28/11/07

Trastornos mentales


Simplemente sentí rabia. De que en pleno siglo XXI siga habiendo gente que diga esta clase de sandeces, en público y frente a un auditorio... No puedo imaginar qué tienen en la cabeza. Es indignante, una muestra más de la increíble ignorancia de los mexicanos... Les dejo la nota completa aparecida en La Jornada:

“Es un derecho que corresponde a padres de familia”, señalan

Demandan ONG de León quitar de los planes de enseñanza la educación sexual

Martín Diego Rodríguez (Corresponsal)

León, Gto., 27 de noviembre. Integrantes de la organización no gubernamental Comisión Mexicana de los Derechos Humanos condenaron la homosexualidad, que consideraron “trastorno de la conducta sexual”; recriminaron la perspectiva de género, criticaron las políticas de salud que incluyen el uso del condón y exigieron que el Estado mexicano retire de la educación básica cualquier tipo de enseñanza sexual, “por ser un derecho que corresponde a los padres de familia”.

Este martes, agrupaciones ultraconservadoras, que consideran la abstinencia sexual, la fidelidad y el rechazo a cualquier método anticonceptivo “únicas formas científicas eficaces en la lucha contra el sida”, presentaron en conferencia de prensa las conclusiones del foro El valor humano de la sexualidad, celebrado el fin de semana en esta ciudad.

En el acto, auspiciado por la Secretaría de Educación de Guanajuato (SEG), participaron agrupaciones como la Asociación en Defensa de la Familia, la Asociación de Padres de Familia de Guanajuato, la Coalición Derechos Humanos y Bioética, Jesús Médico Fe en Acción y la Red Familia y Visión Humana de la Vida.

Aunque la SEG se deslindó de las conclusiones, la presidenta de la Comisión Mexicana de los Derechos Humanos, Beatriz Rodríguez Moreno, reveló que la dependencia envió a 200 profesores para que participaran en el encuentro. “La secretaría manifiesta su total apertura a las diferentes aportaciones de la sociedad en general respecto del tema de la educación sexual, especialmente de los padres de familia como primeros responsables de esta educación, y quienes comparten esa responsabilidad son los maestros”, expresó.

Rodríguez Moreno condenó el uso del condón, que rechazó como el método más efectivo para evitar males de transmisión sexual y embarazos no deseados, pues, sostuvo, “lo más efectivo es la abstinencia y la fidelidad”. (¿Qué clase de pendejo es este?)

Juan Dabdoud Giacomán, representante de Familia Mundial, aseveró que la perspectiva de género “carece de sustento racional o científico, pues la conducta sexual humana está determinada por la naturaleza propia del hombre y la mujer”. Por tanto, subrayó, “la homosexualidad es un trastorno de la conducta sexual humana, y aunque se respeta esa condición se tiene que dar apoyo sicológico para rehabilitar a los homosexuales; hay que corregirlos”. (Tú que me corriges y yo que te parto tu madre. Neta, cabrón)

21/11/07

La virgen



Tal vez es tiempo de decirle la verdad a su marido. Las palabras son secillísimas, sólo hay que pronunciar Ya, no esperes más, no voy a sangrar porque estoy embarazada. Sabe de antemano lo que pensará, las tonterías que se imaginará, que esta niña que desposó es una cualquiera, una perdida, quizá la acuse de adulterio como muchos maridos y la condenen a morir apedreada, pero ella no está segura, si el milagro sucedió antes de casarse, entonces no es adulterio... Pero es absurdo lo que piensa. Dios mismo impediría que la madre de su hijo muriera por una bobada. Él tendría que aceptarlo, tendría que creerle, por obra y gracia del Señor.

Se limitaba a observarla atento, impaciente, marcando los días y midiendo los cambios en ella, muriendo por la desesperación de no saber qué pensar, qué hacer. La había elegido porque le parecía hermosa, tierna, con un aire todavía infantil irresistible. También había creído que era ingenua, apacible, y muy sumisa, como debía ser una buena esposa. Y todo parecía indicarle que estaba en lo correcto. María no hablaba de nada, con nadie, no salía de casa más que para lo indispensable, sus guisos se iban perfeccionando con el paso de los días, y en las labores domésticas no era muy buena, pero él sabía que debía ser la edad, y lo que valía era el esfuerzo que hacía. La notaba temblar cada vez que se le acercaba como hombre, por eso se había contenido, y sin embargo, le angustiaba que ya llevaran casi un mes de casados y ella todavía no sangrara. Estaba decidido a no pensar lo peor, a pedir una explicación coherente y racional, pero le era difícil aceptar que se había casado con una mujer cuya pureza había sido trastocada.

