de luchas lingüísticas, en el sentido literal. Decidió no dudar más, y dejarse llevar. A partir de ese momento, de su boca no saldría un No.

El recepcionista les deseó buenas noches y guiñó el ojo a ambos mientras cerraba la puerta y colgaba el letrero de No molestar en el picaporte. Alma empujó a Genaro a la cama y con un salvaje tirón le arrancó la camisa, regando los botones por el suelo. Se subió en su cintura y comenzó a besarlo con la urgencia del fin de los días, mientras Genaro no hacía nada más que abrir y cerrar la boca, sacar y meter la lengua, subir y bajar los brazos tratando de recorrer con las manos todo el cuerpo, todavía vestido, de Alma. Apenas sentía los mordiscos, los rasguños, las lamidas, pues el mareo y la insensibilidad provocada por el alcohol ya empezaba a dejarse notar. Mejor, pensó Genaro, así duraré más.

Un punto sensible del suertudo Genaro es el cuello, por eso le pareció perverso que Alma se detuviera en sexo cuando estimulaba con los labios aquella zona. La mujer se levantó de la cama, sacó un teléfono de su bolso y marcó un número. "Dónde estás (...) ¿Yo? En el hotel Tecate, cuarto 203". Alma se ríe, y cuelga el teléfono. Genaro, curioso e impaciente, pregunta.

-¿A quién llamaste?
-Invité a Lucía... No te molesta, ¿verdad?

Por un instante, Genaro no sabe qué decir. El timbre del teléfono le da tiempo para pensar.

"¿Hola? (...) ¿Dónde la encontraste? (...) Por supuesto que puede venir. Y tráete una cámara de video (...) 203, no lo olvides... Pero apúrate que sólo es uno para tres".

Ahora sí, Genaro no puedo disimular su asombro. Con la felicidad dibujada en el rostro, y la sonrisa cómplice y dulce de Alma, observa cómo ella va desabotonándose la blusa, y concluye que, en efecto, jamás había sido tan afortunado.

(FIN)

13/2/06

Eva y Adán(es) (Segunda Parte)

Eva y Adán(es)

3.
Si había algo que Dios no podía tolerar, era la desdicha de su hija consentida, y esa desdicha era provocada, sin duda alguna, por la soledad, por el abandono, por la traición de Adán. Eva lloraba desconsolada, día y noche, noche y día, mientras se negaba a aceptar que Adán no volvería.
–Lo siento, hermosa… Fui muy claro: Si sales del Edén, no puedes regresar.
–¿Y por qué pusiste ese maldito árbol ahí?
–Ustedes no son mis esclavos. Son libres de marcharse, si así lo desean.

Eva estaba sumergida en un profundo sueño, después de haber derramado litros de lágrimas, cuando Dios se acercó en silencio y le arrancó un pelo. Si lo que quería era a Adán de vuelta, le daría el gusto. No la comprendía, pero era tarde para cambiarla.
Hizo una réplica idéntica de Adán, pero, para librarse de la esencia corrompida que tenía, le agregó el cabello de Eva. “Ahora ambos tendrán mi esencia… Así nada saldrá mal”. La figura cobró vida y, hasta Él se sorprendió, era idéntico a Adán. Le dio una breve explicación de quién era y dónde estaba, Tú eres Adán, has vuelto de un largo viaje, amas con todo tu corazón a Eva y jamás la abandonarías. Luego le ordenó que fuera a acostarse a su lado, para que, al despertar, ella lo viera.
Por la mañana, mientras yacía en su magnífico trono con su ejército de ángeles arrullándolo con una dulce melodía, Dios escuchó las risas entusiastas de Eva, gritando por todo el Valle que Adán había vuelto. Pronto la vio acercándose, todavía con lágrimas en los ojos, pero esta vez por la inmensa felicidad que la invadía. Gracias, gracias, gracias, le decía a Dios, Gracias por haberlo dejado volver…
–No me agradezcas. Lo hice por ti…

(...)

