
No alcanza los pañuelos desechables, tiene que quitarse de encima de Derek para llegar hasta el buró al lado de la cama. Toma uno, y se limpia. Le pasa uno a Derek, quien hace lo mismo, y luego abre los brazos y se queda tendido en la cama, con la respiración todavía agitada, cierra los ojos, estira las piernas, ha sido demasiado para él. John, a pesar de la oscuridad, puede ver sus facciones relajadas e inocentes, provocándole un enorme arranque de ternura. No puede resistirse, le da un beso antes de dirigirse al baño. Derek apenas logra responder, pobre, ha quedado agotado, bien dicen que el amor cansa, y bastante. Es por eso que John no tiene una gota de sudor. Deja al muchacho ahí, recostado, le murmura, Ha dormir, le parece mucho más fácil esta forma verbal que el presente, no hace mucho aprendió español para poder acostarse con un mexicanito que conociera en su largo, larguísimo viaje de negocios, pero no se topó con ningún mexicanito que le gustara, los veía a todos, horribles, no porque fueran feos, sino porque los jovencitos, los que quería, eran unos verdaderos idiotas. Todos. No sabían ni jota de inglés, no tenían tema de conversación si no era la absurda televisión de su país, la ropa o los mejores antros. No había remedio. Por fortuna, se le atravesó en el camino este bonito espécimen argentino, de ojos grandes, moreno, pelo negro, en pleno desarrollo. Diecisiete años tenía, Wow, fue lo único que dije John cuando Derek le mencionó su edad.
Es una verdadera lástima. Pero es que así no se puede. Cada año hace lo mismo, y aunque esta vez le ha gustado mucho el pibe, sabe bien que no puede quedarse con él. Las promesas no valen nada, apenas se conocen, cómo espera el pobre Derek que un gringo cuarentón, con toda una vida a cuestas, cumpla sus promesas, si le cree es por su ingenuidad adolescente, pero ya aprenderá, con el tiempo se irá curtiendo, los dolores del amor y de la vida lo harán convertirse en un ser frío y calculador, incapaz de amar a nadie. Lo sabe porque son muy parecidos. De inmediato te das cuenta, o al menos así lo cree John, cuando una persona es compatible contigo, por lo que dice, las palabras que usa, hasta los gestos que hace. Toma un poco de papel higiénico y se limpia otra vez. Han sido noches placenteras, ni dudarlo, pero ya, se le terminó su plazo, imposible continuar la farsa. Ya será el año que entra, quién sabe, quizá vuelva a encontrar a Derek por ahí, deambulando por las calles, yendo de un antro a otro porque en todos se aburre, igual que él. O quizá no. Como sea. Le dirá a su mujer y a sus hijos que se va a impartir unas conferencias importantísimas a sus empleados de Polonia. Es ahí donde tiene sus negocios y sus socios, ahí y en Francia, Alemania, Portugal, por toda Europa. En México, ni pensarlo. Además de que no se puede, le gustan mucho los mexicanos, por eso no puede arriesgarse a que en uno de estos viajes de placer, se encuentre a uno de sus colegas y le pregunte qué anda haciendo en el Tercer Mundo, o peor aún, que lo vea caminando abrazado de su chamaco, melosos, comiéndose un helado. La que se le armaría. Pero sabe que está a salvo acá.
Se mira en el espejo y comprueba que no es feo. Su mujer ha tenido suerte. Igual sus hijos, tendrán todo lo que quieran, cuando lo quieran. El único requisito es no cuestionarlo nunca. Su mujer no debe preguntar, ni siquiera pensar, en por qué no le hace nunca el amor. Por qué viaja tanto, por qué tiene secretario en vez de secretaria. En Washington sabe guardar las apariencias y resistir las tentaciones. Se limita a ver, con disimulo, a los latinos que se le van cruzando por la calle, pero jamás le gana el instinto. Es triste, en ocasiones, frustrante muchas veces, sabe que un día no va a resistir y se va a lanzar encima de su amigo Frank, un marica tremendo, por lo bueno y por lo marica, víctima de sus eternas provocaciones. No hay de otra, es hora de volver.
Sus maletas ya estaban listas, detrás del guardarropa. Toma un baño rápido, se viste, se perfuma. Derek se retuerce entre las sábanas. Luce tan tranquilo, tan seguro. Busca en su saco el boleto de avión, debe estar en el aeropuerto a las cinco de la mañana, así que ya es hora de salir. Como siempre hace, le deja un fajo de dólares en el buró, junto con una nota: "Me he ido a San Francisco. Take care. Love. John", se le acerca, no despertará, está bien dormido. Le da un beso en la frente, Last kiss, piensa, le acaricia el cabello. Se da media vuelta, toma su maleta y sale de la habitación. El pobre Derek despertará tarde, se descubrirá solo, sin John, llorará un rato, se llevará el dinero, y se pasará la vida entera juntando plata para irse a San Francisco, detrás de su amado, pero jamás volverá a verlo, porque irá a buscarlo en un tiempo y lugar equivocados.
(FIN)
recuerdas cuando íbamos a tu depto a ponerlos alegres?
ResponderBorrara comer hamburguesitas de $11 en mcroñas?
al cine los miércoles bien arriba en alegria?
esos eran tiempos. sin responsabilidades, no?
ahora todo cambia, supongo que para bien...
sólo recordaba esos días.
chidos.