Un día, cuando José notó que el vientre de María se había hinchado un poco, él le preguntó por fin si no había algo que quisiera decirle. Sí, hay algo, le respondió ella, contenta de que le hubiese hecho esa pregunta, y nerviosa por no saber cómo darle una respuesta. Qué es, volvió a preguntar él, y ella, dando un hondo suspiro, dejó que las palabras fluyeran: Un ángel me anunció que sería la madre del hijo de Dios. José, estupefacto, la miró incrédulo y le ordenó que repitiera lo que había dicho. Ella repitió lo mismo, palabra por palabra, y cuando terminó, vio a José levantarse de la silla que había construído el día anterior, y agarrándose la cabeza para pensar mejor, se estuvo paseando por la cocina, como fiera en su jaula. María notó que se estaba enfureciendo, por eso continuó, y le contó cómo había visto al ángel, quien durante algunos días se le había aparecido aquí y allá, le había juntado la canasta del mercado una vez, y se lo había encontrado en el pozo de agua, a las afueras del pueblo, y allí le había hablado de su misión. Omitió, por supuesto, la parte del ritual, cuando el ángel le ordenó desnudarse y ella aceptó, no le contó sobre la espada del ángel, que le salía de entre las piernas y era larga, dura y roja, ni le dijo cómo el ángel había introducido su espada en ella, lento, con cuidado, hasta hacerla llegar a ese éxtasis glorioso del que cuentan en sus relatos los profetas de otros tiempos.

Imploró José a María, llorando ya, y mucho más tranquilo, que le dijera la verdad. Que no la acusaría, que la quería demasiado, que no iba a permitir que nadie le pusiera un dedo encima, pero que no blasfemara de esa manera, porque Dios los castigaría. Ella, sin ninguna duda, le aseguró que todo era verdad. José, con todo el dolor de su corazón, le tuvo que ordenar que se levantara el faldón de la túnica y abriera las piernas. Sólo había una manera de comprobar aquello. María obedeció, temerosa, apenada, y José se agachó. Constató que el himen de María seguía intacto, inmaculado, lloró más, pero esta vez de alegría al sentirse parte de una misión de Dios, abrazó a María y la besó, y le prometió cuidarla el resto de sus días. María, de frente a la ventana, vio cómo el rostro del ángel se asomaba, y luego se iba, desapareciendo entre el polvo de la calle. Pero no dijo nada.

El ángel se iría de aquel pueblo. Había resultado divertido lo que había pasado allí, no podía medir las consecuencias futuras de aquello, pero le daba lo mismo. La verdad es que todo había resultado así porque el himen de María era en extremo flexible, y porque él mismo había tenido mucho cuidado al penetrarla para no romperlo. De tan sólo acordarse, sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, sintió en sus manos otra vez la piel suave y tersa, el olor a niña de María, sus piernas firmes, sus nalgas redondas, su vagina apretada y húmeda... Pero lo que más le había excitado era su ingenuidad. Que cada palabra que le dijo, la creyó. Que ni siquiera sospechó sobre un engaño, que ella de verdad creía que sería la madre de un hijo de Dios, y no del hijo de un desconocido, un tipo vago, sin lugar de procedencia ni destino, que iba de pueblo en pueblo, haciéndoles creer a las niñitas vírgenes, que tenían una misión. Y todavía, cuando María se retiraba del lugar, ya recuperada del orgasmo, le preguntó, Cómo lo llamo, y él respondió, No sé, qué tal Jesús.

(FIN)