El agua se agitó a su alrededor, como si un inmenso volcán hubiese hecho erupción. Eva y Adán, asustados, miraron la tierra y los árboles temblando con violencia, y se preguntaron que estaría pasando. Se encontraban en un estanque del lado sur del Jardín, cerca de la reja que era la Entrada al Edén, retozando como niños en alberca. Ambos salieron del agua y avanzaron poco a poco hacia la Entrada, cuando de repente Eva escuchó algo que le erizó la piel.
–¡EVAAAAAA…!
Esa voz la conocía. Era la misma voz que le había hablado durante toda su vida, sólo que esta vez con un tono de desesperación muy marcado. Eva se adelantó a Adán, confundida, y corrió hasta la puerta.
Al otro lado de la reja de oro macizo, Adán, de rodillas en el suelo, ensangrentado, sucio, llorando, gritaba el nombre de su amada. “¡EVAAAAAA…!”, inclinado el cuerpo hacia atrás, vestido con una túnica marrón rasgada y manchada con sangre y lodo, parecía un loco pidiendo que, por favor, lo sacaran del manicomio o lo mataran de una vez. Por el lado de adentro, Dios extendía su brazo, rígido, y apuntaba con la palma abierta hacia Adán, como deteniéndole el paso.
–¡Ya te he dicho que no puedes volver! ¡Largo de aquí!
–¡EVAAAAAA…!
Eva llegó a la reja y trató de atravesar los barrotes, pero apenas les puso una mano encima y sintió que le quemaban la piel, por lo que dio un salto hacia atrás. Su expresión era de consternación absoluta, ¿qué estaba pasando? ¿Quién era él? ¿Cuál de los dos Adanes era el verdadero…? Pronto lo comprendió todo, miró a Dios, como si lo desafiara, y le gritó, ¡Déjalo entrar! Mas Dios, furioso, no le hizo caso, ni volteó a mirarla siquiera, seguía en la misma posición, torturando con aquella mano abierta las entrañas de Adán, quien ahora se retorcía en el suelo por el dolor que le abrasaba el vientre, Eva miró las palmas de las manos quemadas, como si se hubiese sostenido a la reja ardiente por mucho tiempo, y se llenó de ira. ¡DÉJALO ENTRAR! Pero Dios, una vez más, hizo oídos sordos. Sin pensarlo, Eva se abalanzó corriendo hacia su Creador y trató de derribar su gigantesca figura, pero no hizo más que atravesarlo, como si se hubiese lanzado contra la niebla.
Desesperada, miró la mano abierta de Dios, apuntando a Adán, luego a Adán retorciéndose en el suelo al otro lado de la reja, y percibió un fino haz de luz que viajaba entre ambos objetivos. Se incorporó y se dirigió hacia aquel hilillo de luz, y por un segundo creyó que moriría, su cuerpo comenzó a convulsionarse, sintió que vomitaba los intestinos, los párpados derritiéndole los ojos, los huesos deshaciéndose dentro de ella, las uñas creciendo en dirección contraria y clavándose en la piel… Al percatarse de lo que Eva había hecho, Dios detuvo el ataque al instante y, mirando con furia Adán, culpándolo a él, le gritó, Regresa con aquel que te fuiste, y sustituyó la reja de oro del Edén por una pared como la que rodeaba todo el Jardín, quedando la única entrada sellada para siempre.

