
1. Llego ahí, donde me dijo que me esperaría, pero no hay nadie. Espero unos minutos, y al fin viene llegando. Me alegro de que venga. Nos sentamos en una banca de la plazuela. Charlamos, hacemos planes, me cuenta de sus experiencias pasadas. Me habla de esto y de aquello. Yo escucho, atento, un poco nervioso. Le entrego mis fotos para la credencial de estudiante falsa que intentará sacarme, y nos vamos. Cuando nos despedimos, sonrío. Y me voy, contento.
2. Otra vez espero. Fumo un cigarro, veo a la gente, refugiada del intenso sol, ahí, al lado de la cabeza gigante de Miguel Hidalgo. Empiezo a darme cuenta que no suele ser muy puntual, pero no me importa. Yo soy paciente. Ahí viene, me saluda, se sienta conmigo. "¿Tienes mucho esperando?", pregunta. Yo le miento: "No, voy llegando". Nos vamos a esperar el camión a la esquina. Dice que tiene que contarme algo. "Es que fui con la muchacha que me va a hacer la credencial, y pues no quería y no quería, hasta que me preguntó que quién eras... Y, no te vayas a enojar, yo le dije que eras mi novio... Para convencerla". Yo sonrío. No, no me enoja. Para nada.
3. Llegamos a su casa, me quité la gorra y dejé por ahí mi mochila. Nos sentamos a comer, espagueti, hablamos, como siempre, de esto y de aquello, tan fácil, como si nada. No tenía nada en mente... Deseaba que uno de los dos empezara, pero no quería ser yo. ¿Qué tal si estaba malinterpretando? Dejé mi mente quieta... Y mis manos. Vimos una película, escuchamos música, me enseñó sus libros. Vi las fotos y los pósters pegados en sus paredes, y me fascinó. Llegó su papá, "Buenas tardes", saluda, medio sorprendido. Yo me despido. "Gracias por invitarme", le digo. "Gracias por venir", me dice.
4. Recibo su abrazo un poco desconcertado, más por la espontaneidad del gesto que por otra cosa. Es que yo siempre he sido así, como muy reservado, con todos. Hace calor, hay ruido, chamacos bailando, bebiendo, drogándose. Pero no me fijo en nada. Que nuestros compañeros se hayan ido, cada uno, y nosotros hayamos decidido quedarnos, los dos, por alguna razón, me hace sentir feliz. Me comparte su hielo para el calor. Me empuja, me sonríe. Cuando nos cansamos de aguantar el calor, nos vamos, sin saber muy bien a dónde. Me propone irnos por ahí, a distraernos. Yo le digo que no llevo dinero. Bueno, me acompaña a mi casa, caminando. Caminamos mucho, hablamos, nos contamos cosas. Nos sentamos en la jardinera cerca de la farmacia, y hablamos todavía más. Sabemos que la hora de despedirse se acerca, pero ninguno quiere que llegue, la ignoramos. "Quiero pedirte algo", me dice. "¿Qué?". "Un abrazo". Me levanto, gustoso, y enredo mis brazos en su cuello, aprieto, no muy fuerte, siento su calor. Y me gustó, aunque en ese momento no quise reconocerlo. "Vente conmigo, a mi casa", me pidió. Pero me faltaba el valor. Le dije que no. Y nos despedimos, y se fue en un taxi, a las 3 de la mañana, y me dejó ahí, deseando haberle dicho que Sí...
"Y así llegaste tú devolviéndome la fe...
Sin poemas y sin flores, con defectos, con errores...
Pero en pie..."
Que bonito, Virginio :)
ResponderBorrarme alegra q sean felices!!
esas historias tuyas
como siempre
llegan justo
a convencerme
de q aun con que haya cosas que no conoaca del todo, tengo fe
... y ya sabe ud como soy yo
siento de más,pero saludos a F
y bendiciones a ambos
:) q felicidad