11/3/08

Virginio Urbina y el junkie del callejón



Salí del ciber al que solía ir por las noches, para no variar, deprimido y ofuscado por la soledad. Ante las expectativas de llegar a "casa" y no tener a nadie que me recibiera para preguntarme Cómo te fue o Qué hiciste, aminoré el paso y caminé mientras fumaba un cigarrillo. En la primera esquina, dos tipos me alcanzaron y me pidieron lumbre. Yo saqué el encendedor de mi mochila y se los di, sin dejar de caminar. Es extraño, que siempre he sido en exceso confiado con los desconocidos, y nunca me ha pasado nada malo. Coincidencias, o será el sereno. Ellos pudieron haberme asaltado (aunque se hubiesen llevado unos pocos centavos, pero la madriza quién me la iba a quitar), o al menos pedirme dinero, y a cambio de eso, uno de ellos, el más alto, me preguntó, ¿Fumas weed? Contesté que sí.

Eran un par de cholos típicos de la frontera, rapados, con sudaderas enormes, blancas con letras rojas, y pantalones amplios arrastrándoles sobre los tennis hinchados por el relleno de calcetines. Caminaban dando saltos, sin preocuparse por los coches que pasaban por la calle, sin voltear hacia atrás, a ver si no venía nadie. Por la acera de enfrente pasaron dos o tres personas, sin reparar en nosotros. El más alto me devolvió el encendedor y me pasó el toque. No lo pensé dos veces, y le di tres fumadas prolongadas y profundas. Sostuve el humo en los pulmones mientras cruzábamos la calle y después lo solté. Tosí un poco, estaba bastante buena. Fue curioso cómo me lo había pasado a mí antes de fumar él mismo. Cuando lo hizo, comenzó a toser con gran escándalo, inundando la calle. El otro, más bajo de estatura, se impacientó y le decía, Güey, cállate, mientras miraba hacia atrás. Supongo que se acordó que estábamos fumando a mitad de la calle, a las diez de la noche.

Me lo pasaron otras dos veces antes de llegar a casa. Íbamos platicando, no recuerdo sobre qué. Me dijo que si un día se me ofrecía algo, lo buscara. Siempre ando por aquí, me dijo, o pregunta por el Icker. Llegamos frente a la puerta mi casa y nos despedimos. Le di una última fumada y luego media vuelta. De pronto me acordé, Cómo te llamas, le grité. Walter, me dijo, y se fueron.

[...]

Era una noche como otras tantas en el callejón. Habíamos estado tranquilos, fumando de mi mota, supongo, y burlándonos del Cepillín o de otro de los borrachos que solían unírsenos, cuando llegó Walter (Cartón, le decían), y me saludó con efusividad. Estuvo un rato ahí, de pie, sin hablarle a nadie, tronándose los dedos y tallándose el rostro. Luego se puso de pie y empezó a caminar hacia el fondo del callejón, en dirección a mi casa. Me hizo señas de que lo siguiera. Nadie notó que nos fuimos.

Son buena onda, me dijo, pero ahorita no ando de humor, quiero unas pastas. Me confesó que le sorprendía que me trataran así, porque casi nunca le conseguían a la gente sin antes bajarle algo, y el Rulo, hasta ahorita, no te ha bajado, eso es lo que dan, pero cuídate. Mejor dime a mí, me decía, que él conseguía pero puros de a cien. Le dije, Pues es lo que casi siempre compro, Ah, pues ahí'stá, dijo, y de pronto se detuvo para enseñarme una plantita de mariguana que crecía en la grieta de una pared. Esos güeyes la plantaron, me dijo, riéndose, Se pasan de vergas.

Hablamos sobre las ventajas y desventajas de vivir solo. De las pastas. Le dije que nunca había probado. Pues ya es hora, me dijo, Compramos dos y te tomas la mitad, si no te gusta, yo me chingo la otra mitad, cuál es el pedo. Mi corazón se aceleró. Nunca había probado nada excepto mota. Una vez me habían ofrecido coca pero no quise. Y ahora, estaba frente a la posibilidad de probar pastas. Me emocioné, aunque sentí algo de miedo.

Llegamos a la casa donde vivía el fulano que vendía. Era la misma casa a la que ya habíamos ido antes, a tratar de comprar mota, y no había habido. Walter tocó el cancel con una llave. La luz de la ventana estaba prendida, pero nadie salió. Esperamos un rato. Nadie salió. Puta, no está, dijo, y empezó a caminar. Vamos al parque, ¿no?, me dijo, y yo accedí. Traes weed, me preguntó, y yo le dije que sí, que acababa de comprar. Uy, pues con eso la hacemos, expresó, triunfante, mientras nos dirigíamos con Pichardo, el de los hot dogs, a fumar en una pipa y a hacer desmadre toda la noche...

Y esa fue la última vez que lo vi, antes de irme de Tijuana.

[FIN]

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