4.
La vida en el Edén nunca más fue lo que era antes. El Adán sustituto se dio cuenta al fin de su verdadera naturaleza y se sintió perdido. Eva, en cambio, se sintió traicionada por Dios, engañada, y más abandonada que nunca. Ambos se escondían uno del otro por el Jardín, y de Dios. La tensión flotaba densa entre los árboles, y Dios intuía cómo terminaría todo aquello. “Jamás debí darles vida a esas figurillas”, pensaba.
Sin embargo, ambos Adanes seguían amando con locura a la pobre Eva. Aunque se escondía de ella y trataba de no ser visto, Adán, el sustituto, la vigilaba oculto entre los matorrales, deseando todavía aquellos muslos bien torneados, aquellos labios carnosos, aquella piel suave y cálida, atento a todos sus movimientos, a todas las lágrimas que derramaba, intentando escuchar su dulce voz en vano. El otro, el de afuera, vagaba por los límites del Edén, buscando en la pared el más mínimo agujero por el cual trepar, imaginando que al otro lado estaba Eva, esperándolo, anhelando su regreso.
El hombre de la túnica lo observaba desde lo alto del muro, hambriento, sediento, a punto de morir y arruinarlo todo. Aquella obstinación suya podía echarle abajo los planes. Así que decidió ayudarlo, sólo por esta vez.

Las estrellas invadían el firmamento como una colmena de insectos inmóviles y brillantes, mientras Eva intentaba dejar de llorar y quedarse dormida. No entendía cómo Dios podía condenarla a una vida de tristeza y sufrimiento, engañándola así y abandonando a Adán en el peligroso Mundo Vulgar. Entre los arbustos escuchó ruidos, pero no le sorprendió. Ya había visto en otras ocasiones al Adán falso, espiándola, y aunque en ocasiones había tratado de ahuyentarlo, siempre volvía. Pero esta vez los ruidos fueron acercándose más, y más, hasta que de las sombras, salió Adán. El que llevaba la túnica sucia.
Estaba flaco, sucio, herido. La expresión de sus ojos era distinta a la del que la había amado tantas veces en los gloriosos tiempos del Edén. Pero era él, y había vuelto. Una sonrisa sin precedentes se dibujó en el rostro, aún hermoso, aún joven, aunque ya un tanto demacrado por tantas lágrimas derramadas, de Eva, quien lo abrazó sujetándolo fuerte para que no volviera a dejarla, y lo besó con la pasión necesaria para que nunca la olvidara. Vamos, tenemos que salir de aquí, le dijo Adán, tomándola de la mano y comenzando a caminar, pero Eva, desconcertada, no dio un solo paso, De qué estás hablando, preguntó. Por un momento, un feliz y dichoso momento, Eva había creído que Dios había perdonado a Adán y le había permitido regresar al Edén. Pero la expresión en el rostro de su amado le decían algo muy diferente. Iban a escapar. Al comprenderlo todo, miró los ojos de Adán, y, decidida, lo siguió hacia el lado norte del muro, donde el manzano se erguía.

