Sentado, cerca de la puerta 6, muriendo de frío a pesar de mi gorro, suéter y chamarra, pensaba en los ruidos que hacía mi estómago, y en lo que haría más tarde, esa misma noche, pero a dos mil 800 kilómetros de distancia. Pasaríamos por E, mucho gusto verte de nuevo, bajaríamos al centro desde las 6 de la tarde, dejaríamos el coche en el estacionamiento de al lado, y entraríamos por fin, al Za***, como había estado esperando gran parte del año. La novedad era un enorme tubo de ventilación que ponía el ambiente más helado que antes, en los tiempos de gloria, pero son nimiedades. Lo que en verdad me molestó fue el grupo de jovencitos pseudo-hardcore que ponían música horrible en la rockola, pero bueno, qué se le va a hacer, acá existe la democracia y quien pueda pagar, elige la música. Un empleado de la aerolínea se acercó y nos preguntó, a mí y al resto de personas que esperábamos sentadas, que si viajaríamos con ellos, porque ya podíamos pasar a documentar. Eran las 2 de la mañana. Llegó la hora, pensé.
Viernes
Bueno, vámonos o qué, dijo el primo de M, minutos después de que el compa de nuestro nuevo amigo, Carlos Alberto, dejó su lugar para él. Aún no tenía muchas ganas de irme, pero nuestro guía insistía, nos llevaría de tour por la Sexta, y el entusiasmo, por alguna razón, se apoderó de mí. Salimos del Za*** al frío del exterior, y caminamos hacia la Revo. El primo de M hacía señales curiosas, del tipo bochornosas, con las manos, para indicarnos el camino a seguir y animarnos a que, a pesar de la mano roja encendida, podíamos cruzar la calle. Carlos Alberto iba tirando los billetes por la banqueta, como si nos sobraran, pero no se daba cuenta el pobre. Después de caminar varias cuadras llegamos a la primera parada, el Mo*******. No cabía un alma. Con dificultad llegamos hasta la parte de atrás, donde dos o tres djs hacían sus mezclas entre luces verdes, humo y la película de Sin City proyectándose en la pared. Todo indicaba, a estas alturas, que podría ser una buena noche.
Sábado
Miraba fijamente el cuadro brillante de la tv, esperando algo, y pensando en que el pinche Güero me había estafado. A lo largo de la noche había tenido sensaciones extrañas, sí, pero nada de lo que esperaba. En ocasiones el marco del mueble sobre el que estaba la tele parecía brillar demasiado, más que la misma pantalla, pero nada más. Sientes algo, le pregunté a A, No, y tú, No. Estúpido Güero, pensaba. Ya sólo quedábamos nosotros dos despiertos, más de cuatro horas después, manteniendo todavía la esperanza de que en cualquier momento empezaría lo bueno... Pero no. Nos hubiéramos quedado en el Za***, pensé. Tal vez la dosis no fue suficiente, volví a pensar. Y después caí dormido.
Domingo
Cuando al fin Roberto se cansó de hablar de fantasmas, sueños y soldados del señor, pude observar a mi alrededor con calma, pensando que yo no veía malas vibras ni energías negativas en estas personas. Todas, o la mayoría, estábamos ahí para pasar una buena noche, con, esta vez sí, buena música, alcohol y demás estupefacientes, a elección de cada quién. La manzana estaba vacía, pero todavía teníamos la bala llena. El sujeto que nos la había pedido hace rato, de nariz respingada y ojos claros, más de cincuenta años, se dejaba seducir por un cholo, en la mesa de al lado, quien después de susurrarle algo al oído, fue a conseguirle un toque. Cuántas historias se cruzan acá abajo, pensé. Por eso me gusta este lugar.
Lunes
Miraba fijamente el techo del cuarto del hotel, las sombras que proyectaban su acabado irregular, rasposo, con pintura blanca, parecían bailar por momentos, pero nada significativo. Lo más raro fue el momento en que los personajes de la telenovela empezaron a moverse en algo parecido al fast-motion, aunque tal vez hubiera sido mi imaginación. No quería fumar, no quería perderme de nada, prefería esperar, a esa hora todavía tenía esperanzas. Esta vez sí pasará algo, me repetía mientras veía el reloj acercándose a la hora límite. Pero nada pasó, otra vez. Entonces no fue cosa del Güero, pensé, retirándole toda culpa y sintiéndome aliviado por no tener que reclamarle nada a mi regreso, sólo lo mencionaré como anécdota curiosa, Te acuerdas eso que me conseguiste, pues no sirvió. Tal vez es algo de mí. Como sea. Me cobijé bien, me di la vuelta y me quedé dormido.
Martes
Ahora sí me empezaba a sentir agripado. Faltaban quince minutos para las doce, y no podía evitar sentir un poco de nostalgia. Será igual que el año pasado, pensé, pero esta vez, con menos gente en casa de M, no hubo tantos abrazos ni tantas demostraciones de cariño de las cuales yo, por ser un extraño aquí, era obviamente excluido. Pensé en F, lo extrañé y quise abrazarlo. Pero me había propuesto disfrutar, nada más disfrutar, no pensar, no extrañar, no estar triste, no todavía. Me paré del sillón y me serví otro tequila, el último de la botella. Lo siento, papá de M.
Miércoles
La música no estaba mal, la cerveza barata y la compañía no podía ser mejor. Me dio gusto ver a C, y por un momento olvidé que hubiéramos podido estar en el Za*** si no hubieran cerrado hoy. Me fallaste por vez primera, le dije al bar en mi mente. Me dirigí al baño, con la bala y el encendedor en la mano. La verdad ya estaba cansado de salir a la calle a fumar, y decidí arriesgarme. ¿Qué podría pasar? Antes de entrar, miré que no viniera nadie detrás de mí. Las otras cuatro o cinco personas no se veían con intenciones de venir al baño así que fumé, cerca de la ventana, rápido y con algo de miedo. Volví a la mesa pensando que, a grandes rasgos, había sido una buena semana. Pudo haber sido mejor, pero eso no le quitaba los momentos chidos. Quedaba la incógnita de si habrá una tercera vez, pero esas son preocupaciones de las que me encargaré a su debido momento.
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