
2. El novio.
Hizo todo de forma mecánica. Le pidió a José Luis el video de su boda, y lo vio una y otra vez, hasta que aprendió los pasos que un buen novio debía ejecutar. Desde el Sí acepto, hasta el brindis al llegar a la recepción. Y vio que a partir de ahí, ya no era necesario. Que Diana se divirtiera con su fiesta, él casi no había invitado a nadie, a algunos socios nada más, y claro, a Emanuel. Su madre se había encargado de darle clase a la fiesta, según sus propias palabras, porque si por Diana fuera, hubiese invitado a todo el rancho. Por fortuna le restringieron las invitaciones, y la boda fue una mezcla de fiesta popular con distinguido coctel. A Raúl poco, o nada, le importaba aquel asunto. Le gustaba consentir a Diana, porque veía que se ponía contenta cuando le compraba algo, o cuando le daba dinero, cuando la llevaba a algún lado. Y le gustaba verla feliz, bueno, por algo la había elegido a ella. Además, tenían una especie de pacto secreto. Él sabía que Diana sospechaba algo, que intuía algo, justo como su madre, pero con su madre no tenía pacto alguno, sino una guerra. Ella misma se encargó de que la invitación no llegara a manos de Emanuel. Pero sus intentos fueron vanos, porque a pesar de todo, Emanuel vino. Raúl lo vio en cuanto llegaron. Estaba en la última fila, con su mirada melancólica, con un traje elegante, negro, y sus ojos brillantes. Había llegado a pensar que no vendría. Que su furia había sido tanta, que se alejaría para siempre, que había cumplido sus amenazas, sin importarle lo que le juraba Raúl, una y otra vez, A ti te amo, sólo a ti.
Fue duro para el pobre muchacho. Se había ilusionado tanto. Raúl lo mantenía al margen de su vida pública, lo escondía como a su más preciado tesoro. Iba por él a la escuela, en su coche menos lujoso, para no llamar la atención, y lo llevaba a algún mirador, al estacionamiento de un centro comercial, al principio, después empezaron a ir al motel más seguro del mundo gracias al dinero todopoderoso. Emanuel no entendía la razón del clandestinaje. A él le parecía tan natural. En la escuela podía ver a las parejas de hombres echados en el pasto, sonrientes y amorosos, o a las muchachas besándose, y creía que el temor de Raúl era por su edad. Siempre le decía que no tenía nada de malo. Que nunca se era demasiado grande como para empezar a ser auténtico. Una tarde le explicó todo. Su pasado, su vida pública, sus relaciones multimillonarias que, de fracasar, llevarían a la quiebra no sólo a su familia, sino a muchas otras que trabajaban en sus empresas. Que debía mantener las apariencias, porque a los socios no les gustaban los escándalos. Por eso, le dijo, voy a casarme con una mujer. Lloró por horas Emanuel, herido y destrozado, pero incapaz de asesinar el amor que ya sentía. Raúl le había dado alternativas que parecían sacadas de novelas de ciencia ficción, fingir su muerte y escapar, por ejemplo, o llevárselo con él a todas partes, aparentando ser su asesor, o su sobrino. La sola relación de ellos dos era riesgosa. La madre de Raúl lo sabía, por eso había insistido tanto en la boda.
Y a pesar del dolor, a pesar del incierto futuro, Emanuel acudió. Encontró a Raúl en medio del jardín, lo tomó de la mano y sin decir una palabra, sin hacer promesas que tal vez no se habrían de cumplir, se dispuso a disfrutar aquello mientras durara. Ni los millones de dólares, ni los socios internacionales, ni la esposa interesada podrían acabar jamás con el inmenso amor que se tenían, eso lo sabían muy bien los dos. Se fueron a un baño privado, que Raúl había rentado y que era independiente al del salón, y ahí se desnudaron, a prisa, con furia casi, y a lo lejos se escuchaba la fiesta, en su máximo esplendor, y al animador gritando, Ahora que pase el novio a la pista, y a alguien diciendo, Está en el baño.
(FIN)
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[Primera parte]
No sé si tengas muchos lectores. Lástima para los que lleguen tarde, porque el efecto de leer el 1 y luego pasados unos días el 2, es muy agradable.
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