Se detuvieron al pie del árbol, Adán miró el rostro asustado de Eva, y le preguntó, Estás segura de que quieres hacerlo, Eva tragó saliva, y asintió despacio. Se disponían a subir cuando Eva sintió que alguien tomaba su otra mano. Era el Adán sustituto, quien respiraba agitado y parecía dispuesto a hacer lo que tuviese que hacer para detenerla. Adán sintió la resistencia de Eva, y al girarse y verse a sí mismo tal y como era antes, cuando vivía ahí y era feliz, recibió un fuerte impacto que lo desequilibró.
Ambos Adanes se miraron, uno con odio, otro con sorpresa, pero las intenciones de ambos eran más que claras. El sustituto se lanzó contra el original y le clavó ambas manos en el cuello, derribándolo al suelo y echándosele encima. La víctima trataba en vano de zafarse, pues lo había tomado desprevenido y había quedado en una posición incómoda. Eva observaba el forcejeo entre ambos y no sabía qué hacer. Ambos eran la misma imagen, aunque podía diferenciarlos porque uno llevaba una túnica hecha jirones y el otro iba desnudo, apoyar a uno era, al mismo tiempo, traicionarlo.
Adán al fin logró quitarse de encima a su agresor y le dio un duro puñetazo en la nariz. El otro retrocedió unos pasos, pero sin darle un segundo de descanso, volvió al ataque también con golpes que Adán trataba de cubrirse con los brazos. Intentó levantarse, y el sustituto lo agarró de una pierna y lo derribo, esta vez cayendo con el pecho en el suelo y golpeándose la frente con una roca. Se giró para mirar a su agresor, mareado por el golpe, y buscó entre su túnica con desesperación un objeto que, sin duda, le daría una marcada ventaja: una daga.
El otro Adán, nervioso ante el resplandor de aquella cosa que jamás había visto, le dio una patada en el brazo y la alejó de ellos. No encontró mucha resistencia cuando, con una calma arrogante, se sentaba sobre el abdomen de su oponente, abría y cerraba los dedos, y los colocaba una vez más en la garganta del que quería arrebatarle a su único amor. Amas con todo tu corazón a Eva y jamás la abandonarías, había escuchado aquellas palabras en su nacimiento y eran su único motivo de existencia. Apretó el cuello de su rival sintiendo ya un olor nuevo para él, un olor que le provocaba una extraña euforia. El olor de la muerte.
Apenas se debatía Adán cuando el aspirante a asesino sintió un terrible dolor en la espalda, algo frío atravesando su piel y luego algo caliente. De repente ya no podía respirar, ni apretar la garganta del intruso, ni parpadear, ni moverse. Una y otra vez sintió aquel calor insoportable en la espalda, acompañado por el llanto suave y discreto de Eva, quien empuñaba la daga sin saber muy bien lo que hacía, consciente de que, si la había enterrado una vez y había detenido al Adán sustituto, enterrarla más veces implicaría que desistiera.
El otro Adán se dejó caer encima del original, casi muerto, desangrándose por la espalda y con la daga todavía enterrada en un pulmón. Eva ayudó a Adán a levantarse y, aterrorizados por lo que acababa de pasar, no perdieron un segundo más y salieron del Edén a toda prisa.

Desde lo alto del muro, el hombre sonreía complacido. Miraba del lado de fuera del Edén a la pareja divina, huyendo de su Creador, internándose en el desierto para estar juntos por siempre, mientras que del otro lado, la creación más perfecta y noble de Dios se iba acercando a la muerte a un paso vertiginoso. Pero que su plan hubiera funcionado no era lo que más le alegraba, sino lo furioso que iba a ponerse Dios cuando encontrara el cadáver y descubriera de quién era la daga que estaba clavada en su espalda.

(FIN)

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[Primera parte]

8/2/06

Eva y Adán(es) (Primera Parte) (Corregido)

Eva y Adán(es)

Bue'h... Esta es la versión definitiva. Espero no haber sido demasiado pretencioso.

1.
“En el principio de los tiempos, Dios hizo el cielo, la tierra y todas las cosas. Pero en el Séptimo Día, aún tenía serias dudas sobre las figurillas de barro que descansaban, inertes, sobre la mesa de diseño. Miró el mundo que había creado, miró los hombres que había puesto en él y vio que eran imperfectos, que eran indignos de su gracia, pues le habían abandonado todos, se habían escapado del Jardín que les había construido y ahora se esparcían, como vulgares simios, por el mundo. Pero aquellos dos modelos de barro que había sobre la mesa eran perfectos. No tenían un solo defecto. Y viendo Dios que el Edén no lo podían disfrutar los ángeles por su naturaleza incorpórea, y sintiéndose herido y traicionado por la misma raza que había hecho a su imagen y semejanza, pero aún con una duda angustiosa clavada en el pecho, echó Su aliento divino sobre aquellas dos figuras, y éstas cobraron vida”.