15/11/07

La farsa



No alcanza los pañuelos desechables, tiene que quitarse de encima de Derek para llegar hasta el buró al lado de la cama. Toma uno, y se limpia. Le pasa uno a Derek, quien hace lo mismo, y luego abre los brazos y se queda tendido en la cama, con la respiración todavía agitada, cierra los ojos, estira las piernas, ha sido demasiado para él. John, a pesar de la oscuridad, puede ver sus facciones relajadas e inocentes, provocándole un enorme arranque de ternura. No puede resistirse, le da un beso antes de dirigirse al baño. Derek apenas logra responder, pobre, ha quedado agotado, bien dicen que el amor cansa, y bastante. Es por eso que John no tiene una gota de sudor. Deja al muchacho ahí, recostado, le murmura, Ha dormir, le parece mucho más fácil esta forma verbal que el presente, no hace mucho aprendió español para poder acostarse con un mexicanito que conociera en su largo, larguísimo viaje de negocios, pero no se topó con ningún mexicanito que le gustara, los veía a todos, horribles, no porque fueran feos, sino porque los jovencitos, los que quería, eran unos verdaderos idiotas. Todos. No sabían ni jota de inglés, no tenían tema de conversación si no era la absurda televisión de su país, la ropa o los mejores antros. No había remedio. Por fortuna, se le atravesó en el camino este bonito espécimen argentino, de ojos grandes, moreno, pelo negro, en pleno desarrollo. Diecisiete años tenía, Wow, fue lo único que dije John cuando Derek le mencionó su edad.

Es una verdadera lástima. Pero es que así no se puede. Cada año hace lo mismo, y aunque esta vez le ha gustado mucho el pibe, sabe bien que no puede quedarse con él. Las promesas no valen nada, apenas se conocen, cómo espera el pobre Derek que un gringo cuarentón, con toda una vida a cuestas, cumpla sus promesas, si le cree es por su ingenuidad adolescente, pero ya aprenderá, con el tiempo se irá curtiendo, los dolores del amor y de la vida lo harán convertirse en un ser frío y calculador, incapaz de amar a nadie. Lo sabe porque son muy parecidos. De inmediato te das cuenta, o al menos así lo cree John, cuando una persona es compatible contigo, por lo que dice, las palabras que usa, hasta los gestos que hace. Toma un poco de papel higiénico y se limpia otra vez. Han sido noches placenteras, ni dudarlo, pero ya, se le terminó su plazo, imposible continuar la farsa. Ya será el año que entra, quién sabe, quizá vuelva a encontrar a Derek por ahí, deambulando por las calles, yendo de un antro a otro porque en todos se aburre, igual que él. O quizá no. Como sea. Le dirá a su mujer y a sus hijos que se va a impartir unas conferencias importantísimas a sus empleados de Polonia. Es ahí donde tiene sus negocios y sus socios, ahí y en Francia, Alemania, Portugal, por toda Europa. En México, ni pensarlo. Además de que no se puede, le gustan mucho los mexicanos, por eso no puede arriesgarse a que en uno de estos viajes de placer, se encuentre a uno de sus colegas y le pregunte qué anda haciendo en el Tercer Mundo, o peor aún, que lo vea caminando abrazado de su chamaco, melosos, comiéndose un helado. La que se le armaría. Pero sabe que está a salvo acá.

Se mira en el espejo y comprueba que no es feo. Su mujer ha tenido suerte. Igual sus hijos, tendrán todo lo que quieran, cuando lo quieran. El único requisito es no cuestionarlo nunca. Su mujer no debe preguntar, ni siquiera pensar, en por qué no le hace nunca el amor. Por qué viaja tanto, por qué tiene secretario en vez de secretaria. En Washington sabe guardar las apariencias y resistir las tentaciones. Se limita a ver, con disimulo, a los latinos que se le van cruzando por la calle, pero jamás le gana el instinto. Es triste, en ocasiones, frustrante muchas veces, sabe que un día no va a resistir y se va a lanzar encima de su amigo Frank, un marica tremendo, por lo bueno y por lo marica, víctima de sus eternas provocaciones. No hay de otra, es hora de volver.

Sus maletas ya estaban listas, detrás del guardarropa. Toma un baño rápido, se viste, se perfuma. Derek se retuerce entre las sábanas. Luce tan tranquilo, tan seguro. Busca en su saco el boleto de avión, debe estar en el aeropuerto a las cinco de la mañana, así que ya es hora de salir. Como siempre hace, le deja un fajo de dólares en el buró, junto con una nota: "Me he ido a San Francisco. Take care. Love. John", se le acerca, no despertará, está bien dormido. Le da un beso en la frente, Last kiss, piensa, le acaricia el cabello. Se da media vuelta, toma su maleta y sale de la habitación. El pobre Derek despertará tarde, se descubrirá solo, sin John, llorará un rato, se llevará el dinero, y se pasará la vida entera juntando plata para irse a San Francisco, detrás de su amado, pero jamás volverá a verlo, porque irá a buscarlo en un tiempo y lugar equivocados.

