22/8/06

Amanecimos absueltos



Amanecimos absueltos de todo pecado. De todo recuerdo, de toda esperanza. Es probable que en toda la noche no hayamos deshecho el abrazo que nos mantenía juntos, fundidos en una sola sombra proyectada en la pared, llena de curvas, de líneas, de trazos hermosos. Todavía dormido, repartía ya besos en su espalda, en su cuello, y así me desperté, repartiéndole besos, sin saber dónde poner mis manos, ansiosas de recorrer el cuerpo que aman. No tardó en responder a mi llamado, y así, los dos, como en un sueño, con la vista borrosa, la sensación de irrealidad que te inunda, sintiéndolo todo en una dimensión distinta, comenzamos con el amor. Oímos a su padre irse, y seguimos, ya sin cuidarnos de los ruidos impropios que hacen las pieles cuando chocan, o la cama cuando se mueve, desesperada, también excitada, o los alientos que no pueden contenerse, y explotan en un grito ahogado, que no pudo ser frenado, que raspa la garganta.
Amanecimos absueltos de ideas de absurdas, y del tiempo que apremiaba, y del día, de la fecha, del mundo entero. Eramos, nada más, dos personas, dos seres humanos, reunidos en un mismo espacio, con dos cuerpos que se mueren por ser uno solo, que se meten uno dentro del otro y quieren quedarse así, hechos uno, enlazados por siempre y para siempre, para ya no sentir el dolor de la ausencia. Qué importaba lo que pasó, lo que pasará, qué importaba: Eramos los dos, estábamos ahí, nos amábamos. No pensamos en nada, estábamos absueltos, de toda culpa, de toda obligación, de toda expectativa. No existíamos para el mundo, y el mundo no existía para nosotros. Nosotros éramos el mundo, nuestro suelo azul, nuestra ventana abierta, nuestra luz cenicienta, nuestros ojos entrecerrados, nuestras pieles sudorosas, nuestras espaldas que se cansaban. Sus cabellos y los míos, sus brazos y los míos, sus piernas y las mías, ese era nuestro mundo. Nada más.
Amanecimos absueltos, pero ya entraba el día. El sol se elevaba, la casa se iluminaba, el calor arreciaba, y el reloj... Ah, el reloj, inclemente, no hacía un mínimo esfuerzo por detenerse. Su padre volverá en un rato, debemos lavarnos las huellas de nuestra pasión. Es lindo quedarse así, acostados, juntos, cuando el amor culmina, pegajosos, agitados, sonrientes, pero no siempre se puede. Esta vez no se puede. Llegarán visitas, habrá una reunión. Miro sus ojos con nostalgia, le pido un rato más, sé que es imposible. Aunque amanecimos absueltos, nuestra condena se acerca, nos ha recordado, viene arrastrando las cadenas que nos volverá a poner, del recato, de la discreción, del portarse bien, guardar apariencias, caer bien. Qué mierda. Ya viene, la siento.
-Andale, amorcito. Levántate.
-Ya voy, ya voy.
Y nos levantamos, y nos bañamos, y nos vestimos, apurados, para que no nos sorprendan corriendo desnudos por la casa, jugueteando. Habrá que esperar, a que caiga la noche, que los cuerpos descansen con el mismo amor con el que amanecieron, a ver si a la mañana siguiente, una vez más, el mundo se olvida de nosotros, y nosotros de él, y en el intervalo de la tregua, viene el amor, y lo inunda todo, todo.

(FIN)

1 comentario:

  1. Ya me hacía falta visitar su espacio, mi estimado. Debo decir que esta narración me ha refrescado bastante ¡Deliciosa! Bellísima, me ha gustado mucho. Se aprecia el progreso. ¡Ánimo.

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