2.
Eva y Adán, echados debajo a la sombra de un árbol alto que se levantaba justo en el centro del Valle, sobre una pequeña colina, abrazaban el cuerpo desnudo del otro, y acariciaban con suavidad las pieles tersas. Adán no recordaba el momento exacto en que aquello había comenzado, pero todos los días agradecía en secreto a Dios por permitirles disfrutar así de sus cuerpos. El goce del cuerpo conduce sin duda al goce del alma, y el Amor entre un hombre y una mujer es, sin duda, el camino directo hacía tu Señor, le dijo cuando, un día, asustado, había huido de la vista de Eva cuando descubrió su pene erecto y la piel ardiéndole. No te asustes, Adán. Ya has madurado, y es tiempo de que conozcas cómo es que Eva te complementa.
Había pasado mucho tiempo desde entonces. Eva y Adán habían cambiado. Eran mucho más altos, Adán lucía una elegante barba y un fino bigote, Eva tenía los pechos hinchados, las caderas anchas y la cintura delgada. Eva levantó un poco la cara y besó a Adán en los labios. Adán la tomó entre sus fuertes brazos y, una vez más, se dispusieron a reiniciar las arduas labores del Amor. Pero fueron interrumpidos.
Una manzana cayó al costado de los jóvenes amantes cuando se incorporaban para adoptar una posición más cómoda. Eva la miró, y le pareció extraño, ya que el árbol bajo el que descansaban no daba frutos. Entonces puso más atención y descubrió que la manzana estaba mordida. Siguió con los ojos el trayecto que supuso había seguido para llegar a donde estaba, y descubrió con horror que de pie a unos cuantos metros de donde Adán la estaba besando con cada vez más ímpetu, un hombre los observaba. Un hombre con túnica.
Eva se levantó sobresaltada y Adán, que no se daba cuenta de nada porque estaba de espaldas, volteó y descubrió al hombre. Era un hombre corpulento, moreno, de barba larga y bigote poblado, con expresión dura y agresiva, daba la apariencia de estar sucio, pero lo más extraño era que iba vestido con una túnica oscura. Al único que habían visto con ropa era a Dios, y ya de por sí les parecía extraño. Adán recordó que, una vez, Dios le contó que los hombres del Mundo Vulgar iban vestidos, como si se avergonzaran de sus cuerpos, con túnicas largas que los cubrían hasta los tobillos… Túnicas como la que aquel hombre llevaba puesta.
–¿Quién eres?
El hombre ladeó un poco la cabeza hacia la derecha, y con expresión maliciosa le rebotó la pregunta:
–¿De verdad no me recuerdas, Adán?
Sin saber por qué aquel hombre le hacía una pregunta como esa, Adán de repente sintió que, en efecto, su rostro le parecía familiar. Cosa extraña, pues nunca había salido del Edén, y el único contacto que tenía era con Eva y con Dios.
El hombre, con suma lentitud, dio media vuelta y se alejó colina abajo, hacia la espesura de la selva que se extendía en dirección al norte. Eva, temblorosa, se acurrucaba en los brazos de Adán, incapaz de formularse una sola pregunta acerca de lo que acaba de pasar. Adán, en cambio, tenía la mente rebosante de cuestionamientos hacia aquel hombre: Quién era, de dónde venía, por qué habría que recordarlo él, hacia dónde va, y la más importante, cómo carajos había entrado al Edén, si, según lo que Dios les había dicho, todo aquel que sale no puede volver a entrar jamás.
Cuando el hombre estaba a punto de adentrarse entre los matorrales, Adán soltó a Eva y empezó a correr para alcanzarlo, dejándola sola en la cima de la colina, y no pudo evitar soltar unas lágrimas mientras le gritaba que a dónde iba, que volviera, que qué iba a hacer. El hombre con túnica ya se había adentrado en la selva cuando Adán apenas llegaba al borde, aún así, sin dudarlo un instante, se introdujo, y se abrió paso sin saber bien hacia dónde iba, sin un rastro qué seguir. Luego de un rato en el que anduvo corriendo creyendo que estaba dando vueltas en círculo, llegó a la zona despejada que precedía al Muro. Adán sabía muy bien lo que había detrás de ese muro: el Mundo Vulgar, hacia el que los hombres habían escapado.
Avanzó unos cuantos pasos y encontró, en medio de un ancho claro, un manzano que crecía alto y cuyas ramas se inclinaban hacia fuera del Edén. Sentado en una de las ramas, el hombre de túnica oscura espantaba a una serpiente mientras mordía gustoso una fruta del árbol. Adán lo miró intrigado, acercándose a él con sigilo.
–¿Quién eres?
Su interlocutor hizo caso omiso a la pregunta, y, una vez más, la rebotó.
–¿Has estado en el Mundo Exterior?
–No… Está prohibido.
–¿Por qué?
–…No lo sé… Dios dice que…
Apenas escuchó aquella frase, la interrumpió de inmediato.
–¿Te gustaría ir?
Le cayó como un balde de agua fría. Adán se había preguntado la vida entera por qué Dios no les permitía ir al Mundo Exterior. Por qué, si estaba lleno de hombres malos, no los eliminaba y extendía el Edén hacia aquellos dominios. Con seguridad su poder alcanzaría para eso. Estaba seguro de que, allá, detrás del Muro, Dios les ocultaba algo.
–Si se enteran que salí…
–Nadie va a enterarse. Sólo vas a echar un vistazo…
–Pero si salgo del Edén, no podré volver a entrar…
–Patrañas. Mírame a mí: Aquí estoy.
Adán sintió una punzada de emoción al escuchar la última frase del hombre con túnica. Tenía razón. Él había escapado del Edén, y ahora regresaba, con toda la intención de mostrar a los cautivos el secreto que se escondía allá afuera. Sólo echaría un vistazo…
–Está bien. Ayúdame a subir.