(FIN)

10/11/07

Un recuerdo que dejo




¿Con qué he de irme?
¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra?
¿Cómo ha de actuar mi corazón?
¿Aca
so en vano venimos a vivir,
a brotar sobre la tierra?
Dejemos al menos flores
Dejemos al menos cantos

Netzahualcóyotl, tlatoani de Tezcuco (1402-1472)

2/11/07

Virginio Urbina y el Reino de Mictlán



Es que todo fue muy confuso. De pronto ya todas las almas habían sido despachadas y estaba yo, frente a Mictlantecuhtli, que me miraba fijamente desde una nube negra que hacía el papel de trono real. Si no hubiese estado yo muerto, habría muerto de un susto. Y ya me iba cuando Tláloc me detuvo. Supe que había sido él porque de pronto la profunda oscuridad del lugar se diluyó en una neblina brillante y espesa, que llenó el ambiente de tranquilidad. Hablaron entre ellos en el idioma de los dioses, una especie de conjunto de ruidos imprecisos, chillantes, y que sin embargo pude comprender. Tláloc dijo, Esa alma es mía. Pero Mictlantecuhtli se rehusó. De cierta manera, me sentí importante. Mira que no todos los días un par de poderosos dioses se pelean por tu alma.

Es que cuando resbalé del risco, caí al acantilado pero antes mi cabeza golpeó contra una roca. Cuando llegué al agua ya no supe si estaba vivo o no. Cualquier intento por opinar, de todas maneras, sería vano. A ellos qué les interesa mi opinión. A fin de cuentas, qué voy a saber yo de la muerte; ellos son los expertos. Me hice a un lado y esperé. Miraba con mucha curiosidad a mi alrededor. De verdad confiaba en que la muerte sería cosa de no existir. Para mí la vida era el ser, y su contraparte, el no ser. Y ahora estaba ahí, a la entrada de un valle enorme, frío y tétrico. Podía ver uno o dos ríos a lo lejos, la tierra asediada por rocas filosas y relámpagos feroces, y más allá, después del horizonte, se distinguía un lugar despejado y limpio.

Enfoqué los ojos y distinguí las almas de las gentes. Todos eran como calaveras, sólo los esqueletos moviéndose, andando con pasos pesados, desorientados. Nadie les había explicado nada, Mictlantecuhtli sólo les había dicho, Adelante, uno por uno. Miré hacia atrás pero no había nadie. Quién sabe si las muertes se habían suspendido debido a mi caso particular. Me sentí más importante aún. Me puse de pie y avancé un poco. El primer río con el que se encontraban las almas parecía ser de corriente potente, porque muchas eran arrastradas por las aguas. De la inmensa cantidad que se sumergía en él, sólo unos pocos lograban pasar a la otra orilla.

Sentí de pronto una urgencia de mirarme las manos. Yo también era un alma, ¿sería igual sólo huesos? Pero no pude verme. Sabía que estaba ahí, de pie, con la mano extendida frente a mi cara, pero no la veía. Me di cuenta que los esqueletos de las otras almas tampoco parecían muy sólidos. Una ansiedad terrible se apoderó de mí. No podía esperar a que Tláloc y Mictlantecuhtli terminaran de discutir a dónde debía ir yo. Necesitaba llegar a ese valle lejano, despejado y limpio, así que empecé a caminar, casi corrí.

Era difícil dar los pasos. La tierra no era dura, los pies se hundían, a pesar de que no podía verlos. Me costó mucho trabajo llegar a la orilla del río, pero al fin estaba ahí. Respiré y miré adelante. La extensión del Reino de Mictlán se apreciaba mejor de aquí. Logré contar nueve ríos antes de la meta. Pude ver almas cortadas en trozos por el mismo viento, y otras aplastadas por rocas enormes que caían del cielo. Tuve miedo, pero no podía permanecer ahí. Tenía que llegar. Metí un pie al agua y sentí que mi alma se congelaba. Si mi otro pie no hubiese estado todavía en tierra firme, la poderosa corriente me habría arrastrado hasta dios sabe dónde.

En ese momento sentí los ojos centelleantes de Mictlantecuhtli sobre mí, y al siguiente segundo ya estaba yo en sus manos huesudas; me gritaba y me escupía, Está prohibido pisar el Reino de Mictlán sin mi autorización, cómo te atreves... Otra vez, si no hubiese estado ya muerto, me habría muerto del susto. Por esta tontería me expulsaron para siempre del Reino.

Me he pasado los años pensando. ¿Qué tal si ya no muero? Tuve mi oportunidad, y por impaciente, la perdí. Qué se le va a hacer.

(FIN)