7/12/07

Si entendiera de estas cosas



No se despierta por el escándalo del coche estacionándose, o por el ruido de las llaves, menos por las patadas que le propina a la puerta cuando ésta, impenetrable, se niega a abrirse si no atina antes a la llave; es más la sensación, si entendiera de estas cosas el pobre, podría decirnos, Es que el ambiente se llena de tensión, se vuelve horrible y lo único que queda por hacer es fingir estar dormido. Qué puta madre, balbucea su padre, y entonces escucha un sonido como de latas, luego una bragueta y por fin, un chorro de algún líquido que ansiaba salir de su recipiente, un chorro grueso y violento, intenso y apestoso. Hugo se voltea para darle la espalda a la puerta de entrada. Esta vez no quiere ver nada, siempre hace un esfuerzo tremendo por mantener los ojos cerrados, por creerse su propia mentira e imaginar que aquello es una horrible pesadilla, que por la mañana despertará y podrá ver a su padre dormido, tranquilo, casi desnudo en la brillante cama, envuelto en la sábana que su pobre madre mantiene tan blanca, como si de su blancura dependiera su estabilidad.

Su padre ha dado -¡al fin!- con la llave correcta. El chirrido de los goznes llega hasta los infantiles oídos de Hugo, de tan sólo escucharlo se aterra, se cubre la cabeza, quizá hoy también pase desapercibido, siempre le ha dado miedo enfurecer a su padre con su sola presencia, si entendiera de estas cosas nos diría, Creerá que soy un insolente, que no tengo respeto por su autoridad, que es una osadía de mi parte mirarlo a los ojos y no mostrarle pánico. Pero lo más probable es que su padre, así de borracho, ni siquiera recuerde que tiene un hijo. Es tan reciente. No puede aceptarlo todavía. No puede creer que su mujer lo haya obligado a hacer esto, a pesar de que le dijo, Abórtalo, no lo quiero, y la mujer se atrevió a retarlo, Pues yo sí, no cree que sea culpa suya no poder acostumbrarse a ser padre, ni mencionar el posible intento de ser uno bueno, uno ejemplar, que no llegue borracho a las cuatro de la mañana. Además, la diminuta cama de Hugo, oculta en una esquina, ni siquiera se hace notar, y el bulto que forma su cuerpo puede pasar a sus ojos, desenfocados y en constante movimiento, como un mueble más.

Avanza por la sala dando traspiés y mentando madres. Ojalá su madre pudiese hacer algo por él para evitarle tan arduos momentos de tensión al pobrecillo Hugo, pero ella no ve sino la misma salida que su hijito: hacerse la dormida. Quizá hoy venga demasiado borracho como para querer dar pleito. Quizá venga arrepentido, quizá se haya gastado demasiado dinero, quizá le haya dado una paliza un policía, quizá una prostituta le haya pegado el herpes. Si Hugo entendiera de estas cosas, podría decirle a su madre, No te engañes ni seas ingenua, mi papá es un hombre con suficientes influencias como para pasarse al arrepentimiento, al dinero, a la policía y al herpes por el arco del triunfo, ¿no ves que nada de eso le importa un carajo? Es que es un muchachito muy inteligente, muy noble, muy entendido. Nada más decirle, Vete Huguito por las tortillas, y Huguito deja lo que esté haciendo y corre a la tortillería, así es en todo.

Como que quiere hablar, pero el sabor del vómito le cierra la garganta. Llega al fin hasta la puerta de la recámara, después de meterse dos veces al baño y decidir que mejor no, que prefiere echarse en la cama. Pero no puede entrar. Su madre ha cerrado la puerta por dentro, quién sabe si en un ataque de inconciencia decidió dejar encerrado a su bebé con el monstruo y su furia, no lo ha de haber pensado así, sólo se dijo, Que no entre aquí, que no entre conmigo, no lo aguanto. Y no pensó. Su padre, al razonar el por qué de la puerta cerrada, comienza a aporrearla, a gritarle, Abre pinche vieja puta o te parto el hocico; la puerta se estremece, si pudiera elegir una sola palabra en el mundo de entre todas las que existen para decirla sólo en este momento, seguro elegiría "basta". Pero las puertas no hablan, y los borrachos no entienden. Y Hugo, ay el pobre, espantado por los gritos y los golpes, por la furia encendida y en aumento de su padre, al que puede ver si entreabre los párpados, a pesar del esfuerzo que había hecho, no puede reprimir las lágrimas y los sollozos, y en un momento de silencio, su padre agudiza el oído, y lo escucha, y su madre, del otro lado de la puerta, también lo escucha, y comete una locura: abre la puerta.

La intención era desviar la atención. Y lo logró. Apenas vio su padre a su madre, la tomó de los cabellos y la echó al suelo. A ver si ahora muy valentona, pinche pendeja, le gritaba, mientras la obligaba a levantarse para seguir tirándola al suelo. Decía que jamás había golpeado a su mujer, y su mujer no sabía si aquello era mejor o peor. Se limitaba a aventarla, a escupirla, a insultarla, a apretarle el pescuezo hasta ponerla morada; ah, pero nunca la había golpeado con el puño cerrado. Su compadre le preguntó una vez, ¿Y a poco ni una cachetadita? Y él le contestó, Bueno, sí le doy sus cachetadas, pero nunca con el puño. Entonces le pegas como los maricones, ay mana, y las risotadas; y al siguiente segundo el compadre estaba en el suelo, retorciéndose por las patadas que el padre de Hugo le propinaba en la abultada barriga. Hugo se tapa los oídos. No es nada agradable escuchar aquello, sentirse en medio de la batalla, quisiera levantarse, gritarle a su padre, Déjala en paz, cabrón, eso quisiera, él no se pondría límites.

Tampoco es que dure mucho. Pronto el padre de Hugo se cansa de gritar y romper cosas, y se va arrastrando hasta la cama, donde se desviste y en menos de cinco segundos ya está roncando. La madre, humillada, presa de la ira y de la resignación, anda a gatas hasta la camita de Hugo, quien hace lo posible por mantener su mentira, su madre lo abraza, siente con las llemas de los dedos las lágrimas del niño empapando la almohada, tan chiquito y tan traumado, y se murmura, Shht, shht, duérmete hijito, mientras en su cabeza piensa, No merezco esto, ojo, no incluye al niño, por qué, ni ella lo sabe; como tampoco sabe Hugo lo que siente al verse rodeado por los brazos de su madre, al percibir su llanto en la sien, sus temblores de rabia, pero si entendiera de estas cosas, podría decirle a su madre, No me toques, me das asco.

(FIN)

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