Justo cuando le tocaba el turno de saltar a Adán, Eva llegó al pie del manzano. El hombre de la túnica lo esperaba ya del otro lado, mordiendo todavía la manzana mientras lo animaba a saltar. Adán se quedó estupefacto al ver la extensión del desierto que se extendía al otro lado del muro, un desierto seco, desolado y oscuro, con la tierra áspera y nubarrones grises arremolinándose encima. Sintió miedo. Al ver a Eva, quien no decía nada, y se limitaba a mirarlo con los ojos llenos de lágrimas, pensó que tal vez no debía salir del Edén. No podía abandonarla. La amaba demasiado.
–No vamos a tardar… Te lo aseguro. Sólo quiero que conozcas un poco.
Adán asintió, volvió a mirar a Eva, y apretándose el corazón, le dijo No me tardo, y saltó. Eva dejó fluir el llanto con libertad.

Nadando en un vasto océano, Dios escuchó los sollozos de su hija consentida, percibió su tristeza, e intuyó lo que había pasado. De inmediato salió de ahí y regresó al Edén.

(CONTINÚA)

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[Segunda parte]

1/2/06

Sobre la mota

Sobre la mota

Sé que si logro liberar una mano, una sola, podré desatarme por completo y salir de esta maldita oscuridad que me está volviendo loco. Pero estoy sudando, demasiado, a mis ojos resbalan las gotas saladas que no puedo limpiarme porque no tengo los brazos libres para hacerlo, y arde hasta la madre. Por momentos siento que me asfixio, me retuerzo en la cama esperando vencer la tensión de la madera y recuperar mi libertad después de hacerla pedazos. Mi voluntad ahora me importa una mierda, he sido vencido, no puedo, lo único que me resta por hacer es desatar mi mano derecha, pues al ser yo diestro es ahí donde reside mi habilidad, y luego servirme de ella para soltar la izquierda, luego los pies, ambos, y será todo.

Pero mierda, jamás imaginé que a Jacinta le salieran tan bien los nudos. De haberlo sabido, mejor le habría dicho a Elvira, o a Inés, o a Marcelo. Marcelo es un poco idiota, ese me habría escuchado gritar hacer una hora que ya, por favor, que ya había tenido suficiente, que no iba a lograrlo, que me iba a morir por su culpa, y de inmediato habría corrido hacia acá a desatarme con la pipa en una mano y la mariguana en la otra, me habría dicho No te preocupes, compa, sé que es difícil, lo hiciste muy bien, va a ser cuestión de tiempo, ya verás, conseguirás dejarla, y luego nos habríamos puesto bien grifotes y asunto resuelto. Pero Jacinta... Pinche Jacinta, es muy lista, sabe que la mota no causa dependencia física, por lo que no puedo morirme de abstinencia, por eso no resultaron mis gritos implorando piedad, nada más un churro, es más, sólo un tanque y ya. A parte ella no se mete nada, ni toma la desgraciada... ¿Para qué le pedí a ella que me cuidara, carajo, para qué...?

Ya está. De súbito siento que la muñeca se ha liberado del nudo que la aprisionaba y mis ojos se abren de vuelta a la vida. Ahora sólo es cuestión de minutos para salir de este agujero y volar... Puta, de solo pensarlo... Antes de continuar con mi labor, alcanzo un cigarro de la mesita de noche, busco el encendedor y lo prendo... Ayudará a que no me muera de ansias mientras termino de desatarme. La mano izquierda resulta un tanto más difícil, pero luego de un rato lo logro. Ya puedo sentarme... Estoy cada vez más cerca. Ilumino con el tenue fuego el reloj y miro la hora. Han pasado cinco horas... Imposible, ¿nada más? Debe estar mal. Me parece que llevo aquí unas doce, al menos. En fin, otro cigarro mientras libero los pies... No es cuestión de fuerza, uno tiene que respirar, tranquilizarse, por más que este nudo culero tarde en ceder, no debo perder la calma... Si me desespero nada saldrá bien. Hay que analizar la forma, hacia dónde va la cuerda... Puta, qué disparate. Ah, pero el nene cree que puede dejar la mota sin ayuda... He perdido la cuenta de las veces que he dicho Ya no voy a fumar. He olvidado si existía la tranquilidad, la calma, el sosiego, antes de la mota. No recuerdo ya los verdaderos colores del mundo, ni en qué me entretenía antes de descubrir la canabis, ni cómo creía que era la felicidad -porque intuyo que tal vez fui feliz, aunque fuese un instante-, ni qué era no necesitar de un churro para pasarla bien. Ya no reconozco al tipo ese del espejo. Y la incertidumbre que trataba de espantar quemando weed ha adquirido nueva fuerza, y el futuro se ha extinguido, y el presente es un cristal de ilusiones que jamás se concretan, y el pasado está vacío...

Ya he desatado mis pies, pero no me muevo de aquí. Ni he prendido la luz. Puedo limpiarme el sudor de la cara y encender un cigarro más, mientras me pregunto si estoy haciendo lo correcto, si de verdad estoy aprovechando mis días y mis noches... Lo primero que me respondo, Si estuvieras haciendo lo correcto no tendrías dudas. Pero mierda, la vida es corta, sólo se es joven una vez, si esta vez tampoco pude la próxima seguro podré, no hay mejor forma para gozar de la vida que hacer lo que a uno se le antoja hacer, al fin y al cabo, ya mañana será lo que será, ni siquiera sé si estaré vivo, no tiene caso preocuparse, sólo tenemos el presente...

A quién engaño. Sólo a mí mismo.

Me levanto, prendo un último cigarro, salgo del cuarto. Tras la puerta está Jacinta, se sorprende al verme, creería que me había quedado dormido, se me pone enfrente, la empujo. Ahí, en ese cajón, está la pipa y la bolsa con mariguana, y me voy sobre ellas. Jacinta, se ha caído al suelo la pobre, me observa decepcionada.

-Te prometo que la próxima vez sí la dejo. Te lo prometo.

